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Tess es una obra vinculada al Naturalismo. No obstante, como el artista no obedece a categorías ni a géneros, puede hablarse de una novela propia del Realismo, social y político, desde la perspectiva de Gyorgy Lukács, quien siempre tuvo como sustrato un tradicional humanismo ético/estético; y desde la óptica de Andrei Tarkovski, quien coincide con él, en tanto a fijar en el ansia de lo absoluto el impulso mayor para el desarrollo de la humanidad, lo que va ligado al concepto de realismo en el arte: “El arte es realista cuando intenta expresar un ideal moral [y más allá ético y, cómo no, político]. El realismo es inclinarse hacia la verdad, y la verdad siempre es bella. Aquí, la categoría estética corresponde a la ética”. (2).
Primera fase: La virgen – Cap. I, 9 a 15. El adulterio: “Sir John Durbeyfield y los “secretillos del bisabuelo” que “nunca contaba nada tocante al origen de nuestra familia”: ocultamiento e hipocresía. (12). El ocultar las intenciones artísticas: duda del cura. (13).
Cap. II, 15 a 23: La literatura como descripción pictórica (16). La religión: protestantismo vs. catolicismo: “Una refutación al agnosticismo”. (21). El alcoholismo de los padres (28).
Cap. III, 23 a 31: Abismos generacionales: entre Joan y Tess, madre e hija, mediaba un abismo de 200 años: “Cuando estaban juntas, se yuxtaponían la época jacobina y la victoriana”. (29). Visión compasiva del arribismo social; apuros y miserias de las clases bajas: no consultan a nadie para traer hijos al mundo. (30).
Cap. IV, 31 a 44: Sangre azul: Abraham a Tess: “¿Te alegra que ahora resulte que somos de sangre azul?” y Tess responde: “A mí no me da frío ni calor”. (38). Los que deciden por los demás: unos decidiendo por otros: “Tenemos una pariente muy rica en Trantridge, y decía madre que, si tú fueras a verla y le dieras a conocer el parentesco, de seguro que hacía por caerte bien”. (39) Muerte de Príncipe, el caballo de Tess, tras un choque con el coche del correo. (41). Hardy continúa presentando parejas de oposición: codicia/austeridad: luego de la muerte de Príncipe: “No mostraban los padres de Tess en sus caras, la encendida cólera que otros más codiciosos hubieran dejado ver. Nadie reconvino a Tess, sino ella misma”. Como prueba de lo anterior, Sir John, el padre de Tess, se niega a vender los restos del caballo al curtidor. Eso sí, en un alarde de clasismo, creciéndose, sacando a relucir su “abolengo”. Culpa por la muerte del caballo: tras su entierro y mientras los demás lloraban, menos Tess, esta “tenía el rostro enjuto y pálido, cual si se juzgase a sí misma como a una asesina”. (44) En realidad, es la diferencia, con el hombre, frente a la muerte y por el amor a la vida, por su natural compasión por el Otro, aquí, un caballo: el único medio de subsistencia de la familia.
Cap. V, 44 a 56: El negocio de compra y venta de Sir John resulta afectado por la muerte de Príncipe. (44). Conversación entre Joan y Tess para que esta vaya a visitar a la pariente rica de The Chase: lugar que va a decidir el triste futuro de Tess, a causa de los actos del “primo” Alec. (45) Aunque Tess afirma: “No vayáis a pensar que me vaya a buscar un novio rico…, que eso es un desatino”. Infancia de Tess. Embajadora de los d’Urberville. (47). Alec contemplaba el masticar de Tess por entre el celaje de humo que ella no adivinó, al mirar con inocencia las rosas que adornaban su pecho que, ahí, “tras la soporífera neblina azul, estaba en germen el trágico infortunio de su drama”. (54). Respecto a “la imperfecta ordenación de las cosas del mundo” en que “rara vez surge la criatura invocada”, quizás quepa la idea de Marx: “Somos juguetes de poderes extraños”, lo mismo que cuando Tess niega que vaya a conseguirse un novio rico. (55) Fin del encuentro entre Tess y su “primo” Alec.
Cap. VI, 55 a 62: Regreso de Tess a Marlott, con pausa en Shaston. Tess va a cuidar gallinas a la casa d’Urberville. Engaño de la carta de la señora d’Urberville a la vista: “[…] la letra de la señora de d’Urberville tenía trazos masculinos”. Machismo sobre la mujer. (62).
Cap. VII, 62 a 67: Joan piensa en darle las gracias al párroco de Stagfoot, si las cosas salen bien entre Tess y Alec… ¡por haberles dado la noticia del abolengo! El arribismo de clase aparece. (64). Viaje en coche de Tess y Alec a la casa d’Urberville. (66). Joan piensa que Tess, como aquélla de joven, tiene “sus triunfos en la cara”. “Proyecciones”, diría Freud. (67).
