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Cap. XXXVII, 312 a 322: Angel y Tess se separan: él, presa de una angustia inefable repitió el verso de un poeta, con variantes de su cosecha: “¡No hay un Dios en el cielo; todo es maldad en el mundo!” (322) Pero, sin dios alguno en el cielo, como se sabe, la maldad crece.
Cap. XXXVIII, 322 a 328: Tess regresa al valle de Blackmoor, a la casa de sus padres. Tess, en su honradez, le cuenta a su madre la separación de Angel porque le parecía una infamia andarle con tapujos y no tenía valor para hacerle esa jugada: “Usted me aconsejó que no le dijera nada, pero se lo dije… […] ¡y por eso se ha ido!”, señala Tess. Joan Durbeyfield se contradice: “¡Peor jugada le hiciste casándote con él sin decírselo!”. (324/325)
Cap. XXXIX, 328 a 336: Tres semanas después de su boda, Angel baja la cuesta que lleva a la parroquia del padre. Se cita a Wiertz, de actitud vigilante y espectral, y a Van Beers, con su aire malicioso, pues ya Angel no representa a la Humanidad con la imaginaria dulzura del arte italiano. “Lo más importante —dijo el moralista pagano— es no dejar entrar la turbación en el espíritu”. Y eso pensaba Angel, solo que pese a ello sentía pleno de turbación el suyo. Su abatimiento se trocó en indiferencia, hasta hacerse la ilusión de que veía su vida con la pasividad de un extraño. Angel cuenta a sus padres su decisión de irse a Brasil, país donde “no hay más que católicos”. “Al considerar Angel lo que no era Tess, perdía de vista lo que era y olvidaba que a veces lo defectuoso puede valer más que lo perfecto”. (336)
Le sugerimos leer un fragmento de la reeditada novela “Los elegidos”, del fallecido expresidente de la República, Alfonso López Michelsen: Alfonso López Michelsen y sus “elegidos”
Cap. XL, 336 a 344: Choque catolicismo/protestantismo al encontrarse Angel Clare y Mercy Chant. Angel le cuenta a Izz Huett que emigra al Brasil. Retty sufre una excitación nerviosa y está flaca y casi tísica. Marian fue despedida por el señor Crick y se ha dado a la bebida. Izz le confiesa a Angel que no puede quererlo más que Tess: “…quererte más que ella es imposible. ¡Ella hubiera dado la vida por ti, y más que eso no podría hacer yo!”. (341)
Cap. XLI, 344 a 352: Tess abriga aún la ilusión de presentarse unida con Angel ante la familia y el mundo. Los comentarios de la gente hacen mella en la sensibilidad de Tess; ya se sabe, por Nietzsche: “Ser despreciado por otros es más duro para el hombre que serlo por sí mismo.” Tess reconoce al patán al que Angel abofeteó en la fonda por haberla ofendido. Tess se pregunta: “¿Habrá en el mundo entero una criatura más desgraciada que yo?” Y pensando en los fracasos de su vida dijo: “Todo es vanidad”, repitiendo de modo maquinal esas palabras hasta concluir que era un pensamiento impropio de los tiempos modernos. Pero, todo era peor que vanidad: injusticia, penalidades, abusos, violencia y muertes. Excepto a la Humanidad, Tess no le temía a nada en aquellos momentos. (351)
Cap. XLII, 352 a 359: Hardy toca el tema ecológico: “Veíanse por allí pocos árboles […] pues los que hubieran podido desarrollarse en los setos descuajábanlos los terratenientes, enemigos naturales de árboles, arbustos y malezas”. (355) Hoy, nadie se sonrojaría siquiera ante las evidencias: basta mirar hacia el Brasil.
