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El Centro de Memoria, Paz y Reconciliación de la Alcaldía de Bogotá (CMPR), reconocido por ser un lugar de encuentro y comunión para defensores de derechos humanos, intelectuales y víctimas de la violencia, se ha convertido también en un aliado para los maestros del distrito y en el sitio preferido de muchos estudiantes de colegio y universidad que quieren entender la complejidad del conflicto armado en su ciudad.
Desde hace unos meses, Arturo Charria, director del CMPR, y su equipo decidieron reinventar este espacio de promoción de memoria histórica colectiva para convertirlo en el epicentro de un movimiento cultural y pedagógico que busca que los niños y jóvenes reconozcan y comprendan las lógicas de violencia que han afectado históricamente a su ciudad.
"Nosotros no vamos a remplazar la responsabilidad del sector educativo, dice Charria, no queremos suplir al colegio. Por venir una hora a una exposición, los estudiantes no van a entender todas las dinámicas y las relaciones de la violencia en Bogotá. Eso no se va a resolver con una visita al Centro de Memoria. Lo que buscamos es articularnos con el sector educativo y ofrecerles a los niños y jóvenes una experiencia sensible que les muestre las distintas caras del conflicto".
Lo pedagógico está en lo espacial. Esa es una de las tesis de Charria que ha orientado la reinvención del CMPR. "Teníamos que artícular forma y fondo. No basta con construir procesos pedagógicos con los colegios, también hay que transformar los lugares físicos del CMPR para responder a las necesidades puntuales de cada grupo de visitantes. Como escribió Cortazar: quiero ir a ti desde ti misma. Tenemos que hablarles a las distintas audiencias desde sus gustos y sus intereses. Si queremos trabajar con niños y niñas no podemos hacerlo en una sala gris", afirma Charria.
En Camino a casa todo es de colores y está al alcance de los niños: los escritorios, las sillitas, los juguetes. La metodología de la sala infantil fue construida de la mano de la Fundación Rafael Pombo, está inspirada en la pedagogia Montesori y es un homenaje al libro Camino a casa de Jairo Buitrago y Rafeal Yockteng, primer libro álbum que plantea el conflicto armado para los niños.
"En este espacio hay una experta en trabajo con niños y niñas, una psicóloga especializada. No es una guardería, ni un sitio para dejar a los niños mientras los padres ven la exposición. Al contrario, es un lugar en el que se hacen procesos y talleres con ellos", dice Charria y revela que en agosto de este año van a lanzar, en alianza con Unicef, unas metodologías que sirven para que los jardines infantiles y los padres de familia trabajen la memoria del conflicto con niños y niñas.
El Alto Consejero de Víctimas, Gustavo Quintero, afirma que no es posible medir ni tasar el dolor de las Víctimas, porque "todos sufrimos violencias que rompieron la vida de miles de personas en Bogotá". Este taller es un salón comunitario diseñado para que cada colectivo desarrolle sus emprendimientos y muestre las narrativas y las historias que los reconcilian con la vida. Es un escenario para promover el diálogo de saberes y de experiencias traumáticas. Es un lugar para cultivar la empatía y la compasión. Las distintas organizaciones de víctimas se reconocen en los dolores de los demás y encuentran en las experiencias compartidas alternativas de resistencia.
Las seis estaciones de la exposición permanente Recordar: volver a pasar por el corazón son, en palabras de Charria, una experiencia sensible capaz de generar procesos pedagógicos profundos en los visitantes a través del arte, la tecnología y la literatura.
"Los textos curatoriales no buscan profundizar en la explicación del hecho violento. Esta no es una exposición cronológica ni pretende contar todo lo que pasó en Bogotá, sino transmitir la experiencia de la guerra en una ciudad en donde muchos piensan y creen que la guerra no existió", afirma Charria y agrega: "es una apuesta en la que todo fue construido para que el visitante intervenga de manera activa y consciente".
"Hablamos mucho con los profesores. Sabemos que ellos trabajan con poblaciones itinerantes, que están cambiando constantemente. Por eso, decidimos ofrecerles una exposicion para que la articulen a su curriculum y puedan generar con cada grupo un proceso pedagógico a partir de la visita".
A continuación un recorrido breve por las seis estaciones de la exposición.
1ra estación: El incalculable peso del desplazamiento forzado
Las paredes que rodean la primera parada de esta exposición son de color barro. Parecen desgastadas, sin terminar, en obra negra. Recuerdan las casas de adobe y tapia pisada de los campesinos pobres de las distintas regiones del país que tuvieron que salir huyendo hacia la ciudad, desplazados por la violencia y el conflicto. Las paredes son una metáfora de la pérdida del hogar, la tierra y el territorio.
