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Carranga decían en Boyacá a la carne que se revendía de algún animal que moría sin ser sacrificado, carranguero decían para insultar al vendedor de carne en mal estado. En los años 70, este artista resignificó el término, regalándole a Colombia su música. (Vea también: Conciertos gratuitos del Cartagena XI Festival Internacional de Música).
“Soy hijo de campesinos y lo digo con orgullo, campesinos son los míos como lo han sido los tuyos. Que vivan los campesinos y que los dejen vivir, que el campo sin campesinos existe sin existir”. Suenan un tiple, una guitarra y una guacharaca. Tres jóvenes acaban de subirse a cantar carranga en un TransMilenio lleno de gente. Todos observan con asombro cómo después de un sexteto de hip-hop, los tres intérpretes sacan instrumentos hechos con tubos, botellas de plástico y materiales reciclables a aventurarse con el folclor cundi-boyacense. “Yo también soy un boyaco, y pu’el habla con más veras, pus toiticas mis palabras me salen como si fueran dichas por mi taita y mama, por mis agüelos y agüelas y por to’ los que han vivido dende siempre en mi vereda”. Me sorprendo con los ojos inundados, volteo a ver por la ventana tratando de contener las lágrimas, vuelvo 15 años atrás y pienso en mi abuelo, en el amor inmenso que me une a él, en todas las mañanas que estando en el campo sintonizaba un radio viejo de plástico azul, ponía a sonar carranga, prendía la estufa de leña y montaba el agua con panela para el tinto. Después del café se aventuraba en algún quehacer: desgranar el maíz para las gallinas, ir a ordeñar la vaca o a llevar a pastar el ganado. Ese hombre gigantesco, al que el tiempo fue encorvando, me levantaba tempranito a que lo acompañara a ver la vaca y con inmensa humildad sacaba el primer vaso de leche y me lo servía. Siempre que intento pensar en los momentos felices de mi niñez vuelvo a la misma escena, sentada en alguna montañita con una de las ruanas del abuelo puesta, un cabeceo constante y los ojos semi cerrados por el sueño. Nadie en la ciudad me levantaba tan temprano como lo hacía el abuelo cuando lo visitaba en el campo. Pocillo de plástico en mano, bebiendo la leche tibia que él acababa de ordeñar. Nunca conversábamos, nos acompañábamos en silencio, él terminaba la tarea y volvíamos a llevar la leche a la casa. (Lea también: Prográmese con el Cartagena XI Festival Internacional de Música)
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Animados, los chicos del sexteto de hip-hop arrancaron a bailar en la mitad del bus. La gente sentada se reía y aplaudía la fiesta improvisada que surgió en el trayecto. Era una canción de Jorge Luis Velosa Ruíz, el mismo cantautor que todos los días buscaba mi abuelo en la radio, un oriundo de Ráquira (Boyacá) que se fue en su juventud para Bogotá a aventurar con sus hermanos. Radicado en la ciudad y durante sus años colegiales, tuvo que soportar diferentes burlas por su acento y costumbres campesinas. ¿Qué más citadino que la horrible costumbre de llamar campesino o indio para denigrar a otro? ¿O la de creer que se es mejor que las personas que habitan los campos y las selvas? Años después, Velosa respondería alegre e inteligentemente a las burlas: “Boyaquito sigo siendo boyaco de Boyacá, boyacenses dicen otros pero a mí me gusta más decir que soy un boyaco y que soy de la tierrita por mil motivos que siguen palpitándome cerquita”.
El tiempo pasó entre la ciudad y el campo. Jorge Velosa ingresó a la Universidad Nacional de Colombia en los años 70 y se tituló de veterinario. Fue allí donde conoció al maestro Eduardo Carrizosa y en donde inició sus estudios de música en el Conservatorio. Sería este aprendizaje alrededor de la música lo que cambiaría para siempre su vida, haciéndose co-iniciador de la carranga como género musical del folclor colombiano. Según ha manifestado en diferentes entrevistas, todo empezó cuando la laguna sagrada de Fúquene creció tanto que dejó damnificados a muchos campesinos, entre ellos el cantautor, por lo que él mismo diría: “se subió al camión de la Julia” para vivir de su tiple. Fue así como, mezclando el merengue campesino, la rumba criolla y la poesía costumbrista boyacense, nació “Jorge Velosa y los Carrangueros de Ráquira”.
Velosa, quien se tomó a pecho la frase de una de sus canciones: “El que quiera enamorar, dos cosas debe tener, una ruana por si acaso y un tiple pa’ proponer”, enamora siempre al público en todas sus presentaciones, con el atuendo típico boyacense; ruana, sombrero y una guacharaca o una armónica para entregar en el escenario canciones de más de 20 discos hechos a lo largo de su carrera. Él, el Carranguero Mayor que le dio a los campesinos lo mejor de su tradición, sus costumbres y cultura devueltos en música y poesía. Él, el hombre que, en cada canción, a millones de campesinos que dejaron el campo atrás para sobrevivir en la ciudad, los hace sentir por un momento en un pedacito de su verde natal. Él, quien me devuelve las mejores remembranzas de mi abuelo, se convirtió, gracias a su orgullo en las raíces, su trabajo, esfuerzo y emprendimiento en un emblema de la gente humilde, así como su abuelo o el mío.