Cap. XLIII, 359 a 371: Marian retrata a Flintcomb-Ash como un lugar miserable. Allí va Tess a pelar/limpiar nabos. Tess, Marian y Car Sota de Bastos y su hermana menor Sota de Oros, trabajan en el granero a destajo, así que solo cobran por lo que hacen. Explotación pura y dura de la mujer por el hombre y de estos entre sí. (368)
Cap. XLIV, 371 a 382: Encuentro de Tess con el orador Alec, ahora convertido en predicador. “Tess hubo de reconocer como un hecho inconcuso [sic], no bien le hubo mirado con alguna atención, que aquel predicador tan austero no era otro que su seductor”. (382)
Sexta fase: El penitente - Cap. XLV, 383 a 393: Hasta ahora Tess no había sabido de Alec desde su marcha de Trantridge. Tess pregunta por el pilar de piedra: “¿Fue alguna vez una cruz santa? ¡Ca, no, señora! No fue nunca una cruz. Es de mal agüero”. Fue plantado antaño por los parientes de un malhechor que fue allí torturado, clavándole las manos y ahorcándolo después. Alguien que vendió su alma al diablo y que a veces ronda por allí. (393)
Cap. XLVI, 393 a 407: Tess vuelve al campo: allí, con su almocafre (novela: almacafre) escarda/limpia la tierra de malas hierbas adheridas a las raíces, para tirarlas luego a la mondadora y para resembrar plantas pequeñas. De activar la máquina se encarga un hombre que ve salir de a poco las mondadas pulpas. En el horizonte, diez patas se mueven, en avance lento pero continuo, y recorren el terreno de arriba abajo: dos caballos y un hombre arrastran el arado, para remover el terreno segado a fin de que reciba la siembra de primavera. (394) Pionero inglés del arado es Jethro Tull, por quien recibe su nombre el grupo de rock liderado por Ian Anderson. Grupo, a propósito, que quizás ha logrado la mezcla ideal entre barroco y R&B en la historia. Alec le suelta a Tess la peor de sus hazañas: haber mancillado su vida inocente. Y le cuenta que tras haberse ido ella de Trantridge, su madre murió, de manera que heredó todo y que se propone venderlo y dedicarse a sus misiones en África. Para terminar, le propone que deje que cumpla con su deber de repararla por la mala partida que le jugó. “En una palabra: ¿quieres ser mi mujer y venirte conmigo?” Y le presenta el último deseo de su madre: una licencia de matrimonio. Pero, ella le dice que no puede casarse con él, porque no lo quiere y porque no está dispuesta a perdonarlo nunca; además, porque quiere a otro hombre y está casada con él: Angel. De ese modo, ahora Tess y Alec son por completo extraños, le recuerda que por su culpa aquél se fue, que no lo ofenda y que se vaya por el bien suyo y de su marido, así como en nombre de sus ideas cristianas. Tess se figura un cuadro según el cual al imaginar qué hubiera resultado de estar ella en condiciones de poder casarse con Alec: éste la hubiera liberado de toda sujeción, de la férula de su patrono, el patán Groby, de todos los que parecían despreciarla. Tess redacta esa noche una carta para Angel declarándole su amor sin quebrantos. Al leer entre líneas se descubriría que al fondo de su gran amor reposaba el infierno tan temido, “un monstruoso espanto”, casi la desesperación ante ciertos azares que ocultaba la misiva. Alec y su verbo retratan la situación: “Es incomprensible que una mujer buena pueda resultar nociva para un hombre malo, pero así es. ¡Si siquiera le pidieses a Dios por mí!”. Tess expresa sus creencias, aunque “no en nada sobrenatural”, en el “espíritu del Sermón de la Montaña” en el que también cree Angel, lo que suscita la furia de Alec, quien la acusa de tener su pensamiento “esclavizado” al de Angel. Tess: “Sí, porque él lo sabe todo”. Alec se compromete a predicar y no va al sitio convenido, por la única razón de ver a la mujer a la que antes despreció. Recula y señala que en verdad nunca la despreció, porque, si no, no podría amarla ahora. Y la insta a que lo desprecie. Tess le pregunta qué ha hecho: “Adrede, nada. Pero has tenido, inocentemente, la culpa de mi ‘vuelta a las andadas’.” Para terminar, al pedirle a Tess un abrazo y luego enojarse por su flaqueza, los huesos de sus pasiones sin freno se apiñaron en su cara. La voz de Tess, venida de Angel, causó profunda impresión en Alec, lo mismo que las gotas de lógica que ella dejara caer en el mar de su ímpetu apagaron por efecto su ardor. Mientras tanto, Angel ignoraba que al decirle lo que le dijo a Tess, le allanaba el camino a Alec para volver con ella. (407)
Cap. XLVII, 408 a 417: Por tratarse de los inicios de la I Rev. Ind., con la trilladora a vapor que alimenta Tess surge al tiempo una probable razón económica para justificar su designación laboral. En efecto, en ella se combinan la energía y la presteza para surtir la miés (sic), a diferencia de su reemplazo ocasional, Marian, a quien Groby se oponía por su pesadez y lentitud. (409 a 411) Donde trabaja Tess, reaparece Alec d’Urberville, el otrora evangelista ahora sujeto, por su porte/atavío, de una visible transformación, que no “metamorfosis”: como en la novela de Kafka, Die Verwandlung. Tess pregunta sobre si no puede profesar la religión del amor y la castidad sin que medie el dogma; Alec, responde con algo ya recurrente en la novela: “Yo no soy así, como dices que es tu marido; yo, como no me digan que si soy bueno en este vida he de recibir el premio en la otra [la promesa cristiana de la eternidad, no cumplida y el disfrute material solo para los poderosos aquí en la Tierra] y si soy malo, el castigo, no puedo encontrar estímulo para mis acciones”. Alec la acusa de haberle quitado la fe; le recrimina que quien debiera cuidarla la dejó expósita; como ni le ha dicho su nombre, a él su marido le parece un ser mitológico; la invita a que lo deje plantado, comparta con él la causa de su apostasía y le cita a Oseas: “Y seguirá ella a su amante, pero no le alcanzará, y le buscará y no habrá de encontrarlo”, y entonces dirá ella: ‘¡Iré y me volveré con mi primer marido, porque entonces me iba mejor que ahora!’ En fin, le recuerda que otrora fue “su amo”, que ha de serlo otra vez y que, así esté casada con otro, es su esposa. (417)
Cap. XLVIII, 418 a 424: Alec, por interés personal, le pone de presente al patán Groby que no tiene derecho a emplear mujeres en la trilla mecánica. Tess, al enterarse, le dice que lo que haga por bondad o por cariño se lo agradece, pero que si es por otra cosa se abstenga porque no lo quiere y que a veces duda de sus intenciones. Que no acepta nada suyo ni para su familia ni para ella. Luego, le escribe a Angel, su marido, y le asegura que morirá si no viene pronto o si no le dice que vaya a reunirse con él: “Sólo una cosa ansío con toda mi alma […]: unirme a ti, ¡alma de mi alma!” (424) Lo que, sin duda, recuerda a F. González en Viaje a pie: “Las mujeres que han de ser nuestras, vendrán a buscarnos”. (4) Tal cosa no se dice por soberbia machista, solo porque no es el hombre el seductor sino la mujer la que seduce.
