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A algunos les puede resultar exagerado utilizar la palabra regocijo para definir la experiencia de leer a un filósofo, así se trate de Kant, Sartre, Hegel, Nietzsche, Heidegger. Pero es la más apropiada para referirse a George Steiner cuando se mueve por la frontera entre filosofía y literatura, tan apasionante como la de periodismo y literatura. (Le puede interesar: García Márquez desde las cenizas).
En Lecciones de los maestros (Ediciones Siruela-Debolsillo), el filósofo francés, faro del pensamiento contemporáneo, ganador del Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades (2001), el autor que fue la última lectura de José Saramago antes de morir —según le contó a El Espectador Pilar del Río, la viuda del Nobel—, cumple lo que aprendió de Wittgenstein en Cambridge: “Tal vez sea como poesía como mejor se exprese la filosofía”.
Este libro es un alucinante viaje por la historia de la transmisión del conocimiento a través de maestros y discípulos: Empédocles y Pitágoras, los métodos pedagógicos de Sócrates, con la práctica del ejemplo como patrón, vistos por Platón; la técnica de preguntas y respuestas, basada en la refutación; la especulación política y filosófica desde Aristófanes; las proposiciones de Fausto hacia sus discípulos en Marlowe, Milton, Eliot, Valéry, Goethe, Don Quijote y Sancho, Sherlock Holmes y Watson; la indagación y la autoindagación en busca del equilibrio del alma que conduce a la rectitud moral y a la justicia, a la búsqueda poética pregonada por Sófocles. Lea también: Murió George Steiner, filósofo y crítico de literatura francés
Steiner condensa aquí su vida como discípulo y maestro de filósofos y literatos, de la que se había jubilado tras 27 años de dictar un seminario de doctorado en Ginebra. Y no lo hace apoyándose en una elevada retórica, sino amparado por una prosa musicalizada con el ir y venir de la ficción, haciendo realidad el verso de Paul Celan, su poeta de cabecera: cuando soy más yo es cuando soy tú.
Más que un ensayo de largo aliento, plantea una novela de intriga: Platón ausente a la hora de la muerte de Sócrates; Empédocles acompañado por su alumno hasta el borde del cráter; Jesús de Nazaret negado por Pedro; la adopción espiritual de Flaubert hacia el joven Maupassant, luego de que el autor de Madame Bovary leyera el cuento Bola de sebo. Querencias y malquerencias. ¿Cuánto aprendió el uno del otro? ¿Cuánto se llegaron a querer y a odiar? Con la teoría del erotismo intelectual de por medio, va de la idolatría al repudio, pasando por desconfianzas, indignidades, deslealtades, abandonos, persuasiones, confrontaciones, rebeliones, antagonismos.
La mejor forma de entender la evolución de las ideas, de descubrir la relación Kafka-Brod, con licencia para leerse, validarse o incinerarse. El caso de Husserl y su alumno Heidegger, que lo negará en “una de las traiciones más tristes de la historia del pensamiento”. Las escuelas filosóficas y las influencias de Spinoza, Lévinas, Beaufret, Habermas, Derrida, Bataille. Un capítulo para la Ilustración, Voltaire, Diderot. Incluso Napoleón, a cuyo régimen Steiner le atribuye la paradoja de la consolidación del “magisterio formal del intelecto, las jerarquías de lo pedagógico”, luego universalizadas por medio de los estudios humanísticos y la formación científica.
Y de vuelta a la literatura: Dante y el encuentro en el Infierno entre Peregrino y Brunetto —hora tras hora/ me enseñábais que el hombre se hace eterno—, “la autoeducación” de Shakespeare, la poesía que instruye de Pessoa. Steiner riguroso y brillante. El Steiner precoz que creció en Alemania en tiempos de Hitler, políglota hecho genio en universidades de Estados Unidos como Princeton, madurando al lado de Einstein y Oppenheimer, que irrumpió en la literatura con un soberbio parangón entre Tolstói y Dostoievski, que mereció durante tres décadas las páginas de The New Yorker. El mismo Steiner irreverente de ojos pícaros y sonrisa burlona, que nos deja su obra a los 90 y en 2009 escandalizó a la almidonada Universidad de Cambridge, donde fue catedrático, con la publicación de Los libros que nunca he escrito. Una de sus obras inconclusas fue Los lenguajes del Eros, un ensayo en el que hacía un recorrido por la historia del sexo e incluía sus propias experiencias y exploraba incluso la líbido de los sordomudos.
