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Joseph Robinette Biden Jr. se ha sentido inseguro toda su vida porque las personas le han hecho pensar que no es lo suficientemente inteligente por no haber asistido a las mejores universidades del país o porque tartamudeaba cuando era niño. Eso dice su biógrafo, el periodista Evan Osnos. Pero esa inseguridad ya no tiene fundamentos. La mayoría de los estadounidenses, tras unas elecciones generales históricas e inéditas, y a falta de lo que pueda pasar en las cortes, le han confiado a Biden la tarea más importante y noble de todas: liderar a la nación. Y esto fue porque el exvicepresidente fue realmente astuto en la carrera. Su rival, no.
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Mientras Donald Trump lo atacaba por no hacer mítines masivos con miles de personas arriesgándose a contagiarse de COVID-19, y asegurando que estaba “escondido en su sótano”, Biden hacía campaña de manera sigilosa, sin ruido, pero efectiva. Y lo hizo poniendo su sello personal en algunos casos: con un viaje en tren. El exvicepresidente ha sido un amante declarado de este sistema de transporte, acumulando en su vida tres millones de kilómetros de viaje en vagones de la red Amtrak. Y esto envió un mensaje: que los demócratas, con Biden, le pondrían cuidado a esa clase obrera. Eso es lo que necesitan de aquí en adelante, recuperar el capital político del que Donald Trump se apropió y que alguna vez fue la base del Partido Demócrata.
La campaña de Biden alquiló un tren y viajó por el Cinturón de Óxido (Pensilvania, Michigan y Wisconsin) subiendo a la clase obrera para hablar sobre sus problemas y las propuestas que tenía para ayudarlos. “Me encanta estar en tren”, dijo en Pittsburgh. Y se le sentía genuino, porque lo había hecho toda la vida. Desde que era senador por Delaware hasta que fue vicepresidente. Esas campañas pusieron a Biden por encima de Trump en estados claves. En esa industria que necesita una revitalización por la pandemia, Biden tenía las de ganar. Trump les apostó a las carreteras y a los combustibles fósiles, y ya había sido responsable de un recorte importante en los fondos al Departamento de Transporte.
Por supuesto, no es que ese viaje en tren en Pensilvania haya definido la historia de estas elecciones. Hubo otros factores poderosos: el trabajo de políticos como el senador Bernie Sanders, en Michigan, y Stacey Abrams, en Georgia. Trump desestimó a su rival más de la cuenta y, en vez de parar como se lo recomendó su equipo de campaña, se dedicó a hacer mítines masivos sin ninguna precaución.
¿Joe, “el dormilón”?
Trump dijo que Biden, con 47 años en la política, no había hecho nada en su carrera. Y lo repitió sin descanso. Falló de nuevo. Si algo ha hecho Biden en sus cinco décadas de trabajo en Washington ha sido aprender a manejar el Congreso. Eso es la política. Él es “el hombre trato”. Bien podría escribir un libro sobre el arte de la negociación.
“Algunos de los demócratas dirían: ‘Joe siempre quiere hacer un trato’. Y pienso: ‘demonios, sí, es que ese es su trabajo. ¿Por qué no querría hacer un trato?”, le dijo el senador demócrata Joe Manchin al portal Politico esta semana.
Y es que esa habilidad de Biden para moverse en el Congreso, para entablar amistades, hacer lobby y sentar a todos en la mesa a hablar, fue la que hizo que el gobierno de Barack Obama prosperara. Biden conversó con los republicanos en el Senado para que cedieran en algunos de los proyectos del presidente, en especial en los años de recuperación tras la crisis desatada por la burbuja inmobiliaria de 2008. Y es que, como le dijo Chuck Hagel, exsecretario de Defensa a Politico, “Obama no entendía al Congreso como lo hace Joe”.
Uno de los amigos que Biden hizo en el Legislativo fue Mitch McConnell, hoy líder de la mayoría republicana en el Senado. McConell, de hecho, fue el único republicano en asistir al funeral de Beau Biden, hijo del exvicepresidente. Eso nos dice todo sobre su colegaje. Y esta relación es importante para el futuro del país.
McConell, quien había sido fiel a Trump, comenzó a distanciarse del presidente en junio cuando vio amenazas serias a la campaña de reelección del magnate. Incluso, les dijo a los senadores que se jugaban en las elecciones un nuevo período en el Congreso, que se distanciaran de Trump si lo veían necesario para ganar en sus estados. Su plan, al ver casi perdida la Casa Blanca, era mantener el control del Legislativo. Y este jueves, cuando el presidente salió con sus teorías sobre fraude, McConell reprochó su discurso.
El tiempo lo dirá, pero una vez termine la pataleta legal de Trump en las cortes, Biden y McConell podrían trabajar juntos. Después de todo, para eso el Partido Demócrata también eligió a Biden: por su capacidad para trabajar con el otro equipo. “Es un socio de confianza”, dijo McConell sobre Biden. Podrían tener avances en planes sobre la recuperación económica, hasta ahora estancados, y en la respuesta al coronavirus, así como un plan para la educación. Y como en toda buena amistad, habría espacio para los desencuentros. Para que confirmen a su futuro equipo, Biden tendría que equilibrar la agenda progresista.
