Wilfred Owen y el estallido poético de la Gran Guerra

Tras el auge y el impacto de la Primera Guerra Mundial en Europa, se constituyó un movimiento poético en Inglaterra alrededor de las trincheras y las armas. Owen es, quizá, el mayor exponente de este movimiento.

Andrés Osorio Guillott
03 de junio de 2018 - 10:16 p. m.
Wilfred Owen tuvo como influencia poética a Siegfried Sassoon. / Archivo
Wilfred Owen tuvo como influencia poética a Siegfried Sassoon. / Archivo

El umbral de la existencia de Wilfred Owen apenas alcanzó los 25 años. Tras haber sido profesor de lenguas, inglés y francés específicamente, decidió unirse al ejército británico y dar así el inicio a su vida militar en Manchester en 1915 donde obtuvo el título de subteniente. Owen sabía que el vigor proveniente de su espíritu nacía en un alto valor de responsabilidad y de defensa de su nación. Lejos de cualquier carácter nacionalista, Owen fue adquiriendo conciencia sobre la esencia de lo humano a través de la desdicha que yacía en el fuego cruzado y que dejaba rastros de desesperanza entre las personas que agitaban la bandera de la guerra a causa de intereses prosaicos y particulares.

Los poemas que escribió Owen se caracterizan, entre otras, por figuras literarias como la prosopopeya, aliteración, anáfora e hipérbaton. De estos recursos no solamente se alimenta el poema para alimentar su carácter estético, también se nutre la fuerza de las palabras y la intencionalidad con que Owen como soldado busca revelar la deshumanización que acarrea la violencia. La muerte a grandes proporciones pasa a considerarse un hecho ordinario y los cuerpos sin vida no son más que números que deben hacer parte de un reporte.

Ver la muerte de frente, indiferente y rapaz, es reconsiderar la compasión de Dios y la legitimidad del mal. Esta tesis, que implícitamente trabaja el concepto de sufrimiento y la idea de la misericordia en Dios, aparece en el poema Apología Pro Poemate Meo, en el que el autor escribe: “Tu exquisita figura no retiembla / como retiembla un cuerpo apuñalado / que cae allí donde parece / que a Dios ya no le importa, / hasta que el fiero amor que lleva dentro / lo apretuja en un túmulo de muertos”.

La vida fragmentada y la muerte sin distinción o rasgo alguno crea secuelas que parecen ser imborrables. Owen, quien vio morir a amigos y desconocidos, sufrió de estrés postraumático, razón por la cual estuvo fuera de servicio alrededor de dos años, hasta que en 1918 tomó la decisión de reintegrarse a las Fuerzas Armadas y defender los colores de su bandera en territorio francés hasta que el 4 de noviembre de ese año falleció en un combate en el Canal Sambre-Oise al norte de Francia. Su muerte, tan simbólica como su obra, deja un abanico de preguntas y lamentos, pues estuvo a tan solo una semana de salir victorioso de la guerra, de manera que estando ‘ad portas’ de la paz pudo haber seguido defendiendo su tierra por medio del arte y su capacidad de defender la vida.

Encontrarse con Poemas de guerra (1921), el libro donde se anidan todos los testimonios de Owen a manera de versos, es situarse ante el inevitable deceso de un paraíso terrenal, es hallarse en la vulnerabilidad de los seres humanos en momentos donde el absurdo aparece en forma de guerra. Es en la cumbre del dolor colectivo en la que Wilfred Owen entendió la relevancia de contrarrestar el miedo y la penuria con la palabra y su sanación. Es en esta obra que se refleja un espíritu que anhela la gloria que no llegó a causa de la guerra y la melancolía de una aparente inmisericordia de Dios ante tanto sufrimiento e incapacidad de reconocer al otro.  

La guerra, como escenario que suscita y expone los límites de lo humano, ha logrado ser un espacio propicio para que la poesía alce su canto y convierta el dolor en un motivo solemne de nuestra condición. La mezquindad y la fatalidad siembran el pánico y la penuria entre los territorios azotados por la violencia y la carencia de empatía entre individuos. Es así como los testigos y protagonistas de la guerra pasan a ser las voces que susurran los acontecimientos más atroces y convierten los recuerdos y las huellas manchadas de sangre en versos cargados de un tono sublime y de un asombro que se adentra en las fibras más sensibles del cuerpo.

***

Amor Mayor:

No es tan intenso el rojo de unos labios
como el de aquellas piedras que besan nuestros muertos.
El dulce lamentar de plañideras
sólo inspira vergüenza a su amor puro.
¡Oh, Amor, tus ojos pierden todo encanto
cuando veo otros ojos, por mí ciegos! (…)

Tu voz, aunque yo pueda compararla
al viento que murmura en los tejados,
aunque amada por mí, no es tan amable,
tan clara y delicada como aquella
de los hombres que ahora nadie escucha
pues la tierra ha acallado el ruido de sus toses.

Corazón, corazón, no has sido nunca
grande como el que recibe un disparo.
Y, aunque tu mano sea pálida,
lo son aún más aquellos que secundan
tu carrera a través de llamas y alaridos.
Puedes llorar, pues no puedes tocarlos.

Wilfred Owen

Por Andrés Osorio Guillott

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