Cap. VIII, 67 a 73: Alec y Tess bajan la cuesta, rápido, en Tib, la yegua: el animal va disparado. Desaires entre ambos, en el coche, a causa de la velocidad. Tess deja el vehículo y va a pie a Trantridge, donde la esperan unas gallinas y una casita. Lo anterior, ya empieza a insinuar la rebelión de Hardy contra las costumbres sexuales de la época, en especial con respecto al patriarcado machista y a los inicios de la liberación femenina, al menos en el marco de la Inglaterra victoriana, epicentro de todos los horrores, los abusos, los exabruptos.
Cap. IX, 73 a 80: Los silbos de Tess, símbolo de libertad, expresión, y libertad de expresión: “Tenía la joven un extenso repertorio de tonadas y canciones que su madre le enseñaba cuando niña”. (79).
Cap. X, 80 a 91: Panes y Siringas: “Lotis, tratando de eludir a Príapo, y cayendo siempre”. (83). La sensualidad/desenfado de las chicas rurales, para el caso Car, quien se quita el corpiño, deja desnudo el cuello y: “hombros y brazos a la luz de la luna, bajo la cual mostrábanse luminosos y bellos, como una creación de Prax[í]teles, dotada de todas las irreprochables exuberancias de una garrida aldeana”. Praxíteles, no Praxiteles, fue el más prominente escultor clásico ático del siglo IV a.n.e., que pasó del clasicismo a una suerte de anticipación del manierismo, al acentuar el sensualismo, lo cual habla del conocimiento del arte que debe tener todo buen cineasta: de la pintura que, como la ópera y la literatura, ha irrigado la historia del cine. Una morenaza, Car Darch, Sota de Bastos, la favorita de d’Urberville. Y otra, Nancy, su hermana, Sota de Oros. Y otra, la joven recién casada, que ya había dado más de un tropezón. Surge la rivalidad entre las reinas de la Melaza, por llamar la atención, y Tess, cuya sobriedad destacaba sobre las otras mujeres, la misma que le dice a la Sota: “Pero, ¿te crees que yo voy a pegarme contigo? […] “. ¡Si llego a darme cuenta antes no me hubiera rebajado viniendo en compañía de semejante hato de rameras!” (88/89).
Cap. XI, 91 a 98: “Pero —dirá alguno—, ¿dónde estaba el ángel custodio de Tess? ¿Dónde la providencia de su inocente fe? Tal vez, como aquel otro dios de que hablaba irónicamente Elías, el tisbita, estaría charlando, o haciendo alguna cosa, o de viaje, o durmiendo y no lo podrán despertar”. Con lo cual Hardy alude, por un lado, a los riesgos que corre la inocencia y al probable asesinato de la misma (hecho confirmado en el Cap. XIII, p. 113: “[…] considerábase la intrusa como la Culpa en los dominios de la Inocencia), “el bello tejido femenino, sutil como la gaza y blanco como la misma nieve” y, por otro, a los peligros que se ciernen sobre los seres humanos puros/buenos o como quieran llamarse, “¿cómo era que [sobre ellos] iba a trazarse un diseño tan tosco como el que estaba destinado a recibir?” (97). Con lo que, de paso, también se alude a la predestinación en torno a Tess: si los hombres de su época, por determinación de la Iglesia, no eran artífices de su destino, menos las mujeres. “¿Por qué ha de ser tan frecuente que corresponda así lo más grosero a lo más delicado, el hombre malo a la mujer buena, y al hombre bueno la hembra mala?”. Pregunta hasta hoy sin respuesta. Mucho más en una época en que las diferencias entre sexos han sido (casi) abolidas y salta a la palestra la pansexualidad y otras raras maneras de relacionarse para no sentirse tan solos los humanos o para evidenciar su confusión existencial/sexual e incluso sociológica. “Muchos miles de años de análisis filosófico han fracasado en el sentido de explicar nuestro sentido del orden”. “La gente de la clase social de Tess no se cansa, allá en sus profundas moradas, de proclamarse fatalista, saliendo a todo con aquello de ‘Tenía que ser así’, y esto es lo más triste. Un abismo social insondable iba a abrirse ante la personalidad ulterior de nuestra heroína y aquella otra primitiva con que traspuso la puerta del hogar paterno para ir a probar fortuna en la granja avícola de Trantridge”. (98).
Segunda fase: La que fue virgen - Cap. XII, 99 a 109: TU, CONDENACIÓN, NO, DUERME 2 Pedro III, 3. Palabras que en Tess tienen el efecto de una acusación. El hombre que las dijo, aun siendo desconocido, parecía estar al tanto de su historia. Joan le enrostra a Tess el que no haya conseguido que Alec se casara con ella. (108). Siempre, los adultos creen que pueden disponer de las vidas de los demás (en este caso, los padres), a la manera como lo hace el Estado con sus ciudadanos, lo que recuerda a Foucault y la biopolítica.
