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La crucifixión de Stefan Zweig después de su muerte

Ahí estaban los dos, tomados de la mano. Y así pasaron a la historia, y así la historia los perpetuó. Unidos, con rostros de paz, y un poema de Camoes enfrente que decía: “¡Ay, si al menos un pliegue de la esfera terrestre fuera seguro para el hombre!”. Habían salido de Europa tantos años antes, y habían pasado por Nueva York, para terminar en Petrópolis, Brasil, en la calle Gonçalves Dias, número 34.

Fernando Araújo Vélez
19 de agosto de 2020 - 07:30 p. m.
El escritor Stefan Zweig y su segunda esposa, Charlotte Altmann.
El escritor Stefan Zweig y su segunda esposa, Charlotte Altmann.
Foto: Ilustración: Nátaly Londoño Laura

Habían hablado del mundo, de Europa, de la paz, y él, como figura excluyente de la intelectualidad austríaca y mundial, de la literatura, había dictado distintas conferencias en Argentina y República Dominicana. Y habían huido. Sobre todo, habían huido. Tomados de la mano por momentos, como cuando murieron, o ligeramente distanciados, como cuando discutían sobre tal o cual personaje en tal o cual libro. Se amaban con un amor viejo, de dar la vida el uno por la otra, de sumar y seguir sumando. De aportar.

Por Fernando Araújo Vélez

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