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Un conejo parlanchín que viste chaleco y usa reloj de bolsillo, un lirón que se duerme echando cuentos, una oruga que fuma narguile y da consejos, una tortuga que llora narrando historias. Animales que hablan y que sienten como los humanos ocupan las páginas del clásico universal Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll.
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La niña protagonista sostiene diálogos con animales que expresan sentimientos humanos. Una urraca, por ejemplo, lanza una frase de este tenor: “No tengo más remedio que irme a casa; el sereno de la noche no le sienta bien a mi garganta”.
Y en un debate con Alicia, otras especies hacen gala de su lógica y su inteligencia. Dice la liebre: “Sería como decir que da lo mismo afirmar que ‘me gusta cuanto tengo’ que ‘tengo cuanto me gusta’”. Dice el lirón: “Valdría tanto como querer afirmar que da igual decir ‘respiro cuando duermo’ que ‘duermo cuando respiro’”.
Mientras hablaban en inglés no hubo problema, pero cuando aprendieron el chino se armó el lío. La obra fue traducida a ese idioma y un gobernador militar prohibió su lectura porque, según su parecer, poner a los animales al mismo nivel de los humanos era un mensaje desastroso para los niños.
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El escritor español Diego Arboleda, autor de Prohibido leer a Lewis Carroll, rastreó las huellas de esa censura en la hemeroteca de Singapur y encontró el registro de la noticia en un diario de 1931. The Straits Times tituló: “Historias de animales que hablan no gustan en Hunan”.
El lead de la noticia destacaba que Alicia en el país de las maravillas quedaba prohibido en los colegios y citaba textualmente al general Ho Chin, gobernador de la provincia. “Osos, leones y otras bestias no pueden usar lenguaje humano, y atribuirles a ellos dicho poder es un insulto a la raza humana”.
Con esa descalificación y con la orden oficial de prohibir el texto, loros, patos, dodos, aguiluchos, cangrejos, canarios, liebres, orugas, gatos, ratones y tortugas perdieron el derecho a hablar en una provincia china.
Arboleda hace una reflexión: “En una cultura con una tradición del cuento fantástico tan rica como China, el general prohibía el libro de Carroll porque había animales que hablaban”.
La contradicción quedó escrita en los anales de la historia de la censura, porque un diario convirtió en noticia la decisión de un hombre de prohibir que los animales hablen en los cuentos.