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Cecilia María Vélez: “La educación tuvo que salir de su zona de confort”

La exministra de Educación y exrectora universitaria analiza el impacto de la pandemia en el sistema tradicional de aprendizaje que se desarrollaba con la presencia simultánea de profesores y estudiantes en un espacio físico y cuyo esquema se destruyó debido el aislamiento obligatorio. Comenta las ventajas de la tecnología, pero advierte de las enormes desigualdades sociales que afectan al país.

Cecilia Orozco Tascón
07 de febrero de 2021 - 02:00 a. m.
Cecilia María Vélez fue ministra de Educación y rectora de la Universidad Jorge Tadeo Lozano. / Cortesía Oficina de Comunicaciones Utadeo
Cecilia María Vélez fue ministra de Educación y rectora de la Universidad Jorge Tadeo Lozano. / Cortesía Oficina de Comunicaciones Utadeo
Foto: LAURA VEGA

Según datos de la Cepal-Unesco, más de 1.200 millones de estudiantes en el mundo, 160 millones de América Latina y el Caribe, dejaron de recibir clases presenciales de un día para otro y pasaron a ser alumnos virtuales. ¿Cuánto y cómo impactó a la comunidad educativa este cambio tan brusco en el sistema de aprendizaje?

Todavía no podemos medir el impacto total de la pandemia en la educación. Lo cierto es que el sector se vio enfrentado a una situación crítica, inesperada, que implicó un cambio radical en su forma de operar y a la que debió responder inmediatamente. Tanto profesores como estudiantes tuvieron que adaptarse a continuar sus labores fuera de las aulas sin planeación previa, sin claro conocimiento de los medios alternativos disponibles, con desigual y, en muchos casos, escaso entrenamiento en el manejo de la tecnología. Garantizar la continuidad del proceso educativo en medio de la pandemia exigió, y sigue exigiendo, esfuerzo y creatividad. Pero, como le digo, es muy temprano para analizar, con todas sus variables, los beneficios y los perjuicios que deja esta experiencia mundial tan compleja.

De acuerdo con el Ministerio de Educación, 103 mil estudiantes de colegios desistieron de continuar asistiendo a clases entre marzo y agosto del año pasado en el país. Es el 1,1 % del total matriculado, pero los expertos aseguran que la cifra es mucho más alta: la sitúan entre el 3 y 7 %. Y la Asociación Nacional de Preescolar calcula que el 20 % de los jardines infantiles cerraron por retiro total de los niños. ¿Las mentes más jóvenes y abiertas al conocimiento pueden recuperar un año “muerto”?

Comparada con años anteriores, la cifra anual del 1,1 % es menor. Sin embargo, este es un dato que se obtuvo antes de terminar 2020, por lo cual es necesario esperar el resultado definitivo. En preescolar, la deserción registrada fue mayor al 10 % y, efectivamente, el impacto negativo en los menores es muy importante, y es probable que no se pueda recuperar completamente.

A propósito de los niños, estos fueron extraídos, repentinamente, de sus colegios o escuelas en donde compartían con otros niños y aprendían, a la par, con estos. ¿Es cierto que su nivel de concentración y su respuesta psicológica fueron negativas, de acuerdo con lo que usted ha conocido?

Las respuestas de los niños a la nueva realidad han sido muy variables. Algunos han aprovechado la situación desarrollando procesos autónomos de aprendizaje y se encuentran a gusto con la situación. Probablemente, han sido expuestos a mejores metodologías virtuales y han tenido acompañamiento por parte de las familias. Hay otros para quienes la adaptación ha sido muy difícil y han tenido problemas de concentración y cansancio excesivo. Esto último se dio, en parte, porque algunos profesores pretendieron mantener sus prácticas presenciales grabando, simplemente, su clase. Se ha comprobado que esto es contraproducente. Pero los estudiantes extrañan el contacto con sus compañeros y maestros. Es una queja generalizada, y se trata de una situación que está afectando el bienestar, principalmente, de los menores.

