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En su primer discurso como diputada, Aung San Suu Kyi habló de proteger a las minorías étnicas. Desde entonces, sin embargo, su silencio frente a la etnia rohingya ya era escandaloso. No se refirió a la violencia que sufría esa minoría musulmana, catalogada por la ONU como una de las más perseguidas en el mundo y que, según el Comité Internacional de Derechos Humanos Islámicos, era víctima de un intento de exterminio por parte de milicias budistas apoyadas por el ejército birmano.
Desde 1982, con la aprobación de una ley, los rohingyas fueron excluidos de una lista que los reconocía como minoría y les fue negado el derecho a la ciudadanía. Hasta hoy no son reconocidos dentro de los 135 grupos étnicos del país, aunque al mismo tiempo son uno de los grupos musulmanes minoritarios más amenazados en el mundo, según organizaciones como Minority Rights Group Internacional. En Birmania son cerca de 1,3 millones y representan el 4% de la población residente en el estado occidental de Rajine (Arakán). Los rohingyas, como denuncian múltiples organizaciones, han sido sometidos a un alto grado de discriminación tanto por parte de la población civil como de las fuerzas oficiales.
Debido a su situación de apátridas, miles de rohingyas se han visto obligados a exiliarse de Birmania y buscar refugio en otros países, especialmente en Bangladesh, India, Tailandia, Malasia e Indonesia, que en general han sido reticentes a aceptarlos por diferentes razones.
En aquel histórico primer discurso como diputada, Suu Kyi se refirió sobre todo a minorías budistas como los karen y los san, pero los budistas son la mayoría en la población de Birmania. Para entonces, los activistas que apoyaron a Suu Kyi durante sus años en prisión se mostraban consternados por la falta de una crítica al presidente Thin Sein, quien había apoyado políticas para una limpieza étnica y había dicho que 800.000 rohingyas debían ser puestos en campos de concentración y enviados a la frontera con Bangladesh.
Las ideas de Thin Sein no estaban tan alejadas de la realidad. Este lunes el gobierno malasio informó sobre la localización de 28 campamentos clandestinos con 139 tumbas que podrían ser de refugiados rohingyas e inmigrantes bangladesíes. Los campamentos abandonados están situados a unos 500 metros de la frontera de Tailandia, en una zona selvática fronteriza que ha servido históricamente como ruta para las redes de trata de personas.
Mientras la crisis migratoria en el sudeste asiático empieza a despertar la preocupación internacional, pocos hacen un llamado a enfrentar las causas profundas de esa migración desde Birmania. Entre lo que se puede esperar de un nobel de Paz están los enérgicos discursos denunciando las arbitrariedades, las violaciones a DD.HH. que generan esa migración ilegal. Aung San Suu Kyi, el personaje que todo el mundo espera escuchar, no ha aparecido para transmitir estos mensajes.
El silencio se hace más escandaloso mientras que en Oslo se reúnen esta semana varios Premios Nobel de Paz y de Economía, filántropos, exmandatarios, relatores de la ONU, académicos y activistas, para buscar concientizar a Occidente sobre el drama de la etnia rohingya.
Ante la presión y las críticas de líderes políticos que la acusan de no pronunciarse a favor de los rohingyas para que su partido, la Liga Nacional para la Democracia, consiga la mayoría de votos por parte de la población budista en las elecciones que se celebrarán este año, Aung San Suu Kyi envió un portavoz con un tímido mensaje sobre la necesidad de que el gobierno les otorgue ciudadanía a los rohingyas. Pero no ha sido ella, el rostro de la lucha por el fin de la opresión, quien salga en persona a defender a esta minoría y a denunciar la responsabilidad internacional que pueda tener el estado birmano por el sistemático trato discriminatorio contra esta población.