Cap. XIII, 109 a 113: Tess, dice el narrador: “Se había visto obligada a infringir una ley social acatada entre los hombres, pero que no tenía vigencia, ni siquiera era conocida en aquel ambiente agreste en que ella se figuraba constituir una singular y execrable anomalía”. No obstante, el mismo narrador omnisciente ha dicho antes: “Los demás eran los que estaban fuera de la armonía del mundo real y no ella”. (112/113). Siempre, la sanción social para el/la diferente, no para el que oficia como oveja del redil, con pastor o sin él.
Cap. XIV, 113 a 127: ¿Sentido/sentimiento de igualdad entre hombres y mujeres? No: desigualdad. “Un campesino resulta una personalidad en el campo; pero, una campesina es parte integrante del mismo”. Esto, con motivo de la recolección del trigo. La belleza como perdición, no como enaltecimiento. Ya con el niño en sus brazos, no tardan los comentarios de la gente sobre Tess: “Al fin y al cabo ha sido una lástima que le haya sucedido a ella el percance [la violación, por Alec] y no a otra. ¡Aunque siempre tiene que pasarles eso a las más guapas! Que a las feas no hay quien les diga nada…, ¿verdad, Jenny? Y la que hablaba dirigióse a una del corro que tenía fama, y no injusta, de fea”. (118). Tess, mujer de carácter, en un medio patriarcal, machista, andro/falo/céntrico: de por sí, un problema, cuando no debería presentarse ninguno si en la sociedad hubiera un mínimo de ecuanimidad entre géneros. “Hubiera resultado la joven un modelo de femenil belleza a no ser por cierto desenfado que le venía de casta”. El afán de independencia de una mujer nunca es bien visto, mucho menos, el de libertad. En cambio, todo anhelo masculino, en tal sentido, siempre es no solo bien visto, sino bien recibido por las autoridades, los límites, las convenciones. Basta revisar, al respecto, la historia de las mujeres en la medicina, la ciencia, las artes, y se comprenderá el por qué de su silenciamiento premeditado/sistemático. Tras torturarse con el suplicio que la soledad depara e imagina, entendió que debería volver al trabajo, “procurar conseguir de nuevo a cualquier precio la dulce independencia”. (119). El dolor de Tess, causado por los prejuicios: los que constituyen el principal obstáculo en el camino a la igualdad: “Su dolor debíase, en su mayor parte, a los prejuicios sociales y no a sus naturales sentimientos”. En otras palabras, su dolor estaba originado por causas exógenas y no endógenas. Así que la culpa que cargaba no le correspondía a ella, sino a otros. A todos aquellos que, al filo del tiempo, la habían herido, violado, asesinado, así quedara viva. Una doble preocupación asalta a Tess, así que por eso acude al párroco del lugar: su hijo no está bautizado y, además, es ilegítimo o bastardo, como se decía entonces. De manera que, si muere, como en efecto pasa, no podrá ser enterrado “cristianamente”. De nuevo, la belleza como perdición: “[…] su altivo entusiasmo transfiguraba aquel rostro que había sido su perdición, prestándole un prestigio de inmaculada belleza y un aire de casi regia dignidad”. Lo que pasa mientras Tess bautiza a su hijo, poniéndole un nombre sugerido por el Génesis: Pain o Dolor, en tanto “no deseado”: “aquel don bastardo de la desvergonzada naturaleza que no respeta para nada las leyes sociales, pobre criatura para la que el Tiempo eterno había sido cosa de unos días…” (125). Todo ello dicho por Hardy con ironía, como quien tira sus dardos a la hipocresía. Escepticismo vs. religión: Tess ve al cura y le pregunta si el niño puede decirse bautizado por él: “Pero la dignidad de la muchacha y la extraña ternura de su voz hicieron que despertaran sus nobles impulsos o, mejor dicho, los que en él quedaban después de diez años de afanarse por inculcar las creencias en el escepticismo dominante”.
Cap. XV, 127 a 131: Sobre la experiencia: “La experiencia —dijo Roger Ascham— nos sirve para encontrar un atajo después de un largo rodeo”. No está en las manos de nadie ver con claridad la verdad que las sentencias encierran, hasta tanto ya no era necesario utilizarlas: “Como tantos otros también Tess hubiera podido argüirle a Dios [en caso de que existiera pues no hay que olvidar a Nietzsche: “El hombre en su orgullo creó a Dios a su imagen y semejanza”, no al revés, como tanto se dice o, bueno, se dijo, hasta que apareció el mapa del genoma humano que echó por tierra la teoría creacionista] como San Agustín: ‘Nos has enseñado un camino mejor del que nos has permitido seguir’.” De no ser por los prejuicios de la sociedad, lo ocurrido a Tess no habría sido otra cosa que una forma de educación liberal. En muy breve lapso, había pasado de niña a mujer con todas las complejidades que ello encierra. Sobre las pretensiones de ascenso social de la familia Durbeyfield: “Pero Tess veía con sobrada claridad que jamás podría vivir a gusto en un lugar que fuera teatro del fracaso de su familia en su pretensión de hacer valer su parentesco y, por medio de ella, crear una unión más íntima con los poderosos d’Urberville”. Tess recibe la oferta de trabajar en una lechería durante el verano: la carta era de una antigua amiga de su madre, a la que Tess no conocía. El trabajo sería en la lechería de Talbothays, no lejos de feudos de los d’Urberville y cerca, por tanto, de los panteones de sus próceres. Así, ella podría ir a verlos y comprobar tanto la caída de ellos (“como Babilonia”) como que, igual, podía desvanecerse, de qué callada manera, “la inocencia de una pobre descendiente suya”, la propia Tess. (130/131).
