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El trabajo del hogar es fundamental para la vida y su reproducción. Sin alimentos, ropa limpia o cuidados para los niños y niñas o cuando estamos enfermos o con alguna discapacidad sería imposible nuestra supervivencia. Pese a lo vitales que son, este tipo de labores han sido históricamente subvaloradas y han recaído desproporcionalmente sobre las mujeres, a causa de ideas equivocadas alrededor del género, como que ellas son “mejores” para ese tipo de tareas.
No todas enfrentan las mismas condiciones, pues están quienes se dedican tiempo completo al trabajo doméstico y de cuidados en sus hogares sin remuneración alguna, lo que, si se pagara, equivaldría a cerca del 20 % del Producto Interno Bruto, por encima, por ejemplo, de lo que para la economía significan las exportaciones. Esos trabajos no remunerados también son asumidos por mujeres que además están en el sistema laboral, lo que para ellas implica soportar dos y hasta tres jornadas durante el día. No obstante, muchas han podido “liberar” tiempo que pueden dedicar a trabajos por los que sí pagan al “descargar” tareas domésticas sobre otras mujeres a cambio de un salario.
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Este último grupo lo componen las trabajadoras domésticas (que en sus hogares probablemente también hacen labores no remuneradas), quienes por su trabajo reciben un salario, pero que de todas formas están expuestas a altos niveles de informalidad. El hecho de reconocer que contar con servicio doméstico es lo que permite a los miembros de un hogar salir a generar ingresos propios es en parte lo que llevó a que a los trabajadores domésticos finalmente se les reconociera un derecho como la prima.
En Colombia hay cerca de 700 mil trabajadores domésticos –que incluyen otras labores como las de jardineros y conductores–. Alrededor del 95 % son mujeres, según cifras del Ministerio de Trabajo. A escala global, anualmente, el 22 de julio, se lleva a cabo el Día Internacional del Trabajo Doméstico para reconocer las labores de estas personas. Este año la jornada ha estado marcada por la crisis que atraviesa el planeta, desatada por el coronavirus. La ocasión ha servido para llamar la atención sobre la realidad que han tenido que enfrentar quienes se dedican al trabajo doméstico, tanto remunerado como no remunerado.
Según Claribed Palacios García, presidenta de la Unión de Trabajadoras Afrocolombianas del Trabajo Doméstico (Utrasd), entre los principales problemas que enfrenta el gremio están el desempleo y la vulneración de sus derechos. Comenta que, según un estudio que hicieron 16 organizaciones sociales, con 678 trabajadoras, 9 de cada 10 perdieron su empleo en esta coyuntura. “Las mujeres que están logrando mantener el empleo lo están haciendo como internas, sin que se respete la jornada laboral o los días que salían, porque sus empleadores les dicen que no pueden salir hasta que se levante el aislamiento”, cuenta.
El Ministerio de Trabajo ha hecho el llamado a que los empleadores respeten derechos como la jornada laboral y brinden los elementos de bioseguridad necesarios para los empleados domésticos que están yendo a trabajar (bajo las excepciones de las medidas de aislamiento). Asegura, para el caso de los trabajadores que no están pudiendo desempeñar sus labores a causa del aislamiento, que entre los lineamientos que ha dado la cartera está mantener el pago del salario sin que se presten los servicios o que, en casos extremos, se llegue a acuerdos (al igual que como ha sucedido entre empresas y empleados). Palacios afirma que es consciente de que esta problemática es una cadena: si el empleador ve reducidos o se queda sin ingresos no podría pagarle a una trabajadora doméstica, pero “es ahí donde debe entrar el Gobierno”. Sin embargo, para ella, esta situación está pasando la factura de la informalidad: “Frente a una situación como esta no hay cómo responder”, dice.
Añade que el gremio se ha visto excluido de las medidas y los alivios para trabajadores y empleadores (relacionados con nómina y prima, por ejemplo) expedidos por el Gobierno en el marco de la emergencia, incluso de subsidios como Ingreso Solidario. Cuenta que presentarán una acción de tutela para que las mujeres que necesitan estas ayudas, y no las están recibiendo, las puedan obtener. Por su parte, Salua García Fakih, cofundadora de Symplifica, una plataforma que presta servicios para formalizar el trabajo doméstico, coincide en que la situación es “crítica” y que no ha habido “ayudas específicas” para este sector.
García agrega que cerca del 10 % de las trabajadoras en la base de Symplifica perdieron sus empleos y que, por otro lado, se ha podido evidenciar un aumento en la contratación de empleadas internas. Sin embargo, esa no es una opción para todas, especialmente para las mujeres que deben cuidar de sus propios hijos. La vocera hizo un llamado a la solidaridad de los empleadores y a que la carga de trabajos domésticos que se ha hecho aún más evidente en este contexto sea una oportunidad para dejar de subestimar estas labores a las que, de forma remunerada, según Naciones Unidas, se dedican unos 18 millones de personas en América Latina y 55 millones en el mundo.
