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La Convocatoria Nacional “Poética del aislamiento” ya tiene ganadores

De 150 obras evaluadas por el jurado, veinte quedaron como finalistas y diez resultaron ganadoras. Estas obras literarias serán parte de un nuevo libro digital que albergará la prosa escrita en medio de la pandemia. En este artículo presentamos algunos textos ganadores.

18 de julio de 2020 - 12:06 a. m.
El Magazín Cultura de El Espectador es uno de los promotores de Poética en aislamiento.
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Foto: Archivo Particular
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Buenos días mundo, mundo, buenos días

Buenos días mundo, buenos días poesía del mundo, buenos días mundo plagado de musas en obra negra todavía y silencios por despertar, buenos días día frío de fin de semana en contraste con los corazones no tan solos, buenos días para los que tienen un libro y un café en la mano, y para los que pueden besar y abrazar a alguien, y para los que están solos y se manchan de sueños, y para los que tuvieron insomnio y el bostezo estuvo dormido cuando llegó el alba, y para los que viven al sur del planeta, muy, muy al sur del planeta y para los que van de norte a sur del continente también buenos días, buenos días a los occidentales, y a los orientales buenos días, y a los enfermos, y a los recuperados, y a los doctores que quedaron enfermos, y a los doctores no enfermos que linchan porque van a viajar en metro, y a los doctores no enfermos que viajan en metro sin vestir su ropa de doctor para que no los linchen y luego se visten con su ropa de doctor al llegar al hospital y también para los que solo comparten memes y stalkean buenos días, buenos días para los que hacen poesía en cuarentena, y para los que leen poesía en tiempo real en cuarentena, y para los que odian a los que inundaron de poesía las redes sociales en cuarentena y para los humoristas que hacen humor desde casa, buenos días, Iván, buenos días, buenos días a los que cantan, y a los que lloran, y a los que se quedan en casa y estudian y trabajan desde casa, y a los monjes, y hermanas, y sacerdotes, y funcionarios públicos que asisten a los que están en casa sin trabajo y tienen hambre, y a los habitantes de la calle que están enfrentando quién sabe cómo diablos esta pandemia, y a los que pasan cuarentena lejos de sus familias, y a los que acaban de nacer, también, buenos días, buenos días María José, buenos días Manuela, buenos días Lucho, buenos día familia, buenos días muchachos de Rayuela, buenos días amigos, buenos días a los artistas del mundo, mundo buenos días.

Wilson Leandro Múnera Gutiérrez

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Enésimo día en cuarentena

7:45 a.m. Escucho por televisión el mensaje que ordena la cuarentena, y entiendo que debo cumplirla a rajatabla. Aún en piyama abro la cortina, y asomado a la ventana que da a la calle paso revista a la hilera de fachadas de las casas de dos pisos del barrio. No entiendo por qué la comparo con el ventanal y con el único contacto del caparazón de Gregorio Samsa en su entorno reducido. Consciente de que ahora el presente es tan incierto como el futuro, recurro a mis viejas lecturas en donde encuentro al protagonista descrito por Kafka.

10:16 a.m. Descubro que los minutos de abstracción en el pasado, no permiten escuchar las noticias de la radio. Tomo conciencia de la voz de los periodistas, sus preguntas a los entrevistados, y trato de asimilar los consejos y sugerencias para cumplir sin falta las prevenciones, aceptar y aprovechar de la mejor manera los días en confinamiento.

1:27 p.m. Vuelvo la vista para observar mi biblioteca: los libros pendientes de lectura, arrumados; en los estantes aquellos en lista de espera. Dejo atrás las arbitrariedades, órdenes y contraordenes de quienes, a cambio de protagonismo radial, producen desconcierto y caos con sus informes. En la mesa, frente a Marisela, mi esposa, y mientras desayuno, comento mi intención de llevar un diario.

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4:39 p.m. Voy a mirar por el ventanal de Samsa las nubes oscuras, e imagino la incertidumbre de K ante el muro de El castillo; dudo si lograré cumplir lo planeado, cambiar la que considero una cuarentena kafkiana. Me alegro de esperar en casa, y no fuera del castillo como K. Cuando comparo esta casa con el caparazón, y el interior del bicho creado por Kafka conmigo mismo, siento que somos cautivos. Que ahora abrir la puerta de la calle no significa salir al mundo, sino entrar en él.

7:23 p.m. Recuerdo nostálgico a los amigos billaristas, a Marisela que a la hora de comer murmura aterrorizada: “cuándo volverán mis hijos de España”, y me pregunto: “¿Qué diferencia existe entre encierro y desaparición? ¿Acaso el confinamiento no es otra forma de negar la existencia?”.

11. 57 p.m. Entre atender la radio para entretener el insomnio o apagarla, sabedor de que “a veces el olvido me cura las heridas de la realidad”, intento ignorar al mundo. Trato de mostrarme indiferente al olvido y a la soledad que empieza a reinar poco a poco en mi casa, y observo por el ventanal que, en la calle, como hacía desde el suyo Gregorio Samsa, el vigilante que camina seguido por su perro.

