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Sacrificios por su reina
Felipe tuvo que hacer varios sacrificios para poder casarse en 1947 con la entonces princesa Isabel. Renunció a su título de príncipe de Grecia y Dinamarca para tomar la nacionalidad británica y convertirse en duque de Edimburgo, poco antes de su boda, y en príncipe de Reino Unido en 1957. Se describió a sí mismo como “un príncipe balcánico desacreditado sin ningún mérito o distinción en particular”.
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Era de religión ortodoxa pero aceptó abandonarla para convertirse en anglicano y, para complacer a su novia, dejó de fumar. Tras la muerte del rey Jorge VI que propulsó a su joven esposa el trono en 1952, Felipe tuvo que renunciar a su prometedora carrera como oficial de la Royal Navy.
“Felipe ocupó un lugar peculiar en el escenario mundial como esposo de una reina cuyos poderes eran en gran parte ceremoniales. Él era esencialmente un testaferro secundario, que la acompañaba en las visitas reales y, a veces, la reemplazaba. Y, sin embargo, abrazó su papel real como un trabajo por hacer. ‘Tenemos que hacer que esto funcione con la monarquía‘, dijo Felipe”, se lee en un artículo del New York Times.
Karina Urbach, del Instituto de Investigación Histórica de la Universidad de Londres, explicó algo similar: “Es una vida muy privilegiada, por supuesto, pero también es una vida muy aburrida. También significó que un hombre como él, que es un hombre alfa, que quiere liderar, que quiere ser reconocido en su propia profesión, ya sabes , no pude cumplir con eso“, dijo Urbach a NPR.
¿Sin modales?
Isabel II siempre lo describió como su “roca” y su “apoyo”, pero la familia Windsor estaba lejos de la satisfacción cuando la joven princesa anunció que quería casarse con él. Según el diplomático y escritor Sir Harold Nicolson, el rey Jorge VI y su esposa lo encontraban “grosero, mal educado y sin modales” y consideraban “que sería probablemente infiel”. Intentaron presentar a su hija a otros candidatos más conformes con el perfil que ellos deseaban. “Podría ser directo y franco, pero también encantador, atractivo e ingenioso”, se lee en la prensa británica.
En ese periodo tras la Segunda Guerra Mundial, la aristocracia británica se sentía incómoda con los allegados alemanes del príncipe. Sus cuatro hermanas mayores, casadas con príncipes alemanes cercanos al Reich, no fueron invitadas a su boda con Isabel.
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Con todo y esto, un artículo del New York Times cuenta cómo Felipe intentó llevar una vida “común” dentro de los altos estándares de la realeza.
“Cuando sonó el teléfono, lo contestó él mismo, sentando un precedente real. Incluso le anunció un día a la reina que le había comprado una lavadora. Según los informes, preparó sus propias bebidas, abrió las puertas para sí mismo y cargó su propia maleta (...) Instaló una cocina en la suite familiar, donde frió huevos para el desayuno mientras la reina preparaba té, un intento, se decía, de brindarles a sus hijos algo parecido a una vida doméstica normal”, se lee en el Times.
Y aunque los lujos no faltaron, pues Felipe disfrutaba de los privilegios de la corona británica, uso su posición para para promover el bien común, prestando su nombre y tiempo a causas como la protección de la vida silvestre y la construcción de campos de juego para los jóvenes, según el diario estadounidense.
“Repollo mío”
El apodo cariñoso con que el príncipe se dirigía a su esposa se hizo público en 2006 con la película “The Queen” de Stephen Frears en la que, cuando se mete en la cama, le dice “muévete, repollo”.
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“Pregunté en los círculos reales y me dijeron de buena fuente que es así como el duque a veces llama la reina”, explicó el guionista de la película, Peter Morgan, al diario The Times. Este nombre afectuoso podría provenir de una traducción literal de la expresión francesa “mon petit chou” (“mi pequeño repollo”), ya que Felipe había vivido siete años en Francia durante su infancia.
Frío con Carlos
Las relaciones con su hijo mayor, Carlos, “nunca fueron especialmente calurosas” y llegaron a su nivel más bajo en 1995, según el semanario The Mail. Los dos hombres se habrían declarado “la guerra” tras la decisión del duque de talar 63 viejos robles en el parque del castillo de Windsor. El príncipe Carlos, ecologista convencido, habría acusado a su padre de vandalismo, según el diario.
Incluso, pese a su interés en la religión y la conservación, mató a un tigre de 2,5 metros de un solo disparo en una visita oficial a la India en 1961, el mismo año en que se convirtió en presidente del Fondo Mundial para la Naturaleza del Reino Unido, de acuerdo con información de la prensa británica.
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A menudo descrito como un padre duro y frío, cuando Carlos era un niño joven, decidió enviarlo al austero pensionado escocés de Gordonstoun, cuyos rigores habrían endurecido al atlético Felipe pero resultaron un verdadero infierno para su hijo.
Jinete, piloto y pintor
El duque de Edimburgo era conocido por su amor por los caballos y por las actividades ecuestres como el polo y las carreras de carruajes, un deporte en el que compitió para Reino Unido. También le gustaba escribir, pilotar aviones y tenía gran afición por los automóviles.
“Jugó polo hasta que, en 1971, una lesión lo obligó a retirarse, tras lo cual se dedicó a conducir un carruaje de cuatro en la mano, un entrenador con cuatro caballos, en el que continuó compitiendo a nivel internacional hasta bien entrados los 80 años”, se lee en un artículo de The Guardian.
Sin embargo, la pasión del príncipe por la pintura era menos conocida. Coleccionista de obras de arte, también pintaba él mismo: su obra más célebre es un cuadro de 1965 en que se ve a su esposa leyendo la prensa matutina y titulado “La reina en el desayuno, castillo de Windsor”.