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Entrevista con el hombre biónico

‘Che’, vicepresidente de Marketing de Kaspersky, se instaló un chip bajo la piel. Con él, hoy abre puertas y maneja el celular. En un mundo hiperconectado, las posibilidades pueden ser infinitas.

María Alejandra Medina C.
17 de septiembre de 2016 - 03:41 a. m.
 Evgeny Chereshnev, ‘Che’, es vicepresidente de Marketing de Kaspersky Lab.  / María Alejandra Medina C.
Evgeny Chereshnev, ‘Che’, es vicepresidente de Marketing de Kaspersky Lab. / María Alejandra Medina C.
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A Evgeny Chereshnev, más conocido como Che, lo podrían describir como un cíborg, un personaje de la Guerra de las Galaxias, un tipo que en las redes sociales se identifica como Tyler Durden –como el del Club de la Pelea– o un ruso intrépido que sabe mucho de informática. Lo que no es relativo es que Che tiene un chip implantado entre el pulgar y el índice de la mano izquierda desde hace más de un año, con el que, inalámbricamente, abre puertas, maneja su celular y se “programa” a sí mismo con el entorno. Es un experimento. Él es el experimento.

Involucra un chip de comunicación de campo cercano (NFC, un tipo de conexión en los dispositivos, probablemente presente en su celular o incluso en una consola de videojuegos), de 12 por 2 milímetros, que Che dejó alojar bajo su piel para averiguar qué se siente –física y emocionalmente– llevar esa tecnología en el cuerpo, una identificación digital debajo de la dermis, y cuál es su potencial. También, detectar cuáles son las vulnerabilidades de seguridad digital, antes de que muchas personas –quién sabe si masivamente– empiecen a usar biochips.

“Mi amigo Povel Torudd, que trabaja en relaciones públicas de Kaspersky (firma de seguridad digital rusa), y yo estábamos en un bar después de uno de esos eventos de tecnología en que todos hablan de los problemas, pero nadie hace nada para solucionarlos. Y dijimos: “Hagamos algo”. Dibujamos en una servilleta. A pesar de que nuestros competidores están haciendo un buen trabajo, el manejo de la privacidad y la identidad son asuntos que espantan cuando se habla de internet de las cosas (IoT)”.

Che se refiere al mundo en el que todo alrededor estará conectado: en la casa, las calles, la oficina y la industria. “Hoy, todos hablan de IoT, pero sé de 10 personas que realmente entienden lo que es. Todos (los desarrolladores) están copiando los modelos tradicionales: saber todo del cliente, pero no están pensando en la persona, que está forzada a atravesar por el infierno al comprar una nevera, un controlador de temperatura o un candado inteligente, porque todos (las empresas) piden credenciales, mantenerlas, dar tu tarjeta de crédito, los datos, y no sé si los manejan adecuadamente y o si los dispositivos interactúan entre sí”.

Según Che, vicepresidente de Marketing de Kaspersky, los desarrollos tecnológicos, muchas veces, se hacen a la ligera y las debilidades aparecen cuando el público ya ha quedado expuesto y ha gastado su dinero. La prueba es para cubrirse los flancos, casi literalmente, pues no se trata del GPS de un carro que puede ser hackeado o una máquina de hacer café, como dice. Son cuerpos humanos, por ahora el suyo y el de más funcionarios de Kaspersky, que se unieron al experimento voluntariamente.

Los desarrollos de biochips están en pañales, y por eso Che quiere acompañar el proceso. En un mundo ideal, dice, los chips serán “autónomos, con enorme capacidad de memoria cifrada y deben permitirme cambiarles las reglas (configuración). También, debe haber alguna manera de “matarlo”; es decir, hoy no hay forma de hacerlo, pero es posible pensar que, con un comando de voz, el chip se autodestruya al diluirse bajo la piel.

Che está convencido del poder que deberían tener los usuarios de controlar, realmente poseer y borrar su información del mundo digital. Habla de un “feudalismo” que existe en la red, en la que los señores feudales son compañías como Facebook, Amazon o Google, que dominan los datos de los ciudadanos. Con chips cifrados, mezclados con un poco de ingeniería, tecnologías como el kinect, y usuarios empoderados, el límite es quizá inimaginable.

Por María Alejandra Medina C.

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