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“Es el momento de Europa”, aseguró la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula Von der Leyen, a través de su cuenta de Twitter la mañana después de Navidad. Para entonces, anunció que las primeras vacunas contra el COVID-19 producidas en conjunto por las farmacéuticas Pfizer y BioNTech serían distribuidas en toda la Unión Europea los días 27, 28 y 29 de diciembre. Oficialmente, los 27 estados miembros comenzaban sus procesos de inmunización en simultaneo para así lograr la inmunidad del rebaño de todo el bloque comunitario al final del verano, por más utópico que parezca.
Y no digo utópico por el reto logístico que involucra coordinar la llegada de los medicamentos a casi una treintena de naciones, sino por el hecho de que el escepticismo frente a los fármacos destinados a acabar con la pandemia crece sostenidamente en la colectividad. Según una encuesta realizada por la consultora Ipsos y el Foro Económico Mundial a finales de diciembre, entre 50 % y 60 % de la población de países como Rusia y Francia no está dispuesta a aplicarse la vacuna por temor a los efectos secundarios de la misma.
Debo admitir que no me sorprendieron esos indicadores, pues algunos de mis vecinos expresaban sus preocupaciones frente a las vacunas cada martes en la noche, cuando nos reuníamos en la calle para hablar tras sacar la basura de nuestras respectivas casas. No importaban los dos grados de temperatura o el viento helado que soplaba con fuerza y congelaba nuestra cara pese al uso de la mascarilla. Era uno de los pocos momentos de la semana donde podíamos coincidir fuera del horario laboral y el toque de queda, que se mantenía entre 10:00 p. m. y 6:00 a. m.
“La verdad es que yo no pienso vacunarme. Ese medicamento está hecho para crearle problemas respiratorios a la gente, sobre todo a los ancianos. No es ninguna clase de cura, sino un experimento para reducir la sobrepoblación global, porque además causa problemas en el embarazo”, dijo Charlotte, una peluquera de 25 años que vive con sus padres y sus dos hermanos pequeños.
Otros como Alexandre, ingeniero civil de 30 años, eran más radicales con sus teorías al asegurar que las vacunas eran el instrumento clave del fundador de Microsoft, Bill Gates, para modificar el ADN de las personas e instaurar una nueva raza aria en el mundo. “Yo tampoco pienso vacunarme. Ni siquiera creo que el virus mismo sea real, sino una excusa para que Gates pueda eliminar a los ancianos y crear su propia raza de superhumanos, alterando su intelecto y hasta su misma personalidad”, señaló.
Otros como Alexandre, ingeniero civil de 30 años, eran más radicales con sus teorías al asegurar que las vacunas eran el instrumento clave del fundador de Microsoft, Bill Gates, para modificar el ADN de las personas e instaurar una nueva raza aria en el mundo. “Yo no pienso vacunarme. Ni siquiera creo que el virus mismo sea real, sino una excusa para que Gates pueda eliminar a los ancianos y crear su propia raza de superhumanos, alterando su intelecto y hasta su misma personalidad”, señaló.
La teoría de Alexandre se sustentaba en declaraciones del mismo Gates en 2018 durante una conferencia en Londres, donde aseguraba que la alteración del ADN podría ser una herramienta eficaz para combatir la malaria, afirmando que las “preocupaciones éticas” no deberían bloquear los progresos en torno a la modificación genética como alternativa para reducir la mortalidad de la enfermedad.
Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), alrededor de 400.000 personas en todo el mundo murieron a causa de la malaria en 2018. De ese total, hasta 94 % se produjeron en 20 países del continente africano, siendo Nigeria el más afectado al abarcar casi 50 % de los fallecimientos a nivel mundial.
Precisamente África ha sido el continente menos favorecido a la hora de la repartición de las vacunas de COVID-19, pues solo hasta finales de febrero recibieron las primeras 600.000 dosis del fármaco, que fueron otorgadas a Ghana el pasado 24 de febrero por el mecanismo Covax de la OMS. Dicha preocupación llevó al mismo Gates a aliarse con el Serum Institute of India, el mayor fabricante del mundo, para acelerar la producción del medicamento en 2021 y enviarlo, principalmente, a los países menos desarrollados.