Según los relatos de sus protagonistas, a falta de recursos económicos y tecnológicos, muchas escuelas públicas rurales redujeron sus actividades al envío de tareas escritas en papel a sus alumnos. ¿Este método rudimentario se puede asimilar a tiempo perdido?

Aunque, en muchos casos, se ha presentado un retraso evidente, no necesariamente estas formas de mantener la actividad educativa implican que el tiempo se haya perdido. Como he reiterado, se ha promovido, en buena medida, la autonomía del estudiante y se ha logrado el involucramiento de la familia en el proceso, ambos elementos fundamentales para la eficacia en la educación. Una vez se retomen las clases presenciales, es importante evaluar los logros y vacíos generados en cada uno de los alumnos con el fin de aprovechar la oportunidad para avanzar en las pedagogías que personalizan las respuestas. No hay duda de que los aprendizajes de cada estudiante, durante la crisis, han sido diferentes, de acuerdo con sus circunstancias particulares.

La educación virtual no está regulada ni mucho menos existe vigilancia sobre su calidad. Usted fue ministra de Educación durante ocho años. ¿Es necesario establecer un nuevo sistema regulatorio?

Así es. Es importante establecer una regulación que se adapte a las características de la educación virtual. Es necesario revisar las condiciones de la acreditación de calidad para ese tipo de programas. La experiencia internacional debe servir para acoger buenas prácticas. En esta materia algo se ha avanzado en el país en cuanto a apertura de programas digitales e instituciones virtuales.

¿El sistema tradicional de evaluación del probable bajo rendimiento de estudiantes y de profesores durante la pandemia debería también renovarse?

No necesariamente el bajo rendimiento es el resultado de esta crisis. Se han desarrollado alternativas pedagógicas que están dando mejores resultados que en la educación presencial. Pero es necesario que la evaluación, en todos los niveles, se repiense. Por ahora, el Icfes ha puesto a disposición de los docentes un examen que permite medir los aprendizajes de los estudiantes durante la pandemia. Se trata de un mecanismo para ser aplicado por los maestros, no por el Estado.

Según Antonio Celia, la educación en Colombia tiene atrasos en varios aspectos, empezando por la financiación cuya escasez produce “una reacción en cadena” de baja calidad y malos resultados. Los recursos económicos cuentan, desde luego, pero, ¿cuáles otras variables podrían implementarse en épocas en que el dinero es escaso?

Precisamente, el buen uso masivo de la tecnología podría ayudar a dar el salto de calidad en educación, porque conecta al sector con el conocimiento global y lo estandariza en ese nivel. Además, porque le da mucha más autonomía al estudiante, como he dicho. Por su parte, los maestros que trabajan en áreas rurales y que pueden disponer de internet tendrán a su disposición muchas ofertas educativas virtuales, también con estándares internacionales.

La brecha económica y social se ahondó en la pandemia, afirman los analistas. ¿En el sector de educación sucedió lo mismo?

Es cierto. La pandemia nos mostró la amplitud de tales brechas y puso, en el orden del día, la obligación que tiene el país de enfrentarlas, así como la necesidad de dotar a las familias de instrumentos tecnológicos para que sus hijos tengan acceso a los procesos educativos. Durante esta crisis, se buscaron otros medios para llegar a quienes no contaban con conectividad, como televisión, radio y guías, pero claramente no ha sido posible llegar a todos.

Entonces, y después de un año de pandemia, ¿podría afirmarse que se avanzó en aprendizaje y metodología en las nuevas formas de educación en las ciudades, pero se incrementó el retraso en los sitios alejados de los centros urbanos?

No todo es negativo en esta crisis, que también ha sido una gran oportunidad para avanzar en la integración de la tecnología a los procesos de aprendizaje. En general, los maestros, enfrentados al uso de estas herramientas, han perdido el miedo a ellas. El sector tuvo que salir de su zona de confort, con las metodologías tradicionales, y muchos lo han hecho de manera innovadora y creativa no solo en las ciudades, sino también en las zonas rurales. Es una gran ganancia producto de la crisis sin desconocer que, en muchos otros casos, esta experiencia ha sido traumática, sobre todo para los más vulnerables.

