Tite Curet Alonso nunca será un "Periódico de Ayer"

Eran las cuatro de la mañana y la fiesta por fin se había acabado, lo que me resultaba extraño pues las parrandas en mi casa podían durar de dos a tres días si se lo proponían. Verlos tocar instrumentos de percusión, hablar de música y ver a mi padre mover los pies como todo un experto, me llenaba el corazón de emoción; aunque por más felicidad que tuviera anhelaba que la fiesta no durara tanto, tenía seis años y mi energía se había agotado, quería dormir.

Elena Chafyrtth
10 de febrero de 2020 - 01:51 p. m.
Catalino Tite Curet nació el 12 de febrero de 1926 en el Barrio Hoyo de Puerto Rico. Su primera composición fue en 1968 titulada “La tirana”, grabada por la cantante cubana La Lupe, que lo llevaría a la fama como compositor. / Biografías y vidas.
Catalino Tite Curet nació el 12 de febrero de 1926 en el Barrio Hoyo de Puerto Rico. Su primera composición fue en 1968 titulada “La tirana”, grabada por la cantante cubana La Lupe, que lo llevaría a la fama como compositor. / Biografías y vidas.
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Esa madrugada se me hizo raro que dejaran el equipo prendido. Entonces decidí esperar un rato a ver qué pasaba, cuando de pronto sonó “Periódico de ayer”. Esa noche la habían puesto cientos de veces, así que escucharla una vez más no sería problema. La letra se robó toda mi atención junto con la melodía, lo que me llevó a preguntarme por aquel compositor.

El poeta que había escrito tan hermosa canción se llamaba Catalino Tite Curet Alonso, quien llegó al mundo el 12 de febrero de 1926, en el barrio Hoyo, del municipio de Puerto Rico llamado Guayama. Su padre, Catalino Curet Vásquez, fue un gran músico que acompañó como trompetista a la orquesta del también compositor Simón Madera. Juana Alonso García, su madre, era una gran costurera y diseñadora que siempre brilló por su creatividad.

Cuando el compositor puertorriqueño cumplió dos años de edad, sus padres decidieron separarse, suceso que lo llevaría a vivir su infancia en Santurce, municipio cerca de San Juan de Puerto Rico. Tiempo después tomó clases de teoría musical y solfeo con el profesor colombiano Jorge Rufián, quien le enseñó las bases para que más tarde sorprendiera con su gran oído al ponerle ritmo a sus letras.

Cuando le preguntaban al compositor Catalino Curet si tocaba algún instrumento, él, con cierta nostalgia, respondía que ninguno, pues su madre no quería que fuera músico y siguiera los pasos de su padre, así que decidió vender el piano que le habían regalado para que no siguiera aprendiendo.

Sin embargo, su amor por la música y su obsesión por las letras de los compositores Tití Amadeo y Pedro Flores lo llevaron a desobedecer los deseos de su madre. Además de esto, se consideraba un admirador de la música brasileña. De esto existe una anécdota: su hermana de compositor salía con un brasileño y le llevaba a su hermano revistas y artículos en portugués. De esta manera el maestro, inquieto por la cultura y sin tener oportunidad de viajar, se volvió un experto en el idioma portugués. Lo paradójico de la situación es que su hermana, aunque viajó varias veces, jamás habló este idioma. Por su lado el maestro se convirtió en traductor de varios cantantes que querían iniciar su carrera en español, como Martina, Nelson Ned, Ángela María, entre otros.

Antes que compositor, el maestro Tite Curet Alonso fue periodista. Dedicó la mitad de su vida a trabajar en el Periódico “El Correo”, de los Estados Unidos, donde escribió como cronista cultural y deportivo por más de 37 años.

En repetidas ocasiones, cuando le hablaban del periodismo, contaba: “El periodismo me dio a mí el poder de escribir con coherencia, yo aprendí a escribir con verbos y no con adjetivos. El adjetivo hace muy larga la línea, hay que componer a base de verbos, porque finalmente el periodismo es una plana que obliga a escribir”.