Cap. XLIX, 424 a 433: La carta de Tess llegó al comedor de la casa parroquial. Angel le había dicho que enviara sus misivas vía padre. Éste, la reenvía a su dirección en Brasil, no sin antes conocerse el murmullo de su esposa en tanto que debió haberle facilitado las cosas igual que a sus hermanos. Más de una vez, a medianoche, ella había oído despertarse al padre y quedar desvelado ahogando entre plegarias su pena al recordar al hijo ausente. Su remordimiento le producía una melancolía superior al dicterio de su esposa. La experiencia de Angel en Brasil, desastrosa. Durante la ausencia su mente se volvió vieja. Ahora, en su vida era menos importante la belleza que el sentimiento. Angel recuerda las palabras de Izz, cuando al preguntarle si lo quería más que Tess, le dijo que no porque ésta habría dado la vida por él, lo que nadie supera. Mientras, Tess piensa en cómo agradarle a Angel, si pese a todo vuelve. Entonces, sintió no haberse fijado más en las tonadas que arrancaba a su violín, ni enterado de los sones que más le gustaban (v. gr. Al clarear el día) sobre las que el narrador anota: “Un corazón de piedra hubiérase ablandado al oírle entonar a Tess esas canciones.” Liza-Lu la busca, le cuenta que su madre está grave y Tess, luego de buscar a Izz y Marian para que le ayuden a arreglar sus asuntos con Groby, empaca sus cosas y vuelve a casa. (433)
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Cap. L, 433 a 441: Bajo la claridad estelar de las 20 h, Tess inicia las 15 millas para ir a ver a su madre enferma: no piensa en otra cosa. A las tres de la mañana entra en su natal Marlott y atraviesa el prado donde por vez primera vio a Angel y no la sacó a bailar. Ver la casa paterna, techada de nuevo por ella, le tiró encima el pasado. Rápido, se hizo enfermera de su madre. Al ver a sus hermanitos, al otro día, decide dedicárseles en cuerpo y alma. Su padre, enfermo crónico, permanece en su sillón. La visita lo anima y concibe un plan entre ingenioso e hilarante: invitar a los anticuarios de esa zona inglesa a allegar fondos “con objeto de mantenerme entre todos”. Su idea les resultaría “romántica, artística y naturalísima”. Ya que invertían tanto en preservar ruinas y descubrir huesos, antiguallas y demás, pensó que las “ruinas vivas” serían para ellos más seductoras. Pero, su sueño choca contra la vigilia: mientras su esposa revivía, él caía de golpe y el médico de aquélla dijo que hacerle algo era inútil por su corazón dilatado. Papeles trocados: la moribunda volvía y al indispuesto le caía la parca. Los d’Urberville, víctimas del efecto boomerang: la desgracia que en la opulencia hicieron caer sobre inquilinos/colonos “de poco pelo”, se volvía contra ellos: “Que tal es en perpetuo flujo y reflujo el ritmo a que se ajustan las cosas todas de la tierra”. (435 a 441)
Cap. LI, 441 a 450: Día de la Anunciación, el de cancelar cuentas. Antes, en Marlott, los braceros trabajaban de padres a hijos en las mismas tierras; en la última época a muchos los afanaba cambiar de parajes, movimiento migratorio con carácter de despoblación. Al disminuir las viviendas por derribos, los agricultores acaparaban para sus braceros las casas que quedaban en pie. Luego del traspiés que manchara a Tess, la familia Durbeyfield, cuyo linaje rancio nadie tomara en serio, era vista por todos como una de las que caducado el arrendamiento emigraría del país, así fuera solo por un moralismo. Al parecer, la tal familia no había sido modelo alguno de sobriedad o castidad. Así, el primer día de la Anunciación, vencido el contrato, Joan, la madre, Tess y Liza-Lu, Abraham y los otros niños desalojan. Al fijarse Tess en una telaraña piensa que, de no haber vuelto, madre ni niños estarían en la calle. Algunos vecinos de escrúpulos e influencias se fijan en ella cuando vuelve la segunda vez, ya casada, y notan cómo restaura la casi borrada tumba de su hijo, amonestan a Joan por haberla dejado volver a su lado: al responderles con ira y asegurarles que si tanto los irrita su presencia se irán todos del pueblo, el resultado es, el pez muere por la boca. Tess piensa con dolor que no debió volver. Alec le cuenta la leyenda del carro de los d’Urberville: cuando alguien oye el carro imaginario de ellos, como le pasa a Tess, viene una desgracia: leyenda que habla del asesinato de un miembro de la casta varios siglos atrás. La historia se repite entre Tess y… Ella le recuerda que quizás hubieran podido seguir en Marlott, pero que eso es imposible por no ser “una mujer honrada”; Alec: “¡Malditos escrúpulos! ¡Qué gente tan gazmoña!” Tess y los suyos se van a Kingsbere. Alec le ofrece su finca de Trantridge, oferta que rehúsa porque le “sobra el dinero”. Se rebela contra la injusticia y grita que fueran lo que fueran sus pecados jamás fueron de intención, así que ¿por qué la habían castigado con tanto rigor? Le escribe a Angel, por qué es tan cruel: “¡De ti no he recibido más que injusticia!” Le omite a Joan haber estado con Alec, quien ahora parece ser “su verdadero esposo”. (450)