Subsidiar el empleo, promover o extender mecanismos como el seguro de desempleo, así como garantizar las transferencias monetarias o subsidios sociales de emergencia (como Familias en Acción o Ingreso Solidario) son algunas de las medidas que ONU Mujeres, la Organización Internacional del Trabajo y la Cepal recomiendan a los países para proteger a las trabajadoras domésticas en medio de la crisis actual.
El trabajo no remunerado
En mayo de 2019, casi 5,8 millones de personas consideradas “inactivas” en la economía estaban dedicadas exclusivamente a los oficios del hogar, y 5,4 millones de ellas eran mujeres. En mayo de este año, a raíz de la pérdida de puestos en el sistema laboral, 2,3 millones de personas se empezaron a dedicar de lleno a las tareas domésticas (para un total de 8,1 millones), 1,7 millones de ellas eran mujeres. La sobrerrepresentación del género femenino en estos trabajos sigue siendo una constante, al igual que la mayor afectación cuando de desempleo se trata.
“La distribución desproporcionada de los cuidados incrementa las cargas de trabajo de las mujeres, disminuyendo su tiempo disponible para el ejercicio de otros derechos, como estudiar, trabajar en forma remunerada –lo que generaría más riqueza, por cierto–, cuidarse ellas mismas o disfrutar del descanso y la recreación”, fundamental para su bienestar, explican el DANE y ONU Mujeres. Ellas en promedio dedican 7 horas 14 minutos al día en trabajo no remunerado, frente a 3 horas 25 minutos de los hombres. Durante la pandemia, cuando los colegios están cerrados y muchos enfermos se recuperan en casa, hay cálculos que hablan de que la carga ha aumentado incluso a 11 horas diarias.
Esto ha sido retador de una forma particular para las mujeres que están en el sistema laboral remunerado. Por eso, organizaciones como Aequales, que anualmente en países de América Latina mide la equidad de género en entidades públicas y privadas, han hecho el llamado para que las empresas y empleadores tengan en cuenta esta variable en sus estrategias de gestión de la crisis. Es decir, que piensen cómo está afectando de formas diferentes a sus empleados hombres y a sus empleadas mujeres para llevar la flexibilidad horaria a su máxima expresión posible.
Una de las empresas que participaron en el estudio de Aequales fue Cenit, filial de Ecopetrol. Antes de la pandemia, relata Pilar Marulanda, vicepresidenta de Talento Humano de Cenit, contaban con beneficios como licencias de paternidad y de lactancia extendidas (más tiempo del definido por ley), así como un programa de horario flexible, entre otros. Durante la pandemia, reconociendo los retos que ha traído el denominado “trabajo en casa” para conciliar vida familiar y laboral, han tomado determinaciones como no tener actividades laborales antes de las 8 de la mañana, entre 12 y 2 p. m. y después de la 5 p. m., salvo excepciones “consensuadas”.
Acompañamiento psicológico, oferta virtual de actividades físicas y de esparcimiento, así como una “Escuela de padres”, están entre las estrategias que ha puesto en marcha Cenit y que podrían servir como ejemplo de acciones que las empresas pueden tomar en beneficio de sus trabajadores. Con una visión de corresponsabilidad, “promover equilibrio en la distribución de las tareas del hogar y del cuidado” está entre los objetivos de la “Escuela de padres”, con el fin de “evitar cargas físicas, mentales y emocionales en relación con labores que tradicionalmente asumen las mujeres”. Al final, dice Marulanda, el bienestar de los trabajadores y las trabajadoras repercutirá en su productividad, bajo ausentismo, entre otros.
Desde lo público, uno de los proyectos que mayor expectativa generan es el Sistema Distrital de Cuidado que se aprobó en el Plan de Desarrollo de Bogotá, ciudad en la que al trabajo doméstico remunerado se dedican 140 mil mujeres y el trabajo de cuidado no remunerado equivaldría al 13 % del PIB. Con un presupuesto estimado de más de $4 billones, los servicios del sistema serán “brindados por el Estado, el sector privado y el sector comunitario, bajo un modelo de corresponsabilidad” con el fin de, por ejemplo, “fortalecer y ampliar la oferta de servicios de cuidado para la atención a la población con mayores niveles de dependencia funcional, incluidos los de la atención para la primera infancia, para la población con discapacidad, para la vejez y los relacionados con apoyos alimentarios”, según la Secretaría Distrital de la Mujer.
En el marco del Día Internacional del Trabajo Doméstico, ONU Mujeres y el DANE presentarán el informe “Tiempo de cuidados: las cifras de la desigualdad”, que abordará tanto el trabajo remunerado como el no remunerado. Acciones como estas buscan seguir visibilizando las labores que son esenciales para la vida y que, por lo tanto, son imprescindibles para que la economía se mueva. El mensaje que desde las organizaciones, academia, legislación, entre otros, se ha intentado enviar al abordar este asunto es que, por el bien común, hay que reconocer, reducir y redistribuir los trabajos de cuidado.