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La plaza de Altamira, en Caracas (Venezuela) ha sido fortín de la oposición desde que, en octubre de 2002, un grupo de 14 militares tomó el lugar para hacer un llamado de desobediencia y exigir la renuncia de Hugo Chávez. Desde entonces, este centro financiero y turístico, que se conecta con la avenida de Francisco de Miranda (una de las más importantes de la ciudad), es sitio de partida de las manifestaciones de inconformismo en esta capital venezolana y por ende, el escenario de batalla de las manifestaciones de los últimos días.
En el este de la capital venezolana es donde se desencadenan la mayoría de las imágenes que a diario conoce el mundo: desde la icónica foto de la señora mayor que se paró al frente de una tanqueta y logró hacerla retroceder, así como las fotografías de un joven universitario que se desnudó y subió a uno de estos carros militares, hasta los disturbios que a diario se presentan en este lado de Caracas.
Pero, quizás una de las imágenes más fuertes que dejan las actuales protestas contra el gobierno de Nicolás Maduro, ha sido la de un joven prendido en llamas en esta plaza, luego de que una motocicleta de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) fuera incendiada. (Vea: Imágenes que pueden herir susceptibilidades: Trágica escena durante protestas en Venezuela)
Ocurrió el pasado miércoles, cuando manifestantes hicieran retroceder una tanqueta, que a su paso había arrastrado una moto de la GNB. Para celebrar el logro, los manifestantes incendiaron el vehículo y en ese momento uno de ellos tomó una bandera que quiso enterrar sobre las llamas, pero lo que logró fue romper el tanque de la gasolina y que el combustible se dispersara sobre José Víctor Salazar, una de las personas que estaban cerca.
“Yo vi muy peligrosa la escena, entonces di la vuelta para salirme y escuché la explosión que sonó como un lanzallamas, entonces instintivamente me volteé, levanté mi cámara y comencé a disparar. No tenía idea de lo que pasaba, pero noté que había una persona corriendo en llamas y lo seguí. Hicimos la cuenta y la secuencia dura entre 10 y 15 segundos, es muy corta”, dice Ronaldo Schemidt, fotógrafo que cubre las marchas para la Agencia Francesa de Prensa (AFP) que cubre las manifestaciones por estos días.
Al final de la escena, sus compañeros intentan apagarlo, un señor le tira agua encima y cuando logran controlar las llamas, Salazar se levanta y sigue caminando. “En ese momento tenía que decidir si lo seguía o enviaba las imágenes. Yo me fui para otro lado a transmitirlas lo más rápidamente posible, porque eran muy fuertes”. Según Schemidt, en este tipo de hechos hay que trabajar muy rápido, por lo que no hay tiempo para involucrarse con las historias: “Hay mucha violencia, mucho conflicto y todo pasa muy rápido. Es un toma y dame entre las fuerzas del orden y los manifestantes”.
Una violencia que confirma el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa (SNTP). Según su registro, en el último mes van más de 200 ataques a periodistas, y 18 detenciones ilegales y arbitrarias. En un día, pueden presentarse hasta 19 reporteros agredidos por civiles, militares y policías.
La semana pasada, un miembro de la GNB disparó perdigones de goma directo al casco del fotógrafo Manaure Quintero, mientras que manifestantes de la oposición intentaron quitarles equipos a periodistas de Globovisión y un fotógrafo de EFE, a quien dejaron sin el casco y la máscara antigases.
Ayer, un equipo de televisión en Chacaito (este de Caracas) fue rocidado con gasolina por manifestantes violentos que amenazaban con prenderles fuego.
Pero, ¿cómo no tomar partido en una situación tan polarizante como la venezolana? Schemidt lo tiene claro: no puede involucrarse con ninguna de las partes: “Todo el mundo siente algo, pero después puedo irme a mi casa y hablarlo”.
No es la primera vez que enfrenta una escena como esta. Aunque es venezolano, trabaja para la agencia en México y asegura que la escena más fuerte que le ha tocado vivir fue el incendio de una guardería mexicana, en la que murieron 54 bebés.
Lo que sí hay son unas reglas básicas de seguridad. Lo principal es esconderse si terminan en medio de la línea de fuego. Además, como testigos de las manifestaciones están obligados a utilizar máscaras antigases, cascos y chalecos antibalas. “Yo uso unas canilleras de fútbol y botas altas para evitar los golpes de piedras y bombas en las piernas”, afirma Schemidt, pero esto no es lo único con lo que deben lidiar. Las jornadas son de hasta de ocho horas, en las que deben aguantas el peso del chaleco, la cámara y el calor que todo esto genera “la máscara que no te permite tomar agua y puedes estar así horas y horas”.
José Víctor Salazar, el joven incendiado, tuvo quemaduras en el 50 % del cuerpo y continúa hospitalizado. Al salir de cuidados intensivos publicó un video en el que pidió “salgan a la calle, sigan las marchas y las protestas, no en nombre mío, sino de toda Venezuela”. Las manifestaciones continúan en ambos bandos, “si mañana me toca una del oficialismo, voy con el mismo ánimo que a una de la oposición, porque al final hay que ejercer el trabajo estés donde estés”, concluye Schemidt.