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Hay que empezar diciendo que esta no es una de esas series que atrapa en los primeros episodios. De hecho, hay que abrir la imaginación y esperar a que la geometría del contexto esboce sus trazos, y a que los personajes se sitúen, y que los problemas –variados, contemporáneos, dramáticos – emerjan. Y entonces, púm: ocho individuos de ocho latitudes con un poder superespecial, comunicarse entre ellos, corren el riesgo de ser atrapados por la OPB (Organización de Preservación Biológica), la organización que, al parecer, no los quiere más en el mundo.
Se trata de sensates. Una especie de la cual no se sabe mucho, pero de la que hay registro de una minoría que vaga por los rincones del mundo, advertida como anómala para los señores que propenden por el statu quo.
Sus creadores, las hermanos Wachowski, anticiparon que se trataba de una serie de conflictos sociales de ocho desconocidos que se comunican telepáticamente. Pues bien: la historia tiene tanto de bueno como de discutible. Para empezar los aciertos: el primero de ellos sus personajes, revestidos de carisma, apasionados, verosímiles socialmente (aunque inverosímiles por sus acciones. Dos perlas: ¿un buen samaritano como Capheus no sintió conmoción cuando Sun asesinó a los bandidos que, a cambio de matar a su madre, pidieron la niña del “jefe”? ¿Y un regio policía como Will no es tentado por tomar medidas contra un gánster como Wolfgang? Y así podía seguir, pero dije que empezaría hablando de lo bueno).
La circunstancia que tensiona la vida de los sensates es conmovedora, enérgica, audaz, creíble, lo vemos en Nomi, transexual no aceptada por sus padres; en Lito, estrella del cine que esconde su homosexualidad y luego es víctima de la homofobia; en Riley, dj con problemas existenciales (un hijo perdido, la drogas); en Kala, seguidora de las tradiciones de Mumbai, enamorada de un tipo que es su contraparte; en Wolfgang, hijo de la mafia alemana, asesino de su padre y su tío; en Sun, víctima de los valores tradicionales de su padre y de un hermano feroz y pusilánime; en Capheus, un afable sujeto que ama a su madre y lucha por las injusticia que padecen los habitantes de los suburbios de Nairobi; y finalmente Will, destacado policía que lidera la pelea que tiene en riesgo la existencia de su grupo.
Los variopintos escenarios son imbricados con escenas donde se sabe mezclar el drama con la adrenalina, la injusticia social con los prejuicios tradicionalistas, la lujuria con la actitud anti-establishment, donde el color, la acción y, claro, la ciencia ficción explotan potentemente. Y ni hablar de la música de escena. Pasajes muy bien acompañados por una interesante banda sonora que incluye clásicos noventeros (el más recordado What’s Up de 4 Non Blondes). Una vez vista la primera temporada es irresistible no seguir con la segunda. La vitalidad y simpatía de sus protagonistas atan al espectador y, dado que la trama se va desentrañando a medida que transcurren los capítulos, es difícil dejar de verla.
Discutible, por otra parte, me parece la estructura narrativa. Por momentos los flahsbacks resultan abruptos, las introspecciones de los protagonistas carecen de fuerza por el argumento mismo (la ubicua telepatía), el hecho de que los sensates se teletransporten a otros lugares y que permanezcan en su sitio natural a veces genera ruido (miren, por poner un ejemplo, las orgías, bellas, sí, pero ¡¿dónde estaban cada uno de ellos cuándo ocurrió tal?!).
De igual forma, es discutible que la riqueza cultural y territorial que se quiere exponer se pierda en la lengua con la cual se comunican sus personajes, a saber, inglés. Que cambia de acuerdo a su fonética, la de Lito, Kala y Capheus las más notables, pero que pierde la diversidad al no dejar que su lengua madre destile sus exotismos y franquezas.
Y sin embargo sus contenciones ensombrecen sus fallas. Porque Sense8 es una producción que utiliza la ciencia ficción para mostrar problemáticas contemporáneas, de las cuales ninguno es ajeno.
Y de paso revierte ese sesgo con que es advertido el género, esto es, de nerds y estrafalarios seres preocupados por sus videojuegos y sus sapientes conocimientos martianos. (A modo de paréntesis, hay un capítulo de la tercera temporada de Black Mirror que parece estar influencia, a saber, San Junipero).
En fin, diría que si los primeros seis capítulos no engancharon es mejor dejar de verla y, si ocurre lo contrario, no hay que descontinuarla (por fortuna, nos esperan más temporadas). Spoiler asesino: es mejor no observarla después de la medianoche, el sexo sin tapujos exhibido en varios capítulos puede entorpecer el buen sueño. Lo digo por experiencia.