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Las zonas oscuras de la historia

Rafael Baena sigue cultivando la novela histórica. “La guerra perdida del indio Lorenzo” (Alfaguara) es su más reciente libro.

Ángel Castaño Guzmán
04 de octubre de 2015 - 02:33 a. m.
 Rafael Baena, escritor, periodista y fotógrafo sincelejano. / Amalia Carrilo
Rafael Baena, escritor, periodista y fotógrafo sincelejano. / Amalia Carrilo

Desde hace algunos años el público lector nacional asiste a la emergencia de la ficción de corte histórico. Una señal contundente: los dos más recientes premios Rómulo Gallegos colombianos –William Ospina y Pablo Montoya– merecieron el laurel con libros inscritos en esta tendencia novelística. Rafael Baena (Sincelejo, 1956) cultiva con fortuna este registro estético. Sus libros relatan con amenidad y soltura hechos de nuestro convulso pasado. La guerra perdida del indio Lorenzo es su más reciente incursión literaria en el mundo de las trincheras y los combates.

Sus novelas, salvo quizá “Samaria Films XXX”, están fuertemente ancladas en la historia del país. ¿De dónde le viene esa tendencia a escribir narraciones literarias con un fuerte sustrato histórico?

En términos muy generales, mis novelas han nacido de la curiosidad de saber, de establecer paralelos entre el pasado y el presente o, si se quiere, de explicarme a mí mismo el por qué de la recurrencia de la historia, las razones por las cuales llevamos doscientos años de vida republicana sin poder alcanzar una paz estable y duradera. Es como si hubiera querido hacer una relatoría de la violencia, intercalando elementos de ficción en contextos históricos verídicos, porque al fin y al cabo se trata de escribir ficción y no de hacer historiografía.

En esa búsqueda de comprender nuestro pasado y presente, ¿qué rasgos debe tener un acontecimiento o un personaje para que usted decida escribir sobre él una ficción de largo aliento?

Con todas pretendí llenar vacíos personales. “Tanta sangre vista”, a pesar de ocurrir en un país ficticio, es mi versión de los sentimientos de los combatientes y de los civiles involucrados en las guerras intestinas del siglo XIX. Vuelvan caras, carajo recrea el pensar de aquellos guerreros de nuestra independencia que la historia oficial no entronizó en el procerato. La bala vendida la escribí porque la Guerra de los Mil Días ha sido muy documentada, pero mal tratada y maltratada por la literatura. Y La guerra perdida del indio Lorenzo, porque me pareció necesario recordar los años finales de un hombre borrado de los libros de la historia. Algunos panameños saben quién fue, pero en general los colombianos ignoramos qué hizo y qué papel cumplió durante la Guerra de los Mil Días. Como ve, los cuatro libros tienen en común el afán de arrojar luz sobre ciertas sombras.

¿Sigue algún plan investigativo previo a la escritura? ¿Cómo maneja la tensión entre lo fáctico de las historias y su aporte ficcional?

Normalmente investigo para apuntalar lo que voy a decir, aunque cada vez lo hago menos porque recuerdo que, en últimas, se trata de hacer ficción a partir de hechos comprobables. Una vez dedicado a la tarea de redactar, me interesa más que exista coherencia entre los personajes y los sucesos en los que están inscritos. Es un juego que en ocasiones fluye y en otras se pone difícil, pero de eso se trata: de trabajar hasta lograrlo. Menos mal no hay fórmulas para eso, pues el juego se tornaría aburrido.

Detengámonos en una característica de sus libros: la escritura refinada y precisa.

Creo que el lenguaje es a la literatura lo que el agua es a la natación. O, si prefiere un símil menos húmedo, vendría a ser la argamasa con la que se pegan los ladrillos de un edificio. Supongo que el equilibrio es consecuencia directa del esfuerzo que debe hacerse para aclararle al lector las cosas, para facilitarle la vida y que la lectura no se le convierta en una labor ingrata. Así, entre más confusos los hechos, más decantadas, puras y filosas deben ser las palabras que intentan explicarlos o al menos registrarlos.

Antes de entrar en su más reciente novela no dejó escapar la oportunidad de preguntarle por “Samaria Films XXX”. Esta novela es insular en su obra. ¿De dónde le vino la idea de escribir un relato de este tipo?

Esa novela fue escrita mientras investigaba y rumiaba el argumento de Vuelvan caras, carajo. Estaba saturado de tanto leer documentos que? poco o nada aportaban a mi interés de saber sobre la caballería en la guerra de independencia. Debía leer mucho para buscar y entresacar uno que otro dato esmirriado de textos ladrilludos de historia, generalmente escritos por gente obsesionada con el culto a los próceres y el desconocimiento de la realidad de los combatientes sin rango de general. Así las cosas, no sólo necesitaba algo de diversión, sino escribir para no perder el ritmo porque concibo la escritura como una destreza que puede atrofiarse cuando no se ejercita. Por entonces, hace casi diez años de eso, hacía mucho tiempo había empezado el boom de libros -de ficción y de no ficción- con temas amarillistas y sexistas que pretendían (aún lo hacen) definir el gusto popular alrededor del hedonismo, de la búsqueda de la perfección física femenina y de las megaerecciones masculinas, del éxito medido en términos monetarios, de la violencia como método, etcétera. Me pregunté qué obtendría al mezclar todos esos subtemas en una suerte de procesador de cocina y salió una broma, una suerte de guion para cómic que bien podría ser ilustrado por Milo Manara o alguno de esos narradores gráficos que no le temen al desnudo, o una telenovela dirigida por un Almodóvar tropical. Aún me divierte mucho ver cuando alguien carraspea al decir que Samaria Films XXX es una novela porno.

En cuanto a su proceso de redacción, no representó para mí ni más ni menos dificultades que las otras historias, aunque debo decir que me sentí un tanto más libre al no tener que respetar ningún contexto geográfico, histórico o moral.

¿Cómo descubrió a Victoriano Lorenzo? ¿Qué le atrae de estos personajes que la historia dejó a un lado?

Lo descubrí cuando investigaba sobre la Guerra de los Mil Días. Mientras en casi todo el país los liberales, atomizados en guerrillas, eran golpeados severamente por las tropas del gobierno, un general indio peleó invicto en el departamento de Panamá, pero tras plegarse a los términos del tratado firmado a bordo del USS Wisconsin lo acusaron de haber cometido crímenes ajenos al combate propiamente dicho. Hubo algunas protestas por parte de algunos dirigentes, pero lo cierto es que a muy pocos les importó la suerte de un hombre que, entre otras cosas, podía convertirse en un obstáculo para la componenda de entregar a los gringos el contrato del canal. Lo fusilaron, claro. Y nuestra memoria nacional barrió esa vergüenza bajo la alfombra.

Los ejemplos de tales personajes ocultos abundan, las zonas oscuras de la historia proveen de material de trabajo a los novelistas y sin duda constituyen un recurso al que frecuentemente se acude cuando se intenta hacer literatura, no historiografía. El anonimato es entonces una inagotable y tentadora fuente de temas narrativos. Y también hay personajes que, sin ser tan anónimos, están tan poco biografiados que otorgan gran libertad a la hora de narrar, como es el caso del coronel Juan José Rondón, de Vuelvan caras, carajo, del que apenas se sabe que estuvo en tales y tales batallas. No era general y era negro, y eso quizás explica los pocos registros que hay de su vida.

 

Por Ángel Castaño Guzmán

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