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El Magazín de El Espectador, en alianza con la Secretaría de Cultura y la Red Departamental de Bibliotecas Públicas del Quindío, la Emisora UFm Estéreo de la Universidad del Quindío, y la editorial Cuadernos Negros, realizó la convocatoria nacional para invitar a las personas a escribir sobre la crisis colectiva que se está viviendo por cuenta del nuevo coronavirus. Los ganadores y finalistas del concurso harán parte de un libro digital, bajo el sello de Cuadernos Negros, y de la versión en audiolibro, en colaboración con la UFm Estéreo.
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En palabras del jurado, conformado por los escritores Betsimar Sepúlveda, Rigoberto Gil Montoya, y Pedro Arturo Estrada, “en tiempos de pandemia, de aislamiento social y enemigo sin rostro, la única que parece aclarar el horizonte es la palabra. Llega hasta nosotros sin ruido para instalar una certeza: en la palabra es posible significar un devenir, dar sentido a las afecciones, aventurar el signo de lo innombrable. Los textos ganadores y seleccionados en la convocatoria Poéticas del aislamiento, arrojan luces a la comprensión de esa palabra que, al dialogar con el presente, entra en crisis, pero no se agota ni se niega a nombrar”.
Con los textos se da un estilo de catarsis colectiva a partir del uso de un tono íntimo y testimonial. “Es como si en ellos se deslizara un secreto, una confesión. He ahí su valor histórico. Porque la palabra con que se tejen estos textos pretende recoger la voz de un sentimiento colectivo. Porque la palabra, al fin y al cabo, necesita ser expresada”, concluyen los jurados.
Finalistas
1. Los tiempos están desquiciados- José Rodolfo Rivera Londoño (Pereira).
2. Algo de caridad, hombre... - Enrique Barros Vélez (Armenia).
3. Un cerebro de hielo- Jhonnathan David Torres Ramos (Armenia).
4. Suenan aves y puertas- Alejandra Guerrero Buenhombre (Bogotá).
5. No hay un día después de la pandemia- Roberto Alejandro Ramírez Peña (Bogotá).
6. El aislamiento- Juan David Marín Jaramillo (Manizales).
7. Sensatez en tiempo de escasez- Jorge Andrés Tafur Gómez (Armenia).
8. Desde las entrañas del aislamiento- Elkin De Jesús Contreras Mendoza
(San Juan de Nepomuceno).
9. Eco-finamiento- José Yesid Sabogal V. (Calarcá).
10. La soledad, el hastío y lo endeble- Mateo Quintero Segura (Pereira).
11. El cerco - John Harold Giraldo Herrera (Pereira).
12. Abril en Filandia- Arlés Henao Montoya (Filandia).
13. Nuestro sabor favorito -Valeria López Ramírez (Armenia).
14. En el vaivén de una noche -Maryury Osorio Sánchez (Pereira).
15. La Casa -Norman Franz García Rodríguez (Bogotá).
16. A la hora del desayuno -Amílcar Bernal Calderón (Ibagué).
17. Sereno, ante la furia- Juan Esteban Londoño (Medellín).
18. Parálisis y perpetuidad- Jhully Paulin Martínez Giraldo. (Mariquita, Tolima).
19. Ahora que todo está en silencio- Víctor Andrés Rivera Fernández. (Popayán).
20. La profesora Madelaine- Magdalena Velasco Mendoza. (Pamplona).
Ganadores
1. Como si fuera un abrigo, de Alejandra María Lerma García (Cali)
2. #QuedarmeEnCasa – Una poética del aislamiento, de Sandra Uribe Pérez (Bogotá)
3. El viaje de la epidemia, de Jerónimo Uribe Correa (Medellín).
4. El supermercado, de Daniel Mauricio Montoya Álvarez (Puerto López, Meta).
5. Las mujeres que me habitan, de Martha Cecilia Ortiz Quijano (Cali).
6. Nostalgia, de Edisson Duarte Restrepo (Armenia).
7. Buenos días mundo, mundo, buenos días, de Wilson Leandro Múnera Gutiérrez (Yarumal, Antioquia).
8. Enésimo día en cuarentena, de Luis Carlos Vélez Barrios (Armenia).
9. Salsa y melancolía, de Jenny Valencia Alzate Pereira).
10. Lo que queda en pie, de Jonathan Roberto Rincón Prieto (Sogamoso, Boyacá).
Aquí, algunos de los textos finalistas:
Como si fuera un abrigo
Hay mucho de irrealidad en esta experiencia, tengo el lujo de sentir estas cosas porque no me ocupo de lo urgente: mi nevera rebosa, no debo cuidar de nadie, no cumplo un horario virtual, ni laboral ni académico, es decir soy “dueña de mi mundo” (mientras mis incipientes ahorros y exuberante apoyo familiar me lo permita).
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Todo esto configura un paisaje muy “cómodo”, como esos vestidos que parecen quedarnos perfectos, y la gente los alaba, mientras contenemos el aire y sonreímos y posamos para la foto, suplicando en silencio estar a solas para tirarlo junto a la ropa sucia.
