El día en que Cataluña se declaró una república independiente

En menos de una hora, dos cámaras parlamentarias tomaron dos resoluciones históricas y al final quedó la misma incertidumbre que acompaña a los catalanes desde hace un mes. Unos celebraron la ruptura en la calle y los que no prefirieron no salir.

Laura Dulce Romero / Barcelona
29 de octubre de 2017 - 02:00 a. m.
Un niño agita la bandera de Cataluña en la celebración del viernes en la plaza Sant Jaume en Barcelona.  / AFP
Un niño agita la bandera de Cataluña en la celebración del viernes en la plaza Sant Jaume en Barcelona. / AFP
Foto: AFP - PIERRE-PHILIPPE MARCOU
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Hubo tantos “días históricos”, que cuando llegó el verdadero, tomó a más de uno por sorpresa y sin organización. Ocurrieron tantos simulacros desde que se llevó a cabo el referéndum del 1° de octubre, en Cataluña, que muchos pensaban que algo sucedería el viernes en la votación del Parlament y, una vez más la declaración de independencia se pospondría. De hecho, un día antes, quienes apoyaban a Carles Puigdemont, presidente de la Generalitat y quien ha liderado el proceso, creían que todo su esfuerzo se había lanzado desde el último piso de un rascacielos, como consecuencia de las presiones económicas y políticas.

Pero, contra todo pronóstico, sucedió: a las 3:30 p.m. se discutió sobre los resultados del referéndum y se votó. En el televisor se veía cómo una mujer contaba las papeletas. Una parte del recinto, adornada con banderas españolas, estaba vacía. Eran los puestos de los representantes de los partidos PSOE, PP y Ciudadanos, la coalición del gobierno español, quienes se opusieron a “legitimar un acto ilegal”. Su retirada no importó. Con 70 votos a favor, 10 en contra y dos en blanco, el Parlament declaró la independencia unilateral de Cataluña.

Si adentro las sonrisas, los aplausos, los abrazos y los cantos no pudieron esconderse, en la calle mucho menos. El punto de encuentro, de nuevo el Parque de la Ciudadela, muy cerca del Parlament, volvió a llenarse, como hace 19 días, cuando se frenó la declaración para “dar paso a un diálogo”, como aseguró Puigdemont. Esta vez la imagen era completamente distinta. De las caras largas se pasó a los llantos de felicidad y al festejo.

Cerca del parque, las tiendas, que en Barcelona se conocen como “pakis”, porque usualmente sus dueños son paquistaníes, estaban atiborradas de gente comprando champaña o cerveza. En las calles, se armaban grupos que estaban a la espera de otros integrantes, que al arribar, primero celebraban y luego pasaban al saludo con sus tradicionales besos, uno en cada mejilla.

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Quienes estaban solos llamaban a sus familiares y amigos, grababan videos y aprovechaban el espacio para la “selfie” de ese momento que aparecerá más temprano que tarde en un libro de historia. “Dile a tu hija que se pierden algunas batallas, pero no la guerra. Lo logramos: ¡Vizca Cataluña!”, gritaba una señora por su celular.

Los que más aprovecharon la declaración de independencia fueron los vendedores ambulantes, quienes imponiendo una nueva moda ofrecían carteras, camisetas y telas. Comprar era casi una obligación porque todos estaban uniformados con el amarillo, rojo y azul de la bandera catalana y no portarla aniquilaba el paisaje homogéneo.

Los asistentes iban de un lado a otro. Bailaban, corrían, se abrazaban, discutían. “Cada vez que algo pasaba, aquí estuve con mi bandera. No me perdí ninguna manifestación. Teníamos miedo de las presiones, pero sabíamos que íbamos a lograrlo”, dijo Ramón Jungent, uno de los asistentes, en medio de los gritos. Ramón ronda los 50 años y advierte que no es radical y que sus decisiones de apoyar el independentismo fue su manera de protestar en contra de un gobierno “que ha ignorado a Cataluña”.

No tiene miedo de las consecuencias de la declaración. No es el éxtasis de la fiesta, asegura, lo que le brinda tranquilidad, sino conocer que la historia siempre se repite: “Nadie sabe qué va a suceder. Sólo sé que al principio nadie nos va a reconocer, pero con el tiempo eso cambiará. Ya ha sucedido con otros lugares. Cada vez que nace un nuevo país hay dificultades, pero las superaremos poco a poco”.

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Su explicación fue interrumpida por la voz de una mujer que les pidió a los centenares de ciudadanos trasladarse a Plaza Sant Jaume, en el corazón del barrio Gótico, donde están el Palacio de la Generalitat y el Ayuntamiento. Un nuevo carnaval se tomó de nuevo el centro de Barcelona. Este tal vez más emotivo que los anteriores. Los ciudadanos, con puño alzado, caminaban rápido para no perderse la cita y al mismo tiempo cantaban el himno de Cataluña como si fueran el coro del Palacio de la Música. Lento, armónico, dulce. Era tan llamativo que la mayoría se obligó a grabar el momento. Si se hubieran puesto de acuerdo, probablemente, no hubiera salido tan bien.

