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Deja de ser cliché hablar de la magia en el arte cuando este mismo va demostrando que entre palabras se construyen puentes que nos llevan a lugares o personas jamás pensadas. De un texto recordando a Idea Vilariño terminé conociendo la obra de Beatriz Ordoñez Mallarino, y de conocer su obra pasé a conocer su vida y a leer aquella remembranza de cuando empezó guardando en una caja los poemas que surgían de la curiosidad, la admiración y la memoria. Para ella era un juego escribir los versos que su mamá mezclaba con refranes, o los versos que su tío Víctor recitaba y dejaban eco en el mítico Teatro Colón en el centro de Bogotá.
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De la poesía se pueden decir muchas cosas, y ninguna que tendrá que estar sujeta a una única descripción y a los conceptos éticos de lo bueno y lo malo, pues la poesía es válida en tanto invade el corazón de quien la crea y en tanto hace mella en el vacío de quien la escucha y la adopta para paliar sus condenas y sus cadenas.
Para Ordoñez, que escribió en su libro Más allá de lo que en mí perdura: “El poema es la más profunda herida; es la emoción peleándole al olvido. Es el golpe vital, el aguerrido entrañable ladrón de nuestra vida. (…) Escribir poesía es arañar la vida. Es abrir la ventana al mundo entero; encender la mañana y descubrir el rumbo de un alma sin fronteras; encontrar el asombro en quien nos lee; tocarle con cariño el corazón abierto, los ojos encendidos, desbocados los sueños. Es crecer todos juntos como se crece el día a medida que existe. Rimar es encontrar el baile exacto que la emoción nos canta, danzar como se danza solamente en privado, darle vueltas al verso para seguir bailando. Cada palabra pesa como nos pesa el mundo, pero al tiempo es liviana como el aire que insufla el preciso recuerdo. Amar la poesía es palpar el universo”.
La poesía también fue silencio, fue la sombra, que siempre está ahí, que se ve y a la vez no está, que hace presencia sin ocupar un lugar en el espacio, que va tras uno para no abandonarlo. Y lo fue porque entre ese juego de versos de su infancia y el reencuentro pasaron 60 años. Un dato no menor, porque leer la vida es leer entre líneas, y entre esos 60 años están los secretos de su existencia, de lo que para ella es el mundo, el amor, la danza, la naturaleza y todo aquello que la rodea y la determina. Y ese reencuentro de la poesía, tantos amaneceres después, es entonces lo que sugiere que para hallarla, sentirla y parirla hay que vivir. Vivir y todo lo que esas cinco letras implican en cuanto a complejidad, extensión, dolor y destino.
“Yo creo que escribimos para dejar constancia de lo que tenemos dentro. De ese fuego en las entrañas. Personalmente no le temo al olvido, más bien amo el recuerdo”, dice Beatriz Ordoñez, quien ha dejado en su libro sus certezas, sus confesiones, sus anhelos del pasado y del futuro, haciendo de la poesía su canto, su compás para entender el ritmo, a veces frenético, de la vida: “La música encuentra un buen refugio en la poesía y la poesía un buen aliciente y su sustento en la música, porque son manifestaciones artísticas que comparten muchas características, especialmente de ritmo y métrica. El canto ha sido compañero permanente de mi vida, desde que nacieron mis hijas y cuando las llevaba o traía de su colegio (en viajes largos porque vivimos en el campo) y ahora con nuestros nietos; y una de mis dos hijas es cantante profesional”.
Más allá de lo que en mí perdura es el título del libro. Más allá de lo que perdura. Aquello que es más que lo imperecedero, aquello tan fuerte, que justamente se explica desde la poesía y que no tiene su fundamento en el exterior de un verso, que halla en la rima y en esas palabras, que no fueron escogidas al azar, su esencia misma. Lo que perdura, como aquello que Borges mencionó también en un poema que dice Sé que una cosa no hay. Es el olvido; / sé que en la eternidad perdura y arde / lo mucho y lo precioso que he perdido: / esa fragua, esa luna y esa tarde.
“Que perdure la fortuna que he tenido. De vivir, de amar y ser amada, de leer, de cantar, de oír música, de escuchar la vida en mi ventana, y en mis seres queridos. Que mi poesía la sienta quien la lee como si fuera propia, como si hablara de sus sentimientos. Que haga una diferencia. Que me haga vivir más allá de la muerte” concluyó Beatriz Ordoñez Mallarino.