Tercera fase: La rehabilitación - Cap. XVI, 133 a 139: A los dos o tres años de su regreso de Trantridge —años de silenciosa regeneración— dejó Tess por segunda vez la casa de sus padres, para dirigirse a la pequeña ciudad de Stourcastle a trabajar en una pequeña granja lechera, más allá en dirección al suroeste. Las miríadas de vacas que Tess contempla superan con creces a las que hubiera podido ver alguna vez juntas. La verde pradera estaba tan de modo profuso sembrado de ellas, como de aldeanos un lienzo de Van Alsloot o Sallaert. El matiz rojo de las vacas absorbía la luz del atardecer, mientras sus manchas blancas la devolvían a los ojos en rayos casi cegadores hasta la misma altura en que se hallaba Tess. Tiene 20 años y sin ser dueña de una plena madurez intelectual/afectiva, era imposible que cualquier hecho le dejara una huella que el tiempo no pudiera borrar. Seguro, era verdad que su semiconsciente rapsodia no pasaba de ser un desahogo fetichista sobre un fondo de monoteísmo; que las mujeres, cuya principal compañía (y forma, podría sostener el arquitecto de Brasilia, Óscar Niemeyer, que les dio forma de mujer a sus edificios, es decir, casi siempre curvos, pocas veces planos o rectos) son las formas/fuerzas de la Natura, conservan en sus almas más del mito pagano y gozón de sus ancestros que de la metódica/sistemática impronta que la religión instalara luego en la conciencia de su género. Siempre soslayándolas, maltratándolas, subestimándolas, subvirtiéndolas, despreciándolas, en modo patriarcal/machista/falocéntrico, a fin de obtener un mundo netamente masculino, con los respectivos vicios, taras, efectos que aún hoy se padecen. La tenacidad en el trabajo para conseguir un modesto progreso social “a que podía aspirar una familia tan duramente perseguida por el infortunio, cual era a la sazón la de los otrora poderosos d’Urberville”. (137). Infortunio que, en otros contextos, no es para nada exclusivo de los “otrora poderosos”, sino una constante en pueblos empobrecidos, que no pobres pues nadie escoge serlo, sino que es el resultado natural de los desnaturalizados políticos, curas y gamonales que han sembrado el mundo de miseria, mientras el campesino intenta, pese a todo, un mundo de nobleza/bonanza y, desde luego, seguridad alimentaria. “Mientras hay vida hay esperanza. Esta convicción no es tan rara en la mujer burlada como algunos teorizantes pretenden”. (138). A propósito de cómo las mujeres prueban su capacidad de resiliencia: vuelven a cargar baterías, a coger ánimos, después de las más duras pruebas, terribles tragedias, funestas desgracias, como es, v. gr., la muerte de un hijo o de una hija.
Cap. XVII, 140 a 148: Reencuentro en la lechería del señor Crick de Tess y Angel Clare (146), quien en la novela toca el arpa y en el filme, la flauta. (148)
Cap. XVIII, 148 a 157: Descripción de Angel Clare, hijo del reverendo Clare, de Emminster, el mejor pastor de todo Wessex, “según dicen”: el rumor, el chisme e incluso la calumnia, como “alimento” de la cotidianidad. Angel había venido a la granja Talbothays en calidad de aprendiz, pues no se metió a pastor como sus hermanos. Angel se rebela contra la “irracional teolatría redentora” de su padre: “No puedo honradamente ordenarme como ministro suyo [del a Iglesia] a semejanza de mis hermanos, mientras no se atreva a emancipar su mente de una irracional teolatría redentora”. Esto es, la rebeldía filial frente a todo tipo de proselitismo: para el caso, religioso, pero antes, eclesial, el ejercido por la Iglesia institucionalizada, que desde sus inicios fue forjada como empresa para comerciar con la fe del otro, sin dejar de pretender nunca la del rebaño.