Mientras marchaban, salió la noticia de que el Senado español había aprobado la aplicación del artículo 155, que anula ciertas funciones de la comunidad autónoma y que hasta ahora no se había aplicado en el país ibérico. El presidente de España, Mariano Rajoy, explicó el fin de semana pasado que removería al presidente de la Generalitat y convocaría a nuevas elecciones. Para eso, necesitaba la aprobación de los parlamentarios, quienes el viernes le dieron el espaldarazo con 214 votos a favor de su iniciativa “para defender la constitucionalidad”.

Pero la decisión no aguó la fiesta. “Somos independientes”, “afuera las autoridades españolas”, “aquí comienza nuestra independencia”, “bajen la bandera española”, repetía la multitud, que una vez más estaba integrada por personas de todas las edades. Aunque la celebración continuaba, algunos se atrevieron a manifestar su preocupación. “Con la aplicación del artículo 155, la independencia nos durará un día”, le expresó un hombre a su acompañante. “Durará lo que durará, pero ahora es historia, así que disfruta”, le respondió.

Al llegar a Plaza Sant Jaume era imposible transitar. La emoción estaba al límite. Las banderas y los letreros de democracia tapaban las caras de los eufóricos asistentes. Muchos decidieron permanecer en las calles aledañas sin entrar a la plaza o entrar a las decenas de bares y restaurantes del Gótico, que en esta ocasión atraían a los clientes por los televisores que transmitían lo que sucedía en el Parlament y en el Senado.

Aunque la mayoría estaba a favor de la declaración, en el gentío también se encontraban personas que la rechazaban. Nohelia, por ejemplo, acompañó a sus grandes amigos independentistas a esta enorme reunión, pero manifestó su preocupación por la incertidumbre que durante más de un mes ha acompañado a los catalanes y que, al parecer, no piensa marchase. “Yo no soy independentista, pero salgo porque no estoy de acuerdo con el artículo 155, que se iba a implementar con o sin declaración. No tengo idea de lo que va a suceder y ahora tengo mucho miedo. Creo que los policías entrarán como energúmenos y nos darán bolillazo limpio a todos, sin excepción. No quiero que le peguen a mi pueblo. Amo a Cataluña y aunque no quiero independencia, tampoco quiero violencia”.

David Bou, otro de los asistentes, aseguró que la preocupación ahora debe enfocarse en cómo sacar adelante la República, teniendo en cuenta que la Unión Europea les dio la espalda y que la Generalitat está intervenida administrativamente por el gobierno español. “Habrá países que por negocios (en el mundo todo se mueve por el dinero) terminarán reconociéndonos. Muchos no quieren apoyarnos porque temen que se abra una caja de pandora y otros lugares busquen la independencia. Pero yo no pienso que sea tan malo como parece y hay que ser ágiles. Para nosotros lo más importante era declararla. Ahora nos toca solucionar cómo implementarla. No creo que los partidos de Cataluña se hayan lanzado al vacío sin un plan”.

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La fiesta duró hasta tarde y sólo en puntos específicos. El resto de la ciudad, en los barrios sobre todo, se andaba con normalidad. Pocos unionistas salieron a la calle e incluso se presentaron problemas de orden público en Radio Catalunya, donde grupos de extrema derecha intentaron ingresar a la fuerza, según denuncias de redes sociales. Sin embargo, la mayoría prefirió resguardarse en sus hogares y manifestar su angustia con amigos y familiares a puerta cerrada. También lo hicieron a través de redes sociales y llamadas.

Daniel Montes, quien está en contra de la independencia, comentó estar agotado de la incertidumbre, que ha llevado a que 1.800 compañías se hayan ido de Barcelona y que ahora ha obligado a más de uno a pensar en marcharse de la comunidad autónoma. “Se metieron en una burbuja que ellos mismos no se creen. Mantendrán su posición porque tienen que mantener su coherencia con sus votantes, pero esto no tiene futuro”.

También se refirió al dolor que le causa la polarización de una ciudadanía que antes de este proceso podía convivir en paz: “Los bandos se polarizan cada vez más. Hemos llegado a un momento que me da pena. Mis amigos me dejan de seguir en las redes sociales o ya no me hablan. Cataluña era un ejemplo de sociedad porque podíamos convivir. Estoy decepcionado de Barcelona y de España. No me siento representado por ninguna de las dos partes. ¿Es tan difícil dialogar?”.

El día cerró con el consejo de ministros, en el que se decidió destituir a Puigdemont, disolver el parlamento, convocar elecciones para el 21 de diciembre, apartar al director general de la policía regional catalana y extinguir las “conocidas como embajadas catalanas” en el mundo. Rajoy agregó que restaurarán el orden con más medidas, que no mencionó, pero que se espera implementará la otra semana.

Para quienes estuvimos el 27 de octubre en Barcelona parecía mentira que en cuestión de una hora o cambiando de canal la realidad se fragmentaba en una declaración unilateral de independencia y la imposición de un artículo inédito. Dos cámaras parlamentarias, dos resoluciones históricas y al final quedó la misma incertidumbre, que permanecerá, por ahora, hasta diciembre. Les guste o no, ahora todos tendrán que paladear la resaca de la fiesta de la independencia.

Por Laura Dulce Romero / Barcelona

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