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Ya quedan menos de cien días para las elecciones presidenciales de Estados Unidos y el panorama no podría ser peor. Donald Trump está haciendo todo lo posible para quedarse en la oficina, aplicando las jugadas más sucias que se hayan visto en la historia electoral del país: pidió y ofreció favores a gobiernos extranjeros para que lo ayudaran en su campaña; sugirió retrasar la fecha de los comicios, algo que nunca, ni en medio de la Guerra Civil, ha pasado; puso en duda el reconocimiento de los resultados en las urnas del próximo 3 de noviembre, lo que nos indica que el traspaso de poder, si llega a perder, será una experiencia traumática para el país; y lleva diciendo que sus rivales cometieron fraude contra su campaña desde antes de ocupar la Casa Blanca. Eso último sin pruebas, pero ha logrado causar paranoia.
Pero, quizás, la jugada más preocupante de todas ha sido su guerra contra la votación, con la que muestra que no le interesa tener unas votaciones más seguras para sus ciudadanos o un proceso menos libre y justo con tal de asegurar su cargo.
Día tras día, Trump les repite a sus seguidores, a través de varias plataformas, que la votación por correo es un sistema fraudulento. No ha dicho, por supuesto, que él junto con su esposa, la primera dama, Melania Trump; su hija, Ivanka Trump; el fiscal general, William Barr; su fórmula vicepresidencial, Mike Pence; la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Kayleigh McEnany; su yerno, Jared Kushner, y otro gran número de sus funcionarios, asesores y amigos votan por correo desde hace años. ¿Por qué satanizó tanto este proceso entonces?
En las circunstancias actuales, con la pandemia, la recesión, el desempleo disparado, las protestas en las calles y los numerosos escándalos de su presidencia, Trump no tiene nada fácil la victoria en noviembre. De hecho, la mayoría de las encuestas de intención de voto apuntan a que su más que seguro rival en la contienda, el demócrata Joe Biden, le lleva una ventaja de hasta 12 puntos porcentuales en algunos estados. Eso es un número mucho más considerable que el que tuvo la excandidata Hillary Clinton en la campaña de 2016. Y, aunque en aquel entonces los pronósticos fallaron, esta vez las encuestadoras han corregido muchos factores que no fueron tenidos en cuenta en aquel momento, reduciendo así el margen de error. Trump sabe que ya las cosas no están a su favor.
Su problema con el voto por correo es que le permitiría a millones de personas votar con mayor comodidad y, sobre todo, les abriría la puerta a personas de sectores más pobres y a las comunidades latinas y afro, que antes tenían dificultades para votar, para que ahora ejerzan su derecho al voto sin tener que desplazarse hasta los centros de votación. No es solo más seguro para los ciudadanos en medio de las circunstancias sanitarias actuales, sino que es más democrático. Sin embargo, para Trump esto no es nada positivo, pues podría significar un mayor número de votos en su contra por parte de estos sectores. Esa es la razón principal de su discurso.
Trump, quien insiste en que es un sistema fraudulento a pesar de que docenas de expertos lo contradicen, ha desalentado el uso de este mecanismo en varios estados, provocando que los republicanos desconfíen de este método y que en algunos condados, donde su partido es dominante, se inicien batallas legales para limitar esta opción. En Pensilvania, por ejemplo, su campaña demandó al estado y le pidió al Tribunal Federal que prohíba las votaciones por correo para noviembre. Este, desde luego, es un estado clave en la carrera electoral, y la historia se repite en los demás estados decisivos.
Pero con este discurso el presidente también ha lastimado a su propio partido. Rohn Bishop, presidente del Partido Republicano en el condado de Fond du Lac, en Wisconsin, le comentó a USA Today que muchos de sus votantes están asustados sobre el voto por correo debido a las declaraciones del presidente. Así, Trump les está quitando posibles votos a los republicanos en varias zonas en donde además de la presidencia del país se juegan escaños en el Senado estatal, pues la carrera por la Casa Blanca es solo una de las tantas que se están llevando de aquí a noviembre.
“Lo que hace el presidente cuando sigue diciendo que esta votación por correo es fraudulenta está asustando a nuestros propios votantes de usar una forma legítima de emitir su voto. Nos estamos lastimando a nosotros mismos, y no creo que sea el camino más sabio”, dijo Bishop.
Por otro lado, el Congreso, que está dominado por republicanos y que debe garantizar que la democracia funcione, ha fallado este año en su tarea, pues no emitió los fondos necesarios para ayudar a los estados que no tienen experiencia en este proceso a fortalecer los mecanismos de votación.
Pero lo más grave de todo es la última perla encontrada por The Washington Post, que expone cómo el presidente pudo lograr corromper el sistema a su favor no solo con su explosivo discurso, sino con acciones reales.
Casi todos los estados invalidan los votos por correo que llegan después del día de las elecciones. The Washington Post descubrió, en la última semana, que el Servicio Postal de los Estados Unidos, encargado de movilizar las papeletas de votación, podría sufrir grandes retrasos en sus entregas este año, pues su jefe, Louis DeJoy, quien es además uno de los principales recaudadores de fondos del Partido Republicano, redujo en junio los costos de funcionamiento del Servicio Postal, supuestamente, para “mejorar el servicio”. Cabe resaltar que, por coincidencia, su esposa fue nominada por el presidente para ser embajadora en Canadá.
En pocas palabras, las reformas de DeJoy harán que el servicio de correos sea mucho más lento. Esto significa que hay un gran riesgo de que cientos de miles de papeletas de votación sean rechazadas si se retrasa el correo y no llegan antes del 3 de noviembre. Para The Post, este puede ser “el resultado de un esfuerzo político para socavar el voto en ausencia”. Según Sue Halpern, escritora de The New Yorker, todo esto muestra cómo el presidente fue preparando el camino para impugnar una posible derrota en las elecciones de noviembre o también para justificar el estrepitoso final de su tiempo en la Casa Blanca.