Señorita María, Rubén y Camila

Con la presentación de "Señorita María, la falda de la montaña" en el Festival de Cine de Cartagena, los recuerdos de la protagonista se transforman en el drama de otros silenciados. Un comentario acerca de la cinta.

Umberto Senegal
13 de marzo de 2017 - 04:34 p. m.
María Luisa Fuentes tiene 45 años y vive en Boavita, Boyacá. Aquí en la avenida Jiménez, en el centro de Bogotá, durante su encuentro con El Espectador.  Gustavo Torrijos
María Luisa Fuentes tiene 45 años y vive en Boavita, Boyacá. Aquí en la avenida Jiménez, en el centro de Bogotá, durante su encuentro con El Espectador. Gustavo Torrijos

“La vida se fue atravesando solita frente a la cámara. Y por supuesto, la fuerza de la vida es mucho más grande y más hermosa que la de uno”, manifiesta el cineasta colombiano Rubén Mendoza. Escribo sobre aquello que no he visto: Señorita María, la falda de la montaña. Que conozco, en parte, gracias al corto publicitario que circula por YouTube pero, en particular, porque me atrajo mediante el narrativo texto periodístico que del personaje del documental publicó Camila Builes, periodista de El Espectador. María Luisa: la falda de la montaña. Título evocando el suceso en Boavita, Boyacá. Una de las zonas más conservadoras del país. García Márquez no habría quedado impasible al leer este texto, presentando tanto al personaje del documental como a su director, quien culminó satisfecho el largo trabajo de seis años donde se presenta la historia de una campesina transexual.

Avenida Jiménez. En la foto de Gustavo Torrijos, ella bajo su paraguas no es otro ladrillo más en el húmedo entramado de la calle. La ligera lluvia de un anochecer con luces reflejándose sobre el pavimento. La impalpable sonrisa de María Luisa es un furtivo gesto de desencanto. En su bolso de color rojo, no hay muchos objetos. Parece vacío. Como si hubiese tenido prisa para la entrevista. La transeúnte que pasa por su lado, observa con discreta sorpresa. Y el saco beige. Y  la falda azul por sobre la rodilla. Estas medias adheridas a las escuálidas piernas de caminante de montañas, son entristecido complemento de sus zapatos bajitos blancos y el desconsuelo que no puede maquillar. Tras de ella, el vendedor en su carrito ignora la escena. Tal vez nunca verá el documental. 

“Yo amo mis faldas. Odio los pantalones, es que los odio”, confiesa María Luisa. Entonces la prosa de Builes se transfigura en cámara fotográfica. Se llena de significativas luces y sombras. Las tristezas, que andaban por Boavita en las procesiones de semana santa o entre los ruegos a la Virgen de la Estrella, patrona del pueblo, llegan juntas y en los recuerdos de María se transforman en el drama de otros silenciados. La elegante prosa narrativa de Camila señala tanto la singularidad del documento cinematográfico, en la medida que presenta a la protagonista, como el calvario sexual de un individuo que parece removido de la novela La deshumanización de Valter Hugo Mae. Escribe Builes: “María Luisa, en cambio, se encerró en la cocina, aprendió el lenguaje de los animales, el de la naturaleza y se volvió parte de ella”. Se fusionan, en el texto, el crítico pensamiento de la periodista, encarando situaciones propias de los transgéneros; la delineación del protagonista y el acercamiento reflexivo al documental de Mendoza. “Le he pedido a Dios que me cambie. Que sea normalmente una mujer. He soñado con que estoy en embarazo. He soñado con que un tipo me estaba haciendo el amor y que quedé embarazada”, explica María. “Pero usted sabe que es muy poco probable que Dios se convierta en un cirujano y la cambie”. Le dice Mendoza con ironía que tal vez ella no entiende. O compasión de cineasta que aprecia a su personaje. Ferviente como en las procesiones de semana santa, María concluye: “Mi Dios tiene el poder”. Percibo a María, caminando taciturna por los fiordos de Islandia, tras de Sigridur. Deseando que el feo Einar la embarace. Compartiendo con Steindór sus religiosos silencios. Telúrica tristeza donde la soledad y el desamparo no matan al protagonista porque este aprende a convivir con  ambos. Respetable señorita María, si Pedro Lemebel hubiese visto el documental, a usted le habría cepillado su larga cabellera negra. A usted, dama silenciosa de las montañas de Boavita, Lemebel le habría lavado y planchado las faldas.

Por Umberto Senegal

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