Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
¿Más allá de los ingresos, del dinero, cómo se manifiesta la desigualdad en Latinoamérica? ¿Cómo las falencias en acceso y calidad de educación y salud terminan por generar nuevos problemas en el mercado laboral? ¿Por qué el continente es uno de los lugares más desiguales del planeta?
Lea también: La eterna tarea pendiente de la desigualdad
Estas son algunas de las preguntas que aborda un nuevo libro del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) titulado “La crisis de la desigualdad”, en el que 14 análisis se encargan de examinar este fenómeno desde la óptica de los ingresos, pero también desde la perspectiva de los sistemas tributarios, de salud y educación así como desde el enorme desafío del cambio climático.
Los análisis también proponen caminos de acción y campos de atención para atajar las desigualdades en el continente, que bien pueden crecer por la pandemia del COVID-19, que trajo consigo crisis sanitarias y económicas que termina reforzándose entre ellas.
¿Cómo se expresa la desigualdad en Latinoamérica?
En materia de ingresos, el 10 % más rico de la región obtiene más de la mitad del ingreso nacional antes de impuestos. En el caso de los países desarrollados, el 1% más rico tiene en promedio el 10% del total del ingreso nacional antes de impuestos y el 10% más rico tiene aproximadamente una tercera parte”.
Así mismo, la mayoría de los trabajadores que componen el 40 % de la parte inferior en lo que concierne a distribución de ingresos se encuentra en la informalidad, en donde no existen mecanismos de seguridad que los protejan ante un choque económico como el derivado por la pandemia.
Cabe recordar que las medidas de confinamiento para intentar mitigar el avance del COVID-19 golpean especialmente a estos renglones, pues se trata de personas que, en muchos casos, no acceden al sistema financiero, por ejemplo, lo que les cierra las puertas del crédito formal; así mismo, la informalidad también socava el acceso a cesantías y pensiones en países, lo que contribuye aún más a la vulnerabilidad de estos sectores de la población.
Los análisis del BID mostraron que “un mes después de iniciados los confinamientos, cerca del 65% de los hogares en el quintil inferior de la distribución de ingresos había sufrido al menos una pérdida de empleo entre los miembros de la familia. Mientras que, en el quintil superior, la cuota fue del 22%. (…) Estas pérdidas de empleo se traducen directamente en pérdidas de ingreso. La capacidad para teletrabajar y conservar un empleo durante el confinamiento está distribuida de manera muy desigual”.
Varios estudios han examinado cómo se da en el continente el llamado ascenso social, que, lastimosamente, suele ser muy lento o inexistente en muchos casos. Este fenómeno comienza por manifestarse en la niñez: menor acceso a servicios de salud y educación de calidad terminan por generar adultos con menores capacidades y competencias a la hora de llegar al mercado laboral. En esto también influyen poderosamente factores como la nutrición, especialmente en las etapas más formativas de las personas.
“…los niños nacidos antes de 1990, que tuvieron menos acceso a los servicios sanitarios al igual que sus madres, actualmente se encuentran en el mercado laboral y sufren las consecuencias del acceso desigual a la atención sanitaria que tuvieron durante su infancia. Además, las brechas socioeconómicas en el acceso a la atención sanitaria todavía son grandes: entre 2010 y 2015, las tasas de mortalidad por debajo de los cinco años de los hijos de madres con un nivel educativo alto eran la mitad de las tasas de los hijos de madres con un nivel educativo bajo”, se lee en la investigación.
Le recomendamos: Pobres necesitarían más de una década para recuperarse de la pandemia: Oxfam
Y en un apartado diferente, pero relacionado, agrega que: “Los niños de familias más ricas tienden a estar mejor preparados para la escuela que los niños de familias pobres. Al comenzar la escuela, los niños de contextos socioeconómicos altos tienen resultados considerablemente mejores que sus pares de contextos socioeconómicos bajos en desarrollo socioemocional, cognitivo y del lenguaje. Estas brechas no se cierran durante los años escolares. Hacia el tercer grado, un niño del 20 % inferior de la distribución del ingreso acusa un rezago equivalente a 1,5 años escolares en comparación con un niño del 20 % superior. Cuando los niños tienen 15 años la brecha es aún mayor y representa más de dos años del progreso natural de un alumno normal. Y estas brechas ni siquiera tienen en cuenta a los niños más pobres, muchos de los cuales ya no van a la escuela hacia los 15 años. La brecha en la matriculación en la escuela secundaria entre los quintiles superior e inferior de la distribución del ingreso es de 17 puntos porcentuales”.