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Angel da muestras de ser anticlerical: “¿De qué servían las economías de tu madre y mías para darte estudios en una Universidad, si no condujeran al honor y gloria de Dios? —exclamó su padre. Pero, padre ¿y no piensa usted [dice Angel] que podrían utilizarse para honor y gloria del hombre?” Angel, en Londres, estuvo a punto de caer en las garras de una mujer mucho mayor que él. Lo que va sin hablar de los prejuicios sociales: como si el amor fuera susceptible de escoger; como si el hombre fuera el que dominara en una relación; como si el hombre sedujera a la mujer y no al revés, como ocurre. La agricultura era una ocupación que habría de proporcionar sin duda su independencia, la de Angel, sin el sacrificio de lo que él estimaba por encima de todo: la libertad intelectual. Angel Clare, en Talbothays, tiene 26 años. Pascal: “Cuanto más ingenio se tiene, más originales parecen los demás. Las criaturas vulgares no encuentran diferencias entre los hombres”. Y, no obstante, esas diferencias no están en las antípodas de la igualdad, sino que son su más precioso complemento y la vía más expedita para conseguirla: no para evitarla, como lo estipulan el fascismo y la intolerancia y la intolerancia del fascismo. (154).
Angel empieza a preferir a Tess entre todas las demás muchachas de la lechería del señor Crick. “—¡Qué hija de la Naturaleza tan virginal y lozana es esta lechera! —pensó Clare”: solo le faltó el adjetivo “inocente” para tener la tríada del inminente asesinato de la inocencia.
Cap. XIX, 158 a 167: La cosecha mental en Tess era fruto de su pasado infortunio, lo que equivale a: “Toda grandeza viene de una pérdida”. (162). ¿Suerte de karma? No olvidar que karma puede ser no solo el resultado de lo que la persona siembra, sino el producto de lo que el prejuicio de alguien señala en el Otro: sobre todo, en el que olvida a Rimbaud: “Je est un autre”. El yo es el otro. El yo está en el otro. Nadie puede ser sin el otro. La unidad está en la otredad, en la diferencia, si se quiere. Como lo refleja la voz africana UBUNTU: “Soy porque somos”. En otras palabras, la lucha entre el sentido de cooperación, socialista o marxista libertario, y el prurito de acumulación capitalista, no rabioso, porque de suyo es un oxímoron, que ya es hora de que la gane el primero. Angel, “uno de los excéntricos más rebeldes.” O la encarnación del diferente, que tanto escozor produce al sistema porque se le sale de sus manos, de su control biopolítico: el choque entre el principio del placer (el sujeto) y el principio de realidad (la sociedad), con sus reglas, leyes, límites, convenciones, fronteras. El odio de Angel a la “rancia nobleza”, le da pie a Hardy para una autorreferencia en igual sentido: “Dice [Angel] que es lo opuesto a la razón, porque esa rancia nobleza ya hizo todo lo que tenía que hacer y ya no cuentan [sic] para nada en el mundo. Así sucede con los Billett, y los Drenkhard, y los Grey, y los St. Quintin, y los Hardy, y los Gould, que poseían leguas y leguas de terreno […] y que ahora se lo darían a usted poco menos que regalado”. (166).
Cap. XX, 167 a 171: Observación, por Tess y Angel, de los momentos previos al ordeño, que se hacía muy temprano, cuando ya había pasado el desnatado, que se hacía pasadas las tres de la mañana. Lo anterior, el prólogo invariable de todas las comidas en la mesa servida por la señora de Crick, así como su epílogo luego de levantados los manteles. (171).
Cap. XXI, 171 a 178: Por superstición, la señora de Crick cree que si la leche no cuaja en mantequilla es por una razón: “Quizás sea que tenemos en casa enamorados”, refiriéndose a Tess y Angel. Los celos que desvelan: Retty Priddle, Izz Huett y Marian, la rolliza, observan a Angel Clare, mientras Tess permanece insomne, luego de que las tres primeras confiesan estar enamoradas de Angel, en conversación que la preferida por éste oye: “¡Si todas estamos que bebemos los vientos por él!”, dice Marian a través de la metáfora hardyana. (178).
Cap. XXII, 179 a 182: La mantequilla estaba picada. Y todos los de la granja de Crick salen a cortar ajos, porque piensan que son ellos los que la echan a perder o que, incluso, puede ser cosa de brujería. Encuentro de Tess y Angel: ella decide rehuirlo. Él evita comprometer la felicidad de Marian, Izz y Retty, quienes babean a causa suya y que a Tess le producía “tierno respeto por lo que, acertadamente o no, consideraba su virtuosa continencia”, cualidad que no esperaba hallar en ningún hombre y sin la cual más de uno de aquellos sencillos seres hubieran tenido que padecer su mismo infortunio. (181). Lo cual evidencia el lío de encasillar a un personaje dentro del canon del maniqueísmo, cuando de por medio está la maestría del autor o igual expresa la ambigüedad artística implícita en ella.
