“No se puede glorificar la violencia”: Doris Salcedo

Entrevista con la artista colombiana que mañana presenta en Bogotá la obra “Fragmentos”, construida con 37 toneladas de armas que entregaron las Farc.

Nelson Fredy Padilla / npadilla@elespectador.com
09 de diciembre de 2018 - 02:00 a. m.
“Es extraordinario tener el armamento de un conflicto inutilizado en un piso que se convierte en espacio de arte y memoria, para nuevos artistas y para cualquier colombiano”: Doris Salcedo. / Cristian Garavito - El Espectador
“Es extraordinario tener el armamento de un conflicto inutilizado en un piso que se convierte en espacio de arte y memoria, para nuevos artistas y para cualquier colombiano”: Doris Salcedo. / Cristian Garavito - El Espectador
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Al sur de la Casa de Nariño, por la carrera séptima, a una cuadra de la máxima sede del poder político que la guerrilla quiso tomarse por las armas, en medio de las ruinas de adobe de una casa colonial del siglo XIX, el peatón se encontrará con un portón, bajo un restaurado arco de piedra y el número 6B-30. Al lado está el letrero “Fragmentos”, incrustado en el muro. Por entre la forma de las letras transparentes podrá mirar hacia adentro y por entre las hojas de dos magnolios, que donó el Jardín Botánico, verá un edificio de cristal con piso negro.

Es el lugar austero al que desde mañana cualquier colombiano puede entrar para sentir bajo sus pies el producto artístico de la fundición de 37 toneladas de armas largas que la guerrilla de las Farc entregó como parte del proceso de paz, ahora transformadas por la escultora bogotana Doris Salcedo, reconocida a nivel mundial como una de las más influyentes del arte contemporáneo, en 1.300 placas metálicas que cubren 800 metros cuadrados. No bastaba fundirlas. Para darles mayor significado tienen cicatrices hechas a martillazos por mujeres víctimas de violación sexual durante nuestra guerra.

Desde obras escultóricas, como “Atrabiliarios”, completa 30 años de seguimiento sistemático a lo sucedido en este país, a nivel de violencia. ¿Cómo desemboca ese proceso en “Fragmentos”?

Esto es un privilegio para una persona que ha trabajado a partir de los testimonios de las víctimas de violencia. Es realmente extraordinario tener 37 toneladas de armamento inutilizado en un piso que se convierte en espacio de arte y memoria, que se abre para cualquier ciudadano y para que generaciones de artistas, presentes y futuras, sigan elaborando la narrativa del conflicto. Es una continuación de lo que he hecho siempre, que es vacío, silencio y ausencia. Eso ha estado presente en mi obra, pero en esta es aún más importante.

Asimilarla no es fácil. Tal vez muchas personas esperaban una propuesta estética distinta, incluso que simbolizara algo de la belleza de la paz. Pero acá estamos sobre un piso helado, constancia del horror. ¿Cómo explica eso?

La belleza tenía que estar de plano eliminada en esta obra. Me parecía inmoral otorgarle belleza a unas armas, por eso me negué a hacer un monumento, esto es un contramonumento. Yo creo que el artista tiene que pensar con delicadeza. No se puede glorificar la violencia, hay que criticarla. Recibí estas armas y no podía embellecerlas, sabiendo que han generado tanto dolor, tanta destrucción y tanta muerte. Debían ser intervenidas, pero no monumentalizadas. Yo nunca he presentado la violencia directamente sino, como decía Borges, la inmanencia de un evento que nunca ocurre. Siempre estamos en el filo de la navaja, en un punto muy delicado, en cuanto a qué se dice, qué se calla. El arte es, como decía Lévinas, la profecía del lenguaje, pero no se puede dar la imagen. Yo no puedo presentar la muerte violenta de manera obscena y como es obscena está más allá de toda posibilidad de simbolización. Lo único que puedo hacer es presentar un silencio que genere ecos sobre lo que nos ocurrió. Cada colombiano tiene sus memorias y las traerá a este sitio. En la medida en que pueda caminar este piso, simplemente estar en este espacio, habitarlo en silencio y luego tener discusiones, eso va a permitir entender la intensidad de la guerra.