En el centro del memorial están apiñadas varias maletas, bultos, cajas y guacales, como en la icónica foto de Jesús Abad Colorado que muestra a un desplazado cargando una nevera en San Carlos, Antioquia. Entre las maletas hay una especie de pesa o balanza interactiva en la que los visitantes ponen distintas objetos y ven como van apareciendo los sentimientos predominantes en la vida de las personas desplazadas: desconfianza, incertidumbre, miedo, angustia, nostalgia, desesperanza, etc.
"Aquí estamos pensando cuales son esos pesos invisibles que carga una persona desplazada. Trabajamos con distintos relatos de víctimas de desplazamientos forzado y a partir de eso construimos un campo semántico de las emociones que se vuelven reiterativas en sus procesos", dice Charria.
2da estación: Miradas a la guerra
Cuando uno piensa en el conflicto armado en Bogotá piensa en el Bogotazo, en la toma y retoma del Palacio de Justicia, en el avión de Avianca, en la bomba del Club el Nogal, en el asesinato de Carlos Arlvarado, Elsa Alvarado y Mario Calderon, en la muerte de Jaime Garzón y en los falsos positivos.
Cada uno de estos hechos está recreado en pequeñas pantallas interactivas, dispuestas a la altura promedio de los niños, que proyectan fragmentos de obras de tearto, películas o piezas radiofónicas relacionadas. Esta estación se pregunta por las razones que han hecho que nos acordemos con lucidez de unos hechos y que olvidemos otros.
-Usted me dice hechos victimizantes o sectores de vicitmas afectados o un grupo armado perpetrador y yo le identifico un objeto.
-Violencia sexual.
-Vea este: las pepitas de una manilla que tenía la líder social Janet Peña cuando la violaron. O esta maleta de una chica trans víctima del abuso de la Fuerza Pública.
Esta estación es una especie de museo del dolor que combina el diseño y la tecnología para contar la crudeza de la guerra. En una vitrina blanca hay más de 40 objetos que encarnan una historia particular de violencia. El visitante se acerca a ella y selecciona el objeto que quiere conocer en una pantalla tactil. Aparece entonces la persona contando la historia del hecho victimizante y la relación con el objeto.
En la vitrina están, por ejemplo, la máquina de escribir del antiguo director de El Espectador Guillermo Cano asesinado por su lucha contra el narcotrafico, o un libro de la biblioteca del abogado defensor de derechos humanos, Eduardo Umaña Mendoza, que tiene un disparo en el lomo.
4ta estación: Polifonías del miedo
En el piso de esta estación hay una serie de huellitas azules que sirven de guía para que los niños se paren sobre ellas. Una vez allí, con la ubicación y con el peso de los pequeños visitanes, se activan las polifonías del miedo. Hay grabaciones de audios de archivo de noticieros de televisión o de programas de radio que reviven los acontecimientos más violentos en la historia de Bogotá.
Las "últimas horas" de los carros bomba, de los asesinatos de lideres sociales, de los feminicidios. Los sonidos están acompañados por imágenes de panfletos de las Águilas Negras, cintas en cruz sobre los vidrios o símbolos de las fronteras invisibles y expendios de droga.
"El miedo se trasmite en la mirada. Los miedos están yuxtapuestos y geo referenciados. Mientras el niño escucha el miedo específico sobre el que está parado, oye también los rumores de otros miedos".
Los visitantes atraviezan una línea de tiempo que cuenta la historia de la movilización social por la paz, desde la marcha del silencio de Gaitan en 1948 o los plantones contra la dictadura de Rojas Pinilla en 1954, hasta las movilizaciones de 2017 para defender los acuerdos de la Habana.
Mientras van caminando, los niños escuchan los discursos más emblemáticos de cada marcha y ven las imágenes de la multitud.
Recordar: volver a pasar por el corazón termina con un juego de roles que simula la complejidad del conflicto armado. Cada niño representa un actor de la guerra y asume las posibilidades y las limitaciones que le corresponden.
Al final deben armar un cubo zoma en menos de 20 minutos sin hablar. La enseñanza es simple: es necesario aprender a escuchar al otro. Cumpir el objetivo es imposible, si el guerrillero y el soldado no encuentran un propósito común y dejan a un lado sus diferencias