Cap. LII, 450 a 459: Los vacíos carromatos recogen los ajuares de los trashumantes. A Tess y a su madre ningún hacendado les brinda un convoy. No hay braceros, sino mujeres a las que nadie necesita las que deben pagar su trasteo. Mientras Marian y Lizz y la familia del labrador que las acomoda, van en un coche tirado por tres caballos, Tess y su familia iban en otro tirado por dos: la diferencia entre viajar a costillas de un labriego acomodado a hacerlo en un armatoste pagado del propio bolsillo, con dirección a un lugar donde ningún patrón los espera. Al llegar a Kingsbere, las habitaciones ya están tomadas. Les toca quedarse en el cementerio hasta que el pueblo de sus antepasados les ofrezca asilo. Joan le recrimina a Tess el haberse “casado con señoritos”: entra a la iglesia por primera vez en su vida. Al observar las tumbas de la familia, en ruinas, nota la extinción de los d’Urberville. La estatua que parece moverse y le causa violenta impresión, no es otra que Alec, quien ironiza sobre ello pues si Tess creía que la estatua era uno de sus ancestros, ahora un dedo suyo puede hacer más por ellos que toda la dinastía que se pudre allí abajo a seis pies. Marion e Izz, viendo que Angel ya no es para ellas, hacen campaña idílica por Tess para que vuelva a su lado, redactan una carta y se la envían, con una firma sellada por el humor: “Dos que le quieren bien”. (459)
Séptima fase: El desenlace - Cap. LIII, 461 a 467: Atardece en la casa parroquial de Emminster, sede del padre de Angel, pastor Clare, quien anuncia que falta mucho para que su hijo llegue a Chalk-Newton, contando con que el tren no se retrase. Los padres expresan su alegría al tenerlo en casa otra vez, así no sea el mismo que se fue. Ahora parecía un trasunto del Cristo en la expiración, de Crivelli, o, por qué no, el Cristo de Mantegna: al que tanto se parecía el Che allí en la escuela de La Higuera. (5) Angel revisa la carta de Tess ya citada (448), en la que le reitera su crueldad y le enrostra su injusticia: no cree en la reconciliación. Su madre lo insta a no sufrir por “¡una hija de la tierra!” a lo que su hijo añade: “Todos somos hijos de la tierra”. Y les revela que Tess desciende por línea directa de una rancia familia normanda, aunque como tantos otros de su linaje “lleve una vida oscura” y se les diga “hijos de la tierra”, o sea, vulgares campesinos. Y esa reconciliación no sería fácil, estimaba, porque su última carta revelaba los estragos en su autoestima. Angel relee la carta de Tess que recibió en Brasil, la que revela cómo gravita la inmanencia histórica sobre la conciencia colectiva: “¡Ojalá pudiera vivir a tu lado, como criada siquiera, ya que no como esposa!” (466)
Cap. LIV, 467 a 472: Angel abandona la casa de sus padres en pos de Tess. Llega a King’s Hintock donde se alza la piedra “La cruz en la mano”, monolito sobre el cual Tess, engañada por Alec jura “no hacer nada por seducirlo”: ¿acaso se puede, habiendo ya dicho que la mujer es la que seduce y el hombre el seducido? Monolito que en la novela y en el filme es el de Stonehenge, donde Tess, luego del desenlace fatal, es capturada mientras duerme: un desacierto del arte decorativo, en la película, en tanto la maqueta resultó fallida y el cartón evidente. Angel se interna en Flintcomb-Ash, pero no encuentra a Tess porque nadie conoce a “la señora de Clare”. Desde su separación se rehusó a usar el apellido marital, lo que señalaba su dignidad de carácter, igual que el preferir trabajar de lechera, antes que pedirle ayuda a su suegro. Al llegar a Marlott, Angel saca en claro que ha muerto Sir John Durbeyfield y que Joan e hijos se mudan a Kingsbere. Al pasar por el sitio donde por primera vez vio a Tess en el baile, siente tanto dolor como cuando va a su casa y halla a una prole extraña. Visita la tumba de John, al que no le respetaron su última voluntad de ser enterrado en Marlott sino en Kingsbere, lo que no fue posible “porque no dejó ni un céntimo”: la lápida reza que es descendiente directo “del muy ilustre señor Pagan d’Urberville”, uno de los caballeros que vinieron con “William the Conqueror”, el primer rey de Inglaterra, de origen normando, entre 1066 y 1087, año en que muere. (469) El sepulturero le cuenta a Angel que la familia aún no ha pagado el costo de la lápida y éste le paga a un albañil la deuda, para luego seguir la pista de los migrantes. El encuentro de Angel con Joan no es agradable pues al inquirir por la salud de Tess, su madre le suelta: “—Yo no lo sé, pero usted sí debía saberlo”. (471) Cosa que Angel reconoce. Y cuando Joan le asegura que quizás a Tess no le alegre que vaya a buscarla, Angel, con soberbia, le dice: “Pues yo estoy seguro de que desea que vaya a buscarla. ¡Conozco a su hija mejor que usted!” La madre resuelve contarle a Angel que Tess está en Sandbourne, adonde parte en tren. Y, por último, le devuelve la soberbia al rechazar su ayuda, señalándole que “tenemos más de lo que pudiéramos apetecer”. (472)