La esencia de sus obras siempre parte de las víctimas y usted la procesa, pero aquí la siento más ausente, más ambigua.

El testimonio de una víctima de la violencia siempre está en la base de cualquiera de mis obras. Es un requisito sine qua non para la existencia de cada una. Hoy siento que es mi mejor obra, porque yo no estoy presente, porque yo no estoy ahí, es una obra ciento por ciento colectiva; surge de la firma de la paz entre el Gobierno y las Farc, ellos me permitieron la construcción, y es colectiva porque las víctimas le dieron forma al metal, no solo yo; es colectiva porque los arquitectos e ingenieros construyeron sobre ella un edificio; y es colectiva porque no es un sitio que hable del pasado solamente, sino que va hacia el futuro. O sea, es una obra inconclusa, que es un término ideal cuando se habla de arte contemporáneo.

¿Qué pensó al  asumir la responsabilidad de darle significado a más de medio siglo de conflicto?

A finales de noviembre del año pasado empecé a contemplar la idea, cuando supe que el acuerdo de paz implicaba la construcción de tres monumentos. Empecé a dudar acerca de eso; y porque no quería construir un momento, decidí construir la obra.

¿Así surge el  contramonumento?

Sí. Es una obra que no es vertical, que no es jerárquica, que no es monumental ni monumentaliza, que no cuenta una versión grandiosa.

No hay huella de vencedores.

No hay vencedores. En la guerra solo hay perdedores, y todos somos sobrevivientes de guerra. Como escultora mujer no quería hacer un obelisco, obviamente. Me interesa mucho mostrar que los colombianos somos seres civilizados, que podemos desarmar a doce mil milicianos y guerrilleros y desactivar casi nueve mil armas a través de un diálogo, y que el arte puede mostrar eso.

¿Hubo esta vez un mayor desprendimiento de lo que usted pensaba para alimentarse de lo que las mujeres le  aportaban?

No es tan diferente, porque siempre he consultado a las víctimas y siempre he tratado de borrarme, solo que en este caso, abiertamente, la volví más colectiva, aunque venía trabajando con colectivos, como en “Sumando ausencias”, la pieza que hice en la Plaza de Bolívar, cuando perdimos el plebiscito, obra en la que participaron diez mil personas. Aquí el cambio está en que las mujeres que perdieron su cuerpo, que perdieron su capacidad de dirigir su propia vida, de pronto se hacen cargo de esa vida y se hacen cargo de la historia colombiana y le dan forma. Ese gesto es muy importante.

“Sumando ausencias” procesaba el dolor del proceso de paz derrotado en las urnas. Ahora es lo contrario, la celebración del diálogo, del acuerdo, de la firma de la paz, de la entrega y destrucción de las armas.

“Sumando ausencias” era una acción de duelo a la esperanza de una paz duradera y estable. Fue un momento en el que yo sentí que el horror en este país es posible porque a nadie le importa la historia de las víctimas. Si la gente tuviera la historia de las víctimas en su cabeza, probablemente hubiera optado por la paz. La idea era que los que no podían hablar, que los que no se podían manifestar, los muertos, los ausentes, estuvieran presentes en la Plaza de Bolívar, el centro político de Colombia, donde los vivos hacemos nuestras manifestaciones y vamos a gritar nuestras desavenencias con el Estado. Era darles esa oportunidad a los ausentes, que los nombres del 0,7 % de las víctimas que nombramos cubriera la totalidad de la Plaza. Sí era un momento de mucho dolor, pero también toda obra de arte tiene un algo de esperanza, porque es la reafirmación de la vida sin importar que estemos nombrando la muerte. Y “Fragmentos” hace lo mismo, porque invitará a dos artistas cada año a mostrar su perspectiva, su mirada sobre algún aspecto del conflicto. Y no solo artistas, puede haber agrupaciones de víctimas, de excombatientes, va a haber siempre una convocatoria abierta para que quien lo desee participe. En la medida en que se hagan en este piso más y más obras habrá una reafirmación de la vida, pensaremos en nuestra memoria y nos abriremos el camino hacia el futuro.