Cap. XXIII, 182 a 191: Yendo al templo de Mellstock, se encuentran las jóvenes con Angel, quien les ayuda a pasar el charco. Con ellas va Tess. El fatalismo de los pobladores rurales: “[…] ni enemistad ni malquerencia existía entre ellas. Sus tiernas almas eran generosas; habíanse criado además en esos pueblos rurales en que predomina el fatalismo y nada se reprochaban”. Para Tess, el flirteo con Angel no pasaba de una simple pasión de verano. “Y lo que sobre todo aquello ponía como una corona de espinas, era el pensar que ella, la más preferida y […] la más hermosa, fuera, de acuerdo con los prejuicios sociales, menos digna de él que aquellas otras en las cuales Angel no reparaba”. Toda aquella persona que pueda considerarse separada de la norma es motivo, ya, de censura. Mucho más cuando se trata de alguien de carácter, con una fuerte e insobornable personalidad, como la de Tess. E incluso la de Angel frente a su padre pastor y a sus hermanos: ambos, ella y él, disidentes. (191).
Cap. XXIV, 191 a 196: La imperfección de lo humano puesta de presente en los dientes de Tess: “Y el toque de imperfección en lo casi perfecto era precisamente lo que infundía a aquellos rasgos infinita dulzura, poniéndoles el sello de lo humano”. (194). Y el sello de lo humano es la imperfección o lo perfectible nunca perfecto, por su ser finito y susceptible de acertar y errar, dudar no entre lo bueno y lo malo, como en el maniqueísmo/dualismo, sino entre la conveniencia y la inconveniencia. Como dice el médico Rodolfo Llinás: “Mire, el bien y el mal son pendejadas nuestras. El hombre hace lo que hace por conveniencia”. (3).
Cuarta fase: La consecuencia - Cap. XXV, 197 a 208: “La magnitud de las vidas estriba, más que en sus cambios y movimientos exteriores, en sus experiencias subjetivas. El aldeano impresionable lleva una vida más amplia, henchida y dramática que un rey de sentidos obtusos”. (199). La vida al aire libre, el contacto directo con la Natura, el roce continuo del campesino con la gente, hace que su vida se la envidie hasta un rey. En cambio, la experiencia objetiva de este en tanto ocupaciones, negocios, dependencia del dinero, hace que su vida no la envidie ningún campesino. Angel piensa en casarse y emprende viaje a casa de sus padres: “¿Es que por ventura un agricultor no necesita casarse? ¿Y ha de ser su esposa una figura de cera para brillar en un salón, o una mujer familiarizada con las tareas de una granja?” (200). Lo que apunta a retar convenciones, fijar nuevos derroteros de libertad, entendimiento y respeto entre miembros de una comunidad, obligados a dudar entre el egoísmo (rey) y la cooperación (campesino). El pastor Clare, padre de Angel, pertenecía a un tipo que en los últimos 20 años se había casi extinguido. Descendiente espiritual directo de Wycliff, Huss, Lutero y Calvino, era un evangélico recalcitrante, de sencillez apostólica vital e ideológica, que no permitía discutir sobre los asuntos serios de la vida, examinada a fondo en su juventud. Era entusiasta de Pablo de Tarso (pionero del cristianismo), gustaba mucho de San Juan, pero “no podía ver a Santiago por dar cabida en su pecho al odio” y miraba con recelo a Timoteo, Tito y Filemón: “El Nuevo testamento, a su entender, más que una cristiada, era una pauliada, y más que un argumento, una embriaguez”. En su temporada activa en el Valle del Var, Angel no había visto otra cosa que la vida y el apasionado latir de la existencia, “encontrándose libre y desembarazado de todos aquellos credos con que la vanidad del hombre se obstina en cohibir lo que la prudencia se contentaría con regular”. Vanidad: “Todo es vanidad”, Tess. Tomado del Eclesiastés, por Hardy: “Vanidad de vanidades, dijo el Predicador; vanidad de vanidades, todo es vanidad”. Con lo cual la Biblia, manipulada por el cristianismo, le dice a la gente que en vida no se necesitan los bienes temporales (por desposeídos/expoliados; solo por explotadores), como los eternos: la promesa nunca cumplida, porque solo la muerte no discrimina. Se cita en poesía a Wordsworth y Shelley; en pintura a Velásquez y Correggio (y sus ‘Sagradas Familias’). Félix y Cuthbert, hermanos de Angel: “Carecían también del concepto preciso de las complejas fuerzas que actúan fuera de la mansa y tranquila corriente en que flotaban ellos y sus cofrades”. Esto es, ignoraban ser “juguetes de poderes extraños”. No distinguían entre verdad local y universal, no comprendían que lo que se pensaba y decía en círculos académicos/eclesiásticos era muy distinto de lo que creía el mundo exterior. (206).
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Cap. XXVI, 208 a 216: Angel habla con su padre sobre sus proyectos como ganadero en Inglaterra o en Brasil y sobre casarse. Para Angel, el estado de la cultura solo había afectado la epidermis mental de las vidas desarrolladas bajo su influjo. A despecho de su heterodoxia, se sentía más cerca de su padre, desde lo humano, que ningún otro de sus hijos. (216).