Con este panorama, el contexto internacional fortalecía las teorías de mis vecinos, pero la “confirmación definitiva” de las mismas llegaba desde el terreno local, pues la prensa belga se llenaba de titulares anunciando la muerte de varios ancianos que habían recibido las primeras dosis de la vacuna en sus residencias geriátricas, las cuales fueron el foco principal de las jornadas de vacunación en su etapa inicial.
Precisamente África ha sido el continente menos favorecido a la hora de la repartición de las vacunas de Covid-19, pues solo hasta finales de febrero recibieron las primeras 600.000 dosis del fármaco, que fueron otorgadas a Ghana por el mecanismo Covax de la OMS. Dicha preocupación llevó al mismo Gates a aliarse con el Serum Institute of India, el mayor fabricante de vacunas contra el coronavirus, para acelerar la producción del medicamento en 2021 y enviarlo, principalmente, a los países menos desarrollados.
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El impacto mediático inició justo un mes después de que se aplicara la primera vacuna en el país, administrada a Jos Hermans el pasado 27 de diciembre. A sus 96 años, Hermans es el residente más longevo de la residencia de ancianos Sint Pieter de Puurs, municipio de la provincia de Amberes, al norte de Bélgica. La zona es conocida a nivel mundial por ser el lugar donde se ubica la planta de fabricación de la vacuna de Pfizer en Europa.
Para finales de enero, con los programas de vacunación en marcha en las residencias de ancianos de todo Bélgica, la prensa local se inundó de titulares anunciando el fallecimiento de al menos 14 personas a lo largo del país tras recibir las dos dosis del medicamento. Sin embargo, la Agencia Federal de Medicamentos y Productos Sanitarios (FAMHP) aseguró que dichos decesos se trataban de “casos aislados”.
Para afianzar su teoría, la institución publicó una lista de 264 efectos secundarios asociados con las vacunas en la base de datos EudraVigilance, de la Agencia Europea de Medicamentos. Si bien del listado total solo 37 se consideraban graves, la desconfianza entre la ciudadanía se mantenía, incluso en aquellos con un historial médico sano.
“Me gustaría creer que la vacuna funciona, pero leo estas noticias y veo a los ancianos que han muerto poco después de recibir las dos dosis y me da miedo. Aparte no solo me preocupan los efectos secundarios, sino que además no sea efectiva del todo, como las autoridades nos quieren asegurar”, comentó Louis, músico de 31 años, quien es mi vecino inmediato a la derecha.
Pese a las preocupaciones de Louis y de 70 % de la población europea en promedio, según la encuesta de Ipsos, las autoridades belgas estaban seguras de que las muertes se trataban de casos aislados. Tanto así que pocos días después, exactamente el martes 2 de febrero, anunciaron la apertura del primer centro de vacunación de Bélgica, designando a Bruselas como la ciudad elegida para albergar el punto de inmunización en la Clínica Saint-Jean. Ubicada en el corazón de la capital, a pocos metros de la Grand Place, era el punto más central para los ciudadanos bruselenses.
Sentí curiosidad de ver cómo operaba el centro de vacunación, así que decidí ir a observar el panorama el jueves de esa misma semana después de almuerzo, hacia las dos de la tarde. Gracias a la obligatoriedad del teletrabajo a causa de la pandemia, el transporte público se mantenía desocupado, tanto en el metro como en los buses, por lo que no había riesgos de que el distanciamiento de seguridad se viera comprometido. Más aún teniendo en cuenta que los vehículos de cada ruta pasaban con frecuencias de cinco minutos, por lo que no había forma de que se llenaran.
Como los periodistas no estaban autorizados para asistir y hacer preguntas sin previa aprobación del hospital, que podía tardar varias semanas, decidí acudir de incógnito y utilizar la llegada de mi hermana desde Paris como coartada, para así averiguar los requisitos que debía cumplir a la hora de entrar al país. Por suerte, el lugar también funcionaba como punto de testeo, por lo que las dudas que iba a plantear tendrían respuesta sin levantar sospechas.
El centro de vacunación quedaba justo al frente de la Clínica Saint Jean, en la Avenida Pacheco 44. Para entrar era necesario subir una rampa de acceso hasta llegar a la puerta principal, donde un guardia de seguridad recibía a cada visitante para preguntar el motivo de su asistencia. Como solo iba a resolver unas dudas, me dijo que esperara en la entrada mientras averiguaba quién me podía ayudar. Regresó al cabo de un par de minutos y me indicó que me acercara al mostrador principal.