Cap. LV, 472 a 477: Esa noche, a las once, Angel sale del hotel y echa a andar por Sandbourne, aplazando su búsqueda de Tess para el día siguiente. ¿Dónde podría estar, en aquella ciudad/balneario de riqueza y lujo? A las siete de la mañana, se dirige a la Central de Correos. Le pregunta a un cartero, por Tess, y luego a otro, por “la señorita Durbeyfield”. Al inquirir qué era La Garza, supo era una villa corriente con aspecto de casa particular que nadie confundiría con una pensión. La patrona lo recibe, él le pregunta por Tess y ella responde preguntando: “¿La señora de d’Urberville?” “Sí”. Y le añade que ya ella sabe quién es. Mientras aparece Tess, “más hermosa que nunca”, Angel se devana los sesos por lo cambiado que está. Le pregunta si lo perdona por haberse marchado, si puede ir a sus brazos y le confiesa que, al inicio, no supo comprenderla y la juzgó mal, pero luego sí pudo conocerla a fondo. Ella le pide que no se acerque, le dice que ya es tarde y lo echa. Para cerrar, le subraya que el vestido, todo lo que tiene, él, Alec, se lo regaló; no le importaba lo que pudiera hacer con ella. Aun así, Angel exclama: “¡Toda la culpa es mía!” Al instante Tess desparece y él, entre el frío y la palidez, ignora cómo está en la calle y echa a andar sin rumbo. (477)
Cap. LVI, 477 a 481: La señora Brooks, patrona de La Garza, era poco curiosa. Vivía esclavizada por las pérdidas y ganancias, para hacer cosa distinta que cobrar a sus huéspedes. Pero, la visita de Angel a Tess, le despertaría el femenil fisgoneo, en ella herido de muerte. Desde su gabinete pudo oír trozos del diálogo entre aquéllos, si pudiera llamarse así al cruce de palabras entre dos seres sin ventura. El primer piso de la posada, había sido alquilado, toda la temporada, por los señores d’Urberville. Ante la continua queja de alguien, la patrona miró por la cerradura y solo pudo ver que asomaba una esquina de la mesa del desayuno y una silla en la que Tess apoyaba la cara. Desde la alcoba contigua, una voz dijo: “Pero, ¿qué pasa?” La otra, fúnebre: “¡Mi marido ha vuelto a buscarme… y yo sin saberlo! Y tú siempre diciéndome cruelmente […] que nunca volvería. ¡Te valías para conmoverme de los apuros de mi familia… y te burlabas […] diciéndome… que era una tonta en esperarlo! […] ¡Sí, lo he perdido por ti otra vez!” […] “¡Y con lo enfermo que ha vuelto…, que parece un moribundo! Has destrozado mi vida…, […] mi verdadero marido no volverá a quererme.” (479) Se oyeron unas palabras del hombre y luego un ruido. Brooks subió al salón de la planta baja, a coser, esperando el llamado a recoger el servicio de desayuno para, de paso, averiguar qué ocurría. Luego, de súbito, un vestido roza la barandilla de la escalera y ve a Tess franquear la verja y salir a la calle. Piensa que acaso no se ha levantado Alec pues es poco madrugador. Ni volvía la ausente ni llamaba el hombre. Brooks hace cábalas sobre qué relación puede haber entre el visitante madrugador y “el supuesto matrimonio d’Urberville”. Fija de pronto la vista en el techo y descubre una mancha en el centro de la blanca superficie. Salió a la calle y al ver pasar a un hombre que trabajaba en la villa contigua le rogó entrar con ella a casa y subir al otro piso para saber qué pasaba. Abrió el hombre la puerta plegable, avanzó y al instante retrocedió lívido: vio al señor muerto en la cama, creyó que fue por una puñalada y reconoció en el suelo un charco de sangre. El cuchillo había penetrado en el corazón de la víctima. La victimaria de Alec no era otra que Tess, ahora en ausencia. (481)
