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Con la llegada de los confinamientos y el teletrabajo, la oportunidad de vivir por fuera de los congestionados centros urbanos se hizo realidad para muchos. El miedo a contagiarse de COVID-19, los altos costos de los alquileres y el desempleo, entre otros factores, han hecho que, desde San Francisco hasta Hong Kong, millones de habitantes decidan encaminarse en un éxodo urbano que no se veía hace décadas.
Precisamente, los impactos de la pandemia se han visto especialmente en San Francisco, donde los altos precios de la renta llevaron a miles de tech workers (trabajadores de compañías de tecnología) a migrar a ciudades cercanas que les permiten gozar de más beneficios a menores precios.
“Viví un año y medio en San Francisco. Es una ciudad muy inclusiva por la cantidad de personas de muchas partes del mundo que trabajan allí y era genial estar donde están los headquarters de las mejores empresas de tecnología del mundo. Sin embargo, pagaba US$3000 por la renta de un apartamento con una habitación y con el confinamiento, la ciudad ya no me ofrecía lo mismo”, dice Arturo Villarreal, quien trabaja en Uber. ”Ahora vivo en Santa Cruz, California, que es más económica porque es una ciudad de estudiantes, en un edificio nuevo con más amenities y tengo más espacio no solo en el apartamento, sino en la ciudad”.
De acuerdo con el marketplace de arriendos Zumper, en 2020, San Francisco tuvo la mayor caída en los costos de renta para un apartamento de una habitación en todo Estados Unidos. Los alquileres bajaron un 23 % mientras que en otras ciudades de California como Oakland y San José cayeron 19 % y 15 % respectivamente.
Además, mientras la mayoría de grandes compañías no ha dado una fecha segura de retorno a las oficinas, el director de Facebook, Mark Zuckerberg, anunció en mayo pasado que en una década, más de la mitad de la compañía, es decir 48.000 trabajadores, trabajará desde casa.
Esto unido a la tendencia que se venía dando entre 2018 y 2019 cuando 18.000 empresas se mudaron de California hacia estados más amigables con los impuestos y la regulación constituye un evidente éxodo de la meca de la tecnología. Apple está abriendo un campus de 133 acres y US$1.000 millones en Austin, Texas, mientras que el multimillonario Elon Musk construirá allí una planta de Tesla, motivado además por el hecho de que Texas no cobra impuestos sobre la renta, mientras que California tiene una de las tasas más altas de Estados Unidos.
Nueva York no es la excepción. “No voy a rogarle a la gente que se quede”, dijo el alcalde Bill de Blasio el pasado mes de agosto. “Sé que esta ciudad se recuperará. Y sé que vendrán otras personas. Lo han hecho durante generaciones”.
De acuerdo con Zumper, los precios de los alquileres en la ‘capital del mundo’ bajaron un 19 % en un lugar donde la presión demográfica se había mantenido creciente desde 1970. Entre marzo y octubre de 2020, la mayoría de los habitantes de Manhattan se mudó a Brooklyn (33 %), los Hamptons (29 %) y Jersey City (8 %), según la Asociación Nacional de Agentes Inmobiliarios (NAR).
“Creo que este revertimiento de movilidad depende mucho de las economías en las que esto está pasando y de los mercados de vivienda donde los arriendos no son estables y crecen sin control”, asegura Francis Goyes, urbanista de la Agencia de Vivienda de Massachusetts.
“Con mi esposo queríamos comprar una propiedad pero en los alrededores de Toronto una casa vieja puede valer US$1 millón y es un precio imposible para nosotros. Ahora vivimos a 200 km., en la ciudad de London donde hay casas nuevas de muy buenas condiciones que pueden costar US$600.000”, dice Manuela Alcocer, una abogada que trabaja para el sector de minería en Toronto y que desde hace un mes tomó la decisión de cambiar su domicilio.
“Mi esposo trabaja para un banco y los dos tenemos la oportunidad de trabajar remoto. Yo tengo que hacer el commute [viaje diario al trabajo] de dos horas en tren para ir al trabajo dos veces a la semana, pero nos gusta estar en una comunidad más pequeña y tranquila”, afirma Alcocer.
Y es que la capital de Ontario también ha sido testigo de la migración de trabajadores jóvenes a los suburbios y otras ciudades pequeñas como Peterborough, Waterloo y Oshawa. Durante 2020, en el Área Metropolitana de Toronto (GTA), las ventas de viviendas nuevas cayeron un 20 %, la mayor pérdida desde 2013, según Urbanation Inc., una empresa de consultoría inmobiliaria.
