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Diez años. La guerra en Siria lleva diez años y aunque han muerto más de 400.000 personas y cerca de 5′600.000 tuvieron que salir huyendo del país, Bashar al Asad, el presidente que decidió acabar a sangre y fuego con la oposición, sigue tan campante en su trono. Su familia sigue controlándolo todo, son el clan más poderoso de Siria, un país del que solo quedan destrozos.
Cuando, el 15 de marzo de 2011, unos estudiantes universitarios en Daraa, al sur del país, escribieron en una pared: “Tu turno ha llegado, doctor”, comenzó una persecución política sin cuartel contra los críticos de Bashar al Asad, conocido como el “doctor” porque estudió Oftalmología en Londres.
Bashar, segundo hijo de Hafez al Asad, el dictador que durante tres décadas sometió a los sirios a un infierno, tuvo que asumir el poder siendo muy joven (34 años), tras la muerte de su hermano mayor, Bassel, heredero del trono. De acuerdo con cables filtrados por WikiLeaks, era un presidente mediocre, al que solo le interesaba acumular dinero y pasar tiempo con una supuesta amante que tenía en Londres. Su gobierno, que comenzó en el año 2000, fue de los peores.
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En el año 2011, el país estaba tan mal, como tantas otras dictaduras de Oriente Medio, que un grupo de jóvenes comenzó a manifestarse contra los Asad. Pero esta dinastía codiciosa y calculadora aplastó cualquier asomo de disidencia. Con el apoyo de Vladimir Putin, Irán y Hezbolá, Bashar al Asad ha aguantado diez años de guerras, sanciones y una crisis social sin precedentes.
De acuerdo con exfuncionarios sirios que huyeron en la última década, Bashar al Asad es un hombre tímido y tranquilo que decidió dejar la guerra en manos de sus asesores. Pero Abdel Halim Khaddam, exvicepresidente del país, desmiente esa imagen. Dice que es un hombre cruel, inmaduro y sin liderazgo. ¿Cómo ha aguantado años de guerra? Analistas explican que en parte todo se debe al Estado Islámico.
En un momento de la guerra, los rebeldes sirios que luchaban contra los Asad fueron infiltrados por actores armados regionales, incluido el Estado Islámico. En 2015, tras cuatro años de bombardeos, Estados Unidos debatía si era peor sacar a Bashar al Asad del poder. Entonces entró Putin y, haciendo alarde de su poder en la zona, zanjó cualquier disenso: debe quedarse en el poder. Dicho y hecho.
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No solo se quedó, sino que arrasó en las polémicas elecciones del año pasado, pues aún conserva el apoyo de las minorías religiosas (de las que posa como defensor), también de la clase rica de Damasco y de los empresarios que hicieron de la guerra el mejor negocio. Analistas dicen que ya está preparando a su hijo, Hafez, como su sucesor, pues su intención es que la dinastía siga al frente de lo que queda de Siria.
Para eso, claro, tiene un papel importante su esposa, Asma, una ciudadana británica, exinversionista bancaria, que se convirtió en la “cara amable” del régimen. Sus fotografías con niños enfermos, ancianos y heridos inundan las redes sociales e incluso, en 2018, rompió una tradición de las familias árabes (mantener oculto su estado de salud). Asma anunció que padecía cáncer de seno y mostró su tratamiento en hospitales militares.
Una vez superó la enfermedad, dio entrevistas hablando de las maravillas del sistema sanitario en Siria, algo que pronto la ONU desmintió. “Los sirios no han podido beneficiarse de cuidados sanitarios desde 2012, y eso es porque el gobierno de Al Asad sistemáticamente ha atacado los hospitales y al personal sanitario, sacando a la gente de ambulancias y arrestando en hospitales. Todo esto son crímenes de guerra. Y el resultado es que a los sirios les falta asistencia sanitaria en gran parte del país”, explicaba Lama Fakih, de la ONG Human Rights Watch en la NPR, la radio pública estadounidense.
Los hermanos, tíos, primos y demás familiares del clan se siguen llenando los bolsillos con dinero del petróleo, la reconstrucción, los alimentos... todo, lo controlan todo. Y aunque el Departamento de Estado ha sancionado a miembros de la familia, incluida la primera dama, el poder de los Asad hoy es incontrolable. Asma es la cabeza de un entramado empresarial llamado Syria Trust for Development, que recibe fondos para la reconstrucción.
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Y mientras ellos nadan en dinero, contratos e impunidad, los sirios ahora luchan en otra guerra: la de la supervivencia. Aquellos que no lograron huir pasan hambre y frío. Acción contra el Hambre señala que tres de cada cuatro personas necesitan ayuda humanitaria urgente, no tienen salud, la canasta familiar es 250 % más cara que hace varios años, el coronavirus cobra vidas y no hay un gobierno que haga algo por su pueblo, pues Bashar al Asad solo gobierna para los suyos.
Tras su viaje a Irak, el papa pidió el fin de la violencia y Siria. “Hace diez años comenzó el sanguinario conflicto en Siria, que ha causado una de las mayores catástrofes humanitarias de nuestro tiempo, un número indeterminado de muertos y heridos, millones de refugiados, miles de desaparecidos, destrucción, violencia de todo tipo y sufrimiento para toda la población, especialmente para los más vulnerables, niños, mujeres y ancianos”.
Pero lo cierto es que nadie tiene idea de cómo solucionar un conflicto que lleva una década y se convirtió en el ajedrez político más complejo de la región y del mundo. ¿Cuántos años más?