Reformar el sistema educativo tradicional basado en clases presenciales para mantener uno que sea 100 % virtual aún sin pandemia, ¿es la solución a la inequidad en el sector?

El sistema presencial sigue siendo irreemplazable, especialmente en la educación básica, porque desarrolla competencias sociales que son cruciales en la vida laboral y profesional. Del otro lado, el uso de la tecnología es importante para cerrar brechas de calidad y para preparar a los jóvenes en el siglo XXI. El acceso virtual a cursos de primera línea y al conocimiento de primera mano puede producir mejores resultados en los aprendizajes en cualquier parte de la geografía.

La deserción estudiantil parece haber sido muy alta. ¿Qué sabe al respecto?

Aún no tenemos cifras confirmadas sobre la deserción intraanual, puesto que no se ha consolidado el informe sobre las matrículas de 2021. Para la educación básica, el cálculo entre semestres de 2020 no parecía tan alarmante como se preveía. Se mantienen las diferencias, en el indicador, entre las zonas urbanas, con menor deserción, frente a las áreas rurales y aisladas. Por ejemplo, en Bogotá se presentó un aumento en la matrícula en educación pública frente a una mayor deserción en el sector privado, lo que puede ser síntoma de una transferencia de este último hacia la primera, debido a las necesidades económicas.

Con su experiencia en docencia y desarrollo económico, ¿cómo concibe un plan de capacitación y adaptación a las nuevas formas de aprendizaje de los docentes que sufren deficiencias digitales?

Una consecuencia de la pandemia ha sido la de exponer a los docentes al uso necesario de la tecnología y a considerarla como aliada. Además, se han enfrentado a la necesidad de reflexionar sobre la manera de lograr resultados de aprendizaje mediante estas nuevas modalidades que incluyen una participación más activa de los estudiantes. Este es un punto de partida para que las capacitaciones sobre el uso de las herramientas virtuales sea más eficaz que las desarrolladas en el pasado. Considero que una manera de mejorar estas destrezas puede ser mediante la creación de redes de maestros que compartan experiencias, con acompañamiento y soporte técnico.

¿Este salto de la clase con presencia física a la digital no llevaría a la jubilación, más o menos temprana, de parte del profesorado por otra que se adapte más a la nueva realidad?

No hay que generalizar: algunos maestros, por su experiencia, tienen mejores metodologías de aprendizaje y pueden adaptarse a la tecnología; otros pueden apoyarse en quienes cuentan con esas destrezas. No hay que olvidar que el proceso educativo no solo debe depender de la tecnología, que es un medio, pero que no garantiza, per se, el desarrollo de las competencias ni la calidad del aprendizaje.

Hoy, seguramente, la profesión de educador como la de médico es mejor apreciada y respetada que antes. ¿Cómo debería aprovecharse esta percepción en beneficio de los profesores que se han quejado de que los gobiernos minimizan su importancia social?

Efectivamente, muchas veces valoramos lo que tenemos solo cuando lo perdemos. La sociedad se ha dado cuenta de la dimensión del trabajo de los docentes en la formación de las personas cuando los estudiantes se quedaron en sus casas y ha sido necesario lograr que se concentren, disciplinen y respeten a los demás. Asimismo, se ha hecho evidente el papel de la escuela para permitir el acceso laboral, especialmente a las mujeres, que hoy deben ocuparse en el acompañamiento de los niños. Este reconocimiento se debe hacer explícito y debería traducirse en una mejor valoración del maestro en todos los campos, incluido, desde luego, el económico.

También se ha transformado la valoración sobre la importancia de invertir en ciencia e investigación, dos temas damnificados en los presupuestos oficiales...

Es indudable. Con la pandemia aprendimos que es absolutamente necesario invertir en ciencia, investigación y tecnología. La importancia de las universidades en la crisis ha sido evidente. Piense, no más, en el desarrollo de las vacunas que ha sido posible de la mano de los mejores centros universitarios del mundo. Nunca, como ahora, se ha hecho evidente la distancia entre los países que han dedicado sus capacidades y recursos a la ciencia y la investigación, y aquellos que no lo han hecho.

