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Al terminar “La Casa con un Reloj en sus Paredes”, de John Bellairs, se siente un impacto seco, como si todo lo ocurrido en la novela hubiera sucedido de golpe, sin haber respirado, como si las letras de pronto se hubieran tornado en un huracán.
Que Lewis es un niño de diez años que pierde a sus padres en un accidente; que se trastea a la casa de su tío Jonathan; que de pronto su tío y su vecina, la señora Zimmermann, son hechiceros; que Lewis asimila la información de tan buen gusto como recibe galletas de chocolate; que la magia aparece y desaparece en unos cuantos renglones; que Lewis resucita a una de las brujas más oscuras de la historia; que la vencen porque, de súbito, Lewis recuerda haber leído sobre la “Mano de la Gloria”, la cual paraliza a quien la observa; que Lewis le confiesa al tío Jonathan que había realizado nigromancia y él ni se inmuta. Fin.
“La Casa con un Reloj en sus Paredes” fue una lectura convertida en vértigo por arte de magia. Son tantos los hechos, que apenas sabemos algo de quiénes son Jonathan y la señora Zimmermann, asimismo, la forma en que Lewis vence a la antagonista es un deus ex machina en toda regla y lo único que queda al final es un suspiro.
En parte es entendible que algo así debía ocurrir. Al tratarse de una novela de misterio, los acontecimientos deben sucederse de forma ágil, no ha terminado un evento cuando ya sucede el siguiente. Así que, de forma extraña y afortunada, la adaptación cinematográfica del director Eli Roth, actualmente en cartelera, viene a llenar los vacíos de la novela.
La película infantil de una hora y cuarenta minutos de duración, de forma más pausada, nos va mostrando quién es cada quien, de dónde vienen y hacia dónde van. El pequeño Lewis siente cómo, poco a poco, la magia trepa por su espalda y le causa escalofríos, también se palpa mucho más el trauma que tiene por la pérdida de sus padres, es un obsesionado por los diccionarios y le gusta el Capitán Midnight; el tío Jonathan carga con vacíos emocionales desde hace años, la señora Zimmermann ha perdido a su familia, y con ella, su magia. Asimismo, la hechicería es la capa invisible que cubre la película de principio a fin. También, la forma en que Lewis salva a la humanidad es totalmente diferente y precedida por dos pistolas de Chéjov, como si Eli Roth le estuviera repitiendo a John Bellairs las palabras que alguna vez dijo este escritor: “"Si en el primer acto tienes una pistola colgada de la pared, entonces en el siguiente capítulo debe ser disparada. Si no, no la pongas ahí." También posee un toque cómico que aligera la oscuridad que, en algún momento, se adueña del clímax de la película. Donde falló la velocidad de una novela de misterio, la adaptación audiovisual la recogió, la enmendó y la potenció.
“La Casa con un Reloj en sus Paredes” está hecha para ser leída y vista. Novela y película son dos partes de un todo que, si de verdad se quiere disfrutar, sus partes deben experimentarse en conjunto. Misterio, magia, inocencia, nigromancia, emoción, amor, pérdida y heroísmo. Todo esto se llega a sentir si uno sabe cómo dejarse llevar, cómo mantenerse a la deriva entre las letras y la fotografía, la narrativa y el guión, la imprenta y el cine.
“No puedes prepararte para todos los desastres que puedan suceder en este aterrador mundo en el que vivimos. Si el diablo aparece o si nos encontramos de frente con el Fin del Mundo, algo se nos ocurrirá”. En este caso, a John Bellairs y Eli Roth se les ocurrió hacer de “La Casa con un Reloj en sus Paredes” una dualidad mágica.