¿La titula “Fragmentos”, porque se completa en la medida en que cada colombiano ponga su parte dentro de una sociedad fragmentada?

Tiene que ver un poco con todo. Lo más importante es que no haya una historia totalitaria. Es que quienes detentan el poder en este país no solamente detentan la mermelada, sino el cómo se cuenta la historia, quieren dar una versión totalitaria de la historia. Por eso, cuando aparece un documental acerca del proceso de paz se trata de censurar. “Fragmentos” lo que quiere dar es tantas versiones de la historia colombiana como personas visiten este lugar. Todas las versiones deberían converger acá para que lográramos, de pronto, entrever lo que nos es ajeno, lo que no entendemos, todo lo que no aceptamos y lograr un espacio de convivencia pacífica, eso sería ideal, porque hasta ahora lo que tenemos son fragmentos de paz, no estamos recibiendo una paz completa.

Al revisar su archivo del proceso, me impresionó verla frente a los contenedores repletos de armas largas en la planta de fundición de Indumil, en Boyacá. ¿Qué sintió como persona y como artista al recibirlas, viniendo de trabajar con arena bajo el Palacio de Cristal del Museo Reina Sofía, en  un homenaje a los migrantes ahogados en el Mediterráneo? (Lea sobre la obra "Palimpsesto" en Madrid).

Tuve la fortuna de trabajar con el general Álvaro Pico, que dirige la Unidad Policial para la Edificación de la Paz (Unipep) y con un equipo de la Policía absolutamente comprometido con el proceso de paz. Controlaban estas armas el ciento por ciento del tiempo, porque había una necesidad de entregarles a los colombianos la totalidad de las armas, transformada sí, pero la totalidad. Cuando estábamos en Sogamoso y abren estos contenedores sentí, primero, que la posibilidad de destruir armas me daba mucha alegría, pero también me entristecía pensar que al haber desarmado a las Farc, las dejábamos de respetar como parte del conflicto. Era la prueba de que la guerrilla había cumplido su parte y de que nosotros como sociedad colombiana no le habíamos cumplido. Era una cosa ambivalente, agridulce. Por otro lado, nunca había tenido acceso a las armas y de pronto descubro que están absolutamente personalizadas; talladas en la parte de madera, con nombres, con chaquiras, con florecitas, con cintas, completamente decoradas. Me impresionó ver cómo eran las compañeras de estos seres, que su vida dependía de ellas y que ellos consideraban que hacían parte de su identidad.

Antes buscó la materia prima ideal de la escultura y aquí se la dieron. ¿Cambió el proceso creativo?

Eso sí fue extraordinario, porque es una materia que durante muchos años yo aborrecí. Ya me habían propuesto en el pasado hacer monumentos con armas y no había sido capaz de hacerlos.

¿En qué caso?

En el proceso con los paramilitares no fui capaz, no estaba de acuerdo con el proceso, no quería tener ninguna relación con el horror. En este caso, creo que el acuerdo es una pieza de pensamiento impecable, con devoción, con dedicación. Sentí que sí podía acercarme a estas armas y pensé que lo importante era invertir la relación de poder que las armas imponían. Ya no es el personaje armado que literalmente se para sobre los civiles, sino que estamos, nosotros los colombianos, en capacidad entrar, de caminar en un espacio de reflexión y que las armas son como la base o el fundamento conceptual sobre cual podemos erigir este lugar de memoria para pensar un futuro. Este piso tiene una carga simbólica enorme.

¿Qué sintió como testigo de la fundición, durante tres horas a 1.600 grados centígrados?

Emoción. Si yo pudiera, fundiría las armas del planeta entero. Estábamos solamente el general Pico, los de la Unipep y los ingenieros de Indumil. Fue muy emotivo, un acto que dignifica, un momento en que, sin asesinar a nadie, sin disparar una sola bala, sin irrespetar a nadie, se destruyeron nueve mil armas de fuego. (Doris Salcedo, el reloj de arena del arte).

¿Había trabajado alguna vez con el apoyo de fuerza pública?