Quedé “varada” en una casa ajena a mis afectos, en un pueblo del que desconozco todo y junto a un hombre que me estima, pero no es mi compañero. Hay algo de teatro en esta historia, como si hubieran elegido un bucólico escenario, un par de pintorescos personajes y los temas tenebrosos de siempre, el tipo de películas que contiene ataúdes. Intentamos deslizarnos con calma y con cierta alegría por las horas, pero los toboganes a veces se recalientan con el sol y sus puntas afiladas nos laceran.
Nuestros delirios se escuchan como las ratas que corren por el techo, mientras hay luz parecen no existir, pero dales un trozo de oscuridad y sus fauces hambrientas aparecen. No soy fácil, de ninguna manera, tengo un temperamento ambivalente, puedo ser muy obstinada, caprichosa, no sé pedir disculpas y me siento herida con suma facilidad. Siempre he cargado con todo esto, pero ahora tengo toda la eternidad para roerlo, no hay Wi Fi para perderme de vista, mi biblioteca está a dos horas de aquí y un estreñimiento metafórico y literal se aposenta en mi cuerpo. Todo el mundo carga con estas cosas, pero “el afuera” nos salva, nos maquilla, nos distrae. Quedarme sola, adentro, me deja escuchar las goteras, las filtraciones densas de mi consciencia.
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A veces me avergüenza comer tan bien, donar tan poco, escribir infantilmente. No quiero ufanarme de todo lo que se me ofrece con tanta facilidad, tengo la sensación de que le agradezco al vacío por estos dones inmerecidos, si pudiera pillar al cartero del azar lo perseguiría por estas calles desoladas y le haría la devolución de estos presentes, le gritaría que se ha equivocado de dirección: seguro que esta casa amplia e iluminada le sirve a una familia numerosa, seguro que otros comensales pueden alimentarse de nuestros platos, seguro que a una mejor hija le corresponde mi madre, seguro que hay una amante más sensata para este hombre prodigioso, seguro que a una poeta más comprometida mis palabras le calzarían mejor.
Una vez le dije a un amigo que quisiera quitarme la vida como si fuera un abrigo y poder ofrecerla a alguien que tiembla, esta noche es así, pero no encuentro la manera de desnudarme y es probable que mi abrigo apeste.
Alejandra Lerma
***
#QuedarmeEnCasa – Una poética del aislamiento
Puerta y pulmones cerrados a los monstruos del exterior. Aire que entra, pero no sale. Música que se cuela por las rendijas. Silencio. Silencio. Silencio. Los pasos, confinados en 48 m2, conducen al mismo sitio: adentro. Las palabras tampoco quieren salir: se atascan entre la garganta y el paladar. Debo teclear la soledad y, a pesar de las circunstancias, esta me es esquiva. La puerta se transforma en ventanas innumerables: una es la que me permite robar un poco de sol cada mañana, para que el calcio se fije en mí; otra, la que me deja acercarme a mi hijo y a mi familia tras la pantalla; una más, la ventana de los domingos para hablar con los amigos de los libros y las películas que nos han sorprendido los últimos días; la cita médica remota para analizar los últimos dolores y el resultado de los exámenes; o la ventana diaria por la que me comunico con mis estudiantes para enseñarles a escribir y a investigar; también está la ventana de la #RealidadReal que permite que un gato del vecindario se cuele y deje sus huellas por toda la casa; y aquella que me obliga a diligenciar informes, informes, informes. Si bien, la vida se reduce a un espacio mínimo y compacto, a una rutina de trabajo que se duplica, al paisaje del desorden cotidiano y a un insomnio extraño, todo es apacible. No me dejo contagiar por el pánico de las cifras que aparecen a mis espaldas. Sé que la muerte se ha tomado las calles, sé que algunos amigos han caído, sé que en medio de todo también se revela el dolor de la pérdida… Pero yo intento aislarme del monopolio de la muerte. Me dejo a merced de las palabras, de su esencia y su poesía, de las páginas e historias que abren postigos a otras dimensiones, de las imágenes que revelan ciudades oscuras y desconocidas por las que transito con placer, dejando que los sucesos me tomen por sorpresa, mientras comienzo a sospechar que las ciudades “verdaderas” ya no existen. A mi lado, mientras todo esto ocurre en escenarios que quisiera dibujar y construir por mi propia mano, la vida sigue, el verde se despierta y hasta permite que me alimente de él. El único contacto con la vida de afuera son los encargos (insumos de aseo, mercado orgánico, ¡chocolates!) que llegan a domicilio y que deben ser pasados por el filtro del alcohol y la desinfección, dado que todo lo que entra podría estar “contaminado”. Me he vuelto experta en “tomar distancia” (mucho mejor que en las izadas de bandera del colegio) a pesar de los besos y abrazos que recibo, en no dejarme contagiar (aunque no sé muy bien de qué), en no acercarme a la orilla del miedo y en #QuedarmeEnCasa. Sé que algo en mí ha cambiado. Llego a la conclusión de siempre (“deberían prohibir la realidad”) y espero no tener que volver a salir nunca más.
Sandra Uribe Pérez
* Los demás textos ganadores se irán publicando en el transcurso de la semana.