Cap. XXVII, 216 a 223: Angel se le declara a Tess: “Quiero casarme pronto, y como había de gobernar una granja necesito una mujer que conozca todo el tejemaneje de una granja lechera. ¿Quieres tú ser esa mujer?”. —”Señor Clare, no puedo ser su esposa… no puedo”. Angel infiere, por lo que decía Tess, que su credo tenía ribetes de tractarianismo y de panteísmo y no estaba dispuesto a luchar contra ello: “Deja a tu hermana orar en su inocencia / a su infantil cielo de optimismo; / no ensombrezca tu negro escepticismo / la armoniosa paz de su existencia”. Tras ver de nuevo a Tess, a Angel le pareció lógico elegir compañera entre las hijas de la libre Natura y no entre las que habitaban la morada del arte: la confianza en la masa heterogénea y la desconfianza en la mujer culta/calificada y con criterio. (223).
Cap. XXVIII, 223 a 229: Inocencia de Tess: lucha de “dos corazones [Angel y ella] contra una pobre inocencia”. Angel insiste a Tess para que sea su mujer. Tess presiente y acabará cediendo ante el amor por Angel. (228).
Cap. XXIX, 229 a 237: Tess se decide “a sacrificar generosamente su ventura”. (235/236).
Cap. XXX, 237 a 245: Tess le cuenta a Angel sobre su nacimiento/crianza en Marlott. Que estando en clase superior dejó la escuela; la gente decía que tenía grandes disposiciones para el estudio: “Y que hubiera podido llegar a ser una buena maestra, que era lo que yo pensaba ser”, dice Tess. Presagio: Tess recuerda que Angel la había visto en aquel baile del prado y, si ese hecho, ahora no sería un mal presagio: el no haber bailado con ella. (245).
Cap. XXXI, 245 a 256: Tess le escribe a su madre. Joan le contesta aconsejándole: “No le digas nada de tu pasado percance a tu futuro”. Ella también puede guardarse su percance, como las demás guardan el suyo. La (insoportable) culpa de Tess, quien exclama a Angel: “¡No soy digna de ti! ¡No, no lo soy!”, al recordar la (desgraciada/frustrante) relación con Alec. Contra la voluntad de su madre, Tess piensa contarle a Angel su historia entera… sin importar que él la despreciase y su madre la tuviese por una necia: todo antes que guardar un silencio equivalente a una traición. (255/256).
Cap. XXXII, 256 a 264: Tess se prueba el vestido de novia y recuerda una canción que su madre le enseñó: “Que nunca sentaba bien a la novia / que había tenido un desliz”. Aquel vestido la traicionaría, como lo había hecho el suyo a la reina Ginebra, “según la canción de su madre”. (263/264).
Cap. XXXIII, 264 a 275: Tess y Angel van de compras a la ciudad vecina. Tess cree reconocer a un patán enriquecido, el que después de recibir un golpe de Angel, dice: “—Usted dispense. Fue una equivocación. Creí que se trataba de otra mujer que vive a cuarenta millas de aquí”. (264). Luego de charlar con Tess sobre la posibilidad de que el patán lo denuncie, Angel sueña que se pelea con él y Tess, quien cree que no se les atravesará por el camino “ningún fantasma del pasado”, pasa a escribir una carta de cuatro páginas sobre lo ocurrido tres o cuatro años atrás. Angel, a su vez, ante la proximidad de la boda, recibe una carta de sus padres, salpicada de tristeza, en la que por contraste no le reprochan casarse con la moza de una lechería, pues dada su edad ya “está capacitado para ser el mejor juez de sus actos”. (268) “Tal vez fuera [Angel] quien más estimaba el rancio abolengo de Tess”. Esta se tortura pensando sobre si él recibió su carta, de modo que la busca, la halla tal cual la dejó bajo la alfombra y, por último, como ya no puede dársela a leer, va a su cuarto y la rompe. ¿Premoniciones de Tess? “Su gran anhelo tanto tiempo reprimido de hacerlo suyo, de llamarle su dueño, de morir por él, si era preciso, pudo más en su espíritu que toda otra consideración”. Tess y Angel se casan: solo doce personas había en el templo, pero para aquella habría sido igual que hubiera mil: “Todos estaban a infinita distancia de ella. En la extática solemnidad con que [Tess] dio el sí desaparecía la vana petulancia de su sexo”. (271).
Al casarse, Tess sube al coche y le parece que no es la primera vez que lo ve. Angel le dice: “Sin duda, al ver este venerable armatoste, algún recuerdo atávico te vino a la memoria”. Por un lado, Tess comprende a Fray Lorenzo: “Los transportes violentos tienen un fin violento”; por otro, exclama: “¡Porque la que tú amas no soy yo, sino una imagen mía, la imagen de lo que yo debía haber sido!” (272/273). Esto, es Angel quien lo plantea en el filme: “¡Porque la que tú amas no soy yo, sino una imagen mía, la imagen de lo que yo debía haber sido!”. Cuando se casan Tess y Angel canta un gallo en horas de la tarde y alguien comenta: “Mala señal” y el ganadero Crick: “¡[…] en todo el año no le he oído cantar ni una vez a estas horas y hoy le ha dado por hacerlo!”. Y su mujer piensa que eso no significa más que “vamos a tener cambio de tiempo, no lo que tú [Crick] piensas. ¡Eso es imposible!” (275).