LVII, 481 a 489: Angel dejó el camino y volvió a su hotel, extenuado. Pagó la cuenta y se fue. Su hermano Cuthbert se casa con Mercy Chant. Al internarse en un valle, de pronto, ve una figura de mujer: Tess, que hace rato lo sigue. Le cuenta que corre para decirle que ha matado a Alec. Por ambos. Que cuando una vez le puso un guante en la boca, presintió que algún día debía hacer lo que hizo, por la trampa que le puso, por aprovecharse de su inocencia y el ultraje a Angel por vía de ella. Le ruega la perdone, ahora que lo ha matado. El horror que tal idea produce en Angel va en proporción directa al amor que le tiene, el cual borra de su mente toda noción moral. Piensa si aquella leyenda del coche y el asesinato cometido por uno de los d’Urberville no se debe a que la gente los sentía “capaces de realizar actos truculentos”. (484) De nuevo, la inmanencia y el peso del rumor gravitando sobre la conciencia de la gente. Angel se dispone a defender a Tess “por todos los medios que sean necesarios”, como décadas después dirá Malcolm X con otros fines, igual de nobles: la libertad del pueblo negro; ambos, antes de que el blanco los lleve al patíbulo: ella, en vía pública; él, en espacio cerrado: para que nadie sepa. Tess y Angel huyen por los bosques, antes de que alguien los detenga; el desespero los abraza, arrobados por la idea de que nadie pueda separarlos, cual ignorantes del cadáver que entre ambos hay. Al fin, llegan al Bosque Nuevo y entran a la quinta Bramshurst, al cuidado de una vieja que solo va a abrir y cerrar ventanas. Poco a poco los envuelve la noche con sus sombras, las que ninguna luz puede disipar. Una descripción del ambiente deviene metáfora del acoso que se cierne sobre ellos.
LVIII, 489 a 498: Una noche de solemnidad y silencio la de Angel y Tess. Ésta le recomienda, cual taoísta, no recuerde más, viva el presente, sin preocuparse por el futuro. Angel consigue provisiones y desayunan. Tess se opone a ir a Southampton o Londres o a cualquier otra urbe. Cree que solo allí, en el refugio, habita la felicidad; afuera es triste y espera lo inexorable. Tess no quiere sobrevivir a lo que Angel siente por ella, ahora. La guardesa madruga y se dispone a entrar al cuarto en el que están los fugitivos. Por una rendija de la puerta, ve los labios de Tess, “entreabiertos como una flor”. Aunque le choca la inocencia de los durmientes pronto la indignación deriva en sentimentalismo, al pensar que quizás sean novios que han huido juntos. Cierra la puerta y se dispone contar el hallazgo a sus vecinos. Al presentir algo raro, ambos deciden abandonar la quinta pues Angel está seguro de lo que se avecina. Igual Tess que sabe le quedan pocas semanas de vida. Cruzan por la antigua Melchester y su puente ya que, de otro modo, no podrían cruzar el ancho río. Fuera de la ciudad, siguen por la carretera. Tras algunos avatares llegan a Stonehenge, el templo pagano: Tess recuerda que Angel en Talbothays le decía que era una pagana, por lo que ella se siente muy bien en el histórico monolito. Todo allí representa para ella solemnidad y silencio. Tess le pide a Angel que de no estar ella se case con Liza-Lu, en un acto de suprema generosidad: lo que lleva a Casablanca, filme en el que se presenta un caso similar entre Rick Blaine e Ilsa Lund, cuando aquél le pide a ésta se suba con su marido al avión que va para Lisboa. Lo que algo dice toda vez que el filme de Curtiz es considerado el melodrama por excelencia en la historia del cine. Ya para terminar, llegan los 16 sabuesos tras Tess y su cómplice Angel, quien les pide que esperen solo a que despierte: “No tenía más remedio que ser así […], Angel, después de todo me alegro. Esta felicidad no podía durar mucho… […] Ya no quiero vivir más”, expresa ella con dignidad. Luego, entre la serenidad y la decisión, suelta un lacónico: “¡Vamos!” (498)
Cap. LIX, 498 a 500: Wintoncester, en otro tiempo capital de Wessex, se extiende por las colinas y barrancos de una hondonada, bajo el esplendor de una mañana de julio. Es día de mercado. Dos personas caminan con preocupación y sin optimismo, ajenos a lo abrupto del repecho. Acaban de salir de un estrecho postigo enrejado que se abría en el alto muro de un edificio ubicado más abajo. Llevan prisa por alejarse de la arcaica ciudad. Son Angel y el retrato “espiritualizado” de Tess, su hermana Liza-Lu, cuñada del primero. Los relojes dan las ocho. Entre el resto de edificios, destaca un vasto caserón, de ladrillo rojo y techumbre plana gris, con angostas ventanas de rejas que parecen gritar el cautiverio. En el muro de dicha mole es que se abre el postigo por el que salen los dos jóvenes. En su centro, el único borrón que afea a la urbe. A ellos no les interesa la belleza del panorama sino, preciso, aquel borrón. Tras sonar las campanas de las ocho ven subir por el asta, con lentitud, una bandera negra. La novela cuenta que se ha hecho “Justicia”, que el Presidente de los Inmortales, según Esquilo, uno de los padres de la tragedia griega junto a Sófocles y Eurípides, ha ejercido con Tess su “siniestro deporte”. Mientras, la familia d’Urberville sigue durmiendo seis pies bajo tierra. Los parcos espectadores de la nefasta visión, se arrodillan en silencio en tributo a Tess mientras la bandera sigue ondeando muda. Al recobrar fuerzas, se agarran de la mano y cogen camino. La vida sigue, se dice, aunque siga mal: retrato que salta siglos y llega a Fosa Común.
