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Roberto Bolaño, “El hijo de Míster Playa”

Presentamos una reseña sobre El hijo de Míster Playa, perfil biográfico de Roberto Bolaño, escrito por Mónica Maristain.

Daniel Ferreira
16 de agosto de 2020 - 09:30 p. m.
Roberto Bolaño nació en Chile, pero su permanencia en México fue fundamental en su desarrollo literario. De ese relativamente breve, pero intenso periodo en México, surge la matriz temática de sus obras cumbres: "Los detectives salvajes" y "2666".
Roberto Bolaño nació en Chile, pero su permanencia en México fue fundamental en su desarrollo literario. De ese relativamente breve, pero intenso periodo en México, surge la matriz temática de sus obras cumbres: "Los detectives salvajes" y "2666".

Contra ti he intentado irme, alejarme/ La clausura requería velocidad/ Pero finalmente eras tú la que abría la puerta. / Estabas en cualquier cosa que pudiera/ Caminar, llorar, caerse al pozo/ Y desde la claridad me preguntabas por mi salud. / Estoy mal Lola, casi no sueño” -La universidad desconocida.

La periodista argentina Mónica Maristain mantuvo correspondencia con Roberto Bolaño y le siguió la pista tras su muerte. En 2012 publicó un perfil del chileno en la editorial mexicana Almadía, titulado El hijo de Míster Playa (en 2017 hubo reedición chilena en Alquimia Ediciones). Dividido en 18 partes, el perfil fue construido con testimonios directos de algunas de las personas más cercanas al autor, tanto en su país de origen como en los dos de permanencia: México y España. El recorrido por la vida de Bolaño en este libro es cronológico: la infancia, la juventud, la madurez, la muerte y la consagración. Maristain construye con cada una de las partes un ángulo que permite a un fan declarado, como yo, completar imaginariamente el perfil biográfico del autor, apoyada en material directo proveniente de reportería, entrevistas concedidas para un documental, comentarios de prensa y recuerdos propios y ajenos, con todo lo cual logra una yuxtaposición en torno a los momentos significativos, cambios imprevistos, gracias y miserias del autor malherido y sentenciado por una enfermedad hepática crónica, cuya espera en la lista de trasplantes adquiere tintes de pasión.

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La impresión general es que el perfil adolece de algunos testimonios necesarios para completar el retrato: el de la esposa, Carolina López, acaso sea el más sobresaliente. El de la madre que, aunque sobreviviera al hijo, para el tiempo de la investigación ya había fallecido. Y el del poeta y amigo, quien sirviera de modelo para el personaje Ulises Lima, chivo expiatorio de la contracultura mexicana, Mario Santiago Papasquiaro, poeta infrarrealista y borracho de leyenda, desaparecido con antelación al propio Roberto Bolaño. Examinado en detalle, los testimonios de los ausentes se completan con notas, y en la voz recuperada del autor, con citas de algunas entrevistas y con las impresiones externas de quienes los conocieron de cerca, aunque no puedan ser considerados testigos de primera mano.

La madre y los viajes

A través de Victoria Ávalos, Roberto Bolaño emprendió un periplo que sólo terminó cuando se radicó en los años noventas en el pueblo costero de Blanes. Debido a estar aquejada por una enfermedad para la que solo encontró tratamiento en su época en México, la maestra Victoria Ávalos se radicó en la colonia Tepeyac, de la periferia de la Ciudad de México, a comienzo de los años 70, cerca al complejo religioso de la virgen de Guadalupe, donde se le unieron su esposo León Bolaño y sus dos hijos, Roberto y Salomé.

Tras la separación del marido, Victoria Ávalos mudó a España. De nuevo las decisiones de la madre motivaron las migraciones del hijo. Bolaño siguió a su madre y hermana y se instaló como ilegal en los últimos años del franquismo, primero en Barcelona y luego en Gerona. De modo que su arribo a España coincide con el destape español y la ruta del bacalao. No parece muy acorde al mito del autor desarraigado el suponer que lo impenitente del viaje de Bolaño se deba a cierta adherencia a las decisiones familiares más que a la voluntad propia. Sin embargo, el comportamiento de Bolaño en cada viaje sigue la intención de lograr una independencia personal y para hacerlo se apoya en una lógica migratoria, muy latinoamericana, que usa la red de parientes pioneros para sentar los reales propios. El modo en que viajó Bolaño es como viajaron los chilenos expulsados por el pinochetismo, y los colombianos y los ecuatorianos y los peruanos y los centroamericanos y los argentinos, en busca de un refugio alterno al desastre político de sus países y una fuente de ingresos más estable.

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Y aun así, el peso determinante de esa influencia en su vida, la tutelar figura de la madre, parece menos notoria en su obra que la del padre. Maristain tiene una hipótesis interesante para ello: nos identificamos más con el padre con el que tenemos más oposición, o el ausente. En el caso de Bolaño, ese conflicto antagónico es básicamente el de León Bolaño, Míster Playa, su padre ex boxeador, comerciante y mujeriego que refundó una familia en México con una mujer de casi la edad del hijo y con quien se deja de hablar por treinta años a causa de la petición de una herencia anticipada que Bolaño padre tomó como una insolencia por parte de Bolaño hijo.