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Cap. XXXIV, 275 a 287: Tess y Angel llegan a Wellbridge, donde está la casa que los albergará tras la boda y que fue otrora parte de la mansión solariega, ahora granja, de uno de los d’Urberville. Al pensar Tess en Marian, Retty e Izz, como “merecedoras de mejor suerte” y en que no estaba bien que se llevase todo de forma gratuita, “por la bondad del Destino”, se propuso contarle todo a Angel, quien pregunta: “¿Te acuerdas de lo que dijimos esta mañana de confesarnos nuestras culpas?” (284). Aquí se plantean las nociones de destino y de culpa, inherentes al cristianismo y luego a los Imperios (europeo y sionista/gringo) que han separado/polarizado a los seres humanos entre blancos y negros, heteros y homosexuales, heteras y lesbianas, buenos y malos, amos y esclavos: Angel: “¿Y si yo te ordenase algo?” Tess: “Te obedecería cual mísera esclava, aunque me mandases morir”. (Quinta fase: 292).
Tess le refiere a Angel su encuentro con Alec d’Urberville o Stoke, así como “las consecuencias” (título, en singular, de la Cuarta fase) del mismo. (287).
Quinta fase: La mujer paga - Cap. 35, 289 a 299: Angel se pregunta sobre cómo perdonar a Tess: “—¡Tess, perdonar en este caso no tiene sentido! Tú eras antes una y ahora eres otra.” A todo ello, responde Tess: “Mi único afán es el de compartir contigo todas las cosas buenas y malas de la vida”. Nótese el énfasis en el carácter dual de cómo asume la existencia, sin entender que las cosas son más complejas que fáciles de encasillar/definir. Y agrega: “Nada más pido. Y siendo así, ¿es posible que tú no me quieras?”. Angel: “Repito que la mujer que yo quería no eres tú, sino otra que tiene tu misma figura”. O sea, una cosa es la imagen real que alguien ve de alguien y otra muy diferente la del enamoramiento; igual que evidencia un trasfondo de machismo, prejuicios y maniqueísmo ancestrales. El espíritu de sacrificio de Tess, que, desde su propia óptica, es la libertad misma. No hay interés alguno en su relación distinto al de la compasión, la de padecer con/por el otro y no necesariamente en un sentido cristiano, sino apenas humano/humanístico. Lo que, de paso, da pie para reflexionar sobre el machismo de Angel que gravita sobre el sacrificio de Tess: “—Eres muy buena, pero me sorprende esa falta de armonía entre tu actual espíritu de sacrificio y tu taimada actitud anterior”. (293). Y el narrador refiere que esas fueron las primeras palabras duras que Angel tuvo para Tess. No obstante, como ya se dijo, dicho personaje no es visto por el autor desde una óptica maniquea, sino humana, compleja, ambigua: así, cuando Tess le dedica más de una hora a su labor en la cocina, Angel suelta una sentencia que haría sonrojar a los que aun hoy se dan el lujo de no ayudar a sus parejas: “No hay necesidad de que trabajes así […]. No eres mi criada, eres mi mujer”. (305) El tiempo canta en los oídos de Tess su satírico salmo: “Mira que cuando se te marchite el rostro te odiará quien te amó; / perderá tu casa su belleza al golpe del destino, / tu vida caerá como una hoja y será barrida cual la lluvia por el viento; / será el dolor el velo de tu cara y su corona el sufrimiento”. El amor vuelto odio; la ruina tras los avatares de la vida; los sentimientos que el viento se llevará; dolor y sufrimiento a cambio de alegría y goce. Tess piensa dejar escrita una carta en la que dice que se suicida, tirándose al río, “impulsada por el bochorno”. Así no le echarán la culpa de su muerte a Angel. (296).
Notas:
(1) HARDY, Thomas. Tess, la de los d’Urberville (Una mujer pura, fielmente presentada). Alianza Editorial, Madrid, 1999, 500 pp.
(2) TARKOVSKI, Andrei. Esculpir en el tiempo, Rialp, Madrid, 2005, 273 pp.: 138.
* (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín de EE, 2012, y columnista, 23/mar/2018. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao Eds., 2017). Mención de Honor por Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y biopolítica, en coautoría con Luís E. Soares, fue publicado por UFES, Vitória (Edufes, 2020). El libro El estatuto (contra)colonial de la Humanidad, producto del III Congreso Int. Literatura y Revolución fue lanzado por UFES, el 20/feb/2021. Autor, traductor y coautor, con Luis E. Soares, en el portal Rebelión. E-mail: lucasmusar@yahoo.com