En 1963, a los 40 años, el maestro Catalino empezó a componer sin estar seguro de sus letras, por lo que las ocultaba en su escritorio. Dos años más tarde compuso para el músico Joe Quijano la canción “Efectivamente”, una charanga que puso a bailar a los puertorriqueños. Decidió titularla de esta manera porque era muy popular entre los locutores de la época.

Tite Curet decía, como un presagio, que su fuente de inspiración y alegrías siempre serían la mujer. Fue así que en 1968 escribió “El gran tirano”, en un principio escrita para el bolerista cubano Roberto Ledesma. Sin embargo, este no se interesó en la composición, razón por la cual el maestro Curet le cambió el nombre por “La Tirana” y la modificó para ser cantada por una voz femenina, la de La Lupe, quien cambiaría la historia del compositor, llevándolo con este tema a lo más alto de la fama, pues transmitía con su voz lo que “Don Tite Curet” había plasmado en su letra.

En 1970, en Estados Unidos, en la Calle 23, esa misma en la que el músico y compositor cubano Arsenio Rodríguez inmortalizó con su letra “Hay fuego en el 23”, se encontraron dos hombres nacidos en Puerto Rico que la vida uniría para que empezaran a hacer música. En esta calle se saludaron el compositor Catalino Curet y el cantautor Cheo Feliciano. Allí prometieron que su próxima reunión sería en su tierra y así fue.

Los dos se necesitaban mutuamente: por una parte, el compositor Tite Curet Alonso siempre había soñado con escribir algo para el cantante. Por la otra, Feliciano llevaba fuera de los escenarios varios años, pues su adicción a las drogas lo había alejado de la música. Necesitaba reencontrarse a sí mismo.

Fue así que el 26 de agosto de 1971, el creador puertorriqueño escribió la eterna “Anacaona”, inspirada en una canción de la orquesta Lecuona Cuban Boys. Luego de que el tema fuera todo un éxito, el maestro se enteró, sin querer, de que había contado la historia de “La Cacica”. Esta canción de inmediato marcó dos hechos importantes en la vida de Cheo Feliciano: volvió a los escenarios y encontró en el maestro Tite Curet a su cómplice eterno.

Feliciano recordó siempre cuando firmó un contrato para grabar con el sello de la Fania. Debía grabar diez temas y solo tenía nueve. Entonces llamó a su amigo a contarle lo que pasaba. A los pocos minutos llegó el compositor puertorriqueño con una sonrisa y la letra de un bolero lista para grabar. La escribió en una bolsa de papel por el camino. Esta llevó por nombre “Mi triste problema”, y en ella plasmaba las emociones de su amigo como si él mismo las hubiese vivido.

Desde ese momento la vida del maestro Tite Curet Alonso tomó otro rumbo. Sus versos se volverían inolvidables. Transcurría la década de los 70.  Ya se utilizaba el término “salsa”, una mezcla de viejos ritmos cubanos con ritmos como boogalo y chingalín. Era un camino peligroso, ya que los grandes de la salsa exploraban otros sonidos, pues en los últimos años el rock había sido protagonista de la historia de la música, y con estos nuevos ritmos la salsa lograba posesionarse y robarse el corazón del público.  La salsa necesitaba de letras con profundidad. En conclusión: la salsa necesitaba de Don Catalino Tite Curet Alonso.

Alonso compuso varios boleros para el cantante Tito Rodríguez, pero el que más llamó la atención del público fue “Tiemblas”. Escribió para Ray Barreto “El hijo de obatalá”, y más tarde le daría vida al tema “Presencia”, en la voz de Justo Betancourt. Escribió “La palabra adiós”, que sería grabada por la Fania, y más tarde, “Juanito alimaña”. Hizo canciones para Rafael Cortijo, quien había sido su gran amigo desde la niñez, “Pa' los caseríos”, “El prestamista”, entre otros, y le entregó a Bobby Valentín “Huracán de pasión”. Para el cantante Santos Colón creó los boleros “Somos amantes y qué”, “Engreída” y “Te amé”, entre otros.

