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María das Graças Almeida y su familia tienen que saltar todos los días un arroyo de aguas fecales para salir de su casa. Como ella, millones de brasileños sufren la falta de saneamiento básico, especialmente en los asentamientos irregulares, donde las enfermedades virales son una constante.
En la comunidad de Anchieta-Grajaú, a unos 30 kilómetros del centro de Sao Paulo, la mayor ciudad suramericana, viven unas 4.500 personas en un millar de chabolas hechas con maderas y plásticos.
No tienen acceso a agua potable. Su única fuente era un manantial que en los últimos años se ha convertido en el destino final de las aguas residuales que circulan a cielo abierto por esta ocupación que comenzó a tomar forma en 2013.
María das Graças, de 63 años, vive en la comunidad desde hace cinco con su esposo y su hija con discapacidad. Desde que llegaron, los problemas estomacales causados por estar en contacto con agua contaminada se han convertido en algo tan habitual que han desistido de acudir al médico.
"Mi marido está con dolor de barriga cada dos por tres. Creo que es la falta de saneamiento, falta agua más tratada. Las aguas fecales pasan por aquí enfrente de casa y siguen para abajo", afirma a Efe.
Marcos Cruz vive con tres de sus hijos y todos ellos ya han sufrido distintos episodios diarreicos. Y es que por el mismo cauce por el que transitan las aguas fecales, también pasa una manguera de plástico que distribuye agua limpia -no potable- para uso privado en el interior de las viviendas. Le puede interesar: El tour de pobreza en las favelas brasileñas
El problema es que, por esas mangueras, que llevan agua a los baños, se filtran los residuos que bajan por el alcantarillado abierto. "Ahí los menores no están inmunizados y acaban enfermando", comenta Cruz.
Anderson Fernandes, de 38 años, es uno de los líderes de esta improvisada favela y cuenta que los síntomas más comunes entre los vecinos intoxicados son diarreas, malestar y dolor de cabeza. "Incluso hasta yo pasé estos tres últimos días malo debido al agua", asegura Fernandes.
Según datos de la ONG Instituto Trata Brasil, basándose en estadísticas oficiales, casi la mitad de los 200 millones de brasileños no tienen acceso a un sistema de recogida de aguas residuales. Además, cerca de 13 millones de niños y adolescentes crecen en lugares sin saneamiento básico, lo que favorece la aparición de brotes víricos.
En algunas de las improvisadas calles de este asentamiento, el alcantarillado pasa literalmente por la puerta de las casas, obligando los vecinos a colocar tablas para poder salir de sus hogares. La lluvia lo complica todo aún más. La comunidad está sobre una ladera, por lo que los residuos estancados durante los días secos bajan cuando llueve literalmente hasta dentro de las casas que están situadas en la parte inferior.
El Plano Nacional de Saneamiento Básico del Gobierno brasileño prevé universalizar el tratamiento de aguas y residuos, incluyendo el alcantarillado, en 2033, y para ello calcula una inversión de 508.000 millones de reales (unos 133.700 millones de dólares).
Sin embargo, Galvao cree que esa meta "se está retrasando cada vez más" y ya se habla de 2050, debido a la severa crisis económica que sufrió el país entre 2015 y 2016 y al lento proceso de recuperación en el que aún está inmerso. Le recomendamos: Las cicatrices de la esclavitud en Brasil
Además, el alcantarillado en las favelas, ocupaciones y asentamientos irregulares, donde según datos del último censo, publicado en 2010, viven 11,4 millones de brasileños, tiene un problema añadido.
La administración pública y las empresas de economía mixta encargadas del asunto "tienen prohibido prestar estos servicios en áreas irregulares" porque en el momento en el que pase a cobrarlo en una factura, "es como si el Poder Público estuviera legalizando una invasión de tierra".
Es el pez que se muerde la cola. Fernandes lucha desde hace seis años precisamente para romper ese círculo vicioso y conseguir un saneamiento básico decente, pues la comunidad se asienta, de manera irregular, sobre un terreno que es propiedad de la asociación Instituto Anchieta Grajaú, que aceptó acoger a miles de familias.
"En estos seis años aceptaron la idea de conectarnos (a la red de alcantarillado), ahora solo falta firmar un documento para poder concretar", indica.
Mientras lo consiguen, Fernandes también busca socios para montar un área verde sostenible alrededor del manantial que antiguamente abastecía a la comunidad de agua fresca y limpia, el mismo que hoy agoniza por la falta de salubridad.