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“Mi mujer, que había logrado dormir a los mellizos, apareció a mi lado en la cocina mientras yo lavaba los platos de la cena. Dijo: Marcos, debo confesarte algo. La gravedad de la frase me desconcertó. No la interrumpí y me sequé las manos en las perneras del pantalón. Nos sentamos uno frente al otro en una mesa pintada con albayalde que tenemos junto a la ventana. Por un momento, no sé por qué, intuí una noticia nefasta sobre las criaturas, un accidente, alguna grave enfermedad, pero una vez en la silla y con apenas un hilo de voz, mi mujer me informó que hacía un tiempo se sentía inusualmente en celo. Ardía de deseo incluso en los momentos más inoportunos y, no obstante, mi presencia le repelía. No es tu culpa, dijo, pero debes saber que estuve con otros hombres, no sé cuántos. Acto seguido trató de tocarme las manos. Incrédulo y asqueado, las aparté y apenas pude percibir la perturbación en el aire que produjeron nuestros movimientos. Recuerdo haberme frotado las cejas con las yemas de los dedos y luego, muy nervioso, regar las plantas que teníamos dispuestas sobre el alféizar. Desde la mesa, mi mujer volvió a hablar, esta vez con más firmeza: Vas a ahogarlas”.
No podía ser distinto el inicio de La fiesta en el cañaveral, precisamente el cuento que le da título al libro, y que desde ahora se suma al complejo universo narrativo de Orlando Echeverri Benedetti. Si bien el autor comenzó a forjar su nombre en la literatura nacional con dos novelas, Sin freno por la senda equivocada (El Peregrino Editores, 2015) y Criacuervo (Angosta Editores, 2017), aquí nos expone una faceta distinta, una de cuentista, no del todo desconocida, pues ya nos había dado una muestra en la antología Puñalada Trapera (Rey Naranjo, 2017). Tal vez el rasgo más característico de La fiesta en el cañaveral sea el manejo del tiempo. Los personajes oscilan permanentemente entre el presente y la voz hipnótica del recuerdo. La memoria como núcleo de la narración es un elemento común a todas las obras de este autor cartagenero, y es lo que provoca la impresión de que, al leerlo, se esté navegando entre dos aguas al mismo tiempo y en una dirección desconocida. Aquí la voz de Echeverri Benedetti se funde con la de sus personajes, siempre intentando estar de regreso en sí mismos, para dejarnos ser partícipes de la ficción dentro de la ficción. Así lo comentó Nicolás Gaviria en un artículo publicado por la revista Arcadia: “Sus narradores refieren historias con las que se han topado y desde las que ahora tienen que reflexionar, porque intuyen que solo de ese modo pueden comprenderse, volver en sí. Tal vez salvarse”.
Debe considerarse la ausencia de una fórmula como el mayor mérito de estos cuentos. Si bien los relatos tienen una dinámica similar (en la que un personaje común se enfrenta con un acontecimiento excepcional), el mecanismo de cada historia es único y su función impredecible. Las vidas anodinas de los personajes toman caminos impensados cuando se admite un complejo; cuando un ser querido hace una confesión; cuando surge una sospecha infundada; cuando, un día cualquiera, en el balcón de un edificio en ruinas, se evoca un recuerdo que hiela la sangre o encoge el corazón. Los cuentos de Echeverri Benedetti evidencian que la vida se nos deshace en las manos hasta que algo o alguien nos despierta de ese letargo y nos obliga a actuar y reflexionar. El autor nos deja claro que nunca estará conforme. Bendita sea esa insatisfacción, pues permite que el lector no se encuentre a un escritor que se repite a sí mismo en lo que escribe, por el contrario, es alguien que no se ajusta a los moldes establecidos, a los argumentos planteados o a los contenidos siempre seguros. Aquí, cada palabra es precisa, cada coma, cada punto. Nada sobra, nada falta, pero eso lo dice, de seguro, un lector embelesado por la obra de este cartagenero que va superando en cada nuevo libro lo logrado en el anterior. Su intención parece estar lejos de esto, pero no cabe duda de que lo hace cada vez mejor. ¿No decía acaso Kafka que un libro debe ser como un pico de hielo que rompa el mar congelado que tenemos dentro? Y, por cierto, ¿qué busca Orlando Echeverri en la literatura? Una vez, cuando se lo pregunté, me dijo: “no es más que una forma de cultivar un mundo interior para no envilecerse en la superficie de las cosas”, porque, continuó, “en la literatura se halla la comunión con uno mismo”.
¿Por qué parece que todos los personajes de sus historias están en un conflicto consigo mismos y con su entorno? ¿Tiene algo que ver con que casi todos sean inmigrantes?
