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En los últimos 10 años la artista colombiana Luz Helena Marín Guzmán ha vivido en 11 casas, tres países y ocho ciudades diferentes. Se siente cansada. Dice que tiene ganas de tirar las anclas y establecerse en un solo lugar para empezar a botar raíces. El destino, el desamor, el amor, la vida y la pandemia, de alguna forma, la han tenido aferrada a un solo sitio durante los últimos tres años. Vive en Wolfsburg, una pequeña ciudad en el norte de Alemania, que apenas supera los 120 mil habitantes.
Desde ese pequeño rincón del mundo, conocido por ser la sede de la Volkswagen y la casa de un equipo de fútbol que juega con un uniforme verde (Wolfsburgo), Marín Guzmán acaba de escribir un capítulo más para la novela de su vida. Hace un mes su obra ganó el Wolfsburg Arti Prize, un premio que otorga la Asociación Artística de la ciudad. Más de 90 obras concursaron en esta bienal de arte. En la edición de 2018 la obra de esta bogotana, que nació en 1980, había llegado al podio de la convocatoria, pero no había ocupado el escalón más alto.
El concurso de este año invitaba a los artistas a reflexionar sobre un concepto tan etéreo como necesario: la energía. Sin saber entender muy bien el norte de su apuesta, Luz Helena Marín pidió a sus contactos en Facebook que le enviaran una foto que mostrara lo que veían desde sus ventanas. En menos de un mes recolectó más de 200.
“Amigos y desconocidos me enviaron imágenes desde Colombia, Australia, Catar, Egipto, Sudáfrica e Italia. Todas las personas estaban viviendo en cuarentena y las imágenes que me enviaban daban cuenta de un anhelo”. El anhelo de estar surcando las nubes, de respirar aire puro, de extender los brazos y respirar. “De alguna forma esas fotos registran la manera como todos resistimos esta situación tan terrible que nos obligó a tomarnos una pausa”.
Con la técnica “dedo sobre pantalla”, Luz Helena Guzmán intervino -con la ayuda de herramientas en su celular- las fotos que le llegaron. Desde entonces no solo es una restauradora y conservadora de arte, una especialista en estudios culturales, una pintora o una grabadora de vidrio, sino también “La dama de la nube”.
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“Casi todas las fotos que me llegaron mostraban nubes, entonces lo que hice fue dibujar sobre esas figuras. Como si fuera un juego de niños. La energía la obtuve de allí. De ese envío masivo de fotos y de anhelos”. Intervenir los anhelos ajenos le hizo pensar en el suyo: que nada vuelva a ser como antes.
“No soy muy fan de los seres humanos y creo que somos una especie terrible que estamos llevando el planeta al límite, que es una cosa estúpida, porque los que vivimos aquí somos nosotros. Lo mejor de todo es que sin nosotros allá afuera todo florece, todo se limpia. Los animales vuelven a su hábitat, los ríos siguen su curso y el mundo sigue girando. Ojalá que esta situación nos haga reflexionar y que cuando esto acabe el anhelo no sea solo ir de fiesta, sino pensar que podemos y debemos cambiar nuestro modo de vivir”. No somos prescindibles.
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A lo largo de su vida, Guzmán Marín ha desarrollado una fascinación por las imágenes y cómo se pueden contar historias con ellas, a través de ellas o por culpa de ellas. Esta historia, en resumen, es una imagen más de aquel dicho que reza que nadie es profeta en su tierra. Danke dir, Luz Helena.