En 1976 Héctor Lavoe decidió lanzar su álbum “De ti depende”, en el que inmortalizó la canción “Periódico de Ayer”. Willie Colon participó como arreglista y productor del álbum, quien experimentó con un arreglo de cuerdas utilizado solo para el bolero, lo que causó que fuera uno de sus arreglos emblemáticos. Todo esto, junto con la noticia producida por un desamor, fueron la combinación perfecta para que, como melómanos, en algún momento de nuestra vida dedicáramos o recordáramos esa canción.

Un día le preguntaron al poeta Tite Curet si había visto la película de la bailarina Isadora Duncan. Él respondió que había ido a cine solo dos veces en su vida y ya había transcurrido un buen tiempo desde la última vez. Así que, inquietado por el personaje femenino, decidió ir al bar de una amiga que llevaba el mismo nombre de aquella bailarina. Ella le prestó un libro sobre la vida de la artista, y sin conocerla ni haberla visto nunca, compuso una bella letra: “Cuando bailó se liberó, tal vez autentico fue el mensaje de Isadora, en cada amor una pasión vivió, y a nadie se encadenaba Isadora”, tema que interpretaría la cantante Celia Cruz.

Para el maestro Tite Curet su tierra era magia, montañas de dónde provenía el agua cristalina, lugar donde las cuadras cobraban vida, donde todos bailaban la misma armonía, al son de la bomba, la charanga, el belé y los ritmos africanos. Caminó y recorrió su tierra, hasta que tuvo los versos perfectos para rendirle un homenaje, su canción titulada “Andando la tierra mía”, que fue interpretada por el cantante italiano Tony Croatto.

Había algo más que el compositor Tite Curet lograba sin proponérselo. Con sus letras no solo le escribía al amor, también le escribía a su raza, al orgullo que sentía por ser negro. De este sentir surgió: “Las caras lindas, las caras lindas de mi gente negra, y en cada beso bien cautivadora”, tema que se convirtió en un himno para los puertorriqueños, interpretado por Ismael Rivera. Lo mismo ocurrió con su tema “Juan Albañil”, la historia de un hombre que trabajaba muy duro para construir un edificio y tiempo después no pudo entrar al edificio que él mismo había construido.

Acercarme a la vida del maestro Curet Alonso me ha llevado a pensar que aquellas personas que admiramos, así no las hayamos conocido, nos acompañan en los momentos más difíciles.  Digo esto porque una tarde del año 2012 llegaba de visitar en la clínica a mi abuelo, y descubrí al cantante y bailarín Roberto Roena y su Apollo Sound, con su tema “Marejada Feliz”. Recuerdo que lo primero que me aprendí fue “Su pelo color del azul y sus ojos azul del mar, son dos cosas que en la vida yo nunca podré olvidar”. Aquellos versos describían al señor Luis Alberto, mi abuelo, pues sin saberlo esa tarde en medio de la letra ya me estaba despidiendo de sus ojos y su hermoso cabello, pues al otro día murió. Cuando los días pasaron y pude controlar un poco mi dolor busqué al compositor de “Marejada feliz”. Mis manos temblaron cuando leí el nombre de don Tite Curet.

Esa tarde, al descubrir su composición, prometí escribir sobre aquel hombre que compuso y amó el vallenato sin ser colombiano, o “sin necesidad de ser Gabriel García Márquez”, como él mismo decía. Prometí que hablaría de aquel hombre que le cantó a Puerto Rico hasta sus últimos días. Esa tarde tuve la certeza de que le haría un homenaje a aquel compositor que conquistó al mundo escribiendo en sus versos más verbos que adjetivos.

El maestro y gran compositor boricua Catalino Tite Curet Alonso pasó sus últimos días en el hospital Sinaí, de Baltimore, debido a problemas cardiacos y de circulación. Murió el 5 de agosto de 2003, al lado de su hija Hida Curet y sus nietos. Se había radicado en Estados Unidos dos meses antes. Este lamentable suceso ocupó la primera plana en el corazón de los amantes de la poesía y las canciones inolvidables, noticia que nunca ha sido parte de un periódico de ayer.

Por Elena Chafyrtth

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