Papasquiaro y los infrarrealistas

Pareciera que el verdadero destino es la infancia, pero en Bolaño el momento determinante es la juventud en México, mientras la infancia sufre un fenómeno de extrañamiento que tal vez sea una protesta radical a la usurpación democrática de la dictadura militar. De ese relativamente breve, pero intenso periodo en México, surge la matriz temática de sus obras cumbres: Los detectives salvajes y 2666. Mientras Chile ocupa el cielo imaginario de dos de sus obras breves: Nocturno de Chile, Estrella distante, México reaparece constantemente en sus relatos de largo aliento y en sus novelas breves y surrealistas, como Amberes, y en sus cuentos y en su poesía prosaica, como si cada uno de esos cuentos fueran los vasos comunicantes de una obra total interconectada. De modo que México culturiza el pasado chileno de Bolaño y le brinda un nuevo horizonte creativo en el cual plasmar la literaria Santa Teresa y la sublimada Ciudad de México y mudarse allí para vivir un sueño literario. Solo la poesía, de Parra, de Enrique Lihn, y sus oposiciones, a la de Neruda y a la literatura comercial, lo vinculan con la identidad de lo chileno. Chileno, sí, pero chileno de los parrianos, menospreciado por los “pitucos”.

El encuentro con Mario Santiago Papasquiaro crea la aleación entre vida poética (malditismo) y aventura literaria, la oposición de la contracultura a la alta cultura, el camino del medio entre poesía y prosa, que han de ser parte del credo y la declaración de principios en los que Roberto Bolaño fundamenta su estética. El libro de Maristain hace un esfuerzo doble para valorar y situar a Mario Santiago Papasquiaro como influencia primordial: por un lado certificar la existencia del movimiento infrarrealista, como oposición a la cultura oficial encarnada en Octavio Paz, y por otro contrastar los resultados generacionales de los 25 poetas que adhirieron a los cinco manifiestos infrarrealistas.

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La relevancia generacional se desmorona con los resultados del examen rápido. A Papasquiaro lo ronda su leyenda de poeta maldito y su obra disgregada, mientras que Bolaño brilla con el fulgor de un astro rey en la novela latinoamericana y el conjunto generacional pasa desapercibido fuera del ámbito mexicano. Solo queda el certificado con el nacimiento del mito póstumo de los poetas bohemios del Café La Habana, recuperado de manera literaria en Los Detectives Salvajes. Las voces de José Vicente Anaya y Carmen Boullosa sirven para entender cómo se rechazan y se complementan los opuestos, y dan luces sobre las tensiones entre alta y baja cultura del momento y aquello que determina el silencio de los inconformes. Los infrarrealistas eran la vanguardia que los pacistas (fervorosos seguidores de Octavio Paz) negaban. Papasquiaro y Roberto Bolaño siguieron fieles a sus principios juveniles: ser vanguardia y contracultura a la vez.

La posteridad

El retrato de Roberto Bolaño no estaría completo sin las compañeras sentimentales de cada época. Maristain se esfuerza en recoger datos sobre algunas de ellas: la ectoplasmática Edna Lieberman que habría de reescribir el pasado común en un volumen titulado Cartas a mi fantasma, la inefable Lisa Johnson, la determinante Carmen Pérez de Vega. Se le escapan solamente los fantasmas: Lola Paniagua, primera compañera tras su arribo a Barcelona y con quien se fue a vivir una breve temporada en la calle Tallers. Pero consigue humanizar al poeta en sus vicisitudes amorosas, sus hazañas machistas y sus batallas conyugales. No recurre al plan ingrato de ventilar infidencias, ya que el propio poeta las dejó cifradas en el volumen de su poesía reunida, La universidad desconocida, pero abre algunos interrogantes entre las grietas del monumento erigido a su figura en la posteridad. ¿Qué vilezas ha sido capaz de hacer un poeta infrarrealista por amor? ¿Pudo haber abjurado del arte por conquistar el corazón de una muchacha? ¿La biografía de alguien que escribe es básicamente una serie de historias de amor como notas a pie de página o las incesantes pruebas de tenacidad que impone la bibliografía? ¿La vida familiar es la oposición primordial de la creación? ¿Es inocua y válida la función de viuda-vitalicia en plan de “no existió nadie antes ni después de mí” o cómo afecta esa postura la percepción y recepción de la obra?

Los subtemas están documentados y las intervenciones de las voces que cuestionan el mito resultan divertidas y complementarias. El libro está lleno de datos y anáecdotas que iluminan con un pincel de fuego el retrato de Bolaño: las jugarretas que le hacía a un recién llegado Rodrigo Fresán y el humor negro de sus años de enfermedad evocado por Juan Villoro, las reflexiones de Ignacio Echevarría sobre el valor de la obra póstuma y la necesidad de que un archivo de tales dimensiones ameritase un criterio más literario que puramente comercial. La defensa tozuda del padre que reclama a puñetazos un rol más protagónico que simplemente el de progenitor, y la del ex editor Jorge Herralde que celebra saber que un autor descubierto por su sello se haya consagrado como obra indispensable en las letras latinoamericanas, aunque haya perdido su nombre del catálogo en la voraz especulación del mercado. La voz de su madrastra que lo recuerda como probablemente era en los cuatro años eternos que dura la juventud: un perro romántico capaz de tomarse unas cuantas pastillas para vengar la cobardía de una chica que tuvo miedo de vivir con un poeta muy pobre y desconocido.

Llevaba años con ganas de leer este libro. No dudo en recomendarlo a todo aquel que quiera saber un poco más de Bolaño y a los que quieran descubrir cómo se hace un perfil literario sin caer en la solemnidad y el patetismo. Aún así, hay que advertir que cuando Carmen Pérez de Vega narra cómo fue la muerte de Bolaño, solo podemos echarnos al piso a clamar a gritos justicia literaria: ¿Por qué tenías que acordarte de él, dios de los pobres, de él y no precisamente de XYZ (ponga aquí su escritor o escritora más sobrevalorado) que es un verdadero hijo de perra?

Mónica Maristaín, El hijo de Míster Playa, 2012, 2017.

Por Daniel Ferreira

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