No creo que exista ningún ser humano que no esté en conflicto consigo mismo. Todo el mundo convive en mayor o menor grado con sus propias vacilaciones y complejos, por lo que ese rasgo que señalas es sencillamente inherente a existir. Y escribir es, en efecto, confrontar estos conflictos íntimos con el entorno. En cuanto a la inmigración, es un elemento circunstancial, que trato espontáneamente, quizá porque mi experiencia y mi condición me empujan a hablar de experiencias que conozco de primera mano. Ahora, la inmigración como tal, como eje central de una historia, nunca me ha entusiasmado en absoluto.
¿Qué le ofrece el cuento en relación con lo que consigue de la novela?
La satisfacción del cuento en comparación con la novela es su maleabilidad. Siempre me ha parecido que darle forma a un cuento es similar a moldear una figura de barro. Cabe en las manos. Puedo escribir el esbozo de un relato en un día y corregirlo durante meses. Con una novela es diferente: sus dimensiones la hacen potencialmente inasible o abstracta, por lo que su concreción implica una disposición casi monacal.
¿De qué manera va recopilando los argumentos de sus historias? ¿Tiene algún método en particular o, simplemente, todo va llegando?
Las ideas no son un problema, en el sentido en que tengo permanentemente ideas que me gustaría desarrollar. El problema de verdad es concretarlas, porque vivo con el temor de corromper en la pantalla lo que he armado mentalmente.
¿Cuál era su intención al escribir este libro? ¿Los cuentos que forman parte de él fueron concebidos así o los fue reuniendo en el camino?
No tengo ninguna intención cuando escribo un libro salvo sacármelo de encima. En cuanto a la segunda pregunta, tenía algunos esbozos viejos y otros nuevos y, después de releerlos, decidí reescribirlos. Luego los reuní. Nada más.
¿Cuánta distancia existe entre los últimos tres cuentos del libro? ¿Habría problema si un lector decidiera leer el tercero antes del primero y terminar con el segundo?
Los tres cuentos de los que hablas están narrados por el mismo personaje y se corresponden cronológicamente. Me imagino que no tendría mayor importancia si alguien los leyera en otro orden. Al final la naturaleza del personaje y los sucesos seguirán siendo los mismos.
En el narrador de estos tres cuentos encuentro una referencia directa a su primera novela Sin freno por la senda equivocada. ¿Es el mismo personaje?
Sí, es el mismo, aunque cuando volví a escribir sobre él me di cuenta de que lo veía de otra forma. Al principio, Lino era un personaje con ambiciones muy específicas, pero la manera como terminó Sin freno en la senda equivocada me dejó la impresión de que ya no podía ser el mismo. Mientras escribía los tres cuentos donde aparece, fui redescubriéndolo y noté que sus ansias, fuera del contexto de Cartagena, eran otras, más confusas. Tal vez por eso el Lino de La fiesta en el cañaveral es más introspectivo, está solo, carece de un círculo de contención.
¿Tenía que ser así, la fiesta en el cañaveral?
La fiesta en el cañaveral es el corazón del libro.
¿Cuáles son los cuentistas que admira? ¿Alguno ha servido como influencia en este caso?
Hay muchos cuentistas que admiro y la lista sería poco original. Ahora mismo pienso en Onetti, porque es uno de los autores a los que vuelvo con frecuencia. Conservo el mismo libro con el que empecé a leerlo hace veinte años. Cuando vuelvo a sus cuentos vuelvo también a lo que fui yo alguna vez. Veo los apuntes que tomaba en los márgenes, mi letra, la clase de cosas que me interesaban entonces. A veces me da vergüenza o risa leer esas notas, pero lo más común es que me compadezca de mí mismo.
Usted alimenta mucho su escritura de la fotografía, ¿qué hay del cine?
El cine está siempre ahí. La mera ensoñación de una historia sin escribir tiene el aspecto de una escena.
¿Sigue siendo Hans Fallada uno de sus preferidos? ¿Qué otros autores han descubierto recientemente?
Sí, Fallada sigue siendo un autor que tengo muy presente. A veces, no con mucha frecuencia, descubro autores que me devuelven o más bien que renuevan la pasión por la literatura como oficio. Hace unos meses he estado leyendo autores ingleses del siglo XVII y me encontré con la obra monumental de Robert Burton: “La anatomía de la melancolía”.
¿Cuál cree que es su evolución como autor en este libro en comparación con los dos anteriores?
No sabría decirlo con exactitud. Me parece que cada libro que escribo es la versión de un libro que nunca he podido terminar.
¿Cómo va eso de los fósforos calados?
Bueno, el nombre de la cuenta lo explica por sí mismo. Son fósforos mojados. Casi no uso Twitter.
¿Soñó anoche?
Anoche soñé con mi gata.
¿Qué hará mañana?
Hacer el café y sacar la basura. Aguantar, quizás.