McConell conoce los límites que el presidente no. Cuando Trump decidió atacar a Hunter Biden, hijo del candidato demócrata, se negó a respaldarlo. Un error de cálculo del mandatario. Millones de familias estadounidenses, en especial en ese Cinturón de Óxido (Michigan, Wisconsin y Pensilvania), donde se presentó la remontada histórica de Biden, han sufrido por la crisis de los opioides.
El abogado Rudy Giuliani habría sido quien le filtró los mensajes entre Joe Biden y Hunter al New York Post, de cuando este último se encontraba en rehabilitación. “Buenos días, mi hermoso hijo. Te extraño y te amo. Papá”, dice uno de los textos.
Esos mensajes de cuidado y aliento a su hijo solo le sumaron puntos al candidato. “Soy hija de un exadicto. Cuando Donald Trum calumnió a Hunter Biden, y por extensión a su familia, por su lucha contra la adicción, nuestro comandante en jefe se burló de los millones de familias estadounidenses que habían sido afectadas por la tormenta del abuso de sustancias”, escribió Christina Wyman en la cadena Al Jazeera en octubre, desde Michigan, estado donde Biden logró un apoyo mayoritario.
Así lo resumía Jessica Bennett, en The New York Times: “Biden es tal vez un abuelo más sensible de la nueva era, que habla con ternura de su familia -ha insistido en recibir llamadas de sus nietos en cualquier momento, en especial en frente de las cámaras- y no tiene miedo de expresar emociones. Sin embargo, también conduce un Corvette en un anuncio de campaña o desafía a un votante (y a su oponente) a un concurso de lagartijas (sí, dijo que Trump era un “payaso” durante un debate, pero luego mencionó que se arrepentía de ese lenguaje).
“Se le percibe como un hombre que no empezará una pelea, pero que puede regresar un golpe si se le provoca”, opinó Robb Willer, psicólogo de Stanford.
Un hombre para tiempos difíciles
Error tras error. Trump es uno de los responsables del éxito de Biden. Y no tiene nada que ver con la pésima gestión de su gobierno durante la pandemia, ni con su racismo, su odio a la ciencia, sus escándalos de corrupción, su evasión de impuestos, las acusaciones de acoso sexual, su xenofobia, homofobia, nepotismo y mucho más.
Y aunque el magnate republicano logró superar esta semana el número de votos que había sacado en las elecciones en 2016, pese a esas condiciones, no supo leer al candidato que estaba destinado para detener su frenética e impredecible presidencia.
De la historia de Biden se pueden hacer mil perfiles. Se podría hablar desde esas gafas Ray-Ban de aviador que siempre usa desde que trabajó como ayudante en una piscina pública. De cómo limpió vidrios para ayudar a pagar la matrícula de su colegio porque su padre tenía problemas económicos. De su tartamudez y de cómo convirtió sus limitaciones en oportunidades. De él como hombre de familia, de por qué nunca trabajará un 18 de diciembre y de por qué viaja en tren. Su primera esposa, Neilia Hunter, y su hija Naomi murieron en un accidente de tránsito en la Navidad de 1972. Desde entonces Biden cambió sus hábitos. A Neilia le prometió que se convertiría en presidente. De cómo lo intentó dos veces y fracasó. Y de su camino a ser el hombre de las “promesas cumplidas”.
Biden recibió amenazas de muerte por oponerse al racismo. Forzó a que el gobierno protegiera a la comunidad LGBTI. ¿Un hombre sin manchas? Para nada. Un historial de acoso, del que se arrepiente, opacó uno de sus mayores logros: haber pasado la Ley de la Violencia contra la Mujer como senador.
Apoyó la Guerra de Irak, y también se arrepintió. ¿Adicciones? Al helado. No fuma ni toma porque su familia tuvo problemas con el alcohol. Y, finalmente, de cómo conoció a su segunda esposa, Jill Biden, una profesora con dos maestrías y un doctorado que promociona la educación. Pero todo esto es hablar de su pasado. Y lo mejor es mirar al futuro.
Una presidencia de Biden contaría con el gabinete más diverso en la historia de Estados Unidos. Esto se viene barajando desde hace semanas. Una administración para latinos, afros, LGBT, liberales y conservadores. Joe Biden será el conductor de un tren en el que quepa toda la nación. Y esa pasión por los trenes nos dice cómo sería como líder.
“El sistema ferroviario de pasajeros del país debe su supervivencia al mismo tipo de política de consenso que Biden aprendió en Newcastle, Delaware. Este enfoque conciliador para hacer las cosas, conocido como ‘el estilo de Delaware’, sostenía que la relación personal podría superar la división partidista y que la benevolencia empresarial podría generar justicia económica”, escribió el profesor David Alff en The Washington Post.
Los tiempos por los que pasa Estados Unidos y el mundo hacen que su misión sea más difícil: una emergencia sanitaria global, una profunda crisis económica, problemas estructurales de desigualdad sin resolver y una polarización que se aprovecha de todo lo anterior. Pero Biden, desde que estaba en campaña, ya había dejado muy claro qué es lo que haría para enfrentar todos los contratiempos, gobernar para todos: “Les doy mi palabra que sacaré lo mejor de nosotros mismos, no lo peor. Seré un aliado de la luz, unidos podemos superar esta temporada de oscuridad”, dijo cuando ganó la nominación del Partido Demócrata. Unidad y reconciliación. Eso es lo que promete. Y eso es lo que el país necesita en este momento.