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¿Leer libros traducidos es leer otros libros?

Hace unas semanas hablaba con James -un profesor de Univalle que vivió mucho tiempo en Francia- de la imposibilidad de leer a ciertos autores en su idioma original. Decía él -en una de esas charlas que ni la pandemia más berraca puede extinguir- que no pudo con Céline. A mí se me iluminaron los ojitos, pues me dio la idea para un texto que tenía pendiente: sobre las traducciones y los traductores.

Jaír Villano/ @VillanoJair
26 de agosto de 2020 - 06:25 p. m.
"Pienso en las traducciones y los traductores. ¿Quién se acuerda de ellos? ¿Quién los cita? ¿Quién los sugiere? Pienso en estilistas como Proust, Joyce, Céline, Simone de Beauvoir. Pero piénsese también en un foráneo que quiera saborear la riqueza de Quevedo, de Huidobro, de Borges", escribe Jaír Villano.
"Pienso en las traducciones y los traductores. ¿Quién se acuerda de ellos? ¿Quién los cita? ¿Quién los sugiere? Pienso en estilistas como Proust, Joyce, Céline, Simone de Beauvoir. Pero piénsese también en un foráneo que quiera saborear la riqueza de Quevedo, de Huidobro, de Borges", escribe Jaír Villano.
Foto: Archivo Particular

¿Quién se acuerda de ellos? ¿Quién los cita? ¿Quién los sugiere? No hablo aquí de aquellos que trabajan en una editorial, una universidad, o de los lectores más acuciosos. Pienso en individuos que han leído obras de grandes prosistas y que jamás han ponderado en la persona que les posibilita ese disfrute.

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Pienso en lenguas que a mí en lo personal me atraen y que sé que su traducción mereció un descomunal esfuerzo. Pienso en estilistas como Proust, Joyce, Céline, Simone de Beauvoir; en filósofos como Hegel, Kierkegaard, Heidegger (un amigo dice que el segundo Heidegger tampoco entiende al primero), Sartre (el filósofo de El ser y la nada); en poetas como Baudelaire, Hölderlin, Apollinaire, Ungaretti, Szymborska; incluso en prosas “estándar”, y resalto las comillas, pero eficaces como las de Balzac, Dostoievski, Melville.

Hay una serie de preguntas aún latentes: ¿es posible que el traductor emule el nivel estético del original? ¿Es posible que el lector entienda un autor a pesar de no leerlo en su lengua materna? ¿Qué se pierde y qué se gana en ese traslado?

Un traductor reescribe. Y eso bastaría. Una traducción -por fiel que intente ser- altera, modifica, desnaturaliza. Sobre todo, en géneros donde las palabras son tan significativas -no solo denotan, también connotan-, donde la sintaxis es una apuesta (Walter Benjamin decía que la de Proust era una “sintaxis sin orillas”), donde el ritmo dicta su propia partitura.

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He venido hablando de escritores extranjeros, pero piénsese en un foráneo que quiera saborear la riqueza de Quevedo, de Huidobro, de Borges; que desee sentir el regodeo de los párrafos del Octavio Paz ensayista, que anhele comprender el lunfardo de Roberto Arlt, el lirismo de María Luisa Bombal, la sensibilidad de Idea Vilariño, la ironía de Nicanor Parra; que quiera escuchar la adjetivación en cada libro de Lezama Lima, de Onetti, de García Márquez. Que se proponga asistir a los silencios de Rulfo.

Si lo pensamos así, es posible que sospechemos de los alcances de un traductor. Esas prosas -que escogí al azar- están tan aquilatadas, tan pulidas, que uno presiente que su acento en otro idioma no podría ser igual.

En la misma charla con el docente, otro amigo dijo que intentó leer a Toni Morrison en inglés, y que resultó un propósito fallido. No dudo del bilingüismo de mis colegas, ambos son dos talentosos, pero una cosa es poder comunicarse en otro idioma, y otra saberlo. El saber implica dominio, profundidad, apoderamiento. Hay una pretensión equivocada de aquellos que creen conocer un idioma porque lo hablan, lo escuchan, lo entienden y hasta lo enseñan. En la literatura la cosa es distinta, dado que el tratamiento del lenguaje es en función de un entramado estético.

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Pero me estoy desviando. El punto es que sí creo que una traducción menoscaba la escritura original, porque el traductor es un sujeto, y por ende es subjetivo. Aquí al lado del computador donde escribo tengo las ediciones completas de En busca del tiempo perdido de Carlos Manzano (Debolsillo), algunos ejemplares de Pedro Salinas (Alianza editorial). Y otra que una vieja amistad me obsequió y que se llama A la busca del tiempo perdido, cuya mudada es del reconocido Mauro Armiño, de editorial Valdemar.

La obra original y la traducida son distintas. Es un hecho. No hay nada que hacerle.

Y sin embargo, no creo que por desconocer el ruso o el alemán los hablantes del castellano nos tengamos que privar de Chéjov o Schiller, así como por no saber griego los filósofos de esta parte del mundo se deban abstener de leer a los padres. Tampoco podríamos disfrutar del cine y del teatro, si de eso se tratara.

Es por eso que se me hace discutible la posición del experimentado traductor Miguel Sáenz, quien en un texto para Letras Libres dice: “Mi consejo sincero: no lean libros traducidos, ni siquiera los míos. Aprendan idiomas. En el peor de los casos, lean a Rulfo, a Borges y a Valle-Inclán y tendrán cubiertas por completo sus necesidades básicas”.

Aunque no dudo que con escarbar las minucias de la literatura hispanoamericana, un lector se pueda sentir apacible.

***PD: El martes 01 de septiembre hablaré con Alejandra Lerma, a propósito de su libro No habitar ya la tierra, premio Jorge Isaacs de poesía (2019). Esto en el marco de las actividades culturales que viene desarrollando la librería Expresión Viva de Cali. 19:00. Facebook Live. Todos invitados.

Por Jaír Villano/ @VillanoJair

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