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La fórmula del multimillonario que se vuelve presidente no es un invento nuevo. En 2009, Ricardo Martinelli llegó a la Presidencia de Panamá con una propuesta antisistema, y después de poner en remojo la carrera que lo convirtió en un magnate de los supermercados. Al poco tiempo, el sueño de vivir en la residencia presidencial de Panamá se complementó con otro deseo cumplido: conocer y hacer negocios con el también multimillonario, y por entonces primer ministro italiano, Silvio Berlusconi. Detrás de las visitas oficiales, de las que Berlusconi regresó condecorado y en las que Martinelli fue recibido como un héroe en el pueblo del que su abuelo migró a Latinoamérica, se fueron tejiendo contratos millonarios cuyos sobrecostos y comisiones sospechosas no tardaron en atraer la atención de los fiscales italianos.
En 2014, con el fin del gobierno de Martinelli y con las investigaciones en Italia en marcha, se abría una ventana para recuperar los dineros de tres contratos con el conglomerado italiano Finmecánica que sumaban 250 millones de euros y en los que una empresa de papel vinculada con Martinelli recibía una comisión del 10 %. La tarea de recuperar esos dineros la asumió el abogado Fernando Berguido, quien cuenta su periplo contra la corrupción y como embajador panameño en Italia en su libro Anatomía de una trampa.
¿Cree que con Martinelli Panamá fue el laboratorio de lo que estamos viviendo con el surgimiento de nuevos populismos de derecha?
Martinelli tuvo la oportunidad de convertirse en un Michael Bloomberg, un multimillonario que dejó sus negocios para convertirse en el mejor alcalde que ha tenido Nueva York. Durante tres períodos ocupó el cargo sin una línea partidista específica y sin un solo escándalo de corrupción. Realmente dejó sus negocios, hizo un corte y se dedicó al servicio público. Al contrario, en Panamá terminó pasando algo muy similar a lo que ocurrió con la figura de Berlusconi, y que ahora se repite con Trump: el país estaba harto de los partidos tradicionales y eligieron un candidato que no venía del mundo político, que retaba al sistema. Al llegar al gobierno parecería que se hubieran encontrado con el mejor negocio de sus vidas. La línea divisoria entre lo público y lo privado deja de existir.
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¿Por qué las fortunas de estos personajes no los blindan de la corrupción?
Tiene que ver con la personalidad. Cuando uno empieza a echar para atrás, los orígenes de sus fortunas tienen elementos chuecos. En Italia se han hecho documentales que se preguntaban por la procedencia del dinero con el que Berlusconi empezó a adquirir medios de comunicación y lo asociaban con mafias. A Martinelli lo acusan de ser desleal con sus socios, de tener una manera tosca de hacer negocios que también comparte con Trump. Se supone que porque son millonarios no tendrían por qué robar, pero en Panamá, donde tras la llegada de la democracia siempre se han cuestionado escándalos de corrupción, nada se compara con lo que sucedió en la era Martinelli, no sólo en cuanto a negocios, sino en la institucionalidad del país, porque se las arregló para cooptar los órganos de fiscalización, modificó las leyes para disminuir las penas, los tiempos de prescripción de los casos; también hizo nombramientos en las cortes, en el ministerio público, en las superintendencias de los bancos, todo para ir tapando sus actos.
José Raúl Mulino, ministro de defensa de Martinelli es candidato presidencial en Panamá. En Italia el partido de Berlusconi puntea en las encuestas ¿por qué los escándalos de corrupción los afectan políticamente?
Es cierto que Berlusconi está resurgiendo. Se ha formado una alianza de derecha liderada por él y que atrae a la gente inconforme con la migración y la economía. Es posible que alcance los votos suficientes para gobernar en coalición. En Panamá las cosas están por verse. Una de las cosas que hizo Martinelli, siguiendo los consejos de Berlusconi, fue adquirir medios de comunicación. Eso causa mucho ruido en las redes sociales, pero en las recientes elecciones para elegir puestos directivos en el partido de Martinelli perdieron los candidatos más cercanos al expresidente. Hay que reconocer que mucha gente quedó agradecida porque Martinelli fue un presidente muy ejecutivo, un trabajador incansable. Él es un ejecutor y mucha gente dice "bueno, todos los políticos roban, pero por lo menos este hizo la primera línea del metro, que se tardó apenas cinco años". En ese sentido, la gente lo compara con el presidente actual, Varela, que si bien no está rodeado de estos escándalos de corrupción sí es mucho más lento en la ejecución de sus proyectos, pero está por verse.
Aunque EE. UU. autorizó una fianza para que Martinelli quede en libertad condicional, se espera que pronto sea extraditado a Panamá. ¿Se puede confiar en la justicia panameña para que lo juzgue?
Existe el temor de que nuestro sistema no pueda juzgar a una figura tan controvertida y tan poderosa, pero tenemos que hacerlo. No podemos esperar que Estados Unidos o la justicia europea solucione nuestros problemas judiciales. Lo mismo pasa en América Latina y tenemos que crecer como sociedades y responder en nuestros países a quienes han abusado del poder.
Usted ya había sido presidente del capítulo panameño de Transparencia Internacional. ¿Qué aprendió del episodio al que le hizo frente como embajador en Italia?
Que la corrupción no distingue entre derecha e izquierda y que, por supuesto, erosiona la democracia. La gente se desencanta y pide dirigentes que les solucione los problemas del día a día, pero no mide el costo de la corrupción, eso deja de importar. Se trata de algo muy engañoso porque se tiende a pensar que un sistema más autoritario va a solucionar todo, pero, lo que en realidad pasa en esos escenarios, es que se cercena la libertad de expresión, y uno deja de enterarse de los escándalos de corrupción. No conozco ningún sistema autoritario que haya sido menos corrupto que los sistemas abiertos.
¿Cuál fue la clave del acuerdo al que llegó con Finmecánica sobre los contratos amañados que dejó Martinelli?
Italia es la séptima potencia del mundo y la economía de Panamá, si se compara con la de ellos, es ínfima. Aunque pudiera haber cierta simpatía por la causa, porque llegó un momento en que no se trataba de un reclamo panameño, eran los fiscales italianos quienes estaban sacando a la luz los detalles sobre el caso. El primer año tuvimos que lograr que nos prestaran atención para solucionar las cosas por buenos caminos, y eso no ocurrió. Al final tuvimos que demandar y empezamos una batalla jurídica que a ninguna de las dos partes le convenía, que se iba a demorar años e implicaba el gasto de millones de dólares en litigios y eso nos llevó a un acuerdo.
¿Qué opina de la simpatía que hay entre el senador Álvaro Uribe y el expresidente Martinelli?
A mí me llamó poderosa la atención, que cuando Martinelli solicitó que lo dejaran libre bajo fianza mientras duraba el proceso, una de las cartas que llegó dando referencias de buena conducta era del expresidente Uribe. Eso fue sorpresivo y me deslumbró porque se trata de una persona que se enfrenta a todo un rosario de cargos en su contra y lo justo es que venga a su país para responder por ellos.
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¿Se puede esperar que la corrupción alcance una escala cada vez más globalizada?
Quiero ser optimista. Estoy viendo cosas que no pasaban antes. Hay una docena de presidentes latinoamericanos que están siendo llamados a responder en diferentes niveles y en diferentes grados Hace treinta años no se veía eso. También ha habido marchas multitudinarias contra la corrupción en México, en Brasil, en Guatemala y en Panamá, en las que los ciudadanos han salido a decir que están hartas de la corrupción. Quiero terminar así, siendo positivo.