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La conservación de un mar de montañas

Una familia de origen alemán se ha encargado de conservar un bosque del Macizo Colombiano durante 90 años. Hoy los herederos del predio, conocido como la reserva natural Meremberg, quieren convertirlo en un centro para la investigación científica y académica.

Laura Villamil Barrera
13 de julio de 2020 - 10:57 p. m.
La casa que construyeron Karl Kohlsdorf y Elfriede Oertel a inicios de los años 30 en la reserva Meremberg, permanece intacta.
La casa que construyeron Karl Kohlsdorf y Elfriede Oertel a inicios de los años 30 en la reserva Meremberg, permanece intacta.
Foto: Fundación Merenberg - Fundación Merenberg
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Eran tiempos legendarios. Cuando las vacas compartían el potrero con venados del bosque y las dantas y los osos de anteojos poblaban los alrededores. Cuando los pumas no sufrían de hambre ni les temían a los humanos. Cuando sentarse bajo un árbol era la oportunidad de contemplar un desfile de vida silvestre protagonizado por monos aulladores y churucos, armadillos, ardillas, culebras y comadrejas. Eran los tiempos en los que Karl Kohlsdorf y Elfriede Oertel, alemanes de origen, empezaban a acomodarse en los bosques de niebla y robles del municipio de La Plata (Huila), en la cordillera Central, para fundar su hogar y la que sería la primera iniciativa de conservación privada del país.

“Mi abuelo Karl nació en 1886. Se graduó como agrónomo y fue experto en cacao. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, fue soldado y cayó prisionero en Marruecos. Más tarde fue trasladado a Francia y allí conoció a mi abuela. Se casaron y tuvieron una granja en la frontera con Polonia, pero por la depresión del 29 decidieron venir a Colombia, donde mi abuelo había sido profesor de agronomía, entre 1920 y 1924, en la Universidad Nacional en Bogotá”, cuenta Svanhild Büch, quien en los últimos seis años se ha dedicado a escudriñar en su historia familiar y a corroborar con cartas, escrituras, fotos y diarios la contribución invaluable que hicieron sus padres y abuelos para la conservación del lugar que encontraron.

Karl llegó en 1930 y emprendió, junto con otros alemanes, un viaje hacia el Huila. A lomo de caballo inspeccionaron esa tierra fértil y decidieron adquirir el equivalente a seis mil hectáreas. Según los registros, la propiedad se dividió en varias fincas que recibieron nombres alemanes. La de Karl se llamó Meremberg, que significa mar de montañas. Más tarde, en 1932, Elfriede llegó al lugar en compañía de sus hijos Mechthild y Helmut. “En una carta, ella describió que entraron al predio empapados y llenos de barro. Solo hasta ese momento supieron que no había casa; mi abuelo la construyó un tiempo después y sigue estando intacta. Aprendieron a alimentarse de maíz y fríjoles, y les fascinó la naturaleza”, cuenta Svanhild.

Un hogar que se convirtió en reserva natural

Una década más tarde, en 1942, dice Svanhild, se inició la construcción de la carretera para conectar a Meremberg con el casco urbano de La Plata; una obra que atrajo a invasores de tierras. “Eran personas que no respetaban la propiedad privada. Querían arrasar con el bosque bajo el argumento de que los árboles estaban para aprovecharse. Más tarde, mis abuelos perdieron algunos terrenos porque no fueron capaces de defenderlos”.

En la misma época en la que transcurría la construcción, Mechthild regresó a Alemania para recibir un tratamiento por glaucoma que le permitió conservar el 80 % de la visión en un ojo. “Eso fue durante la Segunda Guerra Mundial, por eso, después de someterse a los procedimientos médicos, se especializó como enfermera y conoció a mi padre, Günther Büch, quien era soldado. Él fue herido en combate y ella fue la encargada de su recuperación. Se casaron en 1947 y en 1948 llegaron a Colombia, cuando mi abuelo ya había muerto, en 1945”.

La presencia de la joven pareja en Meremberg revitalizó los ideales de conservación que Karl instituyó para enfrentar las amenazas que los colonos campesinos generaron sobre los ecosistemas. Al respecto, Günther consignó en un relato: “Ya todo era distinto cuando aparecí en la región. Los animales silvestres, perseguidos por los cazadores, aprendieron a esconderse. Los sobrevivientes se retiraban de la zona colonizada. Me gustaba observar a la última pareja de osos hormigueros. Un día vi solo uno de ellos y, al día siguiente, su cueva, bajo un tronco viejo, quedó vacía para siempre. Los monos churucos, fáciles de distinguir por su piel negra de lana larga y sus gritos rítmicos, churuc-churuc, eran bastante apetecidos por los cazadores. En 1975 conté tres, dos, uno, ninguno...”.