El Steiner descubierto por algunos colombianos cuando escribió el cuento A las cinco de la tarde, la historia de un grupo de poetas mexicanos que viaja a Medellín con la misión de enfrentar la violencia del narcotráfico invocando a Homero, García Lorca, Octavio Paz. Pero la cultura mafiosa implantada por Pablo Escobar y Gonzalo Rodríguez Gacha tiene otros planes. Con Cúcuta, Bucaramanga, Manizales, el río Magdalena, el secuestro y la vida en “uno de los países más peligrosos del mundo” de por medio, los versos terminan siendo el homenaje a un sicario. ¿La poesía triunfa sobre el crimen? Hay que leerlo en el capítulo de cierre de Los logócratas (Ediciones Siruela), otro bello libro que recoge su “descenso a las entrañas” propias y a las raíces del lenguaje. El cuento, una bien lograda estructura de 46 páginas, se derrumba con un final efectista. Él mismo ha reconocido su fracaso en el mundo de la ficción. Tituló su autobiografía Errata, porque su filosofía de vida inspirada en Beckett era: “Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor”.
En Lecciones de los maestros Steiner plantea una cruzada por el rescate del aprendizaje basado en la memoria, “la Madre de las Musas”. Que la hayan eliminado de los programas en la escuela y la academia era para él “una desastrosa estupidez”. Su advertencia del peligro del “alfabetismo electrónico” si no es puesto al servicio del diálogo como herramienta pedagógica al estilo socrático. El rescate de la palabra hablada, del cara a cara en busca de la verdad, de la lectura en voz alta que nos legaron los sofistas. La reivindicación de la música como arte supremo; Mozart, Bach, Beethoven, Schubert, Wagner, la historia de Naia Boulanger, “la profesora más grande que ha habido desde Sócrates”. Y una utopía: la búsqueda de la espiritualidad que tiende a la extinción del ego, lección de los maestros zen.
Debe ser una obra de consulta permanente para quienes quieran comprender lo que Steiner llama “el misterio de la enseñanza” como profesión, como acto de amor. La máxima realización de este profesor no es la erudición, sino haber sido un “mensajero” que trascendió a través de alumnos de los cinco continentes. Con sus lecciones enseña a dilucidar al maestro ideal, aquel que “prende el fuego en un alma naciente… pone una obsesión en el camino”. El júbilo, según Steiner. La “mayor maravilla”, según Ovidio. A dejar en evidencia a aquel que se acomoda en la “rutina pedagógica”, que “instila el aburrimiento, el gas metano del hastío”, con unas metas utilitarias capaces de destruir “lo más íntimo de la integridad de un niño o adulto”.
Demuestra cómo la antienseñanza está cerca de ser la norma y la causa de muchos de los males de la humanidad. “La enseñanza asesina que ha matado en millones de personas las matemáticas, la filosofía, la poesía”. Deja en los maestros de hoy la imperiosa obligación de sembrar “el hambre de significado”, la libido sciendi (deseo de conocimiento), en una generación dispersa que no le encuentra sentido al conocimiento. La sociedad debe honrarlos y ellos deben educar para despertar dudas, formar para la disconformidad, la libertad, la autocrítica, es la única escapatoria a la actual “cultura de la ambición y la envidia”. Al menos aprender a pensar, si es que se trata de detractores como Nietzsche y su defensa de la soledad en pro del método creativo, de Sartre con su antipedagogía, de Goethe con su aversión a la academia.
En su delicioso retiro, disfrutaba viendo el fin de la estructura patriarcal de la enseñanza y la avanzada femenina que, según él, renovará la ideología en el siglo XXI. Nunca a gusto con sus propias ideas y conclusiones, se la pasaba de libro en libro, cantando la sabiduría como hacía Sócrates y bailándola como pedía Nietzsche. George Steiner encarnó el verso de Browning: este hombre decidió no Vivir sino Saber.
* Versión de un artículo publicado originalmente en 2011.