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Enfrentarse a un cuento de Borges es tratar de entender un laberinto cuyas paredes son las ideas abstractas y cuyo fin parece ser no más que un reflejo irónico de la propia búsqueda. Sin embargo, si se toma en serio resulta ser un trabajo fructuoso, pues detrás de la prosa compleja se encuentran ideas filosóficas que nos hacen cuestionar la manera en la que ordenamos nuestro universo. No hay mejor ejemplo que el cuento Tlön Uqbar Orbius Tertius, publicado en el libro Ficciones en 1944. En este, Borges crea un universo paralelo en el cual invierte la más peligrosa de las estructuras: la gramática. Un tema que a pesar de sonar seco y pretencioso, al analizarse con cuidado, puede llegar a ser sumamente interesante.
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El cuento en sí es un ejemplo de clásica metaficción borgeana. Comienza como un relato anecdótico del día en el que él y su compañero Bioy Casares encontraron un artículo de en el Anglo-American Cyclopaedia sobre el planeta Tlön. Después de un gran esfuerzo, Borges, el narrador, se entera de que el planeta fue inventado por un excéntrico millonario americano. Entre más avanza el relato más se da cuenta el lector de que todo es fabricado, incluyendo el anécdota en sí. El artículo de enciclopedia, claro, es sobre un planeta inventado. El libro del que está basado el artículo, y la persona que lo escribió, también. La historia sobre haber encontrado este artículo de enciclopedia, y la enciclopedia misma, son inventados. Así empezamos, de la mano de Borges, a hundirnos más y más en la metaficción. El lector entiende, pues, que no puede confiar en nada de lo que se presenta como la verdad.
Dentro de los varios papeles que Borges supuestamente descubre sobre este planeta se encuentra una detallada descripción de su cosmología, que difiere de la nuestra primariamente por su distinta concepción de la gramática.
En primer lugar, en Tlön el universo consiste de una serie de procesos mentales que no se desenvuelven en el espacio sino de forma sucesiva en el tiempo.
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La importancia que se le da al tiempo sobre el espacio se demuestra gramaticalmente en la falta de sustantivos, que para nosotros son objetos en el espacio. Si la idea de un espacio estático no existe, los objetos dentro de él tampoco pueden existir. El universo de Tlön le da importancia al cambio, a la evolución constante de todo. Por eso, una cosa no puede ser la misma en más de dos instantes, y el sustantivo, que le da nombre propio a algo que perdura por mucho tiempo, no tiene por qué existir cómo más que una metáfora.
"El mundo para ellos no es un concurso de objetos en el espacio; es una serie heterogénea de actos independientes. Es sucesivo, temporal, no espacial. Por ejemplo: no hay palabra que corresponda a la palabra luna, pero hay un verbo que sería en español lunecer o lunar".
El lenguaje, sin embargo, en vez de ser menos rico lo es más, pues lo que para nosotros sería un sustantivo para ellos se crea al unir muchos adjetivos, y se refiere a un objeto en una posición específica, en un momento específico, en vez de generalizar de la manera que lo hacemos nosotros al empezar primero con los sustantivos y luego agregarles descripciones. Los “sustantivos” posibles se vuelven infinitos.
No se dice luna: se dice aéreo-claro sobre oscuro-redondo o anaranjado-tenue-de-cielo o cualquier otra agregación.
La palabra, el símbolo que se usa para representar una cosa, está mucho más cercanamente atada a la particularidad de lo que representa en Tlön que en nuestro universo. En cambio, Borges dice que los sustantivos para nosotros tienen principalmente un valor metafórico. Al ser un intento de captar la realidad, la metáfora no es más que un espejismo, una tradición de mentir, ya que las palabras nunca van a capturar una experiencia completa y las imágenes que crean son apenas aproximativas. Al no atribuirle importancia al espacio, Borges crea un universo secuencial donde nada es seguro después del instante en el que se percibe. La consecuencia de esto es un caos infinito imposible de entender, organizar, o nombrar. Resulta que nuestra creencia en los sustantivos no es más que la extensión de nuestra perdurante creencia en el espacio estático y nuestro innato deseo de ordenar lo inordenable.
¿Con qué quedamos? Está claro que Borges no busca promover la erradicación de todo sustantivo, ni la creencia de que un planeta como Tlön existe o siquiera debería existir. Lo que hace es usar su gramática ficticia como una especie de espejo a la fragilidad de las premisas que cimientan nuestra propia. Esto, para Borges, es el propósito de toda ficción. Al proponer un cuento que sea notablemente absurdo, nos revela los cuentos que nosotros tomamos como inviolables parámetros de la realidad.
"Tlön será un laberinto, pero es un laberinto urdido por hombres, un laberinto destinado a que lo descifren los hombres".
Nos obliga a preguntarnos, ¿cuáles son las consecuencias de llamarle silla a una variedad interminable de objetos? O aún más importante, ¿cuál es la consecuencia de llamarle amor a una variedad incontenible de sentimientos y relaciones? Entramos aquí al indomable territorio de los límites del lenguaje. Nace así el género de escritura de Borges y su salto radical de ensayos realistas a ficción absurda que usa su artificialidad para confundir al lector entre ficción y realidad.