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Una historia de la literatura: “Teogonía”, de Hesíodo

En las dos primeras entregas aludimos a los referentes iniciales de la poesía épica en cabeza de Homero. El turno ahora es para Hesíodo, un autor nacido en Beocia (Grecia) en el siglo VII a. C.

Mónica Acebedo
06 de octubre de 2020 - 02:00 a. m.
“Teogonía” es  una de las más antiguas versiones del comienzo del universo y de la estirpe de los dioses griegos.
“Teogonía” es una de las más antiguas versiones del comienzo del universo y de la estirpe de los dioses griegos.
Foto: Archivo particular
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Probablemente vivió alrededor del año 650 a. C. y, aunque no hay certeza absoluta de datos biográficos específicos, sí se sabe que existió (a diferencia de Homero, cuya existencia ha sido cuestionada en numerosas ocasiones), que vivió en un ambiente rural y, como él mismo lo afirma en su obra, que era pastor cuando las musas se presentaron cargadas de inspiración. También sabemos que compuso esta obra esencial de la épica griega. Precisamente, Hesíodo y Homero son dos de los escritores que servirán de ejemplo a Platón para rechazar a los poetas en su República.

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Las sociedades de todos los tiempos tienen una necesidad imperativa de establecer el origen del mundo y es, usualmente, a través de la literatura que se logra la transmisión de mitos y creencias que se adaptan a sus requerimientos culturales. Es el caso de la Teogonía. Está estructurada en verso a través de himnos o cantos y contiene los mitos y narraciones que la tradición oral ha venido transmitiendo de generación en generación. Se trata de una de las más antiguas versiones del comienzo del universo y de la estirpe de los dioses griegos, que equivaldría, en la mitología bíblica judeocristiana, al libro del Génesis (primer libro tanto de la Torá como del Antiguo Testamento).

La palabra “teogonía” proviene del griego θεογονία (theogonía) y la define el diccionario moderno como “generación de los dioses del paganismo” (RAE). Paganismo, a su vez, fue el nombre que les dieron los cristianos a otras religiones del Imperio romano y que se fue acuñando a través del tiempo.

Son, pues, muchas las historias que narra Hesíodo en esta obra maestra y se me acabaría el espacio al detallar el origen del universo y de los dioses y diosas que lo componen. Sin embargo, me voy a referir a unos cuantos que tienen relación directa con algunas obras literarias a las que haremos referencia en este recuento paulatino de la historia de la literatura:

La cosmogonía (v. 116-131). Se refiere al origen del universo: “En primer lugar existió el Caos. Después Gea, la de amplio pecho, sede siempre segura de todos los inmortales que habitan la nevada cumbre del Olimpo. En el fondo de la tierra de anchos caminos existió el tenebroso Tártaro. Por último, Eros, el más hermoso entre los dioses inmortales, que afloja los miembros y cautiva de todos los dioses y todos los hombres el corazón y la sensata voluntad en sus pechos”.

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Así, del dios Caos (igual que el vacío) vienen la noche, las tinieblas (Érebo) y de este el día, pero también los sueños, el firmamento, la muerte, la falsedad, los vicios, la angustia; paralelamente la diosa Gea (la Tierra), junto con Eros (deseo); de Tártaro descienden Titón (la tempestad), de la misma Gea, Urano, el cielo, de este, los Titanes… entre ellos Cronos (dios del tiempo y padre de Zeus).

La castración de Urano (v. 155-209) forma parte de los mitos de sucesión; Urano mantenía a los hijos e hijas que tuvo con Gea ocultos en el centro de la tierra y no los dejaba salir a la luz hasta que Cronos, por sugerencia de su madre, decidió cortar los genitales a su padre cuando este dormía y los lanzó al vacío… De la sangre que emanó y que recogió la misma Gea nacieron las Erinias. De los genitales, que cayeron al mar, nació, por ejemplo, la hermosa Afrodita, tan importante en las obras de Homero.

El nacimiento de Zeus (v. 459-501): Cronos sabía que su trono terminaría violentamente a manos de alguno de sus hijos. Por eso todos los hijos que tenía con Rea (también llamada la diosa Cibeles) se los iba tragando tan pronto nacían. Rea, cansada de esta situación, le hizo tragar una piedra en lugar de Zeus, a quien escondió hasta que este último, ya adulto, lo retó y restableció el orden de los dioses olímpicos. Reparte el mundo con sus hermanos (rescatados del interior de Cronos); Hades (los infiernos) y Poseidón (los océanos). Desde la llegada de Zeus vamos a encontrar una jerarquía organizada y no la anarquía que existía anteriormente; se establece un nuevo orden y una clara división entre lo divino y lo terreno. Él representa una nueva generación de dioses, cuya organización es la que vamos a encontrar en las obras homéricas y muchas expresiones artísticas de todos los tiempos, en especial en el renacimiento florentino y veneciano.

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En suma, esta obra se convierte en un referente escrito primordial para entender muchos de los aspectos de la mitología griega, las obras literarias de la antigüedad e incluso proporciona elementos que confluyen en las teorías del pensamiento de los filósofos griegos. Pero, además, se ha constituido, junto con otras obras como Las metamorfosis, de Ovidio, en referentes obligatorios de la literatura, el arte, el cine y una variopinta gama de manifestaciones culturales.

Termino con una cita de un ensayo de Margarita Dalton Palomo, publicado por el Colegio de México, titulado Mujeres, diosas y musas: tejedoras de la memoria: “La raza de las mujeres: atributo de inmortales y mortales en Hesíodo", que, si bien hace referencia al manejo del género femenino en Hesíodo, resume acertadamente la importancia de la obra.

“A diferencia de Homero, su descripción de la genealogía de los dioses [la de Hesíodo] está llena de detalles significativos en cuanto a las relaciones que pueden tener entre sí. Sus genealogías son la cosmología que da origen y con la que explica el universo. Se trata de interpretar las fuerzas que hacen posible este mundo. Dichas fuerzas no son neutrales; tienen las mismas cualidades y defectos que el mundo semejante de los hombres y las mujeres, ese mundo que Hesíodo conoce a partir de su propia experiencia y del que ha recibido por tradición oral una gran parte de sus conocimientos”.

Por Mónica Acebedo

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