Jackie Kennedy, entre la realidad y la ficción (Siempre cine)

"Siempre cine" es una serie de reseñas sobre películas que será publicada semanalmente por El Espectador. En esta ocasión, el texto analiza la narración de Pablo Larraín sobre los momentos que vivió Jackie Kennedy después de la muerte de su esposo.

Laura Camila Arévalo Domínguez - Twitter: @lauracamilaad
05 de septiembre de 2019 - 01:26 a. m.
Afiche oficial de la película "Jackie", que se estrenó en 2016 y fue protagonizada por Natalie Portman.  / Cortesía
Afiche oficial de la película "Jackie", que se estrenó en 2016 y fue protagonizada por Natalie Portman. / Cortesía
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“A la gente le gusta creer en cuentos de hadas”, dijo Jackie Kennedy, explicando por qué para ella el funeral de su marido tenía que quedarle tatuado al mundo entero. Dando algún motivo para que entendieran que, para ella, más allá de los riesgos y la innecesaria exposición de sus hijos, importaba lo que registraran las cámaras y los periódicos: la historia oficial. Además de honrar la memoria de su marido, necesitaba que se venerara la suya. La gente tenía que entender que no había muerto un hombre corriente. Había sido asesinado el presidente de los Estados Unidos de América, que además era su esposo, y ella, más allá de ser la primera dama, era una reina. Tal vez por eso, después de su visita al palacio de Buckingham en 1961, dijo que no había quedado impresionada con la reina Isabel, y también quizás por eso remodeló toda la Casa Blanca. Seguramente por eso se esforzó para que en algún momento dijeran que los Kennedy eran la familia real de América.

“Jackie”, la película que Pablo Larraín estrenó en 2016 y que fue nominada a tres premios Óscar, recreó lo que Jackie Kennedy vivió en la semana inmediata al asesinato de su esposo. El director lo hizo a través de una entrevista que la ex primera dama le dio al periodista Theodore H. White, en la que recuperó los momentos en los que quedó expuesta con los miles de matices de su personalidad y las tantísimas poses que usó para cuidar una imagen altiva, inalcanzable, legendaria.

En el filme, Natalie Portam interpretó a una mujer de movimientos calculados, postura perfecta y acento pausado. A una esposa devastada por la pérdida, que convivió con un afán incontrolable de consuelo masivo. Lo que Kennedy buscó fue que el aliento y la solidaridad de los que atestiguaron su tragedia, fueran expresados por medio de la atención y admiración hacia una leyenda que murió heroicamente.

La entrevista, que además aceptó como un astuto y calculado movimiento para poner en su lugar las versiones que construirán el recuerdo de su marido, se desarrolló entre los momentos de una Kennedy honesta que habló entre delicados sollozos y contó lo que realmente pasó, y la que vigiló los apuntes de un periodista que preguntaba si podía o no publicar lo que ella iba contando. Ella, además de responder con contundentes “NO” a lo que sabía que no le convenía, se cercioró revisando la libreta del periodista. Repasó, tachó y borró.

La crítica, en su gran mayoría, dijo que Larraín se quedó corto con la narración de los hechos de un suceso que a muchos aún les intriga, sobre todo, porque lo que aún no se entiende es por qué la figura de Kennedy se convirtió en leyenda. Las expectativas que se tenían, según varios medios y críticos de cine, era dar alguna explicación al fenómeno Kennedy, más allá de sus esfuerzos por convertirse en una primera dama glamurosa que casi quiebra la economía familiar. Dijeron, además, que el hilo conductor de la película se quebró en los saltos de tiempo entre el presente (la entrevista) y los momentos posteriores al asesinato, además de que fue un filme desconcertante, ya que las películas que acostumbraba a dirigir Larraín se alejaban mucho de ese "aburrido y desatinado acercamiento a una historia plagada de preguntas". 

Las escenas, más allá de ser un montón de flashbacks indiscriminados, fueron puntadas de lo que realmente ocurrió y lo que finalmente se dijo. De los cuentos de hadas que Jackie Kennedy quiso crearle al público, y que a ella le acariciaron el sinsentido en el que a veces se le convertía la vida.

Su impoluta e incorruptible imagen, fue la de una mujer que se dedicó a reconstruir una Casa Blanca que fuera uno de los símbolos de esos cuatro años de mandato: un presidente respaldado por una mujer culta, elegante, firme. Tal y como se mostró en la película, Kennedy actuó tanto, que llegó el momento en el que la realidad y la ficción se le confundieron. Su cotidianidad fue la de las apariencias, que estuvieron cerca de desmoronarse cuando su esposo quedó con el cráneo destrozado en su regazo.

En la película quedó claro que a Kennedy la quebró la muerte de su esposo. No soltó el cigarrillo ni fue muy hábil con sus dos hijos pequeños, que continuamente le preguntaron por su padre. Ese hecho la arrodilló ante la incertidumbre del futuro: ella se había preparado para ser esposa y madre, no para ser la proveedora de un hogar al que había costumbrado a vivir en medio de lujos y reflectores. Jackie sí se retorció del dolor. También lloró desconsoladamente y se asqueó por los manejos de una política inhumana que no permitió que pasaran ni 24 horas para ponerle un reemplazo a su marido. Jackie sí padeció la ausencia de alguien a quien no amaba, pero que sostenía su farsa. 

La película recorrió los momentos más íntimos de una mujer astuta que sola y sin mucho soporte ni permisos para el quiebre emocional de una tragedia como esa, logró que su paso por la Casa Blanca se registrara en algo más que una fotografía por un pasillo, que ella misma remodeló. 

 

 

 

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Por Laura Camila Arévalo Domínguez - Twitter: @lauracamilaad

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