Conclusiones: Tess es un ejemplo de ser humano vital, creyente no en el sentido tradicional, que pensaba mucho en la muerte, a partir de la experiencia con su hijo, para estar más lejos del infierno humano. En su sacrificio final, cuando es condenada y ahorcada luego de una crisis nerviosa en la que mata a Alec con ira, confluyen la sanción social, el escarmiento, el estigma, el machismo, el odio y la reprobación por el hecho de ser mujer. En Akenatón La historia de la humanidad contada por un gato, Gérard Vincent cuenta cómo los miércoles, las mujeres y los gatos eran quemados vivos, por la Inquisición, en las plazas de Francia (6): “Por herejes”. Hoy se sabe que herejía significa todo lo contrario de lo que la Iglesia y luego los Imperios, el europeo y el sionista/gringo, le dijeron a la Humanidad para manipularla, maltratarla y conducirla, sin reparos, al matadero, con la promesa de la eternidad, sin haber podido disfrutar de la vida en la Tierra, porque el goce estaba/está, dicen ellos, reservado, como cualquier hotel, motel, prostíbulo, en exclusiva para los (mal llamados) poderosos. Así, hoy se sabe que el término proviene del griego αἱρετικός (hairetikós), luego del latín haeretĭcus: “libre de elegir”. Entonces, un hereje es alguien que elige de manera libre un dogma diferente al que le quieren imponer a partir de una doctrina, una religión, una secta. Y Tess tiene una particular manera de creer, desde luego impregnada de Biblia/cristianismo. Pero, lo relevante es que nadie la puede inducir/obligar a pensar como el resto, aunque, eso sí, los atavismos la lleven hasta arrastrarla adonde la mojigata sociedad de su época quiso, primero, al infierno tan temido, de que habla Onetti, y, luego, al sacrificio tan repudiado por la lúcida marginalidad de los seres libres que, como Tarkovski, lo transforman, no metamorfosean, en un paradigma de libertad permanente, teniendo en mente, se dijo, la idea de la muerte, como quien sabe que solo así es posible/probable estar más cerca de la vida.
Sobre el infierno que vivió Tess, por otros que v. gr. Alec la llama “tentadora Tess, condenada hechicera de Babilonia” (406), cabe recordar a Shakespeare: “El infierno está vacío, todos los demonios están aquí”. O a Rulfo: “El infierno es aquí y ahora”. O a Rojas H.: Antes de pudrirse, el marido/tío pregunta a Celia: “— Para ti, ¿qué es el infierno? — Muy simple, ¿sabes? Lo imagino como una casa, esta misma casa, de donde se han ido todos los seres que amo. Pasa el tiempo y eternamente los espero y ellos no llegan y en esperarlos, sabiendo que no llegarán nunca, radica el infierno”. Y Milciades: — En cambio, yo tengo una atroz y exclusiva manera de imaginarlo. Sueño que he muerto y que he sido juzgado por un tribunal que no recuerdo. Y esta condena consiste en encarnar, sabiendo que continúo siendo yo mismo, en una persona que detesto y que cuando estoy protestando y gritando, aterrado por aquel cambio, ya soy esa persona y lo seguiré siendo por toda la eternidad”. (7)
Por último, Infierno, de Virgilio Piñera: “Cuando somos niños, el Infierno es nada más que el nombre del diablo puesto en la boca de nuestros padres. Después, esa noción se complica, y entonces nos revolcamos en el lecho, en las interminables noches de la adolescencia, tratando de apagar las llamas que nos queman, ¡las llamas de la imaginación! Más tarde, cuando ya no nos miramos en los espejos porque nuestras caras empiezan a parecerse a la del diablo, la noción del Infierno se resuelve en un temor intelectual, de manera que para escapar a tanta angustia nos ponemos a describirlo. Ya en la vejez, el Infierno se encuentra tan a mano que lo aceptamos como un mal necesario y hasta dejamos ver nuestra ansiedad por sufrirlo. Más tarde aún (y ahora sí estamos en sus llamas), mientras nos quemamos, empezamos a entrever que acaso podríamos aclimatarnos. Pasados mil años, un diablo nos pregunta con cara de circunstancia si sufrimos todavía. Le contestamos que la parte de rutina es mayor que la parte de sufrimiento. Por fin llega el día en que podríamos abandonar el Infierno, pero enérgicamente rechazamos tal ofrecimiento, pues, ¿quién renuncia a una querida costumbre?” (8) Quizás, salvo los que piensan “el infierno son los otros”; en contexto: “Entonces, es esto el infierno. Nunca lo hubiera creído… ¿Recuerdan?: el azufre, la hoguera, las brasas… ¡Ah! Qué chiste. No hay necesidad de brasas. El infierno son los otros”, escribió J.-P. Sartre en A puertas cerradas, drama puesto en escena por Raymond Rouleau y estrenado en la sala Vieux-Colombier, el 27/may/1944, durante la ocupación nazi de París. (9)