Esa sensibilidad de Günther frente al legado de su nueva familia, sumada a la convicción de Mechthild de proteger el legado de su padre, los llevaron a prohibir la caza y la tala en la propiedad. También a buscar el apoyo del entonces Instituto Nacional de los Recursos Naturales Renovables y del Ambiente (Inderena) para declarar a Meremberg como una reserva natural privada, un aval inédito que alcanzaron en 1970.

La riqueza biológica de Meremberg

Luis Germán Naranjo, director de Conservación y Gobernanza de WWF Colombia, escuchó por primera vez de Meremberg en 1981. Acababa de llegar a Cali para ser profesor del Departamento de Biología en la Universidad del Valle y, entre relatos de estudiantes y colegas, se enteró de que este lugar, que para entonces ya se había constituido como una fundación por decisión de Günther, era el epicentro de múltiples investigaciones científicas y académicas relacionadas con su biodiversidad. “Cuando fui, me cautivó por muchas razones: un sistema productivo de ganadería muy respetuoso, una casa que parecía trasladada de los bosques de selva negra (en el sureste de Alemania) al Macizo Colombiano y unos bosques de roble hermosos”.

La importancia biológica de Meremberg, cuenta Luis Germán, tiene que ver con que está dentro del corredor que conecta dos áreas protegidas: el Parque Nacional Natural Cueva de los Guácharos y el Parque Nacional Natural Puracé. También con su cercanía a los bosques andinoamazónicos, lo que explica en buena medida esa diversidad compuesta por cusumbos, guaguas, armadillos y más de 190 especies de aves, además de decenas de especies de flora como roble blanco, cedro rosado, pino colombiano y diferentes tipos de palmas.

“Allí han realizado 76 nuevos registros de especies para la ciencia, lo que demuestra su importante potencial para la investigación y la conservación de la región”, dice Carlos Mauricio Herrera, especialista de áreas protegidas y estrategias de conservación en WWF Colombia, quien ha estado respaldando el desarrollo de un plan de manejo que permita que Meremberg mantenga y restaure ecosistemas de bosque de niebla, relictos de roble blanco y humedales; preserve los hábitats y corredores de las especies de flora y fauna, y conserve las condiciones ambientales de las que dependen servicios ecosistémicos como la regulación hídrica.

“Además, nos interesa que la historia de la familia quede bien incorporada en toda la planificación de la reserva para rescatar su memoria y mostrar que realmente están haciendo una contribución muy importante al poner su predio al servicio de la conservación”, cuenta Herrera, y añade que la organización también está acompañando a Svanhild en el proceso de inscripción de la reserva como una Reserva Natural de la Sociedad Civil del Sistema Nacional de Áreas Protegidas, un título que actualizará el que fue otorgado por el Inderena hace 40 años.

Una contribución a la ciencia

“Quiero cerrar mi historia familiar con broche de oro”, dice Svanhild, para referirse a las ambiciones que la ocupan desde que su padre falleció en 2012. La principal es retomar el sueño que les interrumpió la violencia de la región entre los inicios de los 90 y 2010: convertir a Meremberg en un centro para la investigación científica y académica. Esto es algo que, dice Luis Germán, “Günther pudo lograr a cierta escala. A comienzos de los años 80, allí hubo investigadores que hicieron tesis de grado que se convirtieron en clásicos de historia natural aplicada a la conservación en una época en la que la biología de la conservación no existía”.

Promover el turismo, especialmente el científico; publicar un libro de fotografías que haga evidentes los aportes de Meremberg a la conservación y la literatura académica; reforestar los potreros para incrementar la cobertura de bosque (hoy tanto los primeros como los segundos ocupan, individualmente, 150 hectáreas), y educar guías locales para generar sentido de pertenencia e ingresos en las comunidades aledañas, son otros de los pendientes que tiene Svanhild como presidenta de la Fundación Meremberg. “Pero lo que más quiero es que al fin los esfuerzos de mi familia se conviertan en un legado para el país. Es la madre de las reservas privadas y no se puede dejar morir”, concluye ella.

Por Laura Villamil Barrera

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