Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Arnaldo Maal es venezolano y tiene 53 años. Cuando lo amenazaron tenía aproximadamente 30. Es alto y delgado. Su cabello encanado y tejido en rastas le llega a la cadera y su blazer gris, combinado con una camiseta verde militar, le da un aire de señor que no cree en esa madurez amarga con la que algunos se van resignando porque “ya la vida va en picada”.
Puede leer: Agéndese para el XVI Festival Internacional de Circo de Bogotá
La experiencia de los años no le ha robado la vehemencia para hablar de su arte. Desde que cumplió 23, se dedicó al teatro, las artes plásticas y por fortuna, aterrizó en el circo. Siete años después, más o menos, hizo un espectáculo en su país llamado “Bestiario imaginario del Caribe”. Armó columnas grandes que le dieran al escenario un aspecto de estructura gigante. En la obra se narraba la historia de unos personajes mutantes en la que cada uno representaba a alguien dentro de la sociedad de ese entonces, como la mujer gallina, que personificaba a la típica matrona de barrio. Su cuerpo, amorfo, captó la atención del público de inmediato. Tenía muchas “tetas”, era gorda, cocinaba arepas y freía sus propios pollos. Su aspecto, sórdido y un poco vulgar, había sido diseñado única y exclusivamente para procrear mano de obra, como otro de los personajes, el niño con cabeza de piraña, que olía pegamento, tenía brazos artificiales y era uno de los guerreros del sistema. También estaba el lobo barbie, un arma del imperio que gobernaba esa sociedad y cumplía la función de neutralizar cualquier manifestación que atentara contra los ideales de los que ostentaban el poder: disparaba y lo que fuese atacado se convertía en moda, de este modo lograban que perdiera su efecto y valor. Cuando terminó el espectáculo, Maal se dispuso a recoger su material. Cuando iba saliendo de la plaza en la que se presentó, dos hombres se le acercaron, lo miraron a los ojos y se los señalaron con los dedos: “Te tenemos visto. Cuídate”. Maal no reaccionó. Se quedó pensando y se dijo: “Todo salió bien. Logré que entendieran la obra. Este es el mejor aplauso que me han dado en la vida”. Arnaldo Maal es uno de los actores que se presentarán hoy en la obra “Mira que te están mirando”, show que hace parte de la programación del Festival Internacional de Circo y Teatro de Bogotá.
Con la versión de 2018, se cumplen 16 años del festival organizado por Muro de Espuma, que desde 1983 se ha encargado de crear y diseñar políticas para el desarollo del arte y la cultura en la ciudad. Sus investigaciones y formaciones alrededor de la cultura promueven la construcción de espacios y contenidos que acercan a los bogotanos a diversas manifestaciones artísticas como el circo, el espectáculo más antiguo del mundo que se fortaleció en la Edad Media y se ha mantenido vigente hasta hoy.
Todos los días, en las noches, Maal se junta con los demás cirqueros, actores y malabaristas, que se reúnen alrededor de una utopía que pretende transformar los imaginarios que se tienen de este tipo de espectáculos. Además de ser un plan capaz de complacer todos los gustos, es una propuesta que dista mucho de la carpa enorme que por dentro alberga elefantes o tigres de bengala atravesando arcos de fuego, ya que lo más decadente de las artes circenses es aquello que se acerca a la explotación de la mano de obra y el maltrato animal. En el festival usted se encontrará con puestas en escena como la del Teatro Cronopio de Argentina, en la que la vida que se la da a la utilería llega gracias al esfuerzo teatral realizado por el actor, quien, con una luz azul, el sonido de una guitarra, un violín, su vestuario y unas cajas, sumerge al público en la vida de un ser humano que ama con pasión todo lo que lo rodea. Un payaso húmedo y pegajoso que, con muy pocas herramientas y un exceso de expresiones, sonidos y actuaciones, terminará por secuestrar la sensación de culpa, victoria, tristeza y alegría de cada corazón que se sienta identificado con la torpeza humana y los tropiezos inevitables del camino.
Puede leer: Hacer reír es un acto de generosidad
Los artistas son románticos y sacrificados. Las motivaciones de alguien que se dedique a la producción de obras generadoras de belleza, sanadoras de almas rotas y limpiadoras de lugares sórdidos, se alejan de las pretensiones por el dinero o el brillo del reconocimiento. Arnoldo Maal lo mencionó: “Un payaso sin hambre no es un buen payaso”, y es que el hambre tiene muchas formas y el payaso o el artista generalmente se topa con todas. Para dedicar el alma y la vida a un oficio tan noble como el arte, hay que estar motivado por razones más fuertes que las de la riqueza o la comodidad. El artista trabaja para llenar los huecos, dar sosiego a las angustias, construir puentes entre extremos o cuestionar imposiciones que se creían incuestionables. El artista revela, rompe, agita, estremece o calma.
El festival es una invitación a que usted se incomode y se desplace. A que ensanche la mente para recorrer el camino que ya ha transitado el circo desde sus inicios, hace 3.000 años en Egipto, China, Grecia o India. A que levante la mirada de la pantalla de su celular y acepte los desafíos de unas obras escritas y pensadas desde la inquietud. Cada propuesta que se presentará esta semana en Bogotá es producto de un cuestionamiento a los valores, la sociedad o el uso del tiempo. Para entender los mensajes y recibir los dardos lanzados por los actores, los clowns o los malabaristas, hay que asistir dispuestos a abandonar los dogmas, las fronteras y la tóxica comodidad.