Le sugerimos leer el siguiente texto de la serie La jácara literaria: Historia de la literatura: “Libro de buen amor”
Con Tess, la de los d’Urberville (Una mujer pura, fielmente presentada) (1891), se ha escrito uno de los documentos literarios más gratos al sentido de la justicia (o contra su antónimo), de la igualdad, de la libertad. Uno de los testimonios de índole social y política, inscrito no dentro del Naturalismo (cuya carga semiótica, parece también naturalizar lo impropio: la ignominia), sino dentro del realismo en tanto crítica socio/política a uno de los períodos de mayor oscurantismo y no menor abyección, suprema violación de las libertades y de los DDHH, no solo en la historia de Europa e Inglaterra en particular, sino del mundo: la época victoriana. El reinado más largo en la historia de Inglaterra y el de mayores efectos negativos sobre su población, pero que la historia oficial ha sabido ocultar/silenciar para tranquilidad de la conciencia colectiva y, ante todo, de los sátrapas del planeta. La era de mayor oprobio, malignidad, bajeza ética, violaciones/violencias y desprecio por los DDHH. Thomas Hardy ha escrito, en síntesis, una novela de poder/potencia innegables, desde la sensualidad y el erotismo, sobre temas ásperos/difíciles de abordar en tiempos de fascismo ordinario/extra-ordinario: libertad sexual; independencia de la mujer; autonomía laboral: igualdad salarial; equidad entre los géneros; reconocimiento a las mujeres por su papel (siempre silenciado) dentro de la sociedad, etc. Tess, la novela, representa el asesinato de la inocencia; Tess, el filme, en palabras de Polanski, “la inocencia traicionada”. Entre ambas, Tess, el personaje y más allá el portento de mujer que es, le recuerda al mundo la malicia y la traición del hombre a las féminas: el mundo sigue siendo, a tantos años de publicada la obra de Thomas Hardy, patriarcal/machista y andro/falo/céntrico. Aun así, la mujer ya despertó y empieza a revertir el mapa de inequidad sexual/laboral, maltrato, desconocimiento, bajeza, desprecio, humanos; y a luchar por su libertad, consciente de que, como decía Emma Goldman, la libertad no bajará al pueblo, sino que el pueblo (femenino: y el otro, obvio) tiene que alzarse a la libertad.
A mi padre, Luis Jorge, El Gato (1918-1979), justo en los 103 años de su natalicio.
A Santiago, El Puma, mi hijo y su nieto, a tiro de cumplir los 32 que yo tenía al nacer él.
A Marthica y a María del Rosario, las mujeres de quienes más he aprendido sobre su condición.
Bogotá, 22 febrero 2021
Notas:
(4) GONZÁLEZ, Fernando. Viaje a pie. La Oveja Negra, 5ª Edición, 1985.
(5) https://gumroad.com/l/Bicak
(6) VINCENT, Gérard. Akenatón La historia de la Humanidad contada por un gato. Alfaguara, Barcelona, 1994, 273 pp.
(7) ROJAS HERAZO, Héctor. Celia se pudre. Ministerio de Cultura de Colombia – Homenajes Nacionales de Literatura 1998, Bogotá, 1002 pp.: 196.
(8) https://estoespurocuento.wordpress.com/2013/09/14/virgilio-pinera-el-infierno-cuento/
(9) L’enfer, c’est les Autres, en el original del drama teatral A puertas cerradas.
* (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín de EE, 2012, y columnista, 23/mar/2018. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao, 2017). Mención de Honor por Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y biopolítica, en coautoría con Luís E. Soares, fue publicado por UFES, Vitória (Edufes, 2020). El libro El estatuto (contra)colonial de la Humanidad, producto del III Congreso Int. Literatura y Revolución fue lanzado por UFES, el 20/feb/2021. Autor, traductor y coautor, con Luis E. Soares, en portal Rebelión. E-mail: lucasmusar@yahoo.com