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El hijo de Teresa, una mujer colombiana que emigró como muchos de sus compatriotas a Venezuela, buscando una mejor vida, quizá huyendo de la violencia fratricida entre liberales y conservadores, tal vez atraída por la bonanza de una Venezuela Saudita, o posiblemente escapando de la otra violencia, la del conflicto armado, o atraída por las promesas de un presidente que aferrado al poder regalaba cédulas venezolanas a cambio de un voto para no ser revocado. El hijo de Teresa como los hijos de sus compatriotas tiene derecho a ser colombiano, no por nacer en Colombia, sino por ser el hijo de su madre, el hijo de una colombiana.
El hijo de Teresa sólo tiene documentos venezolanos, como muchos que nacieron antes de la Constitución de 1991, cuando el Estado colombiano no permitía la doble nacionalidad, y portar el pasaporte colombiano implicaba hacer otra fila y estar bajo sospecha. En los años 60, 70 y 80 era mejor ser venezolano que colombiano.
Si bien, Venezuela fue un país receptor de migrantes, no todos los migrantes eran iguales, ni siquiera todos los colombianos migrantes tenían las mismas posibilidades. Los colombianos migrantes de primera generación como Teresa, es decir los nacidos en Colombia pero que cruzaron la frontera enfrentaron los retos de la regularización. Los padres que viajaron con sus hijos tenían más dificultades, no lograban matricularlos con facilidad en las instituciones educativas y muchos de ellos quedaron en condición de analfabetismo y relegados a las barriadas.
Los de segunda generación, los colombianos nacidos en Venezuela o los colombo-venezolanos, como el hijo de Teresa, les resultaba un poco más fácil, podían acceder a los servicios educativos y a los paquetes de ayuda social que otorgaba el Estado venezolano, era mejor ser pobre en Venezuela que en Colombia. La mayoría de ellos crecieron como venezolanos, les gusta más el beisbol que el futbol y conocen Colombia por algún eventual viaje de vacaciones.
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Los de tercera generación, los nietos de Teresa, no se sienten colombianos y de hecho la gran mayoría de ellos ignoran que lo pueden ser. Para ellos el trámite es más largo, primero sus padres deben reclamar la nacionalidad colombiana para que ellos puedan hacer lo propio, pero no es fácil la abuela Teresa ya está muerta y sus papeles refundidos. Durante años la nacionalidad colombiana no era atractiva, sólo la actual crisis la ha convertido en una oportunidad.
De hecho, no todos los colombianos la pasaron bien en Venezuela, muchos de los migrantes económicos no lograron prosperar, quedaron confinados a las barriadas. Y al igual que hoy ocurre con los venezolanos en Colombia, algunos de ellos sufrieron discriminación y xenofobia. Como hoy en Toberín, un barrio al norte de Bogotá, los venezolanos se pueden encontrar con murales que dicen “fuera venecos”, los colombianos en los años 80 se encontraban en Chacao, al este de Caracas, murales que decían “Mata un colombiano y vive un momento Pepsi”, en alusión a una campaña publicitaria de la época.
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Los migrantes irregulares colombianos fueron un problema en la relación bilateral hasta que el presidente Chávez, en el 2004, les dio una cédula para poder votar. Muchos creyeron que les habían otorgado la nacionalidad, por primera vez un gobierno les permitía resolver los problemas a los colombianos de primera generación como Teresa. Incluso las misiones sociales prometían sacarlos del analfabetismo, con la Misión Robinson, y darles acceso a los servicios médicos, con la misión Barrio Adentro. Pero 10 años después cuando se les venció la cédula y quisieron renovarla descubrieron que era un documento electoral y que no otorgaba nacionalidad alguna.
Hoy el Estado colombiano enfrenta el fenómeno de movilidad humana y una de sus caras más complejas son los denominados “retornados”. Sobre sus números no hay claridad, en 2015 cuando el chavismo causó la salida de 22.000 a 32.000 colombianos de la zona de frontera iniciando la crisis migratoria, las autoridades venezolanas afirmaron que en Venezuela vivían 5,6 millones de colombianos, para el fin de semana publicaron en la prensa norteamericana un anuncio de una página entera afirmando que eran 5,7 millones, y el entonces Defensor del Pueblo, hoy Fiscal General de Venezuela llegó a decir que eran 6 millones.
Como en muchas otras cifras del gobierno venezolano no se puede confiar, pero el Estado colombiano tampoco tiene claridad al respecto, el último dato que se tiene es de 3,6 millones de compatriotas que se acercaron a los consulados colombianos en Venezuela, antes que fueran cerrados, solicitando algún servicio.
A Colombia han llegado 400.000 o 600.000, quizás un millón de retornados provenientes de Venezuela, dependiendo de la fuente, no sé tiene claridad al respecto porque a la Registraduría Nacional le ha costado mucho trabajo hacer frente a la crisis y el fenómeno que está enfrentando el Estado colombiano es desbordante. Las autoridades colombianas tampoco han sido muy acuciosas porque esos ciudadanos son responsabilidad del Estado colombiano y para ellos no se tendrán muchos recursos de la cooperación internacional.
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Los llamados retornados es uno de los temas más complejos del fenómeno de movilidad humana que enfrenta el país, muchos de ellos no son propiamente retornados porque no han vivido en Colombia, pero son colombianos. La ley de retorno de 2012 es un instrumento insuficiente para las actuales circunstancias, fue concebida para atraer la mano de obra calificada de la diáspora colombiana y se queda corta para los problemas que enfrentamos. El tema es muy complejo porque hasta el hijo de Teresa de Jesús Moros de Maduro tiene derecho a reclamar la nacionalidad.
Coordinador del proyecto “Edificando Consensos para la Migración” del Observatorio de Venezuela de la Universidad del Rosario y la Konrad Adenauer Stiftung. @ronalfrodriguez