Debo admitir que me sorprendió ver el sitio tan vacío, sumando al hecho de que también funcionaba como punto de testeo. A pesar de que solo estaba habilitado entre las 10:00 a.m. y las 5:30 p.m. y se requería cita previa para acudir a realizarse las pruebas de Covid, imaginé que habría mayor actividad dado que el programa de inmunización llevaba un mes activo y, hasta hace dos días, era el único lugar del país donde se estaban aplicando las dosis, sin contar los hospitales ni las residencias geriátricas. Sin embargo, había que tener en cuenta que el proceso no era del todo masivo para esa etapa.
“Por ahora solo estamos vacunando a las personas que nos mandan de los hospitales o que tengan alguna dolencia clínica que pueda hacerlos vulnerables a un posible contagio de coronavirus. Esperamos estar habilitados para vacunar a la población general a comienzos del verano, pero dependerá de que las vacunas lleguen de acuerdo con el cronograma que se estableció en diciembre”, afirmó Théo, trabajador del centro de vacunación.
Sus declaraciones tenían sentido según el cronograma oficial del Gobierno belga, pues las personas habilitadas para recibir la vacuna desde febrero pertenecían al personal hospitalario en general, incluyendo médicos y farmacéuticos. No obstante, recibían prioridad los empleados de atención de primera línea, así como los trabajadores y pacientes de las instituciones de atención colectiva. Este grupo se unía a los residentes y el personal de los centros geriátricos, que recibieron la vacuna desde diciembre del año pasado.
Para marzo, se espera que las personas mayores de 65 años y la población de alto riesgo debido a complicaciones específicas de salud puedan acceder a la vacuna, seguidos de los trabajadores esenciales para abril y todas las personas mayores de 18 años para junio. No obstante, esto no se anunció de manera oficial, pues el Gobierno detalló que estas fechas pueden cambiar según la llegada de las dosis.
Dichas metas comenzaron a difuminarse a finales de enero, cuando la farmacéutica británica AstraZeneca anunció que no podría entregar la totalidad de las dosis que tenía previstas para el primer trimestre del año, sino únicamente 25 % de las mismas. Esto llevó a que las autoridades belgas realizaran una inspección en la planta que la compañía tiene en Seneffe, comuna de la región de Valonia, al sur de Bélgica. Según afirmaron en su momento, el complejo no estaba operando a la capacidad requerida para cumplir con el suministro del antídoto, lo que desató el pánico en el viejo continente.
Como resultado, la Comisión Europea adoptó un mecanismo para controlar las exportaciones de las vacunas producidas en suelo europeo, con el propósito de impedir la venta foránea de dichas dosis si las farmacéuticas no eran capaces de cumplir con los acuerdos pactados con el bloque comunitario. En el caso puntual de AstraZeneca, el gobierno belga decidió utilizar las 443.000 dosis del fármaco que tenía en su poder para vacunar únicamente a los trabajadores de salud menores de 55 años. Esto después de que, el pasado 3 de febrero, la Comisión de Vacunas de Alemania recomendara no utilizar dicha vacuna en personas mayores de 65 años.
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Una semana después, la presidenta Von der Leyen se vio obligada a dar un inusual discurso para tranquilizar a la población, aunque también envió un mensaje contundente al asegurar que “no estamos donde queremos estar hoy en la lucha contra el virus”, reconociendo los errores de su administración frente al proceso de inmunización estructurado para toda la colectividad.
“Llegamos tarde a la admisión. Éramos demasiado optimistas sobre la producción en masa. Y tal vez estábamos demasiado seguros de que lo que pedimos se entregaría a tiempo. Tenemos que preguntarnos por qué es así y qué lecciones podemos aprender de ello”, subrayó.
Asimismo, la mandataria admitió que el bloque comunitario subestimó la dificultad de la producción en masa. “En cierto modo, la ciencia ha superado a la industria. La producción de nuevas vacunas es un proceso muy complejo. Simplemente no es posible instalar un sitio de producción de la noche a la mañana. Además, estas vacunas incorporan hasta 400 componentes, y la producción involucra hasta 100 empresas”, añadió.