¿Por qué importa la desigualdad en medio de la pandemia?
Si se quiere reducir a un asunto económico, la desigualdad tiene serios impactos en asuntos como la salud del mercado laboral, la demanda de bienes y servicios y, en general, en el bienestar de la sociedad (incluyendo los segmentos más ricos de la población).
Ahora bien, la literatura económica ha documentado con rigor cómo las recesiones y las crisis económicas terminan por afectar el llamado capital humano, en términos de nutrición, educación y salud. Estos factores, como ya se dijo, pueden terminar por impactar negativamente el mercado laboral, pero, además, terminan reproduciendo y ensanchando brechas entre los segmentos más ricos y los más pobres.
Hay evidencia de cómo cuando hay una disminución de 5 % o más en el PIB “la reducción de los salarios reales fue generalmente mayor: del 10 % en promedio, si bien en algunos casos llegó al 20 %”, se lee en el texto.
La investigación del BID, citando otros trabajos, asegura que “las recesiones afectan negativamente los salarios de los nuevos graduados, aunque con gran heterogeneidad. Algunos graduados sufren disminuciones de los ingresos que duran hasta 10 años, pues comienzan trabajando para empleadores que pagan menos hasta que consiguen incorporarse a empresas mejores. Otros graduados experimentan efectos permanentes”.
De fondo, la desigualdad es un factor de desestabilidad en el conjunto de la sociedad. Los autores del BID la definen como algo que suele deteriorar el tejido social.
¿Cómo avanzar en la reducción de la desigualdad?
En varios apartados, los autores de la investigación (18 en total) explican que los sistemas tributarios de la región no privilegian una disminución de la desigualdad. “La recaudación de impuestos sufre de un fuerte sesgo hacia los impuestos indirectos (por ejemplo, los impuestos al valor agregado), que son más regresivos que los impuestos sobre los ingresos o los beneficios. En este sentido, América Latina ha adoptado escasas medidas a favor de la redistribución”.
Esta afirmación contrasta con las intenciones que ha declarado la administración del presidente Iván Duque de impulsar una reforma fiscal ampliando el reino del IVA en la canasta básica colombiana (aunque aún no hay una propuesta concreta sobre la mesa en este aspecto, vale la pena aclarar).
Además de los impuestos, los autores ven factores de desigualdad en el poco alcance de los sistemas de pensiones (algo vinculado en buena parte al alto grado de informalidad), así como las deficiencias en la focalización y alcance del gasto social. “Muchos de los gastos situados bajo el paraguas del gasto social no llegan a los pobres y vulnerables. Por ejemplo, cerca de tres cuartas partes de los subsidios energéticos llegan al 60% más rico de la población. Se observan otras «filtraciones» similares en las normas fiscales que tienen un objetivo social, como las exenciones por los gastos de alimentación, medicación y vivienda. El cambio de los subsidios de los precios a los subsidios directos del ingreso focalizados en los pobres y las clases medias bajas proporcionaría una redistribución mucho más efectiva por dólar gastado”.
Lea también: América Latina recibe US$1.000 millones del BID para vacunación del COVID-19
Así mismo, la investigación insiste en que ay que fortalecer las redes de seguridad para la población, con miras a resistir choques como los introducidos por la pandemia, peor también los que se vendrán con el cambio climático: para 2030 se espera que las consecuencias de este fenómeno lleven a 100 millones de personas hacia la pobreza a escala global.
“Allí donde haya sistemas de seguro de desempleo, es necesario ampliarlos y reforzarlos; allí donde no existan, es necesario crearlos. Los trabajadores informales necesitan seguridad social. La fragmentación de la ayuda social y la seguridad social insuficiente deja a numerosos trabajadores expuestos a shocks adversos de salud y laborales, como lo demuestra la necesidad de medidas de emergencia ad hoc durante la crisis de la COVID-19. Si bien todavía no se ha establecido un sistema óptimo, no hay excusas para la inacción. La necesidad es demasiado grande para ignorarla”, concluyen los autores.