Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Los historiadores en cierto sentido somos atrevidos, aunque nuestra imagen en apariencia no lo devele. Vivimos un momento crucial para la humanidad y creo, sin temor de llegar al equívoco, somos los cientistas sociales los más animados en estos meses, tratando de registrar todo aquello que se nos presenta. Bien decía un meme de particular ironía, donde el personaje Chester "Snake", o más conocido como el ladrón con chaqueta de los Simpsons, dice, vaya, con que así se siente, a una frase que en el tope rezaba: Cuando los historiadores les toca vivir un evento histórico significativo a nivel global. Quisiera hacerles una breve reseña de algunas plagas y pandemias y cómo hoy nos afecta en la toma de decisiones.
La primera plaga registrada por la humanidad fue la peste de Atenas, una epidemia que afectó la ciudad-estado en el año 430 a. C., en pleno siglo de oro ateniense, con su gran estratega al mando, Pericles. Esta plaga se dice entró por el puerto, única fuente de comida y provisiones, por ello se extendió rápidamente en la ciudad superpoblada y con sus energías con miras en la guerra del Peloponeso. El historiador Tucídides describió en su libro la llegada de la epidemia, que comenzó en Etiopía, atravesó Egipto y Libia y llegó luego al mundo griego. Atenas perdió posiblemente un tercio de su población. Gracias a esta pandemia hubo un cambio con las teocracias y se fortaleció la democracia y el papel del ciudadano (no de la ciudadana). Luego vinieron numerosas plagas y epidemias con el Imperio Romano, entendiendo que esto sucedió en su extenso territorio que iba desde Inglaterra hasta África. Pandemias de larga duración con millones de muertos. Pestes con pocas posibilidades medicas para controlarlas y con una facilidad de propagación que atenuó en su gravedad.
Era el año 1348 y aparece en escena la famosa Peste Negra, elemento clave para entender algunos procesos en la historia de occidente, tales como el feudalismo, gente que vivía encerrada en estas ciudades amuralladas al mando de los señores feudales y líderes religiosos, que controlaban a una población con un 90 % de analfabetismo, siempre con el leitmotiv del miedo latente de las invasiones. La mitad de la población europea murió a varios factores, la plaga entró por la ciudad de Venecia, una ciudad muy comercial en aquel entonces y con ello llegaron las pulgas que viajaban por las ciudades encima de las ratas. Estos roedores que vivían a sus anchas en las ciudades ya que hubo varias matanzas de gatos por considerarlos demoniacos (como hoy dirán del 5G hace en el covid19). Lo otro para considerar es la higiene, tan escasa como los gatos de aquel entonces, percibieron que la “enfermedad” viajaba en los tejidos sucios, por ello prohibieron desde la entrada de barcos con estos enceres, hasta quemar la ropa de enfermos y de los extranjeros que ellos según decían podían contener la peste. Este tipo de acontecimientos situaron una crisis en ciertas creencias supersticiosas de la religión católica, aunque la iglesia era quien daba la directriz de cómo manejar la peste. Por ejemplo, el término cuarentena viene de los cuarenta días que Jesús estuvo ayunando en el desierto, ya que se creía, la peste era una maldición divina, una respuesta de dios por nuestro mal comportamiento, por lo tanto, se vinculaba automáticamente todo aquello que no tuviera respuesta científica al ámbito religioso, un encierro de 40 días que trajo consecuencias interesantes, como dice Michel Foucault, el cambio de mirada, pusieron el foco en el cuerpo, en sus placeres, en su humanidad. Una de las lecturas interesantes de aquella época es el libro El Decamerón, de Giovanni Boccaccio, escrito según se dice, durante la pandemia, trata de un grupo de jóvenes, siete mujeres y tres hombres, que huyen de la plaga, y terminan cada uno contando diferentes historias. Algo que me evoca un poco a las discusiones en redes sociales del deber o no, tomar este tiempo de cuarentena para hacer, aprender o aprovecharla desde una lógica productiva. Ahí cada quien elige. El Decamerón es un texto escrito o no durante la pandemia, un ejemplo de narrar su contemporaneidad y creo muchos cientistas sociales estamos enfocados en ese aspecto, narrar nuestro hoy para ser una voz en el futuro.
Después de esto, ¿Qué podemos sacar de bueno? Es muy difícil contestar porque estamos en pleno desarrollo, decir si saldremos mejores o peores, no hay una respuesta, hay expectativa. Como historiadores sabemos, al igual que hoy, vemos la peste negra con todas sus aristas y como esta, por ejemplo, castigó a los que menos recursos tenían para defenderse, al igual vemos cómo generó cambios desde el punto de vista de la producción humana. Una de ellas fue la crisis de la ciudad amurallada, generando cambios arquitectónicos posteriores. Hubo críticas a una religión que se mostró incapaz, por sí misma, desde sus rituales, a resolver tal situación. Se presentaron avances en la ciencia y en la fe en la ciencia. Un nuevo planteamiento filosófico de cómo pensar al hombre. El giro del teocentrismo al antropocentrismo, culminando un siglo después en el Renacimiento, y en el humanismo. El arte sale de los palacios y se hace transportable, viaja en caballete, comenzando a pintar historias con seres humanos, con campesinos, con anónimos. Si pensamos lo que costaba la transmisión de conocimiento en aquella época, ya que los ricos habían monopolizado el aprendizaje, los libros y las universidades, veremos un gran avanza en términos de educación poblacional y con la imprenta, se empezó una revolución, poder discutir las ideas y su posterior difusión, marcó lo que hemos llamado la historia moderna. Si bien un proceso de pensamiento y de cambio, que antes tardaban más o menos un siglo, hoy gracias a las grandes innovaciones nos vemos con una extensa literatura científica necesaria para consolidar nuestra sociedad, nadie dice o debería decir que tiene que ocurrir una peste o una guerra para que haya cambios de pensamiento, sino intentamos ver y aprender de sus consecuencias.