Luis Carlos Vélez Barrios

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Salsa y melancolía

El silencio crece como una enredadera por las calles de la ciudad adormecida; extraño el agite salsero de los viernes por la noche cuando el calor y el hastío fallecen mientras bailamos. Siempre salgo a las seis con cerveza en mano y los pies prestos para reinventar la vida con un timbal de fondo, enlazada a otro cuerpo, dibujando siluetas en las baldosas de un bar. Hoy recorro estas calles desoladas en busca del giro que me ha enviado un lector desde una ciudad distante, y siento que el espíritu tropical de Cali ha entrado en estado de coma, que ella y yo estamos suspendidas en un vacío del tiempo.

Siete días atrás un médico vestido como un astronauta entró a mi morada. Introdujo por las fosas nasales del hombre que amo un palillo del largo de dos dedos índices con algodón en las puntas, lo hizo toser en un papel blanco, le tomó la temperatura, le deseó estar libre del Covid-19. Esta mañana la ruleta del azar nos otorgó un resultado “Negativo”, un empleado del ministerio de salud lo pronunció por teléfono con acento de máquina contestadora.

El tapabocas fucsia me amordaza la sonrisa, hasta la brisa que nace en Buenaventura y desciende arrebatada desde las cinco de la tarde hacia este trópico candente tiene ahora un andar distinto, baja lenta, confinada a la soledad como los habitantes del planeta tierra. Huele a pandebono caliente, espío el camino que recorre ese aroma, me acerco a una panadería rodeada por una cinta amarilla, un trago de saliva me baja por la garganta, hago una señal a la mujer que atiende, compro uno y me lo como mientras camino. En la fila de la empresa de giros recuerdo la mirada de los amigos con los que me he topado por casualidad en los últimos días, por nuestros ojos se desbordan las ganas de abrazarnos, he querido también atravesar las pantallas y tocar el rostro de mi madre, borrar el hambre pintado en los cuerpos de los vagabundos y los migrantes que tienen por hogar estas aceras tristes.

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Recibo los billetes, los pongo en mi bolsillo. Si la pandemia siguiera siendo el conflicto de las películas que vi de niña, y en lugar de este boulevard zombi Cali fuera la ciudad de siempre, me iría a la plaza de san francisco, me tomaría tres birras y observaría a los transeúntes alimentar a las palomas, pero este destino distópico que nos ha tocado en suerte me marca como única opción el regreso hacia mi casa; los mundos posibles narrados en los libros de mi vieja biblioteca, son el único barco que puedo abordar mientras regresan los abrazos y los ecos de un timbal redentor a esta urbe salsera.

Jenny Valencia Alzate

Lo que queda en pie

Sin duda el ejercicio más abundante en esta cuarentena ha sido el de intentar acallar el juicio interno que diariamente me martilla la débil conciencia y que se ha hecho de mármol a fuerza de una repetición patrocinada por mi abuso de redes sociales: “si no sales de esta cuarentena con un nuevo libro escrito o leído, o sin saber otro idioma, entonces no te faltó tiempo; te faltó voluntad”. Con ese mantra martillando mi cabeza me despertaba aterrado ante la posibilidad de desperdiciar un día de la cuarentena y no abrir mi mente a todas las posibilidades de iluminación que tenía en el confinamiento; con un total miedo al ocio que me hacía sentir culpable cada vez que me sentaba a disfrutar de las alocuciones presidenciales al llegar el ocaso. Desempolvé los libros de mi vieja biblioteca y me sumergí en el ejercicio de la lectura, descargué algunos tutoriales acerca de cómo hablar mandarín en dos semanas sin esfuerzo e intenté hornear pan casero. Así me sentía menos inútil y más realizado, a la par que apartaba de mi mente la preocupación por la posibilidad de perder mi empleo, mal remunerado, pero peor es nada. Encontré entre mis olvidados libros algunas cosas de la señora Judith Butler y del señor Jordan Peterson, a quienes imaginé en una contienda pugilística; la que defiende el feminismo y el que no tanto. Para no tener que mediar en mi mente en tal enfrentamiento decidí leerlos a los dos de someramente y dar por cumplida la tarea de ese día. Encontré primeramente un comentario de la filósofa acerca del quiebre de algunos postulados tras el 9/11. Por otro lado, encontré al señor Peterson refiriéndose al mismo tema y afirmar –figuradamente- que lo importante no es lo que se cae, sino lo que queda en pie. Empecé a ver entonces, con las debidas proporciones, el temido virus chino como una experiencia de quiebre frente a la cual lo importante no es lo que cae, sino lo que se mantiene. En medio de tantas teorías conspiranoicas, falsas informaciones y estadísticas inciertas, lo poco que tenemos como certeza es lo que nos ha sostenido y ha hecho este periodo de incertidumbre más llevadero; si bien se trata de un escenario inédito para el cual nadie de nuestra generación y en especial nuestro dirigente se encontraba preparado, sí nos ha ayudado a descubrir lo fundamental de nuestra existencia, lo esencial en nuestra cotidianidad absurda. No se ha tratado, ahora lo descubro, de un concurso de emprendimiento frente al cual debemos salir con un cúmulo de conocimientos y una serie de proyectos productivos que nos enriquecerán; se ha tratado de una experiencia existencial que me ha llevado a confrontarme, a entender qué es lo importante en una sociedad y qué es lo banal, y a darme cuenta de que si me dedicara al pan casero seguramente moriría de hambre. Esa idea de ser millonario en poco tiempo queda descartada, y queda como prioridad absoluta el vivir. El sobrevivir.

Jonathan Roberto Rincón Prieto

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