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La muerte siempre es un mal agüero. El 25 de agosto del 2012, a las 12:35 del mediodía, los bomberos de la Empresa de Petróleos de Venezuela (PDVSA) recibieron la primera alarma: había una fuga de propano en el bloque 23 del Centro de Refinación de Paraguaná, el tercero más grande del mundo, según la Oil & Gas Journal, una revista estadounidense famosa entre los petroleros de todo el planeta. Una hora después, los gases acumulados explotaron, la llamarada traspasó las estructuras y el fuego asesinó a 42 personas y dejó heridas a 152, de acuerdo con las cifras de la Fiscalía General de la República.
La muerte avisó que algo andaba mal con las refinerías. Del lado del oficialismo, Rafael Ramírez, quien era el ministro de Petróleo y Minería, declaró que la tragedia había sido causada por una nube de gas, después de una fuga. PDVSA, que ya era controlada en ese entonces por el gobierno de Hugo Chávez, aseguró que no descartaba que se hubiera tratado de un intento de sabotaje.
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Del lado de la oposición aparecieron otras versiones que nunca pudieron comprobarse, debido, según ellos, a la ausencia de investigaciones serias. Para los opositores, la falta de mantenimiento y la negligencia fueron las responsables.
En mayo, la Sociedad Venezolana de Ingenieros de Petróleo (SVIP) denunció que el parque refinador del país presentaba “una situación muy crítica”. Hizo un llamado a PDVSA para efectuar una “revisión profunda de los protocolos operacionales y de los procedimientos de mantenimiento y de seguridad para evitar que ocurra un evento de dimensiones catastróficas”, tal y como anotó la periodista Érika Hidalgo en el diario El Mundo.
Lindolfo León, presidente de la SVIP, cree que la única hipótesis valedera de la catástrofe es la falta de inversión.
La muerte, entonces, prendió las alarmas, pero no fue suficiente para llamar la atención sobre el problema . Al contrario, las cifras de la producción continuaron cayendo. Es así como el país con las mayores reservas del mundo, según la OPEP, (24,8 % de las reservas totales), se quedó sin cómo producirlas. Según cifras de PDVSA, a noviembre de 2017, las reservas probadas y certificadas de petróleo en Venezuela subieron hasta 301.000 millones de barriles.
En los últimos meses, los números ya empezaron a ser escandalosos. En septiembre se produjeron 2.085 millones de barriles. En octubre de 2017, la cifra cayó a 1.995. Por primera vez en 28 años, Venezuela produjo menos de 2 millones de barriles diarios.
Y ahora el presidente Nicolás Maduro anuncia un racionamiento de gasolina en cinco estados de su país. La nación más rica del mundo en petróleo no puede satisfacer siquiera su propia demanda.
“Yo viví las consecuencias en carne propia. Tuve que viajar al estado de Lara. Vi colas de kilómetros. Gente que pasó el 24 de diciembre, Navidad, en cola para poder llenar los tanques. Esto le genera a la gente una zozobra terrible. Veías cantidades de carros varados y personas desesperadas”.
Según Maduro, la culpa la tienen las sanciones de Estados Unidos. Según Hidalgo, es el resultado de una mala gestión de años, que empezó con el despido de altos funcionarios de la organización y terminó con la utilización de PDVSA en otras actividades: infraestructura, alimentación y más.
No obstante, y a pesar de todos los pronósticos, la frontera entre Cúcuta y Venezuela no se queda sin gasolina. Los vendedores informales siguen en lo suyo. Los ciudadanos están tanqueando normalmente. “Claro”, explica Hidalgo. “Es que el negocio de la venta de gasolina en las fronteras es de los militares. Y a ellos el racionamiento no los afecta”.
* Este artículo se realizó con información de la periodista Érika Hidalgo, nacida en Caracas y quien cubre temas de petróleo desde hace 24 años. @erikahidalgol