Algunos expertos aseguran que después de la pandemia las enormes inversiones de los centros de educación superior en espacios físicos, en edificios y en campus universitarios serán cosa del pasado. ¿Está de acuerdo?

La nueva realidad de la educación superior hace que las prioridades cambien. Se convirtieron en prioritarias las inversiones en tecnología que, a corto plazo, serán muy altas, pero que a largo plazo conducirán a una disminución en el costo de la educación superior de calidad, por las economías de escala. Los campus deben convertirse, básicamente, en lugares de encuentro que faciliten el trabajo colaborativo, la experimentación y la creatividad. Y los laboratorios serán muy importantes por el fortalecimiento de la investigación que se ha revelado como clave para el manejo de la crisis.

Usted ha sido secretaria de Educación distrital, ministra de Educación y rectora de una universidad. Si liderara un proyecto de reforma del sistema educativo, ¿cuáles serían sus prioridades?

Orientaría todas las energías al cambio en el modelo educativo y al acompañamiento de los docentes en este proceso. Haría de la generalización en el uso creativo de la tecnología un propósito común. Reorientaría las inversiones al mejoramiento de la conectividad y a la dotación de equipos digitales para todos los miembros de la comunidad estudiantil. Y, también, orientaría todos los incentivos a los logros en los aprendizajes. La evaluación de todos los agentes del sistema se mantendría entre las prioridades, entendiéndola como formativa y no punitiva.

“Competencias nuevas en la pandemia: estudiantes más autónomos”

Aunque ya existía cierto nivel de uso tecnológico en los países latinoamericanos, ninguno estaba listo para adoptar las plataformas y formatos digitales como vías únicas de enseñanza ¿Esa falta de preparación en el uso de la virtualidad ha implicado, en el caso colombiano, un retraso en la educación?

El avance de las tecnologías de la información es una tendencia, anterior a la pandemia que exige cambios en el sector educativo al cual se han ido incorporando esas herramientas, lentamente, con su utilización en el sistema tradicional y con el crecimiento de ofertas virtuales. Cuando la pandemia obligó al empleo de la tecnología como el medio más eficaz para garantizar la continuidad del servicio, se encontraron dos barreras: limitaciones de los estudiantes en el acceso a la conectividad y a los equipos, y escasa capacitación de los maestros en el manejo pedagógico de la virtualidad. Medir la intensidad del retraso creado por el cambio brusco y obligado del proceso educativo, es un reto. Es posible que se hayan producido grandes vacíos, pero, así mismo, que se hayan desarrollado competencias nuevas o diferentes en los estudiantes debido a su mayor autonomía (dentro de este sistema) y al contacto con una situación tan inesperada.

“Se ha descubierto el papel de la escuela como espacio protector”

Un aspecto importante relacionado con la suspensión de las clases presenciales, es el deterioro en la salud y alimentación de los estudiantes debido a que el sistema educativo incluye paquetes de desayuno o almuerzo, asistencia en medicamentos y algún tipo de recreación ¿Qué señalan los indicadores?

El sector público hizo un gran esfuerzo para garantizar la continuidad en el suministro de apoyos alimenticios cambiando los esquemas, por ejemplo, bonos para ser distribuidos a las familias. No solo mantuvo las coberturas sino que en algunas entidades territoriales, se ampliaron. En el caso de ausencia de deporte, la afectación se debe, en general, a la pandemia que ha restringido la movilidad de toda la población. Pero una preocupación que ha surgido en el sector es el posible aumento de los abusos contra los niños en los hogares, puesto que los colegios, en muchas ocasiones, son ambientes protectores. Aunque han disminuido las denuncias, es probable que esto se deba a que los maestros no están identificando los abusos y a que no están prestando el apoyo que dan a los estudiantes cuando las actividades son presenciales. Esta pandemia ha servido, entre otras cosas, para que el país descubra el papel de la escuela como espacio protector.

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