Sigamos con las pandemias, la fiebre amarilla, o como se le llamó por primera vez “vómito negro” tuvo sus primeras victimas en las Américas por el año de 1647, un siglo mas tarde pasó a llamarse tal y como la conocemos. Algunos médicos sostenían que su etiología era producida por los miasmas, pero ya en el siglo XIX un médico francés sugirió la idea del mosquito como posible agente vector. Se había comenzado a presumir que la cuna de la enfermedad estaba en África y que fueron los esclavos africanos quienes habrían traído supuestamente una inmunidad que no poseían los europeos o los americanos. En buena parte del cono sur si vemos con detalle, los registros de Brasil y Argentina, un buen número de muertes fue en la población afrodescendiente, número que en el caso de la nación gaucha fue tan alta, que hoy tienen una escasa población afro-argentina, que su vecina Uruguay.
La gripe española de 1918, con un nombre inapropiado ya que en realidad nace en Estados Unidos durante el último año de la Primera Guerra Mundial, un contingente importante de soldados norteamericanos sale de la base en Kansas rumbo a Francia, contagiando a soldados aliados, que luego contagiarían a los británicos. Lo interesante para analizar es, en aquella época estos países tenían una alta censura en el ejercicio del periodismo, ellos impedían contar las consecuencias de la alta mortalidad de esta peste porque se sumaria a los muertos generados por la guerra misma. España por su parte, al no ser participe directo de la guerra, informaba constantemente sobre la gripe. Todos los países que recibían noticias de la nación ibérica, comenzaron a llamarla, la gripe española, donde murieron más de 50 millones de personas en Europa y Asia, y unos cientos de miles en las Américas. Un golpe a la demografía y como siempre ocurre, la mayoría de las victimas fueron los mas pobres. También se empezó acusar de manera deliberada, como hoy con los chinos, a otros por las consecuencias de la pandemia, un momento que abre espacio para los racistas, los intolerantes, los ignorantes.
En el caso de Colombia recientemente circuló por redes una carta de 1918 escrita por Laureano Gómez, quien fue luego presidente de la nación, donde relató el impacto de la pandemia de la siguiente manera: Aquí hay de nuevo una epidemia de gripa que tiene alarmada la ciudad. Por lo pronto tiene paralizada la vida; las oficinas están casi todas cerradas; los colegios lo mismo; se han suspendido los exámenes hasta en las facultades; se han ordenado cerrar teatros y cines y por las calles no se encuentra un alma de noche. Al principio fué cosa de risa: todo el mundo estornudando. Pero luego empezó una forma que llaman cerebral y empezó a morir gente de repente en la calle, especialmente entre los obreros. El pánico ha ido creciendo. Los entierros pasan continuamente. El problema se ha agravado por los sepultureros unos están enfermos, otros se han muerto en el oficio, no se consigue quien quiera hacerse cargo de él y según dicen, hay momentos en que más de cien cadáveres esperan regados en los corredores de las bóvedas que los pongan bajo la tierra. Por de contado nadie quiere ir al Cementerio y los entierros, aun los de personas notables, van sin acompañantes. (…) Las autoridades han dejado mucho que desear. (…) por eso podrás calcular la estupidez del Alcalde… se dedicará a socorrer a los horizontales, que como duermen siempre bien abrigados, son los que menos necesitan auxilio.
Para finalizar, ¿podemos escribir alguna vez la historia definitiva de algo? una pregunta ambiciosa y compleja, que Hobsbawm lanzó en su libro Sobre la historia. Tenemos ahora una crisis institucional a gran escala, hemos visto una Unión Europea mas fragmentada que durante la pugna del Brexit, el sistema neoliberal develando sus fisuras que permearon parte de esta crisis, ya que los sistemas de salud en el mundo fueron puestos a prueba, ¿seguiremos con un modelo privado o publico de salud?, también vemos, y cito de nuevo a Hobsbawm, "La destrucción del pasado, o más bien de los mecanismos sociales que vinculan la experiencia contemporánea del individuo con la de generaciones anteriores, es uno de los fenómenos más característicos y extraños de las postrimerías del siglo XX. En su mayor parte, los jóvenes, hombres y mujeres, de este final de siglo crecen en una suerte de presente permanente sin relación orgánica alguna con el pasado del tiempo en el que viven”. Aprender de la historia nos ayudará a tomar medidas mas precisas para las próximas pandemias, por nuestro lado seguiremos registrando nuestra historia para que las futuras generaciones nos lean y lleguen a tomar mejores decisiones que nosotros. “La realidad tiene la desconcertante costumbre de enfrentarnos a lo inesperado”, nos advirtió Hannah Arendt.