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Yolanda Reyes fue lectora antes de aprender a leer. En su memoria resuenan los relatos de tradición oral que su abuela le contaba, como la historia caribeña de La cucarachita Martínez. Los cuentos de Hans Christian Andersen, como Patito feo, también formaron parte de sus primeros recuerdos de lectura.
La literatura la ha acompañado a transitar diferentes tiempos de su vida. Lo que lee va alimentando lo que anda pensando o lo que está escribiendo.
Cuando leyó El extranjero, de Albert Camus, sintió una herida. Al terminar esa novela supo que se encontraba en otro momento de la vida. Luego leyó autores latinoamericanos como Cortázar y Sábato, que ante las preponderantes formas de lo real, maravilloso y de las novelas de la exuberancia latinoamericana, le mostraron miradas urbanas, más cercanas a ella, para escribir.
Es autora de libros como El terror de sexto b, Los años terribles, Pasajera en tránsito, Qué raro que me llame Federico y La poética de la infancia.
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Cuando le preguntan, como tantas veces, por las categorías y las fronteras de la literatura infantil y juvenil responde que en estas escrituras hay temas y trabajos del lenguaje específicos, aunque “a veces no se sabe bien quién va a ser el lector de ese libro o cuál es el escritor dentro de uno que está hablando ese libro y a veces están hablando dos momentos de la vida o más. Todos tenemos capas, como las matrioshka. Y la edad que tenemos ahora también nos remite a otras edades que tuvimos, en las que nos formamos y crecimos, y están ahí, no se van. Muchas de las emociones o de las reacciones de los días comunes y corrientes tienen que ver con eso que aprendimos, con eso que nos dijeron que éramos y con esas primeras emociones que sentimos y como las vivimos. Todo eso es parte del mundo del escritor y a veces va más hacia un lado, a veces bucea más hacia el otro, a veces tiene claras las franjas o las edades. Sé distinguir si estoy escribiendo para alguien de primera infancia o una novela para adultos, pero en la mitad hay muchas otras gamas”.
Hoy en día lee a Siri Hustvedt y Virginia Woolf; varias veces se ha adentrado en Una habitación propia y siempre le ha encontrado una lectura diferente.
Cursó estudios de educación y literatura en Colombia y en España. Y en los años ochenta comenzó su oficio de promotora de lectura en la Fundación Casa Rafael Pombo, en el barrio bogotano La Candelaria. “Me di cuenta de esa división tan grande entre ser maestra de lectura y ser alguien que está en una biblioteca proponiendo otras formas de leer y mirando otras edades que la escuela no considera, como la primera infancia, o públicos que están por fuera del sistema escolar”. Desde entonces le interesa trascender la idea de la tarea escolar y de que quien no está en la escolaridad formal no se inicia en la lectura: la lectura, añade, es más que lo alfabético.
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Yolanda Reyes fue una de las fundadoras del jardín infantil Espantapájaros, que tiene como enfoque las artes y la lectura, pues la literatura “ayuda a mirarte por dentro, te ayuda a hablar con tu mundo psíquico. Leer literatura es entrar en el mundo psíquico de alguien, en el mundo emocional y en el pensamiento. Cuando tú exploras el mundo interior de un autor y aprendes a conversar con mundos interiores de otros, estás pensando en tu vida interior, estás buscando esos sedimentos de la vida interior que te conectan con los demás y eso es muy impresionante para la formación de una mente y para la educación emocional, también para el pensamiento, para la vida cognitiva”.
Reyes no decidió ser escritora. Su necesidad de poner en palabras aquello que no sabía cómo nombrar la fueron llevando a su escritura; estudió literatura sabiendo que quería escribir, así fuese algo aún lejano. Cree que ser escritor no solo se compone de borradores y tiempo de trabajo, también de que los demás reconozcan que escribe: “La vida es una construcción que avanza hacia lo que uno quiere ser, pero no está puesto en un plano de la conciencia. Hay un momento clave para mí en el que descubrí que los libros para niños tenían una fuerza muy grande y una calidad literaria muy grande, y eso tiene que ver con mi trabajo en la Fundación Rafael Pombo. Sentí que había un campo en el que me interesaba mucho trabajar”.
Encuentra en la lectura un acto de libertad, que se pierde cuando hay algoritmos que espían lo que leemos, en qué plataformas, cuánto tiempo, cuántas páginas: “Cuando buscamos un libro de papel buscamos también una postura del mundo, una relación con un objeto cultural que nos trae voces de otros lugares, que no nos interrumpe. Me parece que eso ha sido también interesante para el libro de papel: en su antigüedad está su maravilla”.
Ante la aparición de nuevas redes bibliotecarias con programas de promoción de lectura, para Reyes hay que seguir insistiendo en abrir las bibliotecas “de par en par”, que los libros vayan a las casas y pasen de mano en mano, “que salgan a los parques, que no estén en estanterías inertes”.
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Reflexiona sobre la escritura, sobre los géneros literarios, sobre la ficción y su enlace a la experiencia vital. “Los límites cada vez son más imprecisos, por fortuna. Ahora con la idea de que en el ensayo caben ciertas posibilidades de la ficción y en la ficción ciertas posibilidades del ensayo, creo que los géneros están aceptando ese borramiento de fronteras y eso hace que todo sea más móvil, más difuso y que no haya un marco previo, aunque pienso que el autor se sitúa frente a lo que quiere escribir y va pensando en una manera, en una intención, en un enfoque, y eso tiene que ver con lo que ha leído antes y con la manera en que se organizan las escrituras en el mundo cultural. Un escritor siempre está inmerso en un mundo cultural que le habla y que le recuerda marcos que además lo han enmarcado ya. Ahora, la posibilidad de hacer ensayos que no estén tan enmarcados en el formato tradicional llamado ensayo… Las posibilidades de mezclar el yo con la omnisciencia”.
¿Y cómo describe su vínculo con la literatura?
Para mí es un lugar al que voy, casi todos los días, para hablar conmigo misma o para hablar con mi espíritu, con quien soy yo cuando nadie me está mirando.