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En Los analfabetas encontramos la mezcla de la juventud y la ancestralidad de la poesía. Aquí habita una parte de la historia de Colombia y de la mujer colombiana. Los poemas de María Paz Guerrero se encuentran impregnados de violencia y tradiciones. Con cierta frecuencia encontramos conceptos a lo largo de este libro que, para la autora, significan los siguiente: tradición: una raíz de un árbol que rompe el andén; amor: la escucha, un diluvio; silencio: lo que podría no existir; creación: pensar; fantasía: una máscara con una mueca que arruga nariz, boca y pómulos; tiempo: una cantidad de polvo; poesía: un canto muy agudo, casi insoportable; juventud: alguien que trota durante dos horas; cotidianidad; lavar la loza en pandemia, y soledad: devolverse del trabajo en Transmilenio.
Guerrero nació en Bogotá el 3 de mayo de 1982. Estudió literatura en la Universidad de los Andes y literatura comparada en la Universidad de la Sorbonne-Nouvelle de París. Para 2018 publicó el libro Dios también es una perra (editorial Cajón de Sastre). Actualmente es docente del Departamento de Creación Literaria de la Universidad Central.
María Paz Guerrero habló para El Espectador, y relata el trabajo que realizó junto con Alejandra Hernández, quien realizó las diferentes ilustraciones que danzan en conjunto con los poemas y cómo la poesía ayuda a la construcción de la memoria colectiva y la historia de un país. Le invitamos a leer: Los versos profanos de una monja
Viendo la relación que hay entre los poemas y las ilustraciones, ¿cómo fue ese trabajo en conjunto con Alejandra Hernández?
La colección de poesía de La Jaula propone una colaboración entre el texto poético y el lenguaje visual. Cuando seleccionaron mi poemario llamaron a Alejandra Hernández para que construyera su propio lenguaje visual a partir de su lectura del poemario. Los dibujos no son ilustraciones. El equipo editorial articula los dos lenguajes, el poema y el dibujo, en el objeto-libro.
Los poemas que se encuentran escritos en “desorden” dejan que el lector los organice según su interpretación, ¿qué intención hay en plasmar los poemas de maneras no convencionales?
En Los analfabetas hay una exploración de la palabra en el espacio de la página. Los poemas hablan de situaciones de violencia y esto me llevó, de manera natural, a fracturar el orden lineal de la frase. A veces cambio las grafías, no solo en su tipo sino también en su tamaño, para trabajar la textura del verso. La palabra se riega o se acumula, también se sedimenta. Es una escritura que tiende a la partitura con una intención rítmica.
¿Qué representan en su vida los lugares que se mencionan a lo largo del libro, como México y lugares específicos de Colombia?
Comala es un lugar mítico y, tal vez, originario de la dureza y la desigualdad. Después aparece un bus lleno de gente, la ciudad habitada por indios o el ruido del tráfico de la calle. Podría ser un paisaje urbano de Latinoamérica, en general. También se nombra con especificidad la flora, la fauna y el clima propios de nuestra geografía. En los poemas que insisten en lo propio del territorio hay escenas de violencia. La pregunta es por qué tanto horror en esa geografía.
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A lo largo de la lectura se evidencian las costumbres colombianas desde diferentes perspectivas, ¿cómo desde la poesía podemos ayudar a la construcción de nuestra memoria colectiva?
La costumbre de batir el chocolate con molinillo y amasar arepas, la del payaso que anuncia la bandeja ejecutiva con megáfono, la de tapar un hueco en la calle con una cobija, la de ir de paseo en Metrocable. Estas escenas no están puestas ahí para describir y fijar una manera de ser de lo colombiano. Se trata, más bien, de capturar en esas acciones formas extrañas, grietas del sentido por la vía del lenguaje. Así, los poemas dan cuenta de una comunidad cuya memoria colectiva estaría operando como un coro de inválidos.
¿Cómo la poesía ayuda a escribir la historia de nuestro país?
Para mí la poesía es como los huesos de la historia. No creo que deba aludir a hechos concretos para ser política. La imagen poética contiene las fuerzas de una época sin ser referencial. En Los analfabetas hay poemas que aluden a hechos de la violencia como los cuerpos descuartizados, los hijos bobos de los campesinos que son presa fácil, una comuna en la que sucedió algo atroz. Todas son imágenes que están pulsando en el texto y no admiten definición de qué suceso preciso se trata, de quién es la víctima y quién el victimario. La poesía construye una historia analfabeta, por fuera de toda casilla. Esta es una historia a golpes.
¿Cómo es el vínculo del acto creador entre sus clases y sus escritos?
Procuro que las clases sean un laboratorio de creación lo más cercano posible a la experiencia que se tiene cuando se escribe. Una clase es una escritura en colectivo: todos pensando sobre el texto de manera horizontal. Este ejercicio es muy enriquecedor porque mantiene activo el músculo de la creación solo que, en este caso, no apunta al lenguaje propio sino al de los otros. Es como si el lenguaje se ampliara.
¿El contacto constante con jóvenes influyó en el trabajo de Los analfabetas?
Los analfabetas son burros niños, pero también viejos con caja de dientes. El tema de la educación aparece en sus múltiples manifestaciones de poder, desde el conocimiento que se imparte con una superioridad colonial, hasta el estudiante que desarrolla la máxima agresividad contra el aprendizaje. En el medio, están los burros que tienen su propia manera de leer rompiendo la página y de escribir repitiendo sílabas, como poetas. Qué lugar hay para el pensamiento en ese espacio de violencia. Esa es la pregunta.
¿Cuáles enseñanzas les ha dejado a sus estudiantes para que encuentren siempre una razón para escribir?
La que ellos me dejan a mí: la flexibilidad y el humor. Los estudiantes son ágiles y tenaces, como esos cangrejos color arena que uno se encuentra en la playa. Creo que leer cavando en los textos, hasta llegar al centro de la tierra, al fuego, que además no existe, es la mejor manera de ser escritor.