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Segunda ola del COVID-19, nuevo confinamiento, lanzamientos de cohetes e infraestructuras en ruinas. En Irak, la visita del papa es un acontecimiento histórico pero también un dolor de cabeza logístico.
“Estamos encantados de la llegada del papa Francisco pero se produce en un momento bastante complicado”, confiesa uno de los encargados de la organización en la presidencia iraquí.
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Este “momento bastante complicado” se inició hace unas semanas con un nuevo pico de contagios de coronavirus -4.000 casos diarios frente a los centenares de antes-. Entre los nuevos enfermos figura el embajador del Vaticano en Bagdad Mitja Leskovar.
Este aumento de los casos hace temer que las misas se conviertan en inmensos focos de contagio.
El papa, como las decenas de periodistas y responsables eclesiásticos en su avión, han sido vacunados. Pero los cerca de 40 millones de iraquíes ni siquiera han empezado a recibir las primeras dosis.
Aunque los iraquíes son poco respetuosos de las distancias físicas, las cuarentenas y la mascarilla, los organizadores de la visita papal han limitado el número de personas en las misas.
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El estadio de Erbil, con capacidad para 20.000 personas, solo recibirá unos 4.000 fieles en la misa dominical, según fuentes cercanas.
El papa se verá también privado de los baños de masa que tanto le gustan habitualmente.
Para tratar de evitar lo peor, durante toda la visita papal -del viernes 5 al lunes 8 de marzo- habrá confinamiento nacional y las “fuerzas de seguridad se desplegarán para garantizar la seguridad de las carreteras”, explica el viceministro de Relaciones Exteriores, Nizar Kheirallah.