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En este momento se me vienen a la mente decenas de imágenes del maestro. Era un hombre fundador, un quijote. Muchos de nosotros empezábamos apenas a entender la dimensión del arte y del teatro y, antes de comprenderlo del todo, ya Santiago nos había seducido y embarcado en la aventura de fundar un teatro. En esa época, año 66, eso era algo inaudito porque no existían los grupos ni las temporadas. Había montajes, puestas en escena, actores y estrenos eventuales con mucha gente. Eran unos actos sociales importantes, pero a la tercera función ya no había público.
Santiago García acompañado por Carlos José Reyes tuvo la iniciativa y los dos convocaron a intelectuales, estudiantes y activistas de la Universidad Nacional. La universidad era el centro del pensamiento independiente. Santiago había llegado de estudiar en los grandes teatros de Europa y Estados Unidos. Fue invitado por la universidad a dirigir la obra Galileo Galilei de Bertolt Brecht y había tenido un conflicto con las directivas de ese entonces porque decomisaron el programa de mano de la obra. (Lea un perfil sobre la vida y obra de Santiago García).
Lo consideraron inconveniente porque había un artículo sobre Robert Oppenheimer en el cual se hablaba del compromiso del artista y del científico con su época. El estreno fue un verdadero acontecimiento. Santiago decidió que la única salida para trabajar en libertad era fundar un teatro independiente. Y nos convocó y lo seguimos. Alquilamos un taller vendiendo bonos a $5.000 en la calle 20 con carrera 13 y allí adaptamos una sala de teatro y otra de exposiciones.
Nos acompañaron varios actores, actrices y directores: Lucy Martínez, Vicky Hernández, Consuelo Luzardo, Celmira Yepes, Gustavo Angarita, Miguel Torres, Edy Armando, Kepa Amuchástegui, Rafael Murillo, Lina Uribe, Carlos Parada, entre otros y otras.
El dinero no existía, lo poco que ingresaba era para pagar la luz y el agua. La única exigencia de los actores y actrices era que hubiera por lo menos 10 personas para la función. Unas amigas ricas nos donaban los vestuarios. Recuerdo que María Arango, una lideresa estudiantil de la Universidad, Peggy Kielland y yo, que venía del nadaísmo, salíamos a la calle a buscar los 10 del público, y les decíamos: “entre señor que esto que va a ver es muy importante para su vida”.
Allí estuvimos año y medio y nos ganamos mucha gente. Cada tres meses estrenábamos una obra. Las escenografías las hacían grandes maestros: Alejandro Obregón, el maestro Enrique Grau, Augusto Rendón, David Manzúr, Humberto Giangriandi y Pedro Alcántara, entre otros, quienes, además, hacían exposiciones en la galería de la casa de la cultura. Pero no pudimos seguir pagando el arriendo de la casa. Martha Traba averiguó que esa casa era de Julio Mario Santo Domingo.
Y cuando se publicó la noticia del cierre inminente de la Casa de la Cultura los de la agencia de arrendamientos nos dijeron que no nos iban a cobrar, pero que nos fuéramos antes de un mes de la casa. Fue duro, pero ya para ese entonces había público y había mucha gente que amaba La Candelaria. Ya teníamos un importante movimiento de opinión que llegó al Concejo de Bogotá, en donde Álvaro Gómez Hurtado, quien lo creyera, fue quien hizo la ponencia a través de Gabriel Melo Guevara.
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Es que Álvaro Gómez, al igual que Gilberto Viera, eran asiduos asistentes a las obras de Santiago. Nos aprobaron trecientos mil pesos, que para nosotros fue una fortuna. Con ese dinero compramos la Casa de la Candelaria y, desde entonces, por voluntad de Santiago y con la ayuda de Rogelio Salmona, quien participó en el diseño de la sala, no hemos dejado un solo día de cuidarla, de ensayar en ella y recibir al público. Es una sala abierta todo el año, todos los días.
Nos hicimos grupo hipnotizados por el maestro Santiago, y decidimos hacer nuestras propias obras. Esa fue otra idea fundante del maestro. Nadie se imaginó que unos aprendices de teatro, que no habíamos tenido en ese momento escuela formal, fuéramos capaces de escribir una obra. Varios actores se retiraron, pero algunos apasionados nos quedamos y aceptamos el desafió. Y nos fuimos a hacer un laboratorio con el TEC.
De ese laboratorio emergió un descubrimiento formidable: la Creación Colectiva. Ahí nos lanzamos a crear y a creer en el grupo. Y lo logramos: montamos Nosotros los Comunes, una obra sobre Los Comuneros. Santiago lo sabía y depositó toda la confianza en nosotros. Y lo logramos, carajo. De esa obra se hicieron 430 funciones.
Desde ahí nos volvimos un laboratorio, un centro de estudios, un espacio de reflexión. Y nadie ni nada nos ha detenido desde entonces; hemos montado más de 100 obras. Santiago nos infundió una energía y una pasión por el teatro inimaginable. Nos enseñó que el proyecto de teatro y de grupo está travesado por el proyecto de país, que ser artista es un privilegio y un goce, pero también una responsabilidad. No solo nos pusimos a estudiar, sino a investigar. Y no solo investigamos sino que llevamos el teatro a los barrios, a los extramuros.
Hoy podemos decirle al maestro Santiago que hemos cumplido, que nos costó trabajo y sacrificio, pero que seguimos siendo grupo, que gracias a él hemos sido capaces de vencer todas las dificultades, que los actores y actrices de La Candelaria, hoy, somos dramaturgos y directoras de festivales, directores y profesores de teatro, poetas, músicos y activistas por la paz, hacemos performances y conformamos otros grupos. Y que todo esto empezó porque había un hombre que se llamaba Santiago García que nos convocó a la más grande y bella de las aventuras; crear mundos posibles y ponerlos a andar en la escena.
Gracias maestro.
* Lideresa del movimiento Artistas por la Paz, directora del Teatro la Candelaria, fundadora de la Corporación Colombiana de Teatro.