No, nunca. Fue un encuentro muy importante para mí, también porque los artistas, los intelectuales que nos hemos denominado de izquierda, nos alejamos un poco de lo que puede ser un ser humano como ellos. Tenemos una idea un poco estereotipada de un policía y fue extraordinario cuando empecé a trabajar con ellos y algunos me empezaron a hablar de arte. Uno me impactó, porque me habló de la relación de lo que él veía que yo estaba haciendo y la obra de Marcel Duchamp. De repente uno entiende que la humanidad de ese ser se le revela a uno en todo su esplendor. Es un momento que yo creo que nos enseñaría mucho a los colombianos acerca de que el policía es humano, el soldado es humano, el guerrillero es humano, el paramilitar es humano; y si nosotros entendemos eso, estaremos listos para la reconciliación. Fue una gran lección para mí.

Es el espíritu que yo captó aquí: que no debiera quedar oculta ninguna experiencia frente a la guerra, desde la izquierda hasta la derecha.

Sí, de todos los lados. Este sitio debe ser absolutamente silencioso, porque necesitamos escuchar a esas víctimas, y está vacío para ser llenado con ellas, del bando que sean. Por eso la obra es neutra, a pesar de tener esa carga simbólica enorme, es extrañamente contenida para que permita comprender y acoja experiencias antagónicas. No sabemos cuáles van a llegar, ojalá sean discordantes y antagónicas, porque los diálogos se hacen con los enemigos.

¿Cómo surge el edificio, este lugar y cómo convence al gobierno?

Soy muy consciente de varias cosas: uno, estamos en un país pobre y hacer un monumento inútil sería un escándalo; dos, hay una enorme debilidad institucional en el mundo de las artes y los artistas no tenemos suficientes lugares donde exponer nuestras obras; tres, la ciudad necesita espacios de reflexión, un espacio que abra las puertas al pensamiento de todos colombianos. A raíz de todo esto decidí que como este metal no es estructural, lo único que podría hacer realmente era un piso y el piso en mi obra es una constante. A mí me interesa mucho esa relación, ese mirar hacia abajo me parece que nos humaniza, porque tendemos a no mirar, a olvidar lo que está allí. Llegué a esta conclusión y el edificio se lo propuse al presidente Juan Manuel Santos. Él estuvo de acuerdo y el Ministerio de Cultura, en cabeza de Mariana Garcés, se movió a unas velocidades increíbles e hicieron todo posible. Así, en diez meses, tiempo récord, hicimos la obra y el edificio que la alberga y, paralelamente, un documental sobre todo el proceso.

¿Qué destaca del trabajo en equipo a nivel logístico?

Yo he trabajado con el arquitecto Carlos Granada, los últimos 15 años. Ha colaborado en la elaboración de muchas de mis obras. Hemos viajado por todo el planeta instalando obras en lugares como el Museo de Arte Moderno de Nueva York, en la Tate Modern, en Londres, en el Reina Sofía, en Madrid. Es un arquitecto que conoce, como nadie, qué es y cómo funciona un museo y sus requerimientos para descargar una obra e instalarla. Por eso decidimos trabajar con él en el diseño de un edificio de bajo presupuesto, pero absolutamente funcional. En total, hubo 150 personas, trabajando siete días a la semana, en varios turnos, incluyo desde los técnicos de Indumil, quienes trabajaron en la obra y el edificio, hasta los grupos de mujeres.

El lugar es lo que más me gusta, además de la obra, por su ubicación y porque será la base de un museo.

El sitio es clave porque lo quería lo más cerca posible el máximo centro del poder político de Colombia, para que no fuera marginal, y el Distrito nos donó este lote de 1.200 metros cuadrados. Es un espacio de arte contemporáneo y tenemos tres salas de exposiciones con unas condiciones óptimas de nivel internacional. Un lugar sublime donde cualquier artista puede presentar su obra con muchísima dignidad. Si la experiencia de la víctima no es narrada de una forma digna y elegante no se humaniza.

Ya escogieron a los dos primeros artistas ganadores de la convocatoria que estará vigente cada año, durante los más de 50 años equivalentes al conflicto.

