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Mucho se ha debatido sobre los efectos de la pandemia y los efectos de la cuarentena en la economía, la pobreza, la inequidad, la salud e incluso la violencia intrafamiliar. Menos atención quizá han tenido los posibles efectos de esta crisis global sobre el medioambiente, el manejo de los recursos naturales y en las respuestas que debería tener la política ambiental de nuestro país.
Más allá de la euforia inicial producto de los avistamientos de fauna “carismática” que se hicieron famosos en redes, debemos pensar qué pasa en Colombia como resultado de esta pandemia y qué puede hacerse en el futuro para aprovechar esta crisis en beneficio del medioambiente.
Empecemos con las buenas noticias. Durante el confinamiento inicial, y más restrictivo, se observó una mejoría en la calidad del aire de las principales ciudades colombianas (Cali, Medellín y Bogotá). De acuerdo con la Secretaría de Ambiente de Bogotá, las concentraciones de material particulado PM 2,5 llegaron a reducirse hasta en un 80 % en algunos lugares de la ciudad. Asimismo, este mejoramiento se debe principalmente a la disminución del tráfico en la ciudad, a pesar de la actividad de Transmilenio, que aumentó en un 28 % durante el confinamiento inicial para apoyar el distanciamiento social. Estos reportes en Colombia coinciden con los reportes globales sobre diminución temporal de emisiones de CO2, los cuales muestran que la reducción de las actividades del sector transporte durante la crisis del COVID-19 es responsable de casi la mitad de la baja en las emisiones globales.
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El confinamiento también ha permitido profundizar sobre el entendimiento de las diversas causas de la contaminación del aire. Por ejemplo, a pesar de la reducción en el tráfico, en la primera semana de confinamiento en Bogotá se experimentaron picos importantes de mala calidad del aire debido a los incendios forestales en Venezuela, Magdalena Medio y los Llanos Orientales. El confinamiento permitió reconocer la influencia de las quemas en el aire respirable de las ciudades colombianas. Investigación futura debe explorar diferentes instrumentos que reconozcan la magnitud de la contribución de las fuentes móviles (transporte), las fuentes fijas (fábricas) y los incendios forestales, en particular, cuando estos últimos no están bajo el control directo de las autoridades de la ciudad.
De igual manera, es necesario reconocer y cuantificar los beneficios en salud asociados con la reducción temporal de material particulado, que permita definir estrategias a largo plazo una vez se reactive la vida social y económica. Formalizar las ciclorrutas temporales y la red de ciclorrutas en las ciudades parece una buena solución en el corto plazo. Sin embargo, una preocupación latente es que las mejoras en movilidad sostenible se vean afectadas por una reactivación de la economía que implique un aumento en la demanda por transporte menos limpio como las motos, hoy responsables del 9,2 % del total de emisiones en la ciudad de Bogotá, o el sobreuso del carro particular como forma de aislamiento. De hecho, la apertura escalonada de la cuarentena en Colombia ha permitido observar cómo comienzan a subir de nuevo las emisiones en las ciudades. El reto ahora es cómo actuar para no regresar o incluso incrementar los niveles de emisiones anteriores a la cuarentena.
La pandemia nos ha permitido ver esos efectos no solo sobre el aire, sino también en otros recursos como el agua o la generación de residuos sólidos, por lo que es necesario pensar en intervenciones que motiven cambios en el comportamiento de consumo y producción de las personas y las empresas hacia esquemas que lleven las ciudades de nuestro país a un desarrollo más sostenible.
Ahora las malas noticias. La historia en lo rural es muy distinta. Aunque la pandemia y las medidas de la cuarentena han tenido efectos positivos en algunos temas urbanos, ya hay reportes que indican que, por el contrario, hay un aumento en la deforestación de los bosques naturales del país, en particular en la región amazónica. Si bien para 2019 el Ideam reportó una reducción importante en la deforestación con respecto a 2018, el año 2020 comenzó con una tendencia creciente, y la cuarentena parece haber empeorado esta situación. Resultados preliminares de la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible muestran que en 2020 se han deforestado más de 75 mil ha en el Amazonas. Esto significa un aumento del 64 % en la tasa de deforestación para abril de este año, en comparación con abril de 2019. Esta situación abre interrogantes sobre las causas directas e indirectas de este fenómeno. Es importante determinar, por ejemplo, el efecto de las vías ilegales, la apertura (y acaparamiento) de lotes y fincas para ampliar la frontera agrícola y acumular poderes locales, la tala indiscriminada de bosque para la comercialización ilegal, la minería de oro y la expansión de los cultivos de uso ilícito.
La deforestación amazónica tiene efectos irreversibles en la disminución de la biodiversidad, afecta el ciclo hídrico de la región e incrementa las emisiones de gases de efecto invernadero. Recordemos que la deforestación genera el 36 % del total de emisiones de gases de efecto invernadero en el país. En términos generales, la cuarentena ha implicado una disminución del monitoreo que regularmente se efectuaba en áreas estratégicas en términos ambientales. Esta ausencia de vigilancia ha incentivado a los grupos ilegales y mafias regionales a tomar ventaja de la situación, exacerbando la deforestación.
Las medidas para manejar la pandemia parecen obstaculizar los procesos de gobernanza que ayudan a controlar la deforestación. Al mismo tiempo, preocupa la afectación de comunidades étnicas por el nuevo coronavirus en regiones como el Amazonas, con baja provisión de hospitales y servicios de salud. La expansión del virus en estas comunidades implicaría una tragedia que, además de las pérdidas humanas, afectaría el conocimiento tradicional y, por ende, podría tener efectos negativos en la gobernanza de la región, generando aún mayores procesos de deforestación en el futuro. La pandemia y el confinamiento nos han demostrado una vez más la importancia de la organización comunitaria y la soberanía alimentaria. Las comunidades fortalecidas, con acceso a la tierra y producción de alimentos, a pesar de la precariedad en los sistemas de salud, han estado mejor durante la cuarentena que sus contrapartes de la zona urbana.
Finalmente, es de resaltar el nuevo reconocimiento por parte de la sociedad de los beneficios que genera el ambiente. La pandemia ha moldeado las preferencias por aire más limpio, paisajes más verdes y mayor contacto con la naturaleza. Reconocer la importancia de las reservas privadas y públicas, y fomentar el ecoturismo liderado por comunidades locales, cumplirá un papel central en el proceso de reactivación económica. En general, el llamado es a no bajar la guardia ni a flexibilizar las políticas (ni las licencias) ambientales en ningún sector. Las estrategias de mitigación y adaptación al cambio climático no pueden perder prioridad por una tensión entre economía, salud y medioambiente. La apuesta por mejores condiciones ambientales, la conservación de la biodiversidad y el bienestar de las comunidades rurales y urbanas deben ser una prioridad con o sin COVID-19.
* Profesores de la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes. Para más información sobre el tema pueden ver Discusiones sobre Ambiente para el Desarrollo.