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El jueves, se llegó a una marca histórica de casos en un solo día a nivel nacional, con más de 217.000 casos nuevos. Fue uno de muchos datos que ilustraron el grado de intensidad y propagación de un virus que ha matado a más de 278.000 personas en este país, más que el total de la población de Lubbock, Texas, de Modesto, California, o de Jersey City, Nueva Jersey.
“Es una cifra totalmente asombrosa”, señaló Caitlin Rivers, investigadora principal en el Centro Johns Hopkins para la Seguridad de la Salud. “Estamos en medio de una ola en verdad intensa y creo que conforme transitamos el día a día de esta pandemia, es fácil perder de vista lo masiva y profunda que es la tragedia”.
En California, donde se ha triplicado el número de casos diarios en el último mes, el gobernador, Gavin Newsom, anunció una nueva serie de disposiciones a nivel regional de permanecer en casa para enfrentar una crisis cada vez mayor en relación con las camas de cuidados intensivos. Algunos condados del Área de la Bahía afirmaron que este fin de semana van a implementar otras fuertes restricciones, antes de que las normas estatales entren en vigor. También en el sur de Florida, que está en las primeras fases de una nueva oleada, tanto a los médicos como a los políticos les preocupaba que no hubiera suficientes recursos para atender a los enfermos.
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Conforme se ha propagado el virus, los expertos en enfermedades infecciosas han llegado a entender mejor quiénes son los más vulnerables de los casi 330 millones de residentes del país.
Los decesos en los asilos de ancianos han representado de manera sistemática el 40 por ciento de las muertes por COVID-19 en el país desde mediados del verano, aunque estos centros no permitían visitas y tomaban otras precauciones, y el porcentaje de fallecimientos en centros de atención médica prolongada disminuían considerablemente.
Las condiciones de salud existentes han tenido una participación fundamental en precisar quién sobrevive al virus. Resultan más vulnerables las personas que tienen enfermedades como diabetes, hipertensión y obesidad (cerca del 45 por ciento de la población).
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Además, han surgido más pruebas de que las personas que viven en barrios de bajos ingresos están más expuestas al virus debido a la necesidad que tienen de trabajar fuera de casa.
Hace meses, se creía que el virus era un fenómeno de las grandes ciudades, ya que resultaron muy afectadas ciudades como Nueva York, Detroit, Nueva Orleans y otros centros urbanos. Se ha visto que esto ya no es así, si es que alguna vez lo fue.
El virus ha irrumpido en lugares de la frontera suroccidental con México, donde los casos están aumentando alrededor de Nogales, Arizona, y también en la frontera norte con Canadá, donde el área de Roseau, Minnesota, ha tenido máximos históricos de casos. Actualmente, Los Ángeles y Miami son puntos críticos, pero también el condado de Ziebach, Dakota del Sur, y el condado de Deaf Smith, Texas.
Según los análisis acerca de quiénes se han enfermado por el virus y quiénes han fallecido a causa de él, los pobres, en general, han estado en mayor riesgo que los ricos.
Además, nuevos estudios han propuesto que la razón por la que el virus ha afectado a las comunidades negras y latinas más que a los vecindarios de blancos está ligada a los factores del entorno social, no a una vulnerabilidad innata.
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De acuerdo con un estudio reciente de datos de teléfonos celulares, las personas de barrios de bajos ingresos tenían un riesgo de exposición al virus considerablemente mayor porque estaban obligadas a trabajar fuera de casa.
Una de las poblaciones en riesgo importante es la de las personas mayores que viven en asilos de ancianos y otros centros similares.
Más de 787.000 residentes y empleados de al menos 28.000 asilos de ancianos y centros de cuidados prolongados para personas mayores en Estados Unidos han contraído el coronavirus, según un análisis de The New York Times basado en datos de gobiernos a nivel federal, estatal, local y de los centros mismos. De las personas infectadas, más de 106.000 han fallecido.
Se sabe que el virus es especialmente letal para las personas de más de 60 años con enfermedades preexistentes. Y puede propagarse con facilidad en centros de residencia colectiva, donde habitan muchas personas en un entorno confinado y los trabajadores van de una habitación a otra.
Luego de que, debido a los riesgos del coronavirus, en el asilo de ancianos de su marido en Boone, Carolina del Norte, dejaron de permitir las visitas de familiares, Doris Greer iba a pararse afuera de su ventana tres o cuatro veces a la semana. Ya tenían una rutina.
Richard H. Greer, de 79 años, quien tenía problemas cardiacos y no podía caminar después de sufrir una embolia cerebral, llamaba a su esposa y le pedía que trajera a sus perros, un terrier ratonero y una cruza de boston terrier y salchicha, llamados Macy y Teton. Doris Greer llegaba en auto hasta ahí y un empleado del asilo abría un poco la ventana de Richard Greer para que conversaran a través de la cortina.
Desde marzo, Doris Greer había rezado para que el coronavirus no se filtrara al asilo de su esposo, pero creía que él estaba bien protegido porque pocas veces, o casi nunca, salía de su habitación.
Entonces, un día de otoño, llegó a su ventana y un trabajador le dijo que su esposo había dado positivo y que no podrían conversar. Su salud se deterioró con rapidez.
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En septiembre, le permitieron entrar un momento al asilo con un traje de protección. Richard Greer estaba conectado a una máquina de oxígeno y estaba inconsciente. Luego volvió a salir acompañada de su hermana, se sentó al lado de su ventana y le habló. Permaneció ahí hasta muy tarde y la mañana siguiente regresó a la ventana.
“No sé si lograba escucharme”, comentó Doris Greer. “Solo le dije que él estaba bien y que lo amaba”.
Ella todavía seguía al lado de la ventana cuando murió más tarde ese mismo día.
* Manny Fernández, Julie Bosman, Amy Harmon, Daniel Ivory y Mitch Smith