Entre julio de 2019 y julio de 2020, la pandemia movilizó a más de 50.000 residentes fuera de Toronto, de acuerdo con una encuesta de Statistics Canada.
“Es muy temprano para decir si el cambio es temporal. La verdad parece que la mayoría de oficinas está queriendo que la gente vuelva pero nunca a la rutina en la que antes trabajábamos. Y cuando eso pase, afectará más que nada a las personas que trabajan en servicios cercanos a las oficinas, quienes normalmente son las que tienen ingresos más bajos”, dice Goyes.
Desarrollo de ciudades secundarias
Los grandes centros urbanos europeos tampoco escapan del éxodo. Londres ha sido calificada como una de las cinco ciudades más caras del mundo y aunque muchos alquileres han bajado de precio debido a la reducción de la demanda, cerca de 700.000 personas dejaron la capital británica desde julio de 2019 hasta septiembre de 2020, según el Centro de Excelencia de Estadísticas Económicas del Reino Unido (Escoe).
El think-tank aseguró que muchas de estas personas perdieron su trabajo, especialmente en el sector de la hotelería, pero a pesar de que la pandemia es uno de los factores de desplazamiento, los ciudadanos han declarado al brexit como el principal motivo para migrar. La mayoría de esas 700.000 personas son trabajadores extranjeros que, después de la salida del Reino Unido de la Unión Europea, temen a las retóricas antiinmigrantes que se apoderan de la sociedad británica después del referendo que aprobó el brexit.
Incluso, varios investigadores han hablado sobre la gravedad que implica para la economía británica este éxodo masivo no solo de trabajadores temporales, sino también calificados. En una columna publicada el pasado 8 de marzo en The Guardian, el profesor de economía y políticas públicas en el King’s College de Londres, Jonathan Portes, aseguró que el Gobierno “debe dejar en claro que aquellos que se han ido temporalmente debido a la pandemia pueden regresar y reducir las tarifas absurdas y discriminatorias por el asentamiento y la ciudadanía”.
Por otra parte, Madrid y Barcelona, ciudades que normalmente tienen elevados costos de arriendo, especialmente de corta estancia para turistas y estudiantes, también han visto a sus locales irse.
El ‘Análisis de las consecuencias socioeconómicas de la COVID-19 sobre la población joven en España’, realizado por el Instituto de la Juventud (Injuve), señaló a principios de marzo que durante los meses de confinamiento, solo el 33,5 % de las personas de 16 a 29 años estaba trabajando.
En el caso de Madrid, el salario de los jóvenes es de 10.531 euros anuales mientras que deben destinar el 105 % de su sueldo para cubrir el alquiler medio en la región que cuesta aproximadamente 1.176 euros (datos del último informe del Observatorio de Emancipación del Consejo de Juventud de la Comunidad de Madrid). Por eso, así como en Estados Unidos y muchas partes de Europa, en España los jóvenes están volviendo a habitar la casa de sus padres.
Al otro lado del mundo, en Tokio, con más de 9,3 millones de habitantes, cerca de 402.000 personas migraron, un 4,7 % más que en 2019, según un informe del Ministerio del Interior y Comunicación publicado en enero de 2021.
Los costos mensuales de manutención en la capital nipona son de aproximadamente 340.559 yenes (US$3.127), lo que la convierte en la tercera urbe más cara de Asia y por eso, el Gobierno vio una oportunidad en la pandemia para descentralizar los servicios que ofrece la ciudad anunciando hasta un millón de yenes [USD 9.186 dólares] en asistencia a quienes continúen trabajando para una empresa con sede en Tokio, pero desde otro lugar.
Sin embargo, mientras más sueñan con vivir lejos del estrés de la ciudad, esta tendencia dependerá de la disponibilidad de recursos que puedan encontrarse en los lugares de destino; y la realidad es que, en la mayoría de países, el campo carece de conexión a internet estable, servicios públicos de calidad y oportunidades económicas para los que pretenden salir de la ciudad pero seguir viviendo como en ella.
“Por ejemplo, lo que se sabe es que las personas que viven en ciudades con buenos sistemas de transporte son menos dañinas para el medio ambiente que las que viven en el campo y que dependen de su vehículo. Lo que deben pensar los Gobiernos es en ayudar a las ciudades secundarias que no han tenido la suerte de convertirse en puntos de crecimiento económico y que ahora reciben a estos nuevos habitantes”, concluye Goyes.