Desde diciembre, Europa ha recibido 26 millones de dosis de vacunas, lo que ha posibilitado la vacunación de más de 17 millones de personas. Entre los países más avanzados se cuenta Polonia, donde 94% del personal médico y 80% de los residentes de hogares de ancianos habían sido vacunados a principios de febrero. A su vez, Dinamarca ya había logrado la inmunización de 93% de las personas en hogares geriátricos, mientras que Italia ya contaba con más de 4% de su población con al menos una dosis del fármaco.
La misma Bélgica también mostraba signos de avance hacia mediados de febrero, pues el presidente del Comité Científico contra el Coronavirus, Steven Van Gucht, destacó que las cifras del país comenzaron a mejorar luego de que casi todos los centros geriátricos iniciaran la vacunación. Para entonces, el número de nuevas infecciones se redujo de 4,7 por cada 1.000 habitantes a 1,7 en Bruselas; de 3 a 2,4 en Valonia y de 4,5 a 2,9 en Flandes, región ubicada al norte del país.
Según datos del centro de investigación del coronavirus de la Universidad Johns Hopkins, Bélgica ha administrado 790.333 dosis de las vacunas hasta la fecha, logrando inmunizar por completo a 305.732 personas equivalentes al 2,68 % de los ciudadanos totales. No obstante, incrementar estos números para alcanzar la inmunidad de rebaño enfrenta un obstáculo importante para cuando el fármaco esté al alcance de toda la población adulta, teniendo en cuenta la voluntariedad del proceso.
“Si puedo elegir, prefiero no inyectármela. En mi familia, solo esperamos que se la ponga mi madre para estar tranquilos, pero el resto preferimos no hacerlo. No estamos motivados por el miedo o esas teorías que circulan por ahí, sino porque realmente no lo vemos necesario”, manifestó Aude, profesora de escuela primaria de 29 años.
Este detalle también se sumó al hecho de que, si bien los números de infecciones por Covid-19 cayeron sostenidamente por un tiempo, la tendencia al alza regresó recientemente. Si bien la incidencia se mantuvo baja en comparación al estallido de la segunda ola, al registrar 264,9 casos por cada 100.000 habitantes a finales de febrero, el promedio diario de casos de los últimos siete días registró un total de 2.400 contagios, número que creció 23% frente a la semana inmediatamente anterior. Ante estos indicadores, la administración de Alexander de Croo decidió no avalar ninguna relajación al confinamiento actual para el mes de marzo.
“Estamos viendo un aumento generalizado de las cifras de contagios. Esto nos impulsa a tener cuidado, pues sabemos que hay variantes mucho más contagiosas a las que debemos estar atentos. Relajar las medidas habría sido irresponsable e imprudente”, afirmó el primer ministro durante una declaración a la prensa el pasado 26 de febrero.
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El eventual riesgo de una tercera ola ha elevado la preocupación en el seno gubernamental a tal punto que incluso los horarios del toque de queda se mantuvieron intactos en Bruselas. Solo las regiones de Valonia y Flandes decidieron retrasarlo a la medianoche.
Cada uno de estos indicadores ha contribuido a generar un ambiente de tensión. Tanto el gobierno local como el comunitario se confiesan maniatados por la lentitud en la llegada de las vacunas y el escepticismo de la población, que a su vez muestra su desesperación frente a la prolongación del confinamiento hasta abril o mayo, “si aguantamos bien en marzo”, según de Croo.
Puede que la reapertura no esté lejos, pero dependerá en gran medida del comportamiento colectivo de una nación que ya empieza a manifestar su cansancio, teniendo en cuenta que el paquete de medidas de Bélgica sigue siendo el más estricto de Europa desde noviembre.
No voy a negar que extraño tomarme una cerveza en una terraza o comer en un restaurante, cosas que ni siquiera he podido hacer en un país al que arribé hace apenas tres meses, con las medidas actuales en vigor desde antes de mi llegada. Sin embargo, me preocupa aún más escuchar los mismos temores y dudas sobre la vacuna en el círculo social que apenas estoy empezando a construir, factor que incluso me lleva a preguntarme si este pensamiento será tan generalizado como aparenta.