Ya tuvimos la fortuna de escoger a dos grandes artistas, Clemencia Echeverri y Felipe Arturo, con obras muy fuertes, que empiezan a amarrar el conflicto, una más mirando al pasado y la otra mirando el presente desde el arte contemporáneo. Ellos tienen un periodo de unos ocho meses para producir su obra. La diferencia de este lugar con un museo de memoria histórica es que ese podría presentar la camisa ensangrentada de Gaitán, que está contenida dentro del pasado, mientras que un espacio de arte como este piensa, por ejemplo, en el Guernica, de Picasso, una obra que puede estar vigente ahora y siempre, si pensamos en la guerra de Yemen, o de Siria o del Catatumbo, porque se transforma en el tiempo. Es la memoria activa que despierta el arte la que debería manifestarse en este lugar de memoria frente a nuestro conflicto.

¿Por qué es importante que en la primera fase el contramonumento esté vacío?

Porque las Farc cometieron un error histórico cuando ellos prohibieron que se viera a los guerrilleros deponiendo las armas. Ellos lo interpretaban como una derrota, pero dado que la sociedad colombiana no vio esas imágenes, muchas personas dicen que la guerrilla no entregó nada y en realidad entregó 69 toneladas, 37 que usé yo y 32 de municiones que serán usadas en otros dos monumentos. Tenían una capacidad letal, no eran cualquier Galil. Había 5.000 ametralladoras norteamericanas con serial consecutivo de última generación, ametralladoras punto cincuenta. Entonces, es bello que el edifico esté vacío para que las personas entren, vean y sientan que ahí yacen las armas, a ver si los colombianos aprendemos la lección, a ver si aprendemos que sí somos capaces de terminar la guerra a través del diálogo.

¿Cuál había sido su experiencia directa con armas de fuego?

Había hecho una investigación, en Los Ángeles, con pandilleros y había tenido acceso a entrevistar hombres armados, pero es distinto ver una o dos que toneladas de ellas. Esto es estar frente al absurdo del ser humano.

Cuando uno está frente a esa magnitud de armas, ¿cómo lo procesa espiritualmente?

Uich… las armas gritan lo que son, una presencia que se impone, es como si cargaran la historia del mal que han hecho, son objetos absolutamente terribles, desde la perversión del diseño. Pensar que el ser humano se siente y diseñe algo que puede hacer daño de x o y manera, que destruya los órganos de x o y manera es terrible, pero con el equipo estábamos muy conscientes de que lo concreto del proceso de paz está aquí, en este piso. No sabemos si le van a quitar fondos a qué programa del posconflicto, qué va a pasar con los reinsertados, estamos ante muchas cosas que todavía son inciertas; a pesar de que las cifras de violencia han bajado, que hay muchos menos asesinatos, menos víctimas, el que podamos mostrar lo que pasó con las armas es muy importante.

¿La investigación que siempre hace antes de concebir la obra incluyó hablar con exguerrilleros que manipularon las armas o solo a las mujeres violadas?

No. En este caso la preparación vino de entrevistar a las mujeres víctimas de violaciones por parte de hombres armados. Me parece que el acuerdo de paz colombiano tiene un elemento absolutamente extraordinario: que por primera vez tiene una mirada de género, por primera vez las mujeres pueden contar su historia. Llevo 30 años investigando violencia política y de alguna manera no había reflexionado acerca del hecho de que una violación también es un crimen político. Cuando uno las entrevista, hablan de cómo le mataron al marido, de cómo tuvieron que huir con el resto de familia y, de pronto, como una subhistoria, dicen: “es que a mí me violaron”. Eran historias que estaban latentes pero que necesitaba que surgieran y se convirtieran en el centro mismo de la narración. Por eso centré la investigación en este crimen, donde la víctima es asesinada, el cuerpo sobrevive pero la persona es enteramente destruida. ("El arte es el contrapeso de la barbarie").

Esta guerra fue masculina hasta un punto y luego las mujeres también empuñaron armas. ¿Como entendió ese proceso?

Sí. A pesar de que las mujeres estaban utilizando las armas, como las mujeres guerrilleras, ellas también fueron víctimas, en muchos casos por paramilitares, por fuerza pública o dentro de las mismas filas guerrilleras. Tuvieran o no tuvieran armas, las mujeres fueron victimizadas y es una historia que hay que contar. He llegado a comprender que es el crimen más terrible que hay; te destruye a ti mismo, destruye tus relaciones con el otro, con el mundo. Si logramos, como hicimos con este grupo de mujeres, permitirles que cada víctima cuente su historia, que nadie usurpe su voz, desde ahí empezaríamos a escuchar una versión distinta de lo que fue la guerra.

Desde mañana viene  esa oración del alma, evocando a Franz Kafka y a Walter Benjamin, la catarsis de cada cual.

Sí. Ojalá “Fragmentos” captara ese momento mesiánico del que hablaba Benjamin, en el que una imagen del pasado pasaba velozmente al presente y si el presente no la reconocía inmediatamente como algo que le atañe quedaba perdida para siempre. Quisiera que estos momentos especiales se dieran permanentemente, que los trajeran los espectadores con su memoria, que los trajeran los artistas con sus obras, porque es a punta de estos instantes que podremos replantear la historia que nos han contado y construir una nueva narrativa. Sí podemos y aquí está la prueba.

Me dijo que siente “Fragmentos” como su mejor obra. ¿Ahora qué más quisiera hacer sobre violencia?

Hay un universo simbólico en Colombia que excluye a las víctimas, más a unas víctimas que otras, tal vez las víctimas de la guerrilla son un poquito más escuchadas que las de los paramilitares. Hay una ignorancia intencional y quisiera que este proceso de paz y los esfuerzos que hay ahora permitan que todas esas voces sean escuchadas. El reto ahora es tratar de resquebrajar esa narración oficial que tenemos. En algunas partes del país hay personas que consideran que no hubo conflicto. Necesitamos que, a través de esas grietas, surjan las voces de las víctimas que no han sido oídas. Hay ocho millones y medio de historias por contar y a mí y a quienes trabajamos desde el arte nos compete contar eso desde diferentes perspectivas. Pienso que ya es tiempo de no solo trabajar desde Bogotá sino también en las regiones.

¿No ha completado su mirada frente a la violencia?

No, no, no, no.

¿Seguirá pendiente de la violencia eterna que nos deja el narcotráfico?

Lo que permite que haya violencia de narcotráfico, violencia política, violencia social, lo que permite que existan todas las violencias es que las víctimas han sido silenciadas e invisibilizadas. Hay una filósofa que acuñó el término de injusticia testimonial, que se suma a la injusticia política, económica y social. Si de verdad escucháramos el discurso de reclamo de un barrio de Tumaco, tal vez dejaría de ocurrir o por lo menos se mitigaría, pero como no los escuchamos porque este es un país racista, clasista, donde el que está en ciertas regiones no cuenta, ni siquiera se le cree capaz de expresar lo que le ocurre y mucho menos que construya sentido a partir de su experiencia. Si eso no cambia no hay nada. Una vida no alcanza para lo que hay que hacer.

Mientras Doris Salcedo revisaba los detalles finales de “Fragmentos”, llegó Carlos Antonio Lozada, excomandante de las Farc, hoy congresista. Caminó y revisó, junto a sus dos escoltas, un hombre y una mujer que fueron combatientes. Les dije: “ahí están sus fusiles. ¿Qué sienten?”. “Es sobrecogedor”: Lozada. “Me da escalofrío”: la exguerrillera. El otro guardó silencio.

“Si se pueden fundir las armas también se puede fundir el odio”, se oye en el documental de boca de una de las mujeres violadas. Celmira Romero, aseadora que limpió el polvo de las placas hasta que brilló el acero, opinó: “Es emocionante”. Una compañera, que no dio el nombre, dijo: “Este piso huele a sangre. Las Farc me mataron un hermano”.

Yo me hice la promesa de volver, entrar callado y descalzo, para sentir el frío del metal, el silencio de “los tercos fusiles agudos”, como los llamó  García Lorca.

Por Nelson